Eterno Retorno

Sunday, April 24, 2011


CADÁVERES PEREGRINOS

Por Daniel Salinas Basave

Si usted desea invertir 9 mil 500 dólares para comprar el dedo de Pancho Villa que ofrece la tienda de empeños Dave’s Pawn Shop en El Paso, Texas, lamento informarle que lo están estafando. Doble contra sencillo va la apuesta a que se trata simplemente de una tomadura de pelo, aunque sin duda no faltará un incauto que abra la cartera con tal de tener en casa el dedo del Centauro. Bastaría un estudio de ADN para demostrar la falsedad del artículo vendido por los texanos, pero, obvia decirlo, nadie va a tomarse la molestia de pagar a expertos por indagar en torno a un asunto tan poco serio. Sobre el destino del cuerpo de Villa se cuentan toda clase de leyendas y la verdad es que su cadáver tiene una “biografía” propia, casi tan fantástica y cargada de anécdotas como fue su vida, aunque hasta ahora nadie había narrado el cuento de un dedo cortado (eso le sucedió al cadáver de Evita Perón). Se sabe que el cuerpo de Francisco Villa fue secuestrado de su tumba en Parral para cercenarle la cabeza, cuyo destino sí es un gran misterio sin resolver. El día que la cabeza aparezca y se ponga en venta, le apuesto a que sobrará quien esté dispuesto a pagar mucho más de 9 mil 500 dólares. El robo de la cabeza de Villa ha dado lugar a toda clase de alucinados rumores. Aunque la factura de la decapitación se la han pasado al coronel obregonista Francisco Durazo, de quien se afirmó ocultaba la “reliquia” debajo de su cama, la leyenda más contada y aceptada casi como versión oficial, es que la cabeza está en Estados Unidos en donde alguien ofreció una jugosa recompensa por ella. Hay quien asegura que se encuentra resguardada bajo extremas medidas de seguridad en algún laboratorio de Chicago, donde un grupo de expertos se dieron a la tarea de estudiar su cerebro. Hubo también quien aseguró haber visto la cabeza expuesta como curiosidad en un circo que recorría el Medio Oeste. La tumba de Villa en Parral siguió conservando su rol de santuario (cuántos jilgueros y tzentzontles veo pasar, pero ay qué tristes cantan esas avecillas) aunque en realidad es una tumba vacía, pues el cuerpo sin cabeza fue llevado al Monumento a la Revolución en la Ciudad de México. El tema de esta absurda oferta del dedo llama la atención por dos cosas: La primera, es la fascinación que un siglo después sigue ejerciendo la leyenda del mandamás de la División del Norte. La segunda es nuestra mórbida adoración por los pedazos humanos. México es un país de muertos sin descanso donde el destino de los huesos de nuestros “héroes” nos preocupa más que conocer su obra y legado. Nuestra historia está llena de cadáveres errantes y miembros mutilados que son objeto de adoración. Sobre los restos de José María Morelos existen demasiadas dudas mientras que el cuerpo mi paisano regio Fray Servando Teresa de Mier siguió el destino de viajes y aventuras que tuvo en vida, al grado que a la fecha nadie sabe exactamente cuál es su paradero. La pierna cortada de Antonio López de Santa Anna en la Guerra de los Pasteles de 1838, fue transformada por el dictador jalapeño en objeto de culto y reverencia. En el colmo del ridículo, se ordenaron funerales de estado para la pierna del caudillo en afán de que el pueblo mexicano la llorara a moco tendido mientras los poetas declamaban odas al miembro mutilado. Lo peor del caso fue que al ser derrocado Santa Anna años después, el pueblo enfurecido sacó la pierna de su tumba y la arrastró por las calles de la Ciudad de México. El brazo de Álvaro Obregón, perdido en la batalla de Celaya en 1915, también fue objeto de adoración y durante mucho tiempo fue exhibido en formol en el museo del Parque La Bombilla, dentro del monumento al caudillo sonorense erigido en 1935, justo en el lugar donde José de León Toral le disparó los balazos fatales en 1928. La máxima atracción del museo obregonista, era contemplar el brazo cercenado del general y cuando finalmente fue retirado, el número de visitantes al museo fue a la baja como por arte de magia, aunque algunas guías turísticas capitalinas sostengan que el brazo sigue estando ahí. Tampoco podemos olvidar que durante diez años, parte del atractivo turístico de la ciudad de Guanajuato fue contemplar las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez colgando dentro de jaulas de hierro de las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. No es posible pasar por alto la obsesión de Benito Juárez con el cadáver de Maximiliano, con el que pidió que lo dejaran solo por más de media hora, seguramente para decirle tantas cosas que jamás pudo decirle a su “hermano” masón mientras vivía (el austriaco y el indio de Guelatao jamás se vieron en vida). La entrega del cuerpo de Maximiliano a la familia imperial en Viena sería objeto de una ardua negociación diplomática a la que Juárez sacó demasiado provecho. La historia de los cadáveres inquietos no termina aquí y si rascamos un poco, sin duda daremos con mil y una historias de cuerpos errantes y miembros en altares. Vaya, para no ir más lejos, no deja de tener una dosis de absurdo surrealismo el que una de nuestras máximas liturgias de la celebración oficial del Bicentenario, haya sido sacar a pasear los restos de los caudillos insurgentes por el Paseo del Reforma. En definitiva, sentimos mayor fascinación por los huesos que por las obras.