Eterno Retorno

Wednesday, January 12, 2011

Como no queriendo la cosa leo el primer capítulo del libro de Anabel Hernández. No, no es que lo haya comprado, pues la verdad hace falta algo realmente extraordinario para que yo compre un libro de oportunidad o un libro maruchán, pero eso no me impide darle una hojeada. Mallugar sin comprar pues. Dice la colega periodista que su libro nació a raíz de un viaje por el municipio de Guadalupe y Calvo en Chihuahua, en el corazón del siniestro triángulo de la droga de las sierras sinaloense, duranguense y chihuahuense. Cosas de la vida. Yo estuve en ese municipio y no nada más de paso. Pasé casi un mes en el poblado de Baborigame (también mencionado por Anabel) en el invierno de 1995. Ahí, en el corazón del narco- triángulo dorado, pasé una de las navidades más fascinantes y emotivas de mi vida entera. Para llegar ahí debimos tomar una avioneta (taxi aéreo) desde Parral, volando por escarpadísimas y hostiles sierras. Llegar a Baborigame por tierra nos hubiera llevado días. No fui a hacer un reportaje del narco, sino a vivir una temporada entre los tepehuanes. Nuestro anfitrión fue el Padre Rafa y un grupo de monjas en cuya casa viví. Ellos sabían de mi ateísmo y de mi interés puramente antropológico y aún así me aceptaron plenamente entre ellos. Cuando emprendí el viaje a Baborigame, no lo hice con el prejuicio y el estereotipo de estar viajando a uno de los centros neurálgicos del narcotráfico. Sabía, sí, que me dirigía a un lugar inaccesible, hostil, de clima congelante, pero no a un sitio donde se siembran toneladas de mota y amapola. Había muchos soldados alrededor y las monjas me platicaban que muchos tepehuanes acababan dedicándose a la siembra de mota. También se veían algunas fortunas serranas, caserones despampanantes entre la miseria tepehuán. Baborigame tiene apenas 2 mil 702 habitantes y está a casi mil 800 metros de altitud. Han pasado quince años y ahora pienso en cuánta de la gente que ahí conocí habrá sido consumida y devorada por la guerra del narco. Para mí, Baborigame no fue el triángulo de la droga ni el viaje a la cueva del narco, sino un viaje a mis propias profundidades ontológicas, el sitio en donde más cerca he estado de acabar creyendo en Dios.