Eterno Retorno

Wednesday, March 23, 2011



“El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”. Hay libros que merecen un lugar en la biblioteca solo por su primera frase y la novela Tinta Roja, de Alberto Fuguet, vale por esa verdad absoluta enunciada en su apertura. El resto del libro, preciso es reconocerlo, te quedó a deber, pero esas palabras iniciales las expropiaste para llevarlas contigo siempre que te invitan a dar charlas ante apáticos y amodorrados estudiantes de comunicación. Cuando inicias tu plática sosteniendo con contundencia y cinismo que el periodismo como la prostitución, se aprende en la calle, ellos inmediatamente paran oreja y al menos te conceden cinco minutos de su atención. Claro, la frase la dices como una forma de resaltar el espíritu zorruno y callejero que debe tener un buen reportero y ante ellos sostienes que algunos de tus colegas que más admiras, son tipos sin estudios que aprendieron el oficio mordiendo asfalto y respirando tinta. Después, con algo de vergüenza y una pisca de orgullo, les confiesas que tú no eres comunicólogo ni nada parecido ni lo pensaste ser nunca y que en algún lugar del sótano tienes refundidos y empolvados tu título y tu cédula profesional que te acreditan como licenciado en ciencias jurídicas. Con tu habitual sarcasmo les comentas que llevas casi 18 años usurpando el lugar de algún licenciado en ciencias de la comunicación y rematas sosteniendo que para ejercer el oficio requieres únicamente elevadas dosis de sentido común, una pizca de cultura general (que casi nadie tiene) y un arsenal de huevos para aguantar las malpasadas e ingratitudes de la carrera. En cada salón de clases que te has parado eructas orgulloso la frase del periodismo como la prostitución se aprende en la calle, pero salvo las risitas nerviosas de algunas alumnas, nadie te censura por ello. Lo que por supuesto jamás les dices, es que el periodismo, como negocio, se parece muchísimo a la prostitución y se maneja con jerarquías y códigos de conducta muy similares. Imaginas que algún día, cuando seas libre de las tenazas de una nómina castrante y seas un periodista independiente con el suficiente prestigio y reconocimiento social como para hablar sin tapujos ni pelos en la lengua, tus charlas ante estudiantes serán muy distintas y les dibujarás la pirámide de la prostitución periodística, o más bien dicho la pirámide del periodismo, pues lo de prostitución te huele a pleonasmo.