Eterno Retorno

Sunday, July 25, 2010


Porque usted No lo pidió, aquí van los dos últimos Mitos del Bicentenario publicados en los dos más recientes números de El Informador www.elinformadordebc.info


La solitaria estrella texana

Por Daniel Salinas Basave

La solitaria estrella texana, es un astro que alguna vez brilló con luz propia en un caótico universo continental de conflictos e inestabilidades geopolíticas. La creencia generalizada, es que el territorio de Texas le fue arrebatado a México por Estados Unidos luego de la injusta guerra que derivó en ese “robo legal” llamado tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848. Bajo esa errónea interpretación, Texas fue hurtada en” paquete” junto con California, Nuevo México, Arizona y toda esa inmensidad territorial perdida para siempre tras el enfrentamiento con el voraz vecino expansionista. Lo que a menudo se olvida o minimiza, es que Texas fue durante nueve años una república independiente y soberana con gobierno propio y capacidad de autodeterminación. Texas se separó de México luego de una guerra de independencia que a la fecha es recordada y celebrada por los texanos como una efeméride heroica. No por nada, el fuerte de El Álamo en San Antonio es su máximo orgullo, santuario patriota que les recuerda el martirio de sus libertadores a manos de los mexicanos, que son en este caso los villanos de la película.
Recuerdo muy bien aquel verano de 1986 en Texas, viendo todas esas banderas de la estrella solitaria tapizar los edificios públicos y los comercios de sus ciudades. Texas celebraba en grande y con orgullo 150 años de independencia con el mismo jolgorio con que Estados Unidos celebró su bicentenario en 1976. ¿No resultaba, por lo menos extraño, que una entidad federativa estadounidense celebrara con semejante pasión su independencia? Lo cierto es que aunque efímera, existió alguna vez esa mítica república texana. De 1836 a 1845 Texas fue un país que tuvo su propio presidente, su propio congreso y que contó con el reconocimiento diplomático de algunos gobiernos europeos.
Aunque el errante Álvar Núñez Cabeza de Vaca recorrió a pie el territorio texano durante su alucinante peregrinar de siete años, la historia de la colonización de esta zona se remonta al Siglo XVII, cuando expedicionarios franceses comandados por Robert Cavelier de La Salle, establecieron en 1684 el Fuerte de San Luis de Texas, un efímero enclave devastado cuatro años después por los indios karankawa. Los franceses se quedaron con Louisiana, pero el territorio de Texas, dividido en cuatro provincias, pasó a convertirse en dominio español. Las cosas empezaron a cambiar cuando en 1803, Francia accede a vender el territorio de Louisiana a los Estados Unidos de América. El Texas español, cuyo mayor centro poblacional estaba en San Antonio del Bexar con unos 3 mil habitantes, se ve de pronto penetrado por hordas de colonos anglosajones. Cuando en 1821 Agustín de Iturbide firma el Acta de Independencia Mexicana, el territorio texano estaba empezando a ser poblado por miles de aventureros y caza fortunas de los más diversos orígenes. Texas no alcanzó a cumplir 15 años como provincia mexicana y desde un principio, las relaciones con la Ciudad de México fueron conflictivas o de plano nulas. En un afán de poblar la zona desierta, Agustín de Iturbide otorgó concesiones para que emigrantes extranjeros pudieran establecerse en Texas y el aventurero Stephen Austin, al frente de 300 familias, le tomó la palabra. México estaba poniéndose la soga al cuello.
Dos fueron los factores principales que desencadenaron la revolución de independencia texana. El primero fue el relativo a la religión, pues una de las condiciones impuestas por el gobierno de México a las familias que desearan establecerse en Texas, era profesar la religión católica, reconocida como único culto oficial de la República en la Constitución de 1824, siendo que la mayoría de los colonos eran protestantes. Otra manzana de la discordia, fue la vocación esclavista de los colonos texanos, quienes tenían a miles de esclavos negros trabajando en sus campos de algodón, siendo que en México la esclavitud estaba abolida.
La mitología hollywoodense, empeñada en mostrar a los insurgentes texanos como mártires de la libertad, omite señalar en sus películas que esos héroes de El Álamo, masacrados por los “crueles mexicanos”, eran en realidad codiciosos esclavistas que se negaban a liberar a sus siervos. La gota que derramó el vaso, fue la proclamación de la República Centralista Mexicana en 1835, misma que abolía el sistema federal. Los texanos proclamaron su independencia el 2 de marzo de 1836 y constituyeron la República de Texas, cosa que los mexicanos no iban a permitir. Cruzando montes y desiertos, el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna llegó con sus tropas hasta Texas para castigar la osadía libertaria. Hollywood y la mitología patriotera texana, se han encargado de mitificar la batalla de El Álamo, bautizo de fuego de la nueva nación. Cierto es que Santa Anna no se tocó el corazón y masacró a los 200 defensores del fuerte, como cierta es también la leyenda de la siesta fatal, cuando las tropas texanas capturaron a Santa Anna durmiendo a la sombra de un árbol en San Jacinto, el 21 de abril de 1836. La inoportuna siestecita costó a México la firma de los tratados de Velasco, que reconocían parcialmente la independencia texana. Samuel Houston se convirtió en el primer presidente de la República de Texas y Stephen Austin en su primer secretario de estado. Texas llegó a contar con un servicio exterior e incluso tuvo una embajada en Londres formalmente reconocida por la Corona Inglesa, muy interesada en invertir en el nuevo país. Al final pudieron más las incesantes presiones anexionistas estadounidenses encabezadas por el presidente John Tyler y por su codicioso sucesor James Polk y en febrero de 1845, la solitaria estrella texana que brillaba con luz propia en el firmamento americano, pasó a convertirse en una más en la bandera de las barras rojas.