Eterno Retorno

Wednesday, December 24, 2008

Y la tarde se visitó con su traje de tristeza. Pareciera como si fuera la gala de la melancolía. No es, hasta el momento, la catástrofe diluviana que los meteorólogos profetizaron. La tarde simplemente se vistió de silencio. Hay lluvia, fría, callada, el maquillaje justo y necesario para tanta belleza. Sí, la tristeza suele ser bella. La calle está en silencio y la calma todo lo contagia. Hasta Canica y Dominique han olvidado su vocación tormentosa para ceder a una dulce siesta en la sala. Escribo sobre la cama y a ratos me asomo por la terraza. Atardeceres y Pacífico…ufff, vaya par de drogas duras . Cuántas horas de mi vida desparramadas en su hechizo, cuántos desvaríos ante la frontera del agua y el infinito. En lo alto el cielo es negro, poblado de nubes que presagian tormentas. Por lo bajo, el horizonte es de un plateado brillante, una atípica claridad de gris donde la oscuridad del Mar se confunde con el cielo. Y llegó la Nochebuena del año más cruel, el día 24 de una Navidad que sólo recordaremos por ser la primera que pasamos sin arbolito. El año en que la sangre inocente bañó las calles de Tijuana, el año en que el mundo empezó a hablarse de tú con el Apocalipsis y sus plagas. Y sin embargo, estamos vivos… y contentos y si nos apuras, podemos confesar que no sólo vivimos, sino que amamos y santificamos esos instantes irrepetibles que a veces te da la existencia y supongo que si hubiera alguien a quien agradecerlo lo agradecería, pero resulta que hoy Dios y su niño existen menos que nunca y si en nombre de algún credo o barata filosofía alguna vez los mataron y los resucitaron, hoy en mi espíritu están bien muertos y ni siquiera veo síntomas de resurrección. A veces me gustaría no ser tan huérfano de Dios y tener al menos un santito a quien rezarle. Pero no. Acaba el año, transcurre la vida, y cada vez me queda más claro que estamos infinitamente solos y pese a ello hay dulzura y fascinación en la desolación total, una caricia que me regala el desamparo ontológico, el cálido beso de la Muerte consejera con su aliento omnipresente. El éxtasis está en intuir que cada instante no sólo es absolutamente improbable, sino que siempre amenaza con ser el último. Hasta la más trivial de las despedidas pude ser siempre el final, mientras la aleatoriedad y sus caprichos nos juegan bromas pesadas. Leo en absoluto desorden. Inicié el día con De lunes de diciembre de Gerardo Ortega. La palabra recuerdo tiene cuatro patas y un cuerpo espantoso. Por eso la aplasté con una chancla y apagué la luz. Leo una biografía de Charly García escrita por Sergio Marchi que compré en la que presume ser la librería más vieja de Buenos Aires, De Ávila, a un costado de Plaza de Mayo. Aunque no soy garcíamarqueano, casi termino Miguel Littín clandestino en Chile y llevo casi a la mitad la novela de Perón de Tomás Eloy. Creo que ahora procede buscar té negro o los últimos restos de café y prepararme para vivir una cena más de Nochebuena y jurar que aún so pretexto de celebrar el cumpleaños de un dios que nunca nació ni ha existido, es posible darle un beso a este mundo absurdo, aleatorio y desamparado que tanto hemos disfrutado en donde caminamos y parrandeamos abrazados de la Muerte.

Son las 17:30 y la noche ha caído sobre al Pacífico. La contemplación de este Mar es un vicio tan norteño como austral. Por ello, recupero un texto escrito hace 18 días.


Escrito en Moleskine la noche del 6 de diciembre en el Cerro de Concepción en Valparaíso…

Luces desparraman los cerros e inundan la noche austral. Valparaíso, casas de cuento, gatos y el Pacífico como espejo de un puerto que hoy no duerme. Cedo a la tentación de imaginar cuando muchos años después, recordaré la noche en que contemplaba la inmensidad de la bahía desde lo alto del Cerro de Concepción, sólo para reparar en que la lejanía y ese correr desesperado tras la frontera del más allá y ninguna parte no logran arrancarme de eso que a veces creo ser yo. Pienso que lo peor de los viajes, es que siempre cargo conmigo en la maleta. Bebo la cerveza de casa, Del Puerto, rojiza, con la cara de un pirata contemplándome desde la botella. Aunque estoy en un sitio que supongo turístico, sólo me rodean acentos chilenos. En Valpo, definitivamente, cantan más que en Santiago. Me gusta el tono de esta tierra, pero me resulta imposible imitarlo. Los bonarenses son de los más imitables pero en Chile se cuecen aparte, cachay pho? Tú teney polola? Fin de semana largo. Los chilenos, devotos ellos, celebran a su Virgen, la que da nombre al cerro que esta noche nos acoge. Una mujer canta blues y yo aún estoy indeciso, pues no se si rematar la velada con un pisco sour o irme a dormir de una vez por todas. Hoy Carolina y yo caminamos desde el puerto de Valpo hasta el casino de Viña del Mar. Creo que caminamos más de diez o doce kilómetros. Hay sitios que son la capital de ninguna parte donde por momentos sentimos caminar en esas zonas de empacadoras de pescado de El Sauzal, a la entrada de Ensenada. El corazón de Viña tiene el tufo de todos esos sitios mamones en donde los latinoamericanos juegan a cagar dinero como Cancún y Punta del Este. De Valpo me quedo con los cerros. Contemplar un puerto desde las alturas puede ser casi tan adictivo como los libros o como caminar por vez primera una ciudad. Volamos miles de kilómetros persiguiendo la Primavera y estamos de nuevo frente al Pacífico, nuestro Pacífico, tan insurrecto como en Tijuana. La embriaguez más fascinante es la de la lejanía y la improbabilidad. Saberte lejos, demasiado lejos, sentir que pese al internet, las tarjetas de crédito y esas cómodas cadenas de ciudadano global, siempre serás hoja en el viento (del Sur) gotas de agua, instantes evaporados en la nada, inspiraciones invocadas. Hoy es el futuro, hoy es el día de tantos años después cuando recordé la noche en que desde el Brighton contemplé la bahía de Valparaíso.