Eterno Retorno

Friday, June 05, 2009

De pronto, en mi entorno han aparecido los niños, los bebés y las mujeres embarazadas. La presencia del Conejito en el vientre de su madre, me ha abierto los ojos hacia un universo que durante años desfiló frente a mis ojos sin que yo acertara a dimensionarlo. De repente, me he dado cuenta que son muchas las mujeres que esperan bebé o que llevan uno en brazos. Ahora observo con atención las actitudes de los pequeños y sí, es inevitable, me generan ternura. Siendo niño y adolescente me tocó ver crecer a mis tres hermanos y vivir de cerca la odisea de tener un recién nacido en casa. Por supuesto también los cuidé. Ana Lucía, quien será mamá de un pequeño galo-mexicano en unos cuatro meses, fue sin duda la que más guerra dio siendo bebé, mientras que Elisa y Adrián fueron apacibles de pequeños (cabe aclarar que en el caso de mi hermana menor lo de apacible duró únicamente mientras fue muy chiquita) No soy nuevo en esto de cuidar niños. Medio año de mi vida lo pasé trabajando en una guardería, Peace of Mind Day Care Center en Littleton Massachussets. Sí, en mi currículum dice que se lidiar con niños, pero ahora que el primer hijo viene en camino, me siento un absoluto novato, un inexperto total que se volverá loco de remate.


Deicida

Hay quien me dice que para ser un ateo, hablo demasiado de Dios. Razón no les falta. El mío es un ateísmo profundamente místico. Dios, su cadáver, la terrible mentira de su concepto o su sombra al acecho, ocupan constantemente mis pensamientos. Soy un ateo con estructura mental de creyente, un deicida que cada noche intenta hablar con el dios que ha matado.

BIBLIOTECA DE BABEL

After Dark
Haruki Murakami
Tus Quets

Por Daniel Salinas Basave

Imagina una noche de alucinante insomnio. Es ya de madrugada y los pensamientos se tornan obsesivos, densos, circulares. Cuando se intuye la proximidad del amanecer, te vas desvaneciendo en las profundidades de algo que se parece al sueño. Podrías creer que duermes, pero tu reposo es intranquilo y alterna entre súbitos despertares e imágenes oníricas. Visto desde afuera, acaso te parezcas a un cuadro de Goya, a un sueño de la razón produciendo monstruos. Yaces atrapado en los extraños reinos de la duermevela, dentro de esas fronteras donde la realidad deforma en lo más grotesco e improbable.
Hay narradores capaces de crear atmósferas y más allá de involucrarte en una trama, te contagian una sensación. Pues bien, tras leer After Dark la más reciente novela del japonés Haruki Murakami, quedo con la sensación de haber sido sumergido a un universo de duermevela. After Dark es por momentos una novela demasiado visual, algo así como mirar diapositivas, escenas congeladas, silentes. Si bien Kafka en la orilla su anterior novela, carga consigo buena dosis de surrealismo, no creo exagerar si te digo que After Dark es el trabajo más alucinado producido por la pluma del nipón. Una novela rara que se aparta del canon al que este narrador nos tenía acostumbrados, si bien el sello Murakami sigue siendo notorio.
Muchas veces he pensado que los libros de Murakami son ideales para regalarlos a una novia o a la chica que deseas conquistar. Después de todo, este amante del jazz y los gatos es un romántico incurable y aún con esa a veces delirante fantasía a cuestas, al final del camino siempre, o casi siempre, nos acaba contando historias de amor. Chicas extrañas, huidizas, que desaparecen en circunstancias inexplicables o se sumergen en las tinieblas de profundos desvaríos mentales. Sputnik mi amor, Tokio Blues o Al Sur de la frontera al Oeste del Sol están hermanadas por el mismo néctar narrativo y una similar tendencia argumental. Nostalgia por raros amores, obsesiones que perduran a través del tiempo, desapariciones y una aletoriedad caprichosa jugando con los personajes. En comparación con esas novelas, After Dark es una obra mucho más angustiante.
Toda la trama se desarrolla a lo largo de siete horas, o para ser más precisos, seis horas y 55 minutos, de las 23:55 a las 6:50. La novela comienza al arribar la media noche y concluye al disparase las tinieblas y anunciarse el amanecer. Su escenario es la madrugada profunda en algún barrio de Tokio y sus personajes almas solitarias atrapadas por la noche. Cada capítulo está marcado con el dibujo de un pequeño relojito que indica la hora exacta en que suceden las cosas en un escenario específico.
Todo comienza con la imagen de una chica llamada Mari Asai, quien mata las horas de la madrugada leyendo en la mesa de un café abierto 24 horas, mientras en una extraña habitación, su hermana Eri yace sumida en una fantasmal dimensión onírica. Conforme la madrugada avanza, la fauna de la oscuridad empieza a desfilar por las páginas de After Dark . Un músico prófugo de su ensayo, un motel de citas, una prostituta china golpeada salvajemente por un cliente, un programador insomne con tendencias sádicas, encuentros, desencuentros, causas y azares. La oscuridad es una galería infinita de almas.
Más allá de la trama, en apariencia casual e inconexa, llaman la atención los juegos narrativos y el rol que asume el propio Murakami. El narrador hace guiños al lector y lo convierte en su cómplice, al mostrarle imágenes y sugerirle que se fije en tal o cuál detalle. La del narrador es una voz en off y su mirada sea acaso una cámara, que por momentos contempla la ciudad a vuelo de pájaro, como una inmensidad luminosa observada desde las alturas hasta que enfoca su ojo omnipotente en la figura de Mari Asai leyendo en el café. Un universo aparte es el de Eri Asai, la eterna bella durmiente, cuyo sueño trasciende más allá del reino de este mundo.
La obsesión jazzística del autor es palpable una vez más en el título de la novela inspirada en la pieza Five Spot After Dark del trombonista Curtis Fuller. Llama la atención que el título de la edición en español sea After Dark y no “después de la oscuridad” o alguna otra traducción. El resultado final es una obra sui generis, un ave rara, capaz de inquietar sin ser una historia de horror y poseedora de un néctar alucinante que fluye profundo dentro de su aparente quietud. Un viaje de duermevela, pues.