Eterno Retorno

Friday, October 23, 2009


Nunca antes había experimentado con tan obscena intensidad nuestra condición reos de la Historia. Víctimas de una época y sus absurdas circunstancias, caminamos como condenados por las veredas del presente.

Por un momento, tuve la iluminación del ridículo total de nuestra época, cuando imaginé a quienes leerán, estudiarán y seguramente se burlarán de este momento de la historia humana (no señores mayas, no me creo sus profecías del 2012)

Nuestra concepción lineal y progresiva de la Historia, nos hace mirar con un dejo de burlona misericordia el pasado. Los peregrinos flagelantes intentaban conjurar a latigazos la bacteria de la peste bubónica en 1348; los príncipes franceses comían pasteles frente a los miserables en 1789; los zares de un imperio en decadencia entregaban el poder a un monje alucinado y millones de seres yacían marchando por eternos campos de batalla, dispuestos a inmolar sus cuerpos concretos en al altar de las ideas abstractas.

Con la cómoda distancia del tiempo, sentados en nuestra zona de confort, leemos sobre épocas en donde determinado pueblo o nación sucumbió en medio de la absurda demencia. “Pobrecitos, qué tontos, qué fanáticos, qué inconscientes, qué ciegos”, diremos desde nuestra racional época de tolerancia y consciencia, sin acertar a mirar el sinsentido que nos rodea.

Imagino al que dentro de cien años estudiará al México de la primera década del Siglo XXI y se reirá de nuestra estupidez y nos contemplará como una masa condenada por la ceguera de sus gobernantes y la conjunción de adversidades sociales, climáticas y sanitarias.

Sí, siempre serás tú y tus circunstancias, pero pocas veces como ahora tengo tal conciencia de estar experimentando en carne propia el destino de una nación o un planeta. De pronto, millones de personas comparten (y acaso se hermanan) en un destino trágico.

Me explico; las más de las veces vives condicionado a circunstancias personalísimas que te afectan únicamente a ti y a tu microcosmos. Has tenido un accidente o padeces una enfermedad que te afecta sólo a ti. Si bien tu desgracia obedeció a determinadas circunstancias de causa-efecto, es, ante todo, una tragedia individual, casi independiente de la época histórica.

Sin embargo, hoy mi vida diaria se desarrolla entre escenarios de caos interconectados, los distintos círculos de un mismo infierno, los órganos contaminados de un gran cuerpo enfermo. Comprometido y condenado a la cárcel del instante presente, eres conciente de lo infinitamente ridícula que es tu época y sin embargo, no puedes escapar a ella. Eres preso de tu época histórica y deberás vivirla y padecerla.

Hoy más que nunca me queda claro que no hay destinos individuales ni predestinados. Seas quien seas, siempre serás un juguete de dioses borrachos, caprichosos, practicantes del más negro de los humores.

Imagínalo por un momento: eres Daniel Salinas Basave, has nacido con tu misma cara, tu mismo cuerpo, tu misma carga genética y tu mismo IQ, pero te ha tocado vivir en la Europa de 1348. Tu existencia entera está condicionada y acaso condenada por la peste bubónica. Eres tú, pero habitas un mundo apocalíptico que está muriéndose. ¿Hay alguna conexión entre ese Daniel del Siglo XIV y al que le tocó llegar a la edad adulta en los albores del Siglo XXI? Sin duda me dirás que 800 años son un abismo y que, con o sin peste bubónica, la concepción del hombre medieval nada tiene que ver con la concepción del hombre del Siglo XXI. Sí, tal vez estamos sobre informados y algunas veces hasta creemos conocer nuestro mundo, pero nuestro bombardeo informativo es una alegoría, una ficción. Todo este mundito que deglutimos a través de una pantalla, no es muy diferente que las historias narradas por los trovadores en el centro de las aldeas.


Hace poco leí un ensayo del medievalista francés Robert Fossier, “Gente de la Edad Media”. Tras ofrecernos un panorama de la vida cotidiana y el pensamiento popular reinante en los siglos XIII y XIV, emite una conclusión que en un principio me pareció alucinada: El hombre medieval somos nosotros. Hoy, caigo en la cuenta de que este libro está diciendo una odiosa verdad. Sí, el hombre medieval somos nosotros. Llenos de miedos, inseguridades e incertidumbres; esclavizados por los poderosos; ridículos juguetes de conflictos que nos son ajenos, amenazados por pestes y criminales, avanzamos ciegos por oscuros bosques poblados por demonios y fantasmas.
Welcome to the new dark ages . DSB


PD- El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido. Milan Kundera


Thursday, October 22, 2009


Viernes de Recolectivo



I

El armisticio



La rendición debió ser incondicional. Esa fue la exigencia de mi Insomnio para admitir el armisticio. El Tratado de Paz exigía el exilio de un ejército de somníferos, menjurjes y hierbas de la más diversa ralea cuyos esfuerzos por ganar la Guerra fueron siempre infructuosos. También me exigió la entrega inmediata de los tratados kantianos y los discos de música relajante con los que inútilmente busqué invocar al sueño. El armisticio me obligaba a admitir a mi Insomnio como amo y señor. Lo más terrible fue el apartado referente a la sentencia de muerte de Morfeo, misma que debía ejecutarse sin dilaciones. A partir de ese momento mi existencia se transformó en un día largo, denso y aburrido. Perdí la capacidad de diferenciar la luz de la oscuridad, el frío del calor e incluso empecé a perder la noción de la forma humana. Lo peor fue cuando me di cuenta que mis pasos no me llevaban a ninguna parte y que al tratar de correr mis piernas se transformaban en chicle. Al final perdí la identidad: Yo era una otredad múltiple y el instante presente era el futuro de un pasado milenario. Fue entonces cuando desperté.

II

Hablar de tú con los demonios

El alucinógeno más potente son los estados alterados del sueño. Sólo en cierta hora de la madrugada, a medio camino entre la duermevela y el sueño profundo, logro hablarme de tú con mis demonios.
Hay una percepción que coquetea con lo abominable y como suele suceder, esas revelaciones sólo puedes tenerlas en noches de insomnio.Nadie tan heladamente sincero, tan cruel para escupirte al rostro tus verdades como el insomnio. El insomnio es de esos amigos fieles que jamás sabrán mentirte, aunque su sinceridad se parece mucho al sadismo.Sólo cuando la luz de la lámpara del buró te alumbra a las 4:00 de la mañana puedes tomar conciencia de dónde estás parado y te topas de frente con un espejo brutalmente honesto. Una zona de fantasmas y demonios que te invitan a patinar trazando un círculo en el cañón de la pistola. Una zona en donde la aparente calma del mar bajo un cielo nublado, es heraldo de que algo va a estallar, de que un millón de infiernos silenciados van a hacer erupción dentro de ti como un volcán. Una certidumbre absoluta de que el lugar equivocado es el único posible, el único dónde quieras o no, puedes estar.

III

Hoy es el futuro

Hoy es muchos años después, hoy es el alucinante futuro, hoy es ese lejanísimo lugar en el tiempo que nunca llegaría. La noche del 22 de octubre del 2009 es la alucinación de un niño que la imagina 25 años antes mientras padece esa noche de insomnio. Un niño despierta de madrugada en las tinieblas de su habitación e imagina esa oscuridad improbable, parecida a un sueño angustiante, a los delirios de la fiebre. Un niño para el que la vida adulta es un planeta muy lejano, inalcanzable, tan remoto como ese mentado Siglo XXI para el que tantos años faltan. Un niño que imagina a un adulto que tendrá una noche de insomnio muchos, muchísimos años después.

IV

Una capa de hielo


Mi felicidad es un niño en patines de hielo deslizándose a toda velocidad por una delgada superficie a punto de romperse. Bajo el quebradizo hielo hay un abismo sin fondo, poblado de monstruos, pero en este momento el niño está patinando como si nada. Si la capa de hielo es gruesa o está a punto de derretirse es cosa que le tiene sin cuidado. Hoy estoy patinando; mañana quién sabe.

Sunday, October 18, 2009



Publicada en El Informador # 3


La Conquista la hicieron los indígenas; la Independencia los españoles

Por Daniel Salinas Basave

El más rimbombante nacionalismo nos ha impuesto una versión ridículamente poética de la historia. Bajo esta visión oficialista, una nación llamada Anáhuac, poblada por sabias culturas de astrónomos, arquitectos y artesanos, es conquistada y esclavizada por el Imperio Español gracias a la superioridad técnica y militar de su ejército. Después de tres siglos de esclavitud y tiranía, esta nación logra liberarse del yugo español gracias a un heroico movimiento insurgente que acaba con el tirano. Muy bonita historia la oficial, como para envolverse en la bandera y derramar patrióticas lágrimas. Lástima que sea una historia falsa.

La realidad es que al llegar los españoles a costas mexicanas en 1517, no existía en este territorio algo parecido a una nación. Existían muchos pueblos que hablaban lenguas distintas, la mayoría sometidos al dominio del pueblo mexica. Por simple lógica matemática, una expedición de menos de 500 españoles con apenas 16 caballos no hubiera derrotado jamás a un imperio de decenas de miles de bravos guerreros. Con todo y los arcabuces, tan complicados de disparar, las pesadas armaduras y los caballos (que como hemos podido ver no eran tantos) la expedición de Hernán Cortés jamás hubiera tomado la Gran Tenochtitlán. ¿Cómo lo logró entonces? La culpa de todo la tienen los tlaxcaltecas, diría Elena Garro. Hernán Cortés supo aprovechar a su favor los pavores supersticiosos de Moctezuma y sacar partido del odio que a los mexicas profesaban sus pueblos sometidos. Por cada soldado español, hubo diez tlaxcaltecas en la caída de Tenochtitlán en 1521. ¿La conquista la hicieron los indígenas? En cierta forma. Sin tlaxcaltecas, Cortés y los suyos jamás habrían vencido a Cuauhtémoc.

Ahora bien ¿la Independencia la hicieron los españoles? Ciertamente no la hicieron los indígenas. Es verdad que hubo rebeliones étnicas durante el virreinato, siendo la del maya Jacinto Canek en Yucatán la más sonada, aunque ninguna pudo triunfar y ni siquiera hacer tambalear el gobierno peninsular. También es verdad que en sus inicios, la insurgencia tuvo carácter de revuelta popular y el “ejército” de Hidalgo estuvo compuesto por el escalafón más bajo de la pirámide social. Sin embargo, la realidad es que la Independencia de México fue en esencia un movimiento criollo. Imposible concebir las independencias latinoamericanas sin el factor de la invasión napoleónica a España y la decadencia borbona. Los factores geopolíticos de la península fueron la clave del movimiento en América.

Cuando se habla de una guerra de once años, como fue la Independencia de México, lo coherente es creer que los avances y los triunfos del bando ganador fueron graduales y progresivos. Si la Independencia se consumó en 1821, sería muy lógico pensar que para 1820 el bando insurgente tenía dominado casi todo el país y que los realistas estaban a punto de rendirse. Pero el nuestro fue un movimiento independentista sui generis y atípico. La realidad es que para 1820, el movimiento insurgente estaba casi totalmente sofocado y en el Virreinato de la Nueva España se vivían tiempos de paz. De aquellos grandes ejércitos de Morelos y Galeana que fueron capaces de poner en jaque al virrey, tan sólo sobrevivía una reducida guerrilla comandada por Vicente Guerrero aislada en las montañas del Sur, que no representaba peligro alguno para la estabilidad del virreinato, mientras que el futuro primer presidente del país, Guadalupe Victoria, yacía oculto en las profundidades de una cueva en Veracruz donde sobrevivió casi un lustro como un ermitaño. Si nos atenemos al aspecto puramente militar, debemos concluir que cuando la insurgencia fue más fuerte y tuvo reales posibilidades de derrocar al gobierno peninsular, fue en 1812 y 1813, cuando los ejércitos de José María Morelos, Hermenegildo Galeana y Mariano Matamoros, lograron controlar casi todo el Suroeste del país. Cuando Morelos es aprehendido y fusilado en 1815, el ejército virreinal había asestado una herida mortal a la insurgencia. El virrey Félix María Calleja del Rey había pacificado por completo al país. Salvo por esa fugaz y relampagueante expedición encabezada por el navarro Francisco Javier Mina en 1817, lo cierto es que de 1815 a 1820 los realistas no tuvieron mayores dolores de cabeza con los insurgentes, reducidos a aisladas guerras de guerrillas

Con un virreinato casi limpio de focos de insurgencia ¿Cómo fue posible que en menos de diez meses se consumara la caída del gobierno español? Por la simple y sencilla razón de que al ambicioso y visionario jefe del Ejército Realista, Agustín de Iturbide, “se le ocurrió” proclamar la independencia mediante el Plan de Iguala. Los jefes realistas que habían combatido a sangre y fuego a los insurgentes, de pronto se dieron cuenta que para sus intereses, era mejor cortar de una vez por todas la cadena umbilical que los unía a la España del déspota Fernando VII, que había desconocido la Constitución de Cádiz. Iturbide, que había combatido con lujo de crueldad a las tropas de Morelos, de pronto se convertía en el defensor de la Independencia. Bustamante, Santa Anna, Filisola y otros jefes realistas se adherían al Plan de Iguala. Más como un símbolo de legitimidad que como estrategia militar, Iturbide pacta con Vicente Guerrero, jefe del último reducto insurgente original. Aunque no hubo abrazo ni fue en Acatempan, la unión de Iturbide con Guerrero legitimó al Ejército Trigarante, compuesto en su mayoría por soldados realistas. La Independencia la consumaron los que originalmente la habían combatido. Guste o no a la historia oficial, Iturbide, el sanguinario cazador de insurgentes, es en los hechos el único libertador de México. Haciendo un poco de historia comparada, vale la pena señalar que Simón Bolívar, José de San Martín, Artigas, O´Higgins y los principales libertadores de América, también fueron burgueses nacidos en la aristocracia criolla y formados en el ejército español como defensores del Rey. Salvo el caso de Haití, donde una rebelión de esclavos rompió las cadenas francesas, la liberación de América fue concretada por la alta burguesía criolla y en la mayoría de los casos, los indígenas continuaron en las naciones independientes reducidos a las mismas condiciones de miseria y esclavitud disfrazada que padecían en la colonia.


¿Hubiera podido Vicente Guerrero consumar la independencia? ¿Se habría roto tan fácilmente el vínculo con España de no haber cambiado de bando Iturbide? ¿Un Fernando VII más tolerante, liberal y reformista habría podido conservar sus colonias otorgándoles mayor autonomía? La historia de lo que pudo haber sido y lo que estuvo a punto de ser, yace escrita en la imaginación.