Eterno Retorno

Thursday, January 21, 2010





LOS MITOS DEL BICENTENARIO

AURORA Y OCASO DE UN COMEDIANTE

Por Daniel Salinas Basave


Caminando una mañana en las cercanías de Palacio Municipal, un hombre se me acercó y me dijo: “Escriba algo sobre Santa Anna”. Lo prometido es deuda. Este espacio se debe a sus poquísimos lectores, así que manos a la obra. Vendedor de la Patria es el estigma que Santa Anna llevará en la frente por los siglos de los siglos. En el infierno donde yacen los malditos de la historia oficial, el jalapeño ocupa un lugar privilegiado entre los grandes traidores de la Nación. Pero la historia de lo que pudo haber sido dice que si en la Guerra de los Pasteles de 1838 en lugar de haber perdido una pierna hubiera perdido la vida, Santa Anna tendría ahora más de un monumento, un sin fin de calles y escuelas y acaso hasta letras de oro en el Congreso. A veces hay que morir a tiempo para aspirar a la inmortalidad. Algunas personas me han dicho que Los Mitos del Bicentenario es una apología de los “malos”, una reivindicación de los traidores y reaccionarios. Planteado desde el punto de vista oficialista puede que sea cierto. Crecimos en escuelas donde nos repetían hasta la saciedad que Juárez es un ser inmaculado y perfecto, cercano a la deidad, mientras que Santa Anna y Miramón son pérfidos traidores rebosantes de maldad que no merecen consideración alguna. La intención de esta columna no es ser el abogado defensor de los grandes demonios nacionales, sino tratar de explicar que todos fueron hombres llenos de errores, ambiciones y sentimientos contradictorios, inmersos en las turbulencias de una época y sus circunstancias. Vaya, al menos por intenciones y pactos, el calificativo de vende patria se le podría aplicar por igual a Benito Juárez y sin embargo en este País es herejía dudar de la santidad del indio de Guelatao. En vida, Santa Anna fue considerado durante años un héroe y sin embargo pasó a la posteridad como el peor traidor. Al jalapeño le tocó ser el caudillo providencial en la época más turbulenta e inestable de una nación que sostenía con alfileres su soberanía. A diferencia de Juárez y Porfirio Díaz, no fue un aferrado al poder, sino un adicto a la perpetua conspiración. El poder palaciego parecía aburrirlo y prefería ejercerlo desde el palenque de su hacienda Manga de Clavo. El complot y el cuartelazo en cambio lo mantenían vivo. Santa Anna no fue un funcionario de oficina, sino un guerrero del frente de batalla, con muchas más derrotas que victorias, es cierto, pero con espíritu de sacrificio. Santa Anna armaba ejércitos de la nada, sin armas ni recursos y con sus magras tropas enfrentó enemigos militarmente superiores. La perdición de Santa Anna fue la de tantos políticos mexicanos: Estaba enamorado de sí mismo. Megalómano y narciso hasta niveles ridículos, Santa Anna únicamente trabajó para su gloria. No fue centralista ni federalista, liberal o conservador, sino santaanista. Se sintió un Napoleón y acabó siendo un comediante, pero en honor a la verdad su personalidad no es muy distinta de la de un José López Portillo o incluso un Vicente Fox. El mito más común es afirmar que fue Santa Anna quien vendió dos millones de kilómetros cuadrados, más de la mitad del territorio nacional, a los Estados Unidos. Mentira. Santa Anna perdió una guerra que hubiera perdido cualquier general mexicano. El ejército estadounidense era técnicamente superior. El presidente mexicano que firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848 fue Manuel de la Peña y Peña y tampoco se le puede cargar el estigma de traidor. A menudo se nos olvida que la bandera de las barras y las estrellas lució flamante en el Castillo de Chapultepec y que los norteamericanos llegaron a dominar el País sin focos significativos de resistencia. Militarmente nos tenían a su merced, eran vencedores de una guerra desigual e injusta y como en todo conflicto bélico, el vencedor impone sus condiciones. Santa Anna también perdió Texas, pero no la vendió. Una siesta en San Jacinto le costó cara después de la masacre de El Álamo, inflada por la mitología texana como el bautizo de fuego de la estrella solitaria. Prisionero, Santa Anna debió firmar la independencia de Texas que fue república por nueve años antes de anexarse a los Estados Unidos. La única venta de territorio de la que Santa Anna sí es enteramente responsable, fue La Mesilla, territorio de Arizona que comprende Yuma y Tucson, cedido a cambio de diez millones de pesos el 30 de diciembre de 1853. En su defensa, Santa Anna podría alegar que los estadounidenses también llevaban a Baja California y Sonora en el carrito de compras y una ardua labor diplomática logró salvar los territorios y evitar otra guerra. Al final, Juan Álvarez y la Revolución de Ayutla dieron la patada final a Santa Anna en 1855. El pueblo desenterró su pierna sepultada con honores y el “Napoleón de Cempoala” ingresó por la puerta del ridículo al infierno. Si quiere usted saber un poco más de este contradictorio personaje, le recomiendo leer “Santa Anna: Aurora y ocaso de un comediante”, de José Fuentes Mares (el hombre que me enseñó a dudar de la historia oficial) y la novela “El seductor de la Patria” de Enrique Serna.

Wednesday, January 20, 2010



Pasteles de lodo y diluvios universales


Te das cuenta que te has vuelto un viejo tundeteclas cuando descubres con horror que todo aquello que escribiste hoy ya lo has escrito mil veces. La alerta por el diluvio universal es la misma de todos los eneros y la he escrito todos los años. La evocación siniestra del Apocalipsis 93 siempre despierta nuestras peores pesadillas, aunque cientos de miles de tijuanenses ni siquiera intuíamos Tijuana hace 17 años. Aún así, los relatos de una inundación bíblica son capaces de asustarnos y no es para menos.

Lo he pensado muchas veces, lo he escuchado otras tantas: Pobre de Tijuana cuando le caiga encima un desastre natural. ¿Se imaginan? Dante no habría concebido semejante Infierno.
Nunca la Naturaleza se había ataviado con semejante traje de furia como en estos últimos seis años. Desde el tsunami asiático que despidió el 2004, hasta el Haití actual, los elementos se han dado a la tarea de danzar la sinfonía del caos. Sin embargo, los desastres están siempre lejos, muy lejos. Son palmeras y postes derrumbados dentro del marco de la televisión, edificios transformados en escombro, calles surcadas por abismos, manos siempre morenas que se elevan hacia un helicóptero suplicando ayuda, avenidas inundadas y playas sepultadas en rocas. Sri Lanka, New Orelans, Cancún, Haití. Katrina, Stam, Wilma, terremotos, tornados, una película que se confunde. ¿Cuál fue primero? ¿Cuál más mortífero?

En Tijuana contemplamos los desastres de reojo, con esa marca de tan propia de la casa llamada absoluta indiferencia, viviendo a gritos ese desastre natural tan nuestro que son miles de carros haciendo línea ante el migra y comentando entre sorbos de café los estragos del Siave.
Sin embargo, todos en Tijuana coincidimos en lo mismo: Pobres de nosotros el día que nos caiga un desastre natural. Unas gotas de lluvia ligera son capaces de transformarse en heraldos del Apocalipsis en estas calles, despertando los omnipresentes espectros de 1993.

Esta ciudad jamás deja de jugarme nuevas bromas enseñándome rincones urbanos que de tan improbables parecen contorsiones circenses, desafíos a la gravedad, malabares arquitectónicos de llanta y lámina al borde del vacío. Una ciudad entera en un pastel de lodo. Quien quiera que afirme conocer Tijuana como la palma de su mano miente. Es posible que conozcas Mexicali, plano, lineal (y patético), pero esta topografía insurrecta siempre te depara una sorpresa. Atrás de ese cerro imposible, en esa cañada de noventa grados, al fondo de esa barranca de lodo siempre habita un nuevo infierno. Tijuana, como un cuerpo invadido de llagas purulentas que se multiplican día con día. Laberinto de cañones y laderas, mentada de madre topográfica. Nunca la abarcarás por completo. Vistos desde lo alto del cañón, los cerros y laderas de la colonia 3 de Octubre semejan pasteles de lodo en donde las casas fungen como velitas. Pasteles de lodo siempre a punto de desmoronarse y caer desparramados sobre un montón de viviendas de lámina, madera y cartón en donde cada día miles de familias desafían a la existencia y dan lecciones de supervivencia en un entorno hostil, donde cada lluvia desata una hecatombe.

Basta ver los cortes de cerro, similares a un polvorón de azúcar mojado en leche. Cerros cortados de tajo por el cuchillo voraz de las inmobiliarias capaces de tragarse la Pangea con tal de construir 10 mil microcasas al año y tener a 10 mil clasemedieros como esclavos de sus créditos. Basta ver las laderas en donde en un amanecer brotan como chancros infinitas casas de lámina y cartón sostenidas por el infalible cimiento de llantas esperando pacientes el derrumbe. Tijuana de cerros y hoyos, orgullosa ciudad puberta, en plena adolescencia, ampliándose tres cuadras diarias, con sus colonias inaccesibles al fondo de barrancas o en la cima de los cerros. Microcosmos improbables que yacen al fondo de siniestros cañones esperando, como reses en el matadero, a que Doña Naturaleza, vistiendo su traje de furia, venga a danzar por nuestra ciudad.




Monday, January 18, 2010


La imagen es recurrente en sermones y literatura: Noches en vela frente al lecho de un hijo enfermo. Desvelos, cuántos desvelos. Horas sin sueño y angustia es el capital que una madre invierte en la crianza de un hijo.

Hasta este momento de mi vida he dimensionado lo terrible de la imagen y como sucede con tantas cosas en la vida, lo dimensiono ahora que lo sufro. Tener un hijo enfermo es la verdadera cruz de la vida, un infierno que no le deseo a nadie. Apenas con seis semanitas en este mundo e Iker ya ha padecido la crueldad de los virus invernales. Lo que en un principio parecía una simple flemita que atribuimos a leche atorada no digerida, es hoy oficialmente una bronquiolitis. El pequeñito sufre y batalla para respirar. Aún así, con todo y su primera enfermedad a cuestas, las sonrisas no se borran de su rostro, pero meter aire a sus pulmoncitos le cuesta horrores. Llevamos a cuestas tres noches infernales. Carolina no ha pegado el ojo en más de 48 horas. Por fortuna, todo hace indicar que evoluciona favorablemente, si bien en un cuerpo tan pequeñito, el riesgo es latente y es preciso monitorear su respiración cada segundo. Pensamos que la leche materna y las vitaminas serían defensas los suficientemente fuertes para blindarlo contra toda esta porquería viral, pero cuando aún no llega al mes y medio, su salud ya ha sentido la perfidia de este entorno cruel. Ahora te das cuenta que cualquier problema o preocupación del pasado (asuntos de lana, grillas laborales, proyectos no concretados) son frívola basura comparados con seguir minuto a minuto la respiración de tu bebé. En este momento, nada más importa.