Eterno Retorno

Thursday, December 25, 2008

Escribir para bucear dentro de las venas del cuerpo hambriento de la noche. Cortar las riendas, cabalgar la bestia hacia las imágenes ocultas. En este templo me seducen los dioses de todas las mitologías. Mi mente es la daga, mi cuerpo altar de sacrificios, hay que inmolarse para despertar en el orden perfecto, donde los fantasmas duermen bajo la ropa, para hacernos jurar que son mentira.

Siempre trabajo en Navidad. Esta es la décima Navidad que paso trabajando. Estos días son iguales y me costaría reconocer uno del otro. Todas las tardes de 25 de diciembre que he pasado en la redacción han sido idénticas a sí mismas. Leo lo escrito hace cuatro años y podría describir con exactitud lo sucedido este día. Datos más, datos menos, las navidades son clones y por lo que veo, mi vida ha cambiado muy poco. Tal vez la única diferencia es que anoche no cenamos en casa de los papás de Carol sino en casa de su hermana Eugenia en Calafia, en donde pernoctamos. La diferencia es que ahora hubo mucha menos gente que habitualmente. Las fiestas navideñas en casa de mis suegros solían reunir a decenas de personas, algunos de ellos perfectos extraños, almas exiliadas en ese paraje de corazones solitarios llamado Rosarito a los que la aleatoriedad llevaba hasta su puerta. Ahora la cena se limitó casi exclusivamente a la familia y sólo hubo regalos para los niños, pues un pacto de austeridad adulta nos llevó a abstenernos. La cena, como siempre, deliciosa. Buen vinito (el Siglo español no suele defraudarme) y a la media noche ya estaba plácidamente dormido. El café de la mañana en una terraza con la espectacular vista del Pacífico que tienes en Calafia y al medio día a laburar. Manejar desde Popotla hasta La Mesa escuchando power metal, recorrer las calles mojadas de Tijuana, tomar las fotos que se repetirán cada 25 de diciembre, escribir unas cuantas historias


Muy pocos días del año se respira una sensación de paz en las calles de Tijuana y hoy fue uno de ellos. Al menos por una vez no se vivieron congestionamientos viales ni atascos en los cruceros. Tampoco hubo calles cerradas a consecuencia de la línea y los agentes de Tránsito no estuvieron chingando la borrega. Por la mañana las calles lucían desoladas y silenciosas y sobre las banquetas no caminaba ni un alma.
Las calles de la Zona Río, que hasta la tarde del 24 de diciembre estaban atiborradas de clasemedieros que se arrojaban como horda carroñera sobre las plazas comerciales, ayer lucieron en silenciosa calma. La enorme mayoría de los comercios estaban cerrados y al menos por una vez fue posible cruzar sin contratiempos por Paseo de los Héroes y Bulevar Sánchez Taboada.

Fue un 25 de diciembre pintado con la melancolía del Invierno, oscuro, nublado y sometido a la permanente amenaza de lluvia. Los parques y plazas públicas también lucieron solitarios aunque de vez en cuando fue posible ver algún niño estrenando bicicleta bajo la lluvia.
Si bien el Sol nunca “se animó” a salir y hubo mucho viento frío, la verdad es que el diluvio que se pronosticaba para la Navidad nunca cayó sobre Tijuana.
Al final de cuentas, la tormenta no fue tan cruel como se pronosticaba y el 25 de diciembre transcurrió sin desgracias que lamentar a consecuencia del clima.
Aunque por momentos hubo chubascos aislados, lluvias ligeras y el cielo se mantuvo nublado a lo largo de casi todo el día, la realidad es que no se vivió la gran tormenta que se esperaba.

Eso sí, las lluvias que han azotado la región, sirvieron para que Tijuana se reencontrara con los viejos y entrañables “amigos” de sus calles: los baches.
Esta parte fundamental e indivisible del paisaje urbano tijuanense ha vuelto a manifestarse en toda su intensidad en diversas avenidas de la ciudad en donde las lluvias han dejado su huella.
Alcaldes van, alcaldes vienen y pese a la promesa reciclada de hacer que el bache pase al olvido, las calles de Tijuana vuelven a estar irremediablemente abiertas y surcadas de cráteres lunares tras unas cuantas lluvias.


Bueno, esto fue este día, aunque el de hace cuatro años no fue muy diferente.



Esto fue escrito en esta misma redacción y en este mismo escritorio el 25 de diciembre del 2004.

Mientras ustedes diluyen la modorra en sus casas desordenadas y atiborradas de papeles de regalos, mientras ustedes estrenan el nuevo juguete y tratan de entenderle al nuevo videojuego o descifrar las instrucciones en japonés del recién regalado aparato y meriendan en piyamas las sobras del pavo y el puré, yo estoy aquí en la redacción, al píe del cañón, currando duro.
En realidad me siento a gusto de estar aquí. Se respira la pura paz en la redacción, el dulce silencio, la atípica tranquilidad. Sólo unos cuantos estamos aquí y el estrés y las prisas habituales que enmarcan el atardecer en todos los periódicos del mundo, hoy brillan por su ausencia. ¿Se imaginan si así fueran todos los días? Y no, no ha sido precisamente tranquila la Navidad en Tijuana. Del 24 al 25 de diciembre ha habido ocho muertos en nuestra ciudad entre asesinados, suicidios y accidentes diversos, que incluyeron en el macabro repertorio la intoxicación alcohólica de una jovencita de 12 que no sobrevivió a su primera borrachera, además de los infaltables encobijados y encajuelados que la mafia se encarga de sembrar puntualmente cada día.
Las calles están preciosamente vacías. Si todos los días tuviéramos este tráfico, manejar sí que sería un placer. Viene desde Rosarito conduciendo relajadamente por la carretera libre rodeada de flores amarillas y verdes pastos mientras escuchaba el en vivo de Iced Earth en Grecia. El cielo y el mar formando un azul matrimonio perfecto, el viento fresco, el solecito pegando de frente. Ahora mismo me dispongo a escribir la columna con el Rust in Peace de Megadeth en mis oídos y las ganas de irme a tomar unas cervezas noche buenas por ahí... Como verán, no he cambiado un carajo




Recuento de Navidades

La primera Navidad que pasé lejos de la familia fue la de 1994, aquella fatídica del Error de Diciembre, que pasé en casa de mi amigo Salvador Adame en Tecamachalco. La siguiente, la de 1995, la pasé en la sierra de Chihuahua, en el pueblo de Baborigame, una aldea de tepehuanes, en la misión de un sacerdote jesuita (sí señores, aunque ustedes no lo crean este radical ateo tiene muy buenos amigos dentro del clero) Esa Navidad con los tepehuanes fue la más bonita Navidad de mi vida adulta. De niño todas las navidades son mágicas, pero de adulto te acuerdas de muy pocas. Esa de 1995 en Baborigame fue inolvidable. Un pueblo helado, al que sólo podías llegar en avioneta, en medio de la sierra. Si en algún momento de mi vida me he hablado de tú con lo sagrado, fue en ese viaje. En 1996 llegué a casa de mis padres luego de viajar por tierra desde Boston hasta Monterrey, haciendo estratégicas paradas en las más bellas ciudades de la Costa Este. En 1997 la Navidad la pasé con mi amigo Jopyrrako Montero en el ruedo de Real de 14 cagándonos de frío y mirando estrellas. Y desde 1998 hasta las fecha, todas las navidades han sido bajacalifornianas y no tijuanenses por cierto, sino rosaritenses. Las últimas once navidades de mi vida, las he pasado en el Municipio de Playas de Rosarito en algo que ya se ha transformado en una linda tradición. Y en algo que ya se está volviendo también una tradición, los fines de año son con mi familia, allá al píe del Cerro de las Mitras.

Wednesday, December 24, 2008

Y la tarde se visitó con su traje de tristeza. Pareciera como si fuera la gala de la melancolía. No es, hasta el momento, la catástrofe diluviana que los meteorólogos profetizaron. La tarde simplemente se vistió de silencio. Hay lluvia, fría, callada, el maquillaje justo y necesario para tanta belleza. Sí, la tristeza suele ser bella. La calle está en silencio y la calma todo lo contagia. Hasta Canica y Dominique han olvidado su vocación tormentosa para ceder a una dulce siesta en la sala. Escribo sobre la cama y a ratos me asomo por la terraza. Atardeceres y Pacífico…ufff, vaya par de drogas duras . Cuántas horas de mi vida desparramadas en su hechizo, cuántos desvaríos ante la frontera del agua y el infinito. En lo alto el cielo es negro, poblado de nubes que presagian tormentas. Por lo bajo, el horizonte es de un plateado brillante, una atípica claridad de gris donde la oscuridad del Mar se confunde con el cielo. Y llegó la Nochebuena del año más cruel, el día 24 de una Navidad que sólo recordaremos por ser la primera que pasamos sin arbolito. El año en que la sangre inocente bañó las calles de Tijuana, el año en que el mundo empezó a hablarse de tú con el Apocalipsis y sus plagas. Y sin embargo, estamos vivos… y contentos y si nos apuras, podemos confesar que no sólo vivimos, sino que amamos y santificamos esos instantes irrepetibles que a veces te da la existencia y supongo que si hubiera alguien a quien agradecerlo lo agradecería, pero resulta que hoy Dios y su niño existen menos que nunca y si en nombre de algún credo o barata filosofía alguna vez los mataron y los resucitaron, hoy en mi espíritu están bien muertos y ni siquiera veo síntomas de resurrección. A veces me gustaría no ser tan huérfano de Dios y tener al menos un santito a quien rezarle. Pero no. Acaba el año, transcurre la vida, y cada vez me queda más claro que estamos infinitamente solos y pese a ello hay dulzura y fascinación en la desolación total, una caricia que me regala el desamparo ontológico, el cálido beso de la Muerte consejera con su aliento omnipresente. El éxtasis está en intuir que cada instante no sólo es absolutamente improbable, sino que siempre amenaza con ser el último. Hasta la más trivial de las despedidas pude ser siempre el final, mientras la aleatoriedad y sus caprichos nos juegan bromas pesadas. Leo en absoluto desorden. Inicié el día con De lunes de diciembre de Gerardo Ortega. La palabra recuerdo tiene cuatro patas y un cuerpo espantoso. Por eso la aplasté con una chancla y apagué la luz. Leo una biografía de Charly García escrita por Sergio Marchi que compré en la que presume ser la librería más vieja de Buenos Aires, De Ávila, a un costado de Plaza de Mayo. Aunque no soy garcíamarqueano, casi termino Miguel Littín clandestino en Chile y llevo casi a la mitad la novela de Perón de Tomás Eloy. Creo que ahora procede buscar té negro o los últimos restos de café y prepararme para vivir una cena más de Nochebuena y jurar que aún so pretexto de celebrar el cumpleaños de un dios que nunca nació ni ha existido, es posible darle un beso a este mundo absurdo, aleatorio y desamparado que tanto hemos disfrutado en donde caminamos y parrandeamos abrazados de la Muerte.

Son las 17:30 y la noche ha caído sobre al Pacífico. La contemplación de este Mar es un vicio tan norteño como austral. Por ello, recupero un texto escrito hace 18 días.


Escrito en Moleskine la noche del 6 de diciembre en el Cerro de Concepción en Valparaíso…

Luces desparraman los cerros e inundan la noche austral. Valparaíso, casas de cuento, gatos y el Pacífico como espejo de un puerto que hoy no duerme. Cedo a la tentación de imaginar cuando muchos años después, recordaré la noche en que contemplaba la inmensidad de la bahía desde lo alto del Cerro de Concepción, sólo para reparar en que la lejanía y ese correr desesperado tras la frontera del más allá y ninguna parte no logran arrancarme de eso que a veces creo ser yo. Pienso que lo peor de los viajes, es que siempre cargo conmigo en la maleta. Bebo la cerveza de casa, Del Puerto, rojiza, con la cara de un pirata contemplándome desde la botella. Aunque estoy en un sitio que supongo turístico, sólo me rodean acentos chilenos. En Valpo, definitivamente, cantan más que en Santiago. Me gusta el tono de esta tierra, pero me resulta imposible imitarlo. Los bonarenses son de los más imitables pero en Chile se cuecen aparte, cachay pho? Tú teney polola? Fin de semana largo. Los chilenos, devotos ellos, celebran a su Virgen, la que da nombre al cerro que esta noche nos acoge. Una mujer canta blues y yo aún estoy indeciso, pues no se si rematar la velada con un pisco sour o irme a dormir de una vez por todas. Hoy Carolina y yo caminamos desde el puerto de Valpo hasta el casino de Viña del Mar. Creo que caminamos más de diez o doce kilómetros. Hay sitios que son la capital de ninguna parte donde por momentos sentimos caminar en esas zonas de empacadoras de pescado de El Sauzal, a la entrada de Ensenada. El corazón de Viña tiene el tufo de todos esos sitios mamones en donde los latinoamericanos juegan a cagar dinero como Cancún y Punta del Este. De Valpo me quedo con los cerros. Contemplar un puerto desde las alturas puede ser casi tan adictivo como los libros o como caminar por vez primera una ciudad. Volamos miles de kilómetros persiguiendo la Primavera y estamos de nuevo frente al Pacífico, nuestro Pacífico, tan insurrecto como en Tijuana. La embriaguez más fascinante es la de la lejanía y la improbabilidad. Saberte lejos, demasiado lejos, sentir que pese al internet, las tarjetas de crédito y esas cómodas cadenas de ciudadano global, siempre serás hoja en el viento (del Sur) gotas de agua, instantes evaporados en la nada, inspiraciones invocadas. Hoy es el futuro, hoy es el día de tantos años después cuando recordé la noche en que desde el Brighton contemplé la bahía de Valparaíso.

Monday, December 22, 2008

Invernales tinieblas caen sobre Tijuana. Ha vuelto a llover. Es un agua fría, terca, capaz de helar hasta los deseos. Es medio día, el cielo está de luto, los carros avanzan lentos con las luces encendidas sobre la Vía Rápida. La Muerte se niega a irse de vacaciones y cumple puntual con su calendario de actividades en nuestras calles. Yo aún no he vuelto del todo ni estoy con mis cinco sentidos en este sitio. Por ahora no me resta más que administrar mis recuerdos y navegar en las aguas de lo inevitable. Las plagas de este Apocalipsis 2008 se materializan a mi alrededor con cruel precisión. Yo sigo jugando a que no pasa nada y a que ninguna tempestad es capaz de arrodillarme. Al final de cuentas mi capital es mi anecdotario, el incierto cofre donde yace el tesoro de lo vivido, de los fantasmas que deambulan deformes e insurrectos en las profundidades de la memoria. Sábado, cumpleaños de Carolina. Domingo de buen vino y amena charla. Lunes de eterno retorno y segundas partes que sin duda serán buenas.

La Navidad más sobria e insípida de nuestras vidas se irá como la lluvia. Hoy la Navidad simplemente no cabe y en esta cancha parece jugar en fuera de lugar. Los calores intensos de Sudamérica nos hacían olvidarla por completo y justo es decir que chilenos y argentinos no padecen un bombardeo comercial tan inclemente como el de gringos y mexicanos a los que a cada segundo del día nos recuerdan que debemos gastar dinero y forzar buenos sentimientos en nombre del Niño Jesús. Por primera vez en la historia nuestra casa no tiene arbolito. Llegamos molidos del largo viaje el 16 de diciembre con mil y pendientes por resolver y ahora es demasiado tarde.

Una nueva inquilina ha tomado su lugar en nuestra cama. Se llama Dominique, es french y es como una motita de algodón con dientes e hiperactividad en dosis elevadas. El recibimiento de Canica hacia ella es ambivalente. Seis meses después, Canica se siente, con justo derecho, ama y señora de la casa y la presencia de la nueva inquilina le ha transformado el carácter.

He recibido un ejemplar de “De lunes a diciembre”, el libro de mi amigo Gerardo Ortega que desde San Nicolás de los Garza me lo ha enviado a la redacción. Ya le meteré diente en la noche. Poco antes de partir a Sudamérica recibí desde Xalapa, Veracruz Tiro Libre de Gregorio Jácome y el ensayo sobre las fiestas de San Jerónimo Coatepec, su pueblo natal. Ambos buenísimos. Gracias.

El soundtrack de la oscura tarde es el Twilight of the Thunder God de Amon Amarth y el Tyrants of the Rising Sun de Arch Enemy, ambos cortesía de Octavio. De Argentina me traje algo de Alma Fuerte y Tren Loco. El sábado 13 se celebró un festival de Metal en Buenos Aires mismo que tuve que sacrificar para ir a ver al flaco Luis Alberto Spinetta a la orilla del Río de la Plata.

El domingo 14 fue la cardiaca e histórica definición del campeonato de futbol argentino. Fui a la Bombonera deseando que Colón de Santa Fe le hiciera la maldad a Boca y permitiera la coronación de Tigre. Fue un partidazo de alarido y la tribuna popular de la Bombonera temblaba. 3-2 ganó Boca. Tigre le pegó 1-0 a Banfield y San Lorenzo hizo lo propio con Argentinos. Triple empate. El ciclón de Boedo está fuera y aunque Boca ya se siente campeón, tengo mi vela prendida para que mañana Tigre haga el milagro.