Eterno Retorno

Friday, December 18, 2009


No se si los libros cambiaron mi vida, pues no se cómo era antes de ellos, (porque sospecho, aunque lo he olvidado, que hubo un antes) A mi vida los libros más bien le dieron rumbo y la marcaron. La existencia del heroinómano no se concibe sin la heroína. La mía no se concibe sin libros, pues más que ese sano hábito promovido por los bien pensantes, la lectura para mí es patológica adicción. Pasé mi infancia viviendo en una casa cuyas paredes no conocí, pues todas estaban tapizadas por libros. Era sin duda una de las bibliotecas más fascinantes de todo el país, tal vez la más completa en materia de filosofía. Algunas veces he estado a punto de afirmar, como Borges, que mi paraíso es una biblioteca infinita como la de Babel y sí, lo confieso, he estado tentado a decir que, escapista de la realidad como soy, prefiero vivir el universo entre páginas antes que el del mundo real. Sin embargo, este tema de Recolectivo llega justo en el momento en que he vivido la experiencia más fascinante y más hermosa, la que ningún libro me ha podido dar nunca, ni me dará. Vaya, cambiaría todos los libros que he leído en mi vida por esos minutos de magia en los que vi nacer a mi hijo. Por ese momento arrojaría toda mi biblioteca al fuego. La literatura, me queda claro, es terriblemente pobre y limitada. Toda esa arquitectura de palabras que ha dado sentido a mi vida, no puede describir ni acercarse al sentimiento de tener a mi hijo entre los brazos. Cualquier expresión sobra. Ello explica que por primera vez en más de 25 años, he pasado más de una semana sin leer y sin sentir ese síndrome de abstinencia que siento cuando me falta un libro cerca. Hoy, más bien, pienso en los libros que le leeré a Iker, en los cuentos que compartiré con él y en tratar de hacer su infancia tan mágica como fue la mía.

Tuesday, December 15, 2009

Iker abre sus ojos. Su mirada se desliza hacia arriba buscando enfocar a quien pronuncia su nombre. Iker escucha nuestras voces y la inmensidad de un mundo nuevo se diluye en su mirada, esa mirada que descubre y hechiza; la vida entera justificada y contenida en la expresión de sus ojos, una expresión que me derrite y me hace comprender que toda la vida es un gran río desembocando ahí, en esa mirada donde yace un Aleph de todo lo que es bello. El eterno Sí a la vida. El néctar de todo buen sentimiento está contenido en sus ojos, en sus manos que buscan tocar y asir.

La vida se ha reinventado. El tiempo se detuvo y volvió a comenzar desde el momento en que escuchamos su primer llanto. Llevo una semana fuera del tiempo y de eso que llaman universo real. Sólo hasta este día en que retorno al trabajo, caigo en la cuenta de que el mundo siguió girando, aunque ya no es ni será nunca el mismo. No podría volver a serlo. Hasta de la palabra escrita me he olvidado y la verdad es que las palabras salen sobrando en este momento. Hay emociones que exceden cualquier arquitectura literaria. ¿Cómo podría narrar yo aquí lo que sentí al verlo salir al mundo? Cualquier cosa que dijera sería una pobre expresión, un infructuoso intento por traducir una emoción indescriptible. Pero el mundo al que ha llegado a vivir Iker Santiago está girando y yo debo salir a pelear por él.

El mundo al que ha venido a habitar Iker yacía bajo una helada tormenta unas horas antes de su llegada. Contemplando la lluvia inclemente, frente a ráfagas congelantes que azotaban nuestros rostros, Carolina y yo tomamos la decisión sugerida por el médico: Tendría que ser cesárea. El tiempo pasaba, Iker crecía cada día y la posibilidad de un parto natural se diluía conforme avanzaba Diciembre. La cita sería al día siguiente a las 8:00 de la mañana, pero la preparación psicológica y espiritual para el momento más esperado no fue en absoluto sosegada. Cuando las nubes negras se derraman sobre Tijuana, esta ciudad sufre castigos bíblicos. Circular entre calles transformadas en caudalosos ríos para llegar a una casa a oscuras puede ser romántico en ciertas circunstancias y ahora que lo veo en retrospectiva con la distancia de una semana, caigo en la cuenta de que esa lluvia siempre traerá para mí los más bellos recuerdos, si bien aquella noche sólo olía a catástrofe. Sin luz, sin agua (en Hacienda Parasitaria la falta de energía trae como consecuencia la falta del vital líquido) dentro de una casa helada, nos preparamos para el momento más trascendente de nuestras vidas.

Pero el amanecer del 8 de diciembre trajo consigo a un engalanado Sol invernal que vistió al cielo de su mejor azul para recibir a Iker con ese aire cristalino heredado por las tormentas. Contra todos los pronósticos, el peregrinaje hasta la maternidad fue sosegado y el ingreso a la misma carente de tramitología. Insistí en que me dejaran entrar a ver salir a Iker, pero la solicitud fue negada en un principio. Aguardé el momento en el cuarto asignado a Carolina cuando en eso, sin decir agua va ni explicaciones de por medio, una enfermera puso en mis manos un uniforme de quirófano. Estaba oficialmente invitado a vivir el momento que cambiaría para siempre mi existencia. Entré al quirófano bajo advertencia de estarme quieto en una esquina, sin emitir comentario alguno ni dejar escapar expresiones ante la presencia de la sangre, que suponían, me impresionaría mucho. Esperé paciente mientras veía a esa cohorte de encapuchados blancos manejando sus bisturís mientras hablaban trivialidades de los accidentes provocados por la lluvia. De pronto, uno de los doctores me hizo la seña de que me acercara y cuando estaba a unos centímetros de ahí metieron las manos en el vientre de Carolina y el ginecólogo sacó a Iker como mago que saca un conejo bajo un sombrero. Deben haber sido unos segundos los que transcurrieron desde el instante en que vi salir su cabeza del vientre hasta el instante en que lo colocaron sobre una mesita y luego de limpiarlo lo acercaron a la cara de Carolina para el primer beso. Como reportero me ha tocado estar en ciertas situaciones extremas en las que he conservado la frialdad, pero dentro del quirófano tomé las peores fotografías de mi vida. Las primeras imágenes de Iker en este mundo reflejan el pulso de un padre devorado por nervios y emociones. Tres kilos, 600 gramos. 52 centímetros fue el parte de batalla. Después lo colocaron en una incubadora dentro de un cuarto en donde sólo me quedé yo. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo se. No hay relojes que midan lo eterno. A través del cristal veía a sus abuelos que me hacían señas y tomaban fotos. Iker lloraba y movía furioso brazos y piernas. ¿Quién carajos nos sentíamos nosotros para arrancarlo así como así de su casita uterina? Ahora lo rodeaba un mundo donde había luz, frío, voces y falshazos de cámaras.

Iker ya está con nosotros y la vida se ha vuelto a inventar desde ese día.

Hoy Iker cumplió su primera semana de vida, un periodo parecido a la eternidad en donde se aprende lo que un adulto no asimila en años. En una semana Iker ha crecido y se ha vuelto un canchero en asuntos de leche materna. Es un niño bueno, paciente y tolerante con sus padres inexpertos, que sufren para poder sacarle una simple burbujita. De sus siete noches en el mundo, sólo una se ha complicado más de la cuenta. Cuando salgo de casa irremediablemente lo extraño y lo extraño mucho.