Eterno Retorno

Friday, June 04, 2010

LA LITURGIA REDONDA
Por Daniel Salinas Basave

Por los pastos sudafricanos rueda el balón y con él ruedan nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros sueños. Suena el silbato y en un de repente, el planeta entero yace en éxtasis místico entregado al extraño ritual de la deidad redonda. Por unas cuantas semanas, decenas de millones de seres humanos pondremos un caudal de emociones en perfecta sincronía. En Tijuana y en Río de Janeiro; en Sydney y en Tokio; en Buenos Aires y en Argel; en Bratislava y en Santiago, miles de personas estaremos haciendo exactamente lo mismo con la mirada fija en una pelota que cual Flautista de Hamelin, hipnotiza y enloquece a las masas. Sí, habrá quien diga que es un fenómeno de mercadotecnia, que hay miles de millones de dólares invertidos en publicidad, que del futbol romántico de Uruguay 1930 no queda ya ni la nostalgia, pero aún con toda la manipulación comercial a cuestas, el asunto sigue llevando consigo una buena dosis de magia. Un pasatiempo sencillo de apenas 17 reglas es capaz de hipnotizar a un planeta. Ese juego tan simple que propicia pacíficas treguas o desata guerras, que une pueblos o los divide, que incita rebeliones o encumbra tiranos. El mismo juego al que Mussolini y Videla le sacaron tan buena tajada política en 1934 y 1978. El juego que, queramos o no, puede influir significativamente en las elecciones del 4 de julio, que se celebrarán un día después de los cuartos de final, cuando ya estén definidos los cuatro semifinalistas. El fenómeno que devolvió a Tijuana su condición de capital mundial del televisor con un estimado de 16 millones de aparatos fabricados. La estadística dice que es en los años mundialistas cuando la gente compra más teles. Bendito sea el Mundial, proclama con toda razón la Asociación de la Industria Maquiladora.

Hay actitudes humanas que sólo podemos ver cada cuatro años. De entrada, veremos muchos futboleros de ocasión. Para los que padecemos una incurable adicción por este juego, el futbol es omnipresente los 365 días del año y estamos tan pendientes de la final de la Champions y la Libertadores, como del último resultado de los Xoloitzcuintles. Pero muchas personas sólo se interesan en el futbol durante esas mágicas semanas que dura el Mundial, donde hasta los que profesan una sacramental indiferencia por este deporte, se vuelven aficionados. Veremos también un repentino fervor patriótico y las calles se llenarán de potenciales Juanes Escutias dispuestos a inmolarse envueltos en la bandera tricolor y retiemble en sus centros la tierra al grito de gol, que mañana no se trabaja. Durante esas semanas atípicas, hasta los que se les pegan las sábanas despertarán antes del amanecer para ver el primer juego de la jornada y veremos a cientos de miles de oficinistas huyendo del trabajo a media mañana en desesperada busqueda de una televisión de vitrina. Habrá también doctores en geopolítica que en la mesa de un bar disertarán sobre los contrastes futbolísticos entre Eslovenia y Eslovaquia o entre Corea del Norte y Corea del Sur sin acertar a definir si social o culturalmente existe alguna diferencia entre estos países. También veremos a gente, que nunca ha leído un libro, pronunciando impronunciables nombres de serbios o nigerianos mientras se enteran que en Sudáfrica hay urbes con nombres como Durban o Pretoria. Sin duda recordaremos estos días como el verano en que la “negra” desbancó a la “verde” y es que el último grito de la moda futbolera es la camiseta color oscuro de la Selección Mexicana, que se ha vendido como pan caliente y se ha transformado en la joya más deseada del armario.

El primer gran evento deportivo tras la gran recesión del 2009, el Mundial en la era de las redes sociales; los primeros goles mundialistas twitter y facebook de la historia. Los ojos de la humanidad puestos sobre un país que hasta 1991 vivía sometido al más aberrante e injusto de los sistemas sociales, el apartheid. Marginado de la FIFA y las competencias internacionales, Sudáfrica se ahogaba en su propio infierno. Cierto, no les falta razón a quienes se ofenden al ver el derroche y en endeudamiento de una nación con insultantes niveles de pobreza, donde la gente muere de sida y la violencia urbana carcome la esquinas. Cierto, y sin embargo en la historia de Sudáfrica habrá un antes y después del Mundial del Futbol. De la misma forma que se habló de una generación Mandela, se hablará de una generación Mundial 2010.
El Mundial se jugará y se irá rápido, como arena entre las manos mojadas y la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido y la Selección Mexicana nos recordará que soñar no cuesta nada y habrá, por supuesto, un caballo negro y una revelación y una gran catástrofe y un ridículo enorme y al final de todo, un nuevo campeón, alzando su copa en Johannesburgo. Claro, el mundo seguirá girando, con la cruz del absurdo de sus “cosas importantes” a cuestas y no faltarán los intelectualoides (tan cultos ellos), siempre dispuestos a criticar lo pueril y estúpido que resulta perder la cabeza por este juego elemental y cavernario. Pero basta con echar un ojo a la historia humana: millones de seres concretos han sido sacrificados en altares de ideas abstractas. Infinitas generaciones de hombres han sido inmolados en nombre de un dios que no existe o cuya existencia nadie a ha demostrado. Ejércitos enteros de infortunados soldados se desangran en nombre de políticas macroeconómicas cuyos alcances e intereses jamás alcanzarán a comprender y miles de enajenados, devotos de la liturgia redonda, gritaremos enloquecidos goles anotados a miles de kilómetros de distancia, al Sur del Continente Negro. Pero saben una cosa intelectuales, en este mundo nuestro, tan lleno de absurdos y sin sentidos, el Futbol es una de esas cosas por las que la vida mereció ser vivida y por las que valdría la pena reencarnar una y mil veces si es que eso fuera posible.

LA LITURGIA REDONDA

Tuesday, June 01, 2010


LOS MITOS DEL BICENTENARIO

La noche más larga de Tlaxcalantongo

Por Daniel Salinas Basave

Perdido en la inmensidad de la sierra poblana, sometido a la tiranía de las omnipresentes lluvias e inundado por el aroma de los cafetales, yace Tlaxcalantongo, pequeño poblado del municipio de Xicotepec. Menos de 2 mil habitantes tiene actualmente este pequeño villorrio cafetalero cuyo nombre se hubiera perdido en un rompecabezas de infinitos pueblos serranos, de no haber sido por una eterna noche de furiosa tormenta que ha tatuado el nombre de Tlaxcalantongo en la historia de México.


A veces la naturaleza, el destino, la aleatoriedad o vaya usted a saber qué dios caprichoso, se encargan de engalanar las tragedias con el escenario teatral perfecto. Tlaxcalantongo, Puebla, fue el escenario del único asesinato de un presidente en funciones que registra la historia del país. Aunque el crimen a mansalva o el paredón han sido el cruel destino de algunos mandatarios mexicanos, en casi dos siglos de historia republicana sólo un presidente en funciones ha sido asesinado y el escenario de su muerte fue Tlaxcalantongo. Cierto, Francisco I. Madero fue asesinado a traición, pero el crimen se cometió tres días después de su renuncia a la Presidencia. También Vicente Guerrero fue traicionado y fusilado, pero su ejecución de produjo cuando ya había sido derrocado, mientras que Obregón fue asesinado siendo presidente electo. El único presidente mexicano asesinado en el ejercicio del poder se llama Venustiano Carranza. Aunque a algunos les sorprenda, la historia de Estados Unidos registra más asesinatos de presidentes en funciones que la de México, pero ya habrá tiempo para la historia comparada. Por ahora, hablemos un poco del Barón de Cuatro Ciénegas.

“Voy a cantar un corrido de muerte y desesperanza, de cómo fue perseguido don Venustiano Carranza. Noche del 5 de mayo de 1920, tuvo una junta en Palacio con lo mejor de su gente. Pero el destino tenía, trazados ya sus senderos, don Venustiano debía morir de tiros arteros”. Cientos de veces escuché en mi infancia aquel disco en el que Ignacio López Tarso narraba con su inigualable estilo la muerte de Carranza, alternando sus palabras con corridos. Lo escuché de niño en el tocadiscos de la sala y lo escucho ahora mismo, al momento de escribir esta columna, en el iPod. No exagero si les digo que aprendí de memoria el recital y tampoco exagero si les digo que me produce la misma emoción.

Debo aclarar que Venustiano Carranza no es ni ha sido nunca santo de mi devoción. El primer jefe del Ejército Constitucionalista fue un político consumado, con todo lo bueno y lo malo que el concepto puede encerrar. Fue un visionario, cierto, pero también un oportunista. Norteño de clase acomodada y de filias porfirianas, Carranza fue uno de los “viudos” de Bernardo Reyes, pues al igual que miles de personas en todo el país, vio al gobernador de Nuevo León marchando en caballo de hacienda para ser el sucesor de don Porfirio, hasta que el anciano dictador lo mandó a un exilio diplomático. Cancelada la candidatura de don Bernardo, Venustiano y otros tan tos reyistas se unieron, por pura y vil conveniencia, a la causa de la no reelección abanderada por Francisco I. Madero. Sin embargo, la irrupción de Carranza por la puerta grande de la historia de México se da en marzo de 1913, a los 53 años de edad, cuando siendo gobernador de Coahuila, proclama el Plan de Guadalupe en el que desconoce la usurpación del asesino de Madero, Victoriano Huerta. A diferencia de Villa, Zapata, Ángeles, Obregón y el propio Madero, nacidos todos entre 1873 y 1880, Venustiano, nacido en Cuatro Ciénegas en 1859, irrumpe en al gran teatro de la historia ya con cierta edad. Autoproclamado primer jefe del Ejército Constitucionalista, Carranza es el gran jefe político de la rebelión triunfante, destinado a ocupar la silla vacante del usurpador Huerta. Es entonces cuando la Revolución, como Cronos, se come a sus hijos. Para quitarse de encima a Villa y a Zapata, Carranza pacta con Obregón, quien en los campos de Celaya le allana el camino a la Presidencia.


Del Congreso constituyente de Querétaro y la Constitución de 1917 hablaremos en otra ocasión, pues el tema nos daría para varias páginas. Basta señalar que Carranza, como Juárez, fue capaz de vender su alma al diablo de barras y estrellas para conservar el poder. Así las cosas, el constitucionalista no dudó en abrir la frontera para que entraran a México las tropas estadounidenses de Pershing, que hicieron el ridículo persiguiendo infructuosamente a Pancho Villa. También fue capaz de asesinar a traición, pues la muerte de Zapata en Chinameca no hubiera sido posible sin los engaños de Jesús Guajardo y Pablo González, esbirros carrancistas.

Pero así como Venustiano traicionó, también fue traicionado. Álvaro Obregón, el hombre que allanó su camino a la Presidencia, fue también quien le allanó el camino a la muerte con el Plan de Agua Prieta. El tratar de imponer al timorato Ignacio Bonillas como sucesor le salió muy caro a don Venustiano. Cuando ve que la marea de la revuelta sonorense acercarse a Palacio Nacional, Carranza sale de la Capital rumbo a Veracruz llevando consigo tesoro nacional y gabinete a bordo del tren. En el camino, la caballería de Guadalupe Sánchez los hace descarrillar y con lo que queda de sus maltrechas tropas, huye a la sierra poblana, en donde el Judas del constitucionalismo, Rodolfo Herrero, los lleva con engaños a la trampa de Tlaxcalantongo. La madrugada de aquel 21 de mayo de 1920 se desata el diluvio sobre pueblo cafetalero. Carranza duerme profundamente en un jacal. A los truenos del cielo sigue el rugir del máuser en la tierra. En las tinieblas brillan los fogonazos alumbrando las caras de los asesinos. Las paredes de palma del humilde jacalito quedan despedazadas por las balas, lo mismo que el cuerpo de don Venustiano. Sólo queda el olor a pólvora y tierra mojada. Aún no amanece en Tlaxcalantongo.