Eterno Retorno

Monday, June 21, 2010

DIO y Saramago: humildes homenajes tardíos

El adiós de la Primavera llega en la altamar de la campaña. El día más largo del año se diluye en la sinfonía de una incesante labor, de un pendiente impostergable, de una entrega siempre urgente. Superficie y profundidades de Tijuana, laberintos en cámara rápida de una ciudad siempre desconocida donde la palabra contraste suena a pleonasmo. Comprometido con el instante, en una batalla a brazo partido con el presente, sin otro horizonte más allá del 4 de julio. La ciudad se ha derretido en mi cabeza.

Desde un tiempo para acá me conecto en cualquier parte. Una nueva maquinita se ha transformado en libreta pata-perro, una suerte de Moleskine de celuloide. Escribo desde un sitio improbable, bajo el Sol del Medio Día, en el estacionamiento del Estadio Cerro Colorado en donde miles de familias se han congregado a sumarse a la Tijuana en Positivo.

Nada es demasiado pausado estos días. Las noticias de la Muerte me llegan en flashazos. Un cantante y un escritor cuyas obras han sido compañeras inseparables en el camino de mi vida, dejaron de existir durante el transcurso de esta campaña: DIO y Saramago.

Cuando apenas arrancábamos, justo cuando tapábamos un bache en la colonia Marrón, Carolina me dio por teléfono la noticia de la muerte de DIO. Creo que este señor se merecía un homenaje en este espacio. La Voz Sagrada del Metal es soundtrack en la película de mi existencia, Arcoiris en la oscuridad, sangre de dragón blindando tu piel en la batalla de la vida. Si algún improbable lector ha seguido este blog, sabrá que contra la ortodoxia y el lugar común, siempre he dicho que en el Cielo y en el Infierno suena el Black Sabbath de DIO. La mañana en que supe de su muerte, amanecí escuchando Rainbow. Los dos primeros discos de esa mítica banda de culto representan uno de los más fascinantes y elevados momentos de la historia del rock: DIO y Blackmoore. The Gates of Babylon, Kill the King, Man of the Silver Mountain, Tarot Women. Después llegaría Heaven and Hell, con sus angelitos fumadores en cuyo juego de cartas ganaron una apuesta a la eternidad. Caballeros de Neón, Niños del Mar, Paraíso e Infierno, himnos inmortales. Después llegaría Mob Rules y la Señal de la Cruz del Sur y más tarde la carrera en solitario con el irrepetible Holy Diver, el DreamEvil, The Last in Line. Más allá de lo emblemático de himnos como Rainbow in the Dark o We Rock, me concentro en piezas atípicas de una pesadez machacona capaz de cavar en el subconsciente. Shame on The Night o la poco difundida Strange Highways, piezas absolutamente Doom que el mismísimo Candlemass envidiaría. El fugaz retorno a Sabbath en 92 con Dehumanizer, un álbum que no me he cansado de escuchar y tras el invernar noventero, el Killing the Dragon para dar la bienvenida al siglo. Vi a DIO por vez primera en agosto de 2002 en el Coors de Chula Vista, junto con Deep Purple y Scorpions. Como a ese concierto entré en calidad de fotógrafo, me tocó tener a DIO a escasos metros cuando abrió con Killing the Dragon ligada con (devórame mar) The Children of The Sea. Momento sublime. El cierre (a petición de mis incesantes gritos) Rainbow in The Dark. Volví a ver a DIO un año más tarde en el Sports Arena con Maiden y Motorhead (vaya trío) pero la consagración fue en la primavera de 2007, con Heaven and Hell en pleno, con Iommi, Buttler y Appice. Inolvidable concierto. Para La Guía escribí la reseña de Devil you Know, el sorpresivo de disco de Black Sabbath a.k.a. Heaven and Hell con rolas de alta octanaje como Bible Black. Después, la noticia de la Muerte. Lo que más lamento, es que ya no habrá un nuevo disco con su Voz Sagrada.

De Saramago me enteré, como tantas cosas en la vida de estos últimos dos meses, a bordo del camión mientras checaba el internet. Lo se, 87 años pesan, pero lucidez había de sobra. Me sucede lo mismo que con DIO: Esperaba uno o muchos libros más del portugués. Me duele saber que no habrá uno nuevo. En momentos trascendentes de mi vida fui acompañado de un libro de Saramago. Cuando nació Iker, el libro que me llevé al hospital era Caín (aunque con tanta emoción por la llegada del Conejito, ni siquiera me acordé de leer) Cuando Carolina y yo nos casamos, mi lectura de aquel verano del 99 era El Evangelio según Jesucristo, que siguió a Todos los Nombres. Los primeros meses de nuestra estancia en Tijuana fueron profundamente saramaguianos. Pero más allá de novelas irrepetibles, con Saramago me une un sacramental respeto por la dignidad y coherencia de su ateísmo. Hay formas de negar a Dios y la de Saramago es de una nobleza y una estatura intelectual que inspiran respeto hasta en los creyentes. Su texto El Factor Dios escrito a raíz del 11 de septiembre es para llevarlo tatuado en la piel. Leí Caín el pasado Invierno y no pude menos que emocionarme al ver expuesta con tanto desparpajo la podredumbre del pestilente Jehová, el padre de los cultos monoteístas que tanto mal han hecho a la humanidad. Pero no solo me seduce el lado apostata de Saramago. El año de la Muerte de Ricardo Reis (Pessoa inmortal), La Caverna (el mito platónico inagotable),Historia del Cerco de Lisboa. Librazos. Sí, me confieso saramaguiano y su muerte me duele en lo más hondo.
A Saramago la vejez y la gloria no le mojaron la pólvora literaria. Después de sorprender al mundo con su sui géneris novela “El elefante”, el portugués y su vocación iconoclasta subió al ring del escándalo con su obra más polémica desde el ya célebre Evangelio según Jesucristo. Apóstata confeso y deicida hormonal, Saramago practicó hasta el final de su vida el sano deporte de provocar mojigatos al referirse a dios (así, con minúsculas) como el autor intelectual del asesinato de Abel, toda vez que despreció el sacrificio que Caín devotamente le había ofrecido.
Saramago, lo sabemos, escribió bajo sus propias reglas y para leerlo se requiere someterse a su propio manual de estilo. Una vez que se ha hecho “clic” con el portugués, su lectura será hedonismo puro.


PD- Alguien me ha preguntado qué puedo decir sobre la muerte de Monsivais: la verdad no mucho. Reconozco su aporte a la cultura mexicana, pero a mi vida no aportó nada. Me duelen las muertes de la gente que tuvo alguna influencia en mi vida. Sin Saramago y sin Tomás Eloy Martínez mi existencia no hubiera sido la misma. En cambio Monsivais, para serles franco, me resultaba un tanto patético. Cuestión de gustos y sinceridades. No porque haya muerto lo cubriré de falsas loas. Acaso algún día pueda yo descubrir al gran escritor que en vida simplemente ignoré, porque para ser honesto, me aburrió profundamente.