Eterno Retorno

Monday, April 18, 2011


Irrumpieron en el regio paisaje a principios de los 80. De pronto, en la casa de algún sampetrino ricachón aparecía un descomunal platote, un artefacto como de película de ciencia ficción. Después veías otro y luego otro más y en la segunda mitad de la ochentera década ya infestaban los techos de todos los hogares regios. Al recibir la década de los 90 Monterrey exhibía con desparpajo e impudor decenas de miles de platos amontonados entre tinacos siempre vacíos y gatos de azotea en perpetuo romance. Desde los cerros, la ciudad de las antenas parabólicas parece un invento futurista de Ray Bradbury. Las antenas, como las mecedoras, son blancas y su estatus legal es de color difuso. Con un estricto afán chingativo, podríamos decir que Monterrey es la gran urbe de los piratas, pero robar señal es, en este caso, un símbolo de estatus. El esperpéntico platote arriba del techo es como el escudo de armas en la puerta del palacete. Es el sello que certifica la pertenencia a la nobleza, aunque dicho sello sea un acto de vil piratería. Pero en un mundo de lagunas legales sin cofeteles ni legisladores quisquillosos, lo que no está prohibido está permitido y por supuesto nadie prohíbe las antenas parabólicas. Al contrario: hay florecientes negocios debidamente registrados que hacen su agosto colocando espantosos platos sobre el techo de cada hogar regio con burguesas aspiraciones. Tener o no tener ese óvalo estorboso marca la frontera entre el aristócrata y el plebeyo, entre el ambicioso y el perdedor, entre el hombre de ilimitada cosmovisión o el habitante de un rancho guajolotero. Y las regias señoras dirán que la tele local es una corrientada, que no querrán verlas malgastar sus tardes viendo Pipo y Rómulo Lozano y los señores, tan internacionales ellos, presumirán ver noticieros de San Antonio Texas, aunque con trabajo mastiquen dos o tres palabras de inglés. No sé si sea pertinente aclarar que tú nunca tuviste antena parabólica, pero como todo niño regio, tenías uno o varios amigos cuyas familias eran iniciadas en la secta del plato. Si de místicas iniciaciones sectarias hablamos, a las parabólicas debes un par de bautizos que definirían el ser y quehacer de tu pubertad: el heavy metal y el porno hardcorero. El primero definiría tu andar por el sendero de la música pesada y acaso tu vida entera, pues recuerda que en 1991, a tus 17 años sueñas con ser un bajista profesional sin haber aprendido a tocar aún el bajo. El segundo bautizo inspiraría tus primeros orgasmos de doceñero y los de todos tus amigos y también, hay que decirlo, las otoñales venidas solitarias de los papás de tus amigos. Por lo que al camino rockero respecta, la cronología dice que el nacimiento de MTV en 1983 coincide en el auge de las parabólicas en Monterrey. De pronto diste con un canal donde a toda hora trasmitían videos de bandas loquísimas, las mismas bandas que escuchaba tu hermano en su tocadiscos y cuyas fotos veías en las contraportadas de los vinilos. Fue entonces cuando al más puro estilo del Barón Rojo dijiste “mi rollo es el rock” y empezaste a enloquecer con la cara descarnada de Eddie Maiden, con la máscara de fierro de Quiet Riot y todos tus amigos fantaseaban con ser el cantante de Twisted Sister que arrojaba a su papá por la ventana. Tú para entones ya eras huérfano de padre y no tenías en casa una figura dictatorial que arrojar por los aires, pero ahí estaban los maestros que no se rajaban como objetos de las fantasías twistedsisterianas. Sí, lo de tu iniciación hardrockera pegó fuerte y echó raíces profundas. De eso ya hemos hablado y seguiremos hablando en esta historia, donde la música juega un papel preponderante. Por lo que respecta a tu iniciación en el porno, es algo que los sociólogos, los sexólogos o vaya usted a saber qué clases de ociosos, deberían analizar. Si se escribiera un ensayo sobre la conducta sexual de los regios, sin duda encontrarían interesantes efectos derivados de la llegada de las antenas parabólicas. De pronto, el porno hard core entró por la ventana del baño a las alcobas de las familias más burguesas. Cierto, existía el cinema Coliseo y otros lupanares dedicados a las películas XXX frecuentados por teporochos, onanistas compulsivos, piojos y ratas, a donde los santos señores sampetrinos jamás irían a pararse. Pero de pronto, el porno más salvaje llegó a la comodidad de los hogares de la gente bien y en Monterrey la palabra burgués casi siempre es sinónimo de mojigato. Los aficionados a las estadísticas encuentran numeritos y porcentajes hasta para los datos más íntimos e inverosímiles así que no me extrañaría nada que los ociosos aquellos que se dedicaron a escribir el hipotético ensayo sobre la conducta sexual de los regios, sacaran de lo más profundo de la manga una gráfica donde se demostrara que a partir de 1983 hubo una curva ascendente en los onanismos registrados en el seno los hogares regios. Por supuesto, lo del canal porno fue la suculenta tentación de miles de adolescentes que esperaban ansiosos a que sus padres se fueran a una cena para colarse a la alcoba y apuntar el esperpéntico plato del techo hacia la señal más ardiente. ¿Era el F4? Todos los treceañeros, incluido tú, que ni siquiera tenías parabólica, se lo sabían. Claro, una cosa era el soft porno del Playboy Channel y otra cosa muy distinta el American Exxxtasy. De acuerdo; suponemos y concedemos que esos óvalos repugnantes del techo fueron responsables de los primeros onanismos de decenas de miles de adolescentes regios. Pero también suponemos, y concedemos, que muchos respetables señores, los mismos que reprendían a sus hijos por atreverse a mover el plato hacia la zona cachonda y que en las juntas de la sociedad de padres de familia del opusdeista colegio pedían potro y hoguera contra esos canales degenerados, esperaban con anisas el momento en que sus esposas salieran de compras para entregarse a la pasión hardcorera.

Cuando en tu moto te internas en rutas imposibles en perpetua ampliación y metamorfosis, imaginas a los cientos de platos recibiendo señales de galaxias ignotas mientras paredes adentro las regias familias se transportan a universos tan lejanos de su alcoba, donde el sexo es acrobacia circense con orgasmos de media hora y gemidos en altavoz. Tú sigues buscando una dirección oculta, con el reloj corriendo en tu contra