Eterno Retorno

Friday, December 04, 2009


LOS MITOS DEL BICENTENARIO

Pípilas, niños artilleros y esos 15 minutos de inmortalidad

Por Daniel Salinas Basave

Andy Warhol habló algún día de los 15 minutos de fama a los que todos podríamos aspirar, pero apostamos doble contra sencillo a que el gurú del pop art jamás conoció la historia del Pípila y el Niño Artillero, pues en lugar de hablar de 15 minutos de fama, habría tenido que referirse a 15 minutos que valieron la inmortalidad. Estas dos míticas e inciertas figuras, cuya existencia es puesta en duda por algunos historiadores serios, han quedado tatuadas en la memoria popular y son mucho más célebres que los ideólogos o caudillos culturales del movimiento. Para sostener lo dicho, hagamos una prueba: que levante la mano quien pueda mencionar al menos dos postulados de la Constitución de Apatzingán y el documento Sentimientos de la Nación. Parece que no hay muchas manos alzadas. Venga otra trivia: ¿quién fue el licenciado Francisco Primo de Verdad? Parece ser que este señor no es muy conocido. Bueno, vamos con una tercera pregunta: ¿podrían mencionar las diferencias sustanciales entre la obra de José María Luis Mora y la de Lucas Alamán? Todo indica que a este par de intelectuales no les sobran lectores hoy en día y más de tres décadas dedicadas a disertar en torno al movimiento insurgente y la conformación política de la nueva nación, no fueron suficientes para asegurar un sitio en la memoria colectiva. Como podemos constatar, la dimensión política e ideológica del movimiento insurgente no es muy popular que digamos. Bien, hagamos ahora otra prueba: levanten la mano los que sepan quién fue El Pípila. Uff, hay muchas manos levantadas. Aún los desinteresados en la historia tienen una idea de quién fue este personaje. El Pípila fue un minero que se amarró una piedra a la espalda y quemó la puerta de la Alhóndiga de Granaditas, responderán. Eso sí, mejor no preguntemos cómo se llamaba El Pípila, pues casi nadie sabe, pero eso poco importa. Como Pípila lo conocemos y mal que bien, su imagen es infaltable en las estampitas infantiles y asambleas escolares. Aquí en Tijuana, al igual que en muchas ciudades mexicanas, existe una colonia que se llama El Pípila y quienes hemos tenido la fortuna de visitar Guanajuato, sin duda hemos sudado un poco escalando para llegar hasta el enorme monumento en honor al heroico barretero. Tal vez no sea tan popular como El Pípila, pero sin duda habrá unas cuantas manos levantadas si preguntamos sobre el Niño Artillero. Fue un muchacho que disparó un cañón y logró rechazar a los españoles durante el Sitio de Cuautla, responderán. Al igual que el Pípila, el Niño Artillero tiene colonias y calles en diferentes ciudades mexicanas. Lo interesante del asunto, es que estos dos personajes aseguraron su inmortalidad en los libros de historia por brevísimas pero decisivas acciones en medio de grandes batallas. Unos cuantos minutos bastaron para asegurar su entrada al pandemonio de los grandes próceres nacionales. Tal vez sin esos mitificados instantes de gloria, sin duda modificados por la leyenda, Pípila y Niño Artillero hubieran formado parte de esa inmensa masa anónima devorada por la vorágine insurgente, pero la historia es caprichosa. Ahora la pregunta que vale la pena hacernos es: ¿existe acaso constancia que certifique la real existencia de estos dos personajes? ¿Sabemos qué hicieron antes y después de sus 15 minutos de heroísmo? La existencia de El Pípila ha dado lugar a no pocos debates. Artemio del Valle Arizpe aborda el tema en su libro “Personajes y leyendas del México virreinal” (Panorama Editorial) en un interesante capítulo que deja una pregunta abierta al lector: ¿hubo pípilas? Citando a cronistas de la época como Lucas Alamán, Arizpe señala que durante la toma de la Alhóndiga de Granaditas, el 28 de septiembre de 1810, hubo combatientes que se amarraron losas a la espalda para poderse acercar a las puertas del granero y prenderles fuego. Alamán habla de varios soldados con piedras amarradas como escudos, no solo uno. Lo cierto es que pese a no haber abandonado nunca su condición legendaria y mítica, cierta corriente historiográfica se ha puesto de acuerdo en que El Pípila se llamó Juan José de los Reyes Martínez y tan no es una figura de leyenda, que hasta señalan la calle exacta donde nació: Terraplén, número 90, San Miguel El Grande, Guanajuato, fue el lugar donde Juan José de los Reyes Martínez vino al mundo el 3 de enero de 1782. Al igual que miles de guanajuatenses en la época virreinal, se dedicó a la minería y como cientos de mineros del Bajío, se unió al padre Miguel Hidalgo en 1810. Versiones más novelescas lo ubican incluso como compadre del Intendente Riaño, defensor y mártir de la Alhóndiga, algo muy poco probable por cierto. En el argot popular, pípila significa guajolote, aunque no se sabe si a Juan José lo apodaban así por cierta similitud física con estas aves, por tener el rostro picado de viruela o por imitar el graznido de los pavos. Tampoco se sabe si fue una espontánea idea suya o si el cura Hidalgo personalmente lo comisionó para que quemara la puerta de la Alhóndiga, lo cual consiguió amarrándose una losa que le sirvió como escudo contra el nutrido fuego que los realistas escupían desde el techo del granero. Lo cierto es que el Pípila quemó la puerta, lo que permitió la entrada de los insurgentes a la Alhóndiga, desatando una de las más crueles masacres de españoles. Respecto al Niño Artillero también flota un aura de leyenda e irrealidad, aunque casi todos los historiadores están de acuerdo en que existió. Su nombre fue Narciso Mendoza y al momento de su hazaña, el 19 de febrero de 1812 en Cuautla, contaba con doce años de edad. Los realistas al mando de Félix María Calleja del Rey lograron batir una trinchera insurgente y cuando su tropa ya penetraba a Cuautla, fueron rechazados por tremendo cañonazo. Para sorpresa de propios y extraños, en la línea de fuego había únicamente un niño. Los historiadores han documentado la existencia de una tropa infantil que apoyaba al ejército del Sur al mando de José María Morelos. Este regimiento de infantes, era comandando por Juan Nepomuceno Almonte, el hijo ilegítimo de Morelos, quien muchos años después sería un acérrimo conservador, promotor del imperio de Maximiliano. ¿Realidad o leyenda? ¿Héroes providenciales o hijos del azar? Paradójicamente, ni uno de los dos fue mártir y ambos sobrevivieron muchos años a la guerra de Independencia, pues murieron por causas naturales ya en edad avanzada. Su recuerdo, es acaso un tributo a las decenas de miles de soldados desconocidos que no tuvieron 15 mágicos minutos para sellar su pasaporte a la inmortalidad.