Eterno Retorno

Saturday, December 04, 2010


BLANCO NOCTURNO
RICARDO PIGLIA
ANAGRAMA

POR DANIEL SALINAS BASAVE

Aunque en un párrafo de sus diálogos con Sábato Borges se refiere a las vanguardias literarias de Florida y Boedo como una simple tomadura de pelo, lo cierto es que dentro de la historiografía cultural argentina hay autores que se toman en serio la existencia de estas cofradías. El grupo Florida, dicen, nació en la céntrica calle porteña del mismo nombre en donde se encontraba la sede de la revista Martín Fierro, cuyos integrantes departían y arreglaban el mundo desde un café ubicado entre las míticas calles Corrientes y Lavalle. “Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca.... Martín Fierro sabe que todo es nuevo bajo el sol, si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo”, puede leerse en el solemne manifiesto del grupo. Florida concentraba a la aristocracia porteña letrada y vanguardista que tenía contacto permanente con el mundillo literario del Viejo Continente, mientras que su supuesta némesis, el Grupo Boedo, encarnaba el Buenos Aires suburbano y popular, recogiendo el habla del “conventillo”. Boedo tuvo en Roberto Arlt y Los siete locos su “non plus ultra”. Borges se ríe mucho del asunto al que considera un chiste de humor blanco para divertirse a costa de los críticos literarios y asegura que a él, sin tomarse la molestia de preguntarle, lo encasillaron en Florida, cuando en realidad hubiera deseado estar en Boedo. Chalecos a la fuerza, inventos de ociosos o simples chascarrillos, lo cierto es que el asunto de las escuelas no se borra del inconsciente argentino con una simple tachadura. Por ejemplo, en los intrincados terruños futbolísticos (que en el Río de la Plata arrojan más filósofos que los terruños literarios) los directores técnicos y sus sistemas siguen divididos entre menottistas y bilardistas y aunque el asunto haya sido denunciado como una gran falacia de la crónica deportiva, los entrenadores parecen condenados a ser encerrados en el saco de Menotti o en el saco de Bilardo. Campo o ciudad, Buenos Aires o provincia, tango o chacarera, Europa o América; en Argentina todo parece condenado a dualidades en conflicto, pero quienes traten de encerrar a Ricardo Piglia en la jaula de un estilo (o peor aún, de una escuela o grupúsculo) van a enfrentarse a más de un dilema ¿Es Boedo o es Florida? ¿Es hijo de Borges o de Arlt? ¿O es Piglia la materialización contemporánea de esa leyenda surrealista llamada Macedonio Fernández? Si bien al momento de escribir estas líneas Sábato aún vive aguardando el cumpleaños número cien en su casa de Santos Lugares, el narrador vivo y activo que puede considerarse albacea de la herencia de Florida y Boedo, es Ricardo Piglia, nacido en Adrogué, Poblado de la Provincia de Buenos Aires, en 1940, un año antes de que Borges publicara El Aleph. Piglia, obvia decirlo, no fue nunca un contemporáneo literario de Borges, Bioy Casares y mucho menos de Arlt. Sus primeros cuentos, recientemente reeditados con ligeras modificaciones con el título de La invasión, se publicaron a finales de la década de los sesenta, si bien la obra que lo consagraría como un autor mayor fue Respiración Artificial, publicada en 1980 y no sólo fue por mucho la mayor obra escrita durante los siete casi ágrafos años de la dictadura, sino que fue considerada como una de las diez mejores novelas de toda la historia de Argentina, en una encuesta entre 50 escritores de aquel país. Con semejante antecedente, es comprensible que la llegada de una nueva novela de Piglia sea algo más que un suceso, máxime tomando en cuenta que la más reciente, Plata quemada, una obra que coquetea con el nuevo periodismo de Rodolfo Walsh, fue escrita hace trece años. Cediendo a la tentación de caer en una absoluta simplificación, se puede iniciar diciendo que Blanco nocturno es una novela policíaca. Después de todo, hay un asesinato, un detective, varios posibles culpables y un misterio. Los devotos del encasillamiento pueden colocar sin problemas a Blanco nocturno en la sección policial, donde yacen detectives emblemáticos de la primerísima división de la literatura argentina, como Isidro Parodi, creado por esa bestia literaria de cuatro manos llamada Bustos Domecq y parida por la juguetona imaginación de Borges y Bioy Casares. El policial pigliano se ambienta en un perdido pueblo de la pampa (que en una sola página nos sugiere sea su natal Adrogué) a principios de los años setenta. La víctima es un improbable cazafortunas puertoriqueño llamado Tony Durán y el principal sospechoso un más improbable camarero japonés. El detective, corazón de todo rompecabezas policial, es el comisario Croce, quien no desmerece la condición de chiflado antihéroe inherente a todo personaje detectivesco que se dé a respetar. No hay una chica, sino dos, aunque sean iguales: las seductoras y enigmáticas gemelas Belladona. Para hacer más pigliano el asunto, en la historia se ha colado Emilio Renzi, el gran alterego del narrador, presente en Respiración Artificial y en La ciudad ausente e incluso en uno de sus cuentos de juventud. Renzi va a topar con Luca Belladona, antihéroe de tintes kafkianos que por alguna razón hace recordar a ciertos personajes de alguien que nada tiene que ver con el Río de la Plata y se llama Paul Auster. Con el personaje pigliano por antonomasia entre sus páginas, Blanco nocturno va encaminando su laberinto más allá de los territorios policiales. El rompecabezas es trasfondo y acaso pretexto para desdoblar las otras historias que habitan en dicha ficción, simple superficie de una profundidad poblada de acertijos y pies de página que construyen una narración alterna. Con Piglia uno siempre tiene la sospecha de estar siendo víctima de las bromas y las jugarretas de un narrador que acaso se divierta como enano. Con el de Adrogué sobran los símbolos y los guiños, los monitos ocultos en disimuladas cajitas de sorpresas que irremediablemente nos remiten a páginas o personajes de esa tradición nacida en la gran broma de Boedo y Florida. En Piglia…continuará