Eterno Retorno

Sunday, December 19, 2010


Ángel artillero

Por Daniel Salinas Basave

No tenía alas ni aureola, pero sí una inteligencia fuera de serie y una estatura moral e intelectual superior a la de cualquier caudillo revolucionario. Felipe Ángeles se llamaba y la historia oficial, tan avara e ingrata con los buenos, no le ha hecho justicia. En su anárquico soplar, el ciclón revolucionario torció destinos, encumbró carreras e hizo florecer vocaciones ocultas. Seres humanos íntegros como Ángeles fueron devorados por la barbarie, mientras que solemnes oportunistas y rateros de cínica labia, como Obregón y Calles, acabaron quedándose con el pastel entero. Si bien la Revolución fue tierra fértil para el surgimiento de bestias humanas como Rodolfo Fierro, también fue el detonante que puso a prueba una brillante carrera construida en las aulas primero y en los campos de batalla después. Más allá de la astucia y la temeridad que caracterizó a los improvisados generales revolucionarios, Ángeles podía ostentar una sólida preparación que le permitió graduarse con honores como alumno aventajado del Colegio Militar. Su formación castrense y sus conocimientos en materia de artillería e ingeniería militar, lo emparentaban con los generales que iban a la vanguardia en técnica de guerra moderna, forjados en los ejércitos prusiano y francés, que rendirían su examen profesional en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Sin los conocimientos de Ángeles a su servicio, la División del Norte no hubiera alcanzado semejantes alturas ni se habría transformado en el ejército más temido del país entero. Sin haber sabido leer ni escribir y con una carrera de 16 años de cuatrero como único currículum, Doroteo Arango se inmortalizó como el mayor estratega militar del movimiento. Condición zorruna innata, pulida en la universidad de las sierras, Pancho Villa fue un improvisado al que la “bola” permitió explotar al máximo sus cualidades. Cierto, se requería una dosis de su talento bandolero y su vena temeraria para poder enfrentar esa guerra, pero el hombre rudo de la Revolución requería la asesoría del técnico cerebral y ahí estuvo siempre a su diestra Ángeles, el hombre que debió haber sido el jefe militar del Ejército Constitucionalista y que si no lo fue, se debe a la naturaleza celosa e intrigante de Venustiano Carranza, su enemigo declarado. Felipe de Jesús Ángeles Ramírez, nació en Zacualtipan, Hidalgo, un 13 de junio de 1868. La sangre militar corría por las venas de este primogénito, pues el nombre de Felipe Ángeles, el padre, ya había dado de qué hablar en los campos de batalla de la guerra de intervención francesa. Tras su paso por el Instituto Literario de Pachuca, el mismísimo Porfirio Díaz le dio una beca para ingresar a estudiar al Colegio Militar a los 14 años, de donde egresó con honores en 1892 con el grado de Teniente de Ingenieros. Casado con su gran amor Clara Kraus, el joven militar fue a estudiar a Estados Unidos y a Francia. Siendo presidente, Francisco I. Madero, lo nombra director del Colegio Militar y jefe de la campaña en Morelos para mantener a raya a los zapatistas, con quienes Ángeles mantuvo una actitud conciliadora y de diálogo. El gran artillero estuvo encerrado con Madero y Pino Suárez en el cuartucho de intendencia donde los confinó Victoriano Huerta y les dio el último adiós minutos antes de su muerte, el 22 de febrero de 1913. ¿Por qué Huerta no mandó asesinar también a Ángeles esa noche? Esa pregunta me fue formulada cuando presenté Mitos del Bicentenario en Ensenada y coincido con Ismael Quintero Peña cuando afirma que Huerta, soldado al fin, no iba a cargar a cuestas con el asesinato de un general que había sido director del Colegio Militar y que era respetado en el Ejército. Ángeles tenía los tamaños para haber sido el gran jefe militar de la Revolución Constitucionalista, pero acabó siendo el lugarteniente de un caudillo iletrado llamado Francisco Villa. Al pie del Cerro de la Bufa, en la ciudad de Zacatecas, Ángeles alcanzó el 23 de junio de 1914 el punto más alto de su carrera, asestando al huertismo la derrota final que derrumbaría por completo al gobierno usurpador. La puerta al triunfo de los constitucionalistas estaba abierta de par en par gracias a la División del Norte, pero el siempre tramposo Carranza no iba a permitir que nadie eclipsara su figura y con sus celos daría lugar a la sangrienta escisión revolucionaria que viviría en Celaya su punto más sangriento. Exiliado en Estados Unidos, Ángeles cambió los fusiles por la pluma y se dedicó a escribir contra Carranza y el constitucionalismo. Su pluma, tan pulcra y educada como su estrategia militar, giró abiertamente hacia el socialismo. En 1918, Ángeles retornó al país buscando impulsar un nuevo levantamiento armado. Encuentra a Villa convertido en un forajido guerrillero que lo trata con frialdad. Solo y sin grandes aliados, Ángeles cae preso de los carrancistas. Su condena a muerte se produce en un atiborrado teatro en Chihuahua donde la concurrencia pedía a gritos el indulto, mismo que Carranza no concedió. La sentencia se ejecutó el 26 de noviembre de 1919. Antes de ser colocado frente al pelotón, Ángeles escribe una carta de despedida a su amada Clara Kraus, quien vivía exiliada en Nueva York. Ella a su vez le había escrito notificándole que viajaba a México para estar con él. Las cartas se cruzaron en el camino de Nueva York a Chihuahua y nunca llegarían a ser leídas por sus destinatarios. Felipe murió fusilado creyendo que su esposa aguardaba el exilio y Clara jamás supo de la muerte de su amado, pues casi de manera simultánea, con algunas horas de diferencia, murió por enfermedad durante el viaje.

Un alegre Réquiem

Un jurado calificador integrado Felipe Garrido, David Martín del Campo y Antonio Ramos Revillas, ha elegido a mi libro Réquiem por Gutenberg, ganador del Premio Estatal de Literatura 2010, en la categoría de ensayo. Réquiem por Gutenberg es una obra crítica con una fuerte carga testimonial, que reflexiona en torno al futuro de la literatura y el periodismo en tiempos en que la letra impresa enfrenta la avalancha cibernética. No mes resta más que expresar mi gratitud a todos mis amigos y colegas de El Informador y a todos los files lectores de este gran semanario, por su apoyo y retroalimentación a este camino de vida dedicado a las letras. Gracias.