Eterno Retorno

Friday, June 15, 2007

Bellas las Danzas Macabras. Vale la pena contemplar cada cierto tiempo los grabados con que Hans Holbein “El joven” inmortalizó la Danza de la Muerte. El librito está siempre en mi escritorio y cada cierto tiempo lo abro en un grabado al azar. Editados en Lyon en 1538, estos grabados de Holbein presentan diversas situaciones de la existencia humana unidas por la omnipresencia de La Muerte como una sombra al acecho. Los miro mientras en mis oídos suena el denso y alucinante progresivo de Pain of Saltvation. Libro en mano, volteo a mi izquierda y ahí está ella, la Dama Hermosa. Imagínate a ti mismo en la más cotidiana de tus actividades, tan seguro de ti mismo, despilfarrando instantes. No necesitas estar en una situación de riesgo o en una misión peligrosa para sentir su aliento. Hasta en el más bobo e insignificante de tus quehaceres está ahí. Es mejor que te vayas enamorando de tu Muerte, que aprendas a quererla, que la trates como la dama que es, le dejes un poquito de tu vino para que puedan brindar. Bello el homenaje que en la vieja Praga se le rinde a la Dama desnuda. Eternas serán las heladas noches de noviembre de 2004 frente al Reloj Astronómico, campanadas de homenaje a la Dama Eterna. El tiempo se acaba. El reloj de arena se burla de esos delirios de eternidad que a veces padecemos. Aún así, juro que volveré a Praga, más temprano que tarde.

In memoriam

Reloj Astronómico. La Muerte desnuda Cada hora en punto, los centenares de visitantes que recorren embobados el Stare Mesto, fijan sus ojos en lo alto de la Torre del Ayuntamiento, mejor conocida como el Reloj Astronómico. Cuando más de cien ojos extranjeros ya están fijos sobre ella, La Muerte alza su brazo derecho y tira de la cuerda. En su mano izquierda carga un reloj de arena que voltea al sonar la campanada. A diferencia de la mexicana, cubierta siempre con su manto, la de Praga es una Muerte desnuda. Su trabajo es ser la princesa del tiempo. Las campanadas se escuchan en las iglesias de Tyn y San Nicolás y entonces, acompañada siempre de su fiel escudero el Turco, la Santísima desnuda tira de la cuerda, las puertas del reloj se abren y los doce apóstoles desfilan en procesión frente a la plaza. Cada apóstol tiene el gesto de dirigir una mirada a su auditorio, antes de continuar silente su recorrido. La marcha de los doce apóstoles dura exactamente un minuto antes de que La Muerte desnuda vuelva a cerrar las puertas y el canto de un gallo declare formalmente inaugurada una hora más de nuestras vidas, un paso más a nuestro final y la noche eterna hacia la que todos inexorablemente marchamos, silenciosos como los apóstoles de Praga, antes de que cante el gallo.


Hubo un momento en mi vida en que pensé que era justo y necesario empezar a escribir una autobiografía. Consideré que había vivido tantas cosas, que bien merecían la pena ser contadas. Yo tenía entonces siete años de edad y la plena seguridad de que mi existencia era interesantísima. De hecho esa fue la primera vez que me dio por escribir una historia y consideré que la mejor y más interesante era la de mi vida.
Por mi madre me enteré que las historias que narraban vidas, se llamaban biografías y que si era uno mismo quien las escribía, entonces debían llamarse autobiografías.