Eterno Retorno

Tuesday, December 04, 2007

Lentamente me sumerjo en mi túnel y un viejo amigo ha vuelto a visitarme. ¿Lo conocen? Sí, es el mismo que inspiró a Borges la creación de Funes el memorioso. A mí sólo me ha hecho parir unas cuantas bestias. Vaya monstruos que produce el insomnio de mi razón. No quisiera ver mi imagen si el fantasma de Goya se diera a la tarea de pintarme cuando estoy poseso en semejantes trances. La noche transcurre en cámara rápida y lenta a la vez, entre descensos a las tinieblas y ráfagas de luz. Carolina y Morris duermen a mi lado mientras leo al finlandés Arto Paaslinna. En algún lugar, entre los mil lagos de Finlandia, dos suicidas coinciden en un pajar. Uno lleva consigo una pistola, el otro una soga. Paasilinna busca una aspirina satírica para remediar la vocación suicida de sus paisanos. Mi insomnio viaja a los lagos finlandeses (¿Lake Bodom? Silent night Bodom night?) mientras mis neuronas ejecutan rolas de Sentenced y Amorphis. El sueño tan profundo de Morris se interrumpe en violentos espasmos. Su vejez le impide dormir largo y tendido. Despierta y con todo el dolor de sus huesos comienza a dar vueltas sobre la cama. Traza círculos como si buscara el castanediano sitio, el punto exacto de ese colchón-universo que pueda acogerlo en reposo. Luego intenta saltar de la cama, lo que puede tener múltiples significados: ganas de ir al baño, amenaza de vómito o deseos de beberse de hidalgo su bote de agua. En esos casos lo mejor es darle un paseo por el patio donde alterna sus círculos con una quietud límbica. De un movimiento compulsivo pasa una posición estática, con la mirada perdida, movido sólo por el viento helado de la madrugada. Lo cargo de regreso a la cama en donde vuelve a conciliar el sueño. La escena se repite noche tras noche, a veces hasta diez veces, lo que significa que hace mucho tiempo Carolina no completa un sueño sin interrupciones. Ayer el insomnio era mi copiloto y pude hacerme cargo de los delirios de Morris para que mi esposa durmiera. Quisiera poder penetrar al limbo desde donde nos contempla con su casi total ceguera, a esa región espectral a medio camino entre lo terrenal y lo ontológico (sí señores teólogos, los perritos tienen alma) La región límbica a donde tarde o temprano todos llegaremos, la región en donde poco a poco yo también me voy sumergiendo. Morris recupera el sueño y yo retomo el Delicioso Suicidio en grupo. Hacia las 4:00 de la mañana la lectura me aborta. El sueño se ha largado para siempre. El único sortilegio posible consiste en secuestrarle unas ideas a Kureishi y desparramarlas en mi nueva libreta Moleskine. Preparo café y el alba emerge como un fantasma. No tengo nada más que hacer en casa. Un baño, un café y enciendo la camioneta. Los primeros rayos del amanecer caen sobre la carretera escénica que yace envuelta en su perpetua bruma. Esas albas heladas entre espectros de niebla sobre el mar son la imagen del limbo en donde me sumerjo. Lo mejor de manejar al amanecer es que te olvidas del demencial tráfico que surgirá dentro de una hora, cuando la bestia humana tijuanense vuelva a encender sus estertóreos motores. Sólo los esclavos de la línea purgan su perpetua condena a esa hora, pero la Avenida Internacional y la Vía Rápida están libres de histéricas doñas que arrojan a sus güercos al infierno escolar. Llego a la redacción antes de las 6:30 de la mañana y la encuentro deliciosamente vacía. Nunca la redacción es tan bella como cuando está inmersa en este silencio de amanecer. Es precisamente en estos instantes o en la media noche cuando mejor trabajo. Qué diferente será dentro de nueve o diez horas, cuando esté cargada de paranoia y malos deseos. Toda comunidad laboral tiende por naturaleza a contaminarse. A ésta la vi desde que era un embrión, una obra negra, un proyecto soñador. La vi crecer y he visto desfilar a cientos de personas por estos pasillos en donde me mantengo como una piedra prehistórica. Una suerte de enamoramiento enfermizo me mantiene atado a este sitio, aunque me queda claro que muchos a mi lado aborrecen estar aquí. Escucho Joy Division, una atípica opción no metalera para iniciar el día. Mundo en silencio, almas muertas, incubaciones y autosugestiones. En esta vida lo que más importa es la Muerte y tampoco es que sea para tanto. Es fácil matarse sin morir. Por desgracia, para alcanzar el futuro uno tiene que vivir el presente.