Eterno Retorno

Tuesday, April 26, 2011


El peregrinaje de las osamentas
Por Daniel Salinas Basave

Cadáveres peregrinos deambulan inquietos por nuestra historia. Osamentas rebeldes cruzan mares, recorren caminos, desfilan en avenidas principales y abandonan los rimbombantes monumentos que les sirven de morada para transformarse en modelos de la gran pasarela nacional. Obsesionados por los huesos e indiferentes a las ideas, los sacerdotes de la liturgia oficialista se han encargado de fungir como albaceas de una herencia de inciertas cenizas en donde el destino de unos pedazos de tejido óseo nos puede más que un posible legado intelectual. Cuerpos muertos para escarmentar, para seducir, para adorar. Cuerpos muertos como actores principales de nuestro evangelio. Cuerpos en altares monumentales, cuerpos en el exilio, cuerpos mutilados, cuerpos perdidos. En el anterior número hablamos sobre el supuesto dedo de Pancho Villa ofertado en 9 mil 500 dólares por una tienda de El Paso, Texas y eso nos llevó a reflexionar sobre la vocación de taxidermista que tiene la historia oficial.

Vaya, no es casualidad que el clímax litúrgico de nuestra celebración bicentenaria haya sido el desfile de los restos de los próceres insurgentes por el Paseo de la Reforma, acaudillados por el mismísimo Presidente de la República, transformado en sumo sacerdote del ritual. Más allá de las mesas redondas, los foros, los libros y los artículos, el gran símbolo del 2010 fueron los restos de los caudillos desfilando en un país sembrado de muertos y desaparecidos. Muertos que salen de sus altares de mármol para desfilar en una tierra rica en fosas clandestinas. Muertos que se pasean ante la mirada de millones de mexicanos que, incrédulos y malpensados por naturaleza, se preguntan: ¿y de verdad serán los huesos de Hidalgo los que van ahí adentro? En todo caso, la pregunta pertinente sería: Y si todo fuera un gran fraude y los huesos dentro de esa caja no fueran los de Hidalgo ¿qué pasaría? ¿Qué diablos pasaría en este país por usurpar las múltiples funciones de un cadáver? ¿Por qué atribuimos poderes mágicos a los huesos?

De entrada, sería una gran mentira pretender que esto de la obsesión por los cadáveres sea exclusivo de una cultura. Cierto, las raíces del culto a la Muerte en el mexicano alcanzan profundidades y complejidades ontológicas ausentes en otros pueblos que parecen tener una relación más simple con sus difuntos. En una nación de calaveras, es lógico que los huesos de los caudillos sean actores principales del gran teatro político. La sacralización de los restos humanos y la elevación de las osamentas a objeto de culto nos obligarían a sumergirnos en aguas antropológicas o acaso psicoanalíticas que por supuesto no agotaríamos en un simple ensayo. La tumba del héroe transformada en altar o monumento es el máximo legado de los más ancestrales pueblos. Los egipcios no eran indiferentes al destino de los cuerpos de sus faraones y tan no lo eran, que el fruto de su obsesión se transformó en los monumentos más fascinantes de la Edad Antigua. No es casualidad que muchas de las más célebres creaciones arquitectónicas de la humanidad sean tumbas o mausoleos como las pirámides egipcias o el Taj Majal. Sin embargo, la relación de un pueblo con los cadáveres de sus próceres no siempre se traduce en maravillas artísticas y a menudo acaba manifestándose en grotescas ceremonias que coquetean con la necrofilia. Mientras algunas culturas antiguas construyeron sublimes palacios, algunos pueblos modernos acabaron por convertirse en taxidermistas de sus héroes, expuestos como animales disecados frente a la mirada de millones como sucedió con Lenin en la ex Unión Soviética. Existen personajes cuyo cadáver tiene una “biografía” más extensa y rica en aventuras que su propia vida. Tal vez el cuerpo con más kilómetros recorridos alrededor del mundo y con más aventuras inverosímiles en su anecdotario sea el de Eva Perón, el ejemplo por excelencia de la taxidermia política elevada a una de las bellas artes. La más alucinante biografía novelada de un cadáver la escribió el periodista tucumano Tomás Eloy Martínez y se llama Santa Evita. Algunos de los pasajes vividos por el cuerpo de Eva Duarte parecen concebidos por la imaginación de un surrealista alucinado. Tal fue el caso del secuestro del cadáver del general Aramburu, ex dictador argentino, a cargo de un comando del grupo Montoneros. Lo que los secuestradores exigían a cambio de regresar “sano y salvo” el cuerpo del militar, era el retorno de otro cadáver a la Argentina: el de Evita Perón. ¿Quién dice que el anecdotario de una persona se acaba con su muerte?

En México no hemos cargado un cadáver con un kilometraje tan largo como el de Eva Perón, pero sí podemos contar algunas historias francamente grotescas de cuerpos enteros, cabezas, brazos o piernas que acabaron transformados en reliquias. Basta echar una mirada sobre los personajes más célebres de la Historia de México para darnos cuenta que en la gran mayoría de los casos, sus cuerpos, o miembros mutilados debieron completar un largo peregrinaje antes de poder conquistar el descanso. Por lo pronto, este tema de los cadáveres peregrinos se me está antojando para otro libro.