Eterno Retorno

Saturday, April 24, 2010


El libro tiene su día mundial. Cervantes y Shakespeare se pusieron de acuerdo para morir el mismo día y el universo de lo políticamente correcto celebra la lectura. Sí, las buenas conciencias te recomiendan que leas, aunque ellas mismas no lo hacen. En mi caso no hay opción ni alternativa. Lo mío hace tiempo entró a los territorios de la patología. No leo porque sea saludable o porque la lectura vaya a hacerme crecer como persona. Leo porque no tengo otra elección, porque no podría dejarlo, porque si de pronto me encerraran en una casa sin libros empezaría a tener reacciones violentas de heroinómano en abstinencia, porque si voy por la calle sin un libro en la mano me siento tan inseguro y desprotegido como el niño que sale de casa sin su osito o su cobija predilecta. La gente me pregunta qué haría yo para motivar a la lectura. Francamente no lo se. No se si un masturbador compulsivo pudiera ir por el mundo motivando a la gente masturbarse o si un adicto a los videojuegos pudiera arrancar una campaña para que te pases el día entero con los controles en la mano. En mi caso es exactamente lo mismo. Lo mío más que un hábito saludable es un problema de centro de rehabilitación. Alonso Quijano no era una persona sana. Yo tampoco lo soy. Las más de las veces, prefiero los libros a las personas.
A menudo extraño los días en que fui un lector (más o menos) ordenado. Leía un libro, lo concluía y sólo entonces comenzaba otro. Durante el periodo de lectura la obra en cuestión era un absoluto sobre el que giraba la totalidad de mi atención. Hoy me he vuelto compulsivo hasta el extremo. Infinitas lecturas danzan en mi cabeza. Una página aquí, otra página allá, deambulando entre buró, mochila y carro. De pronto, con horrorosa certidumbre comprendí que ya no hay tiempo, que los lomos de los libros se dedicarán a contemplarme desde su caótico altar como ventanas a un más allá, como promesas de un viaje que nunca realizaré. Al azar los abro y encuentro en sus páginas papelitos, flyers, boletos de trolley y nostalgias baratas. Subrayados de jeroglífica caligrafía, notitas a píe de página, teléfonos y correos de quién sabe quién chingados. Dentro de una biografía de Borges de Xosé Carlos Caneiro encuentro un recibo de Tangol del 10 de noviembre de 2005: Calle Pacheco de Melo, debe estar en el lobby del hotel a las 19:00 horas. Doble contra sencillo apuesto a que fui a ver un Boca Juniors vs Inter de Porto Alegre en la Bombonera. 4-1 quedó el asunto. Sólo se puede escapar del Infierno desde el ejercicio del arte, subrayé en la página 96. Dios que no puede cambiar el pasado, pero sí las imágenes del pasado. La verdad coincide con la mentira; la vida coincide con la literatura. Un ser que busca la libertad, la sabiduría, la serenidad. Pero no las encuentra. Porque sólo puede encontrarlas en la Muerte. Asterión es el Minotauro perdido en su laberinto. El hombre extraviado en el corazón del mundo. El hombre siempre condenado a perder.

Ya no quedan imágenes del recuerdo. Solo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos. Homero, Ulises, Borges. Todos son el mismo hombre.


Los lectores de papeles apolillados, estorbosos, consumidos por el hongo y la humedad. Sectarios pestilentes somos, caducos animales en extinción aturdidos por el canto de la guajolota modernidad: el e- book el iPad y el iPuto y el facebook y los mil un mitos de cibernéticos sísifos. Las redes de almas ociosas. La humanidad entera yaciente en una lap top. Mis pesados y estorbosos libros de papel ¿Cuánto he invertido en ellos? ¿A dónde irán cuando yo haya muerto? En el paraíso de los e books, una biblioteca como la mía será tan solo un montón de escombros. ¿Donarla? Prenderle fuego es la alternativa. Arden los libros de caballería que llevaron a la perdición a Don Alonso Quijano. Mi biblioteca-vicio, biblioteca-lastre, ardiendo en una pira cuando yo esté muerto. No, aún no escribo mi testamento para decir a quién heredaré mi biblioteca. ¿Habrá alguien que la quiera? Hoy el Aleph y la Biblioteca de Alejandría caben en un iPod. ¿Quine querrá estos abruptos bosques de papeles tatuados de nostalgia e inutilidad?


Desde hace muchos, muchísimos años he visto a políticos padecer noches de insomnio o tener orgasmos por los resultados de las encuestas. La encuestocracia es propia de la era tecnócrata de la política, cuando el marketing se impuso al discurso y GQ desbancó a Proceso en las preferencias de los hombres de estado, algo muy propio de los 90 que llegó para quedarse. Siempre he considerado a estos ejercicios como un consumado ejemplo de la tiranía de la estupidez o una ficción barata. Vaya, confieso que yo mismo he dudado muchas veces que esas cosas en verdad existan o tengan algún cimiento de realidad. Recuerdo que siendo adolescente trabajé como encuestador y muchas de las encuestas las acababa llenando yo mismo. Mi fundamento para dudar de la veracidad de estos sondeos, se basa en que a mí, en toda mi larga vida, jamás me han encuestado y siempre sostuve que si alguna vez alguien me encuestaba, mentiría olímpicamente para mostrar la falsedad de la técnica. Pues bien, hoy 24 de abril de 2010, por primera vez en toda mi vida alguien llamó a esta casa para hacer una encuesta sobre política y preguntarnos por qué partido votaríamos y lo peor de todo, fue que dijimos la verdad.