Eterno Retorno

Tuesday, November 28, 2006

Egoísmo tijuanero

Toco madera, pero si en Tijuana hubiera una catástrofe tan devastadora como el terremoto de 1985 en el DF ¿Seríamos los tijuanenses tan solidarios como los chilangos?

Una de las cosas que más me gustan de Tijuana es que aquí la gente simplemente no se mete en tu vida. Tu apellido, tu moralidad y el origen de tus ingresos son cosas que aquí a tu vecino le valen un carajo, a diferencia de lo que sucede en mi tierra natal y en muchas ciudades del Centro de la República donde cada ciudadano es un juez en potencia.

El problema es que de la misma forma que a tu vecino no le importa si vives de la prostitución y el narcotráfico o te dedicas a obras altruistas, tampoco le importa si te secuestraron a un familiar o si estás agonizando. En Tijuana el prójimo suele valer un carajo. No somos gregarios, mucho menos solidarios. Carecemos de pasiones comunes y símbolos de identidad. En ese sentido la muerte de Blancornelas me dejó pensando mucho. Alguien me dijo que si Blancornelas hubiera sido hermosillense o inclusive mexicalense, la ciudadanía realmente se hubiera conmovido con su fallecimiento y se hubiera volcado a su entierro. Pero Tijuana carece de ídolos y sus amores son pasajeros, como esos ligues briagos de antro.

La misma sociedad que durante años llamó mafioso y asesino a un tipo, lo convirtió de golpe y porrazo en su alcalde y ahora está a punto de convertirlo en gobernador y sin duda se olvidará de él cuando deje de ser útil o pase de moda.

Cuando te marchas un rato de la ciudad, regresas e inevitablemente la miras con otros ojos. Quiero mucho Tijuana, pero cada vez me queda más claro que somos algo así como la capital del egoísmo.

Medio tiempo

Dante descendió a los Infiernos al llegar a la mitad del camino de nuestra vida. Así comienza la Divina Comedia. Dicen los analistas que con la mitad del camino de nuestra vida se refería Dante a los 35 años, tomando en cuenta que 70 podría ser un periodo de vida humana promedio (altísimo a mi juicio para el Siglo XIII, pero en fin)

Así las cosas, los que andamos en los treintas estamos llegando al medio tiempo. Cierto, sólo la Santísima Muerte sabe si estás en los últimos minutos, pero tomando en cuenta una existencia promedio, se puede decir que el índice Dante es más o menos exacto y aplicable.

Inevitablemente, tiendo a ver la vida como un partido de futbol. Lo siento, pero el deporte de las patadas es mi metáfora favorita y casi todas las situaciones de mi existencia las comparo con una jugada futbolera.

El gran drama del envejecimiento, tormento ontológico de Occidente, es la conciencia del avance del reloj. Nunca es lo mismo el primer tiempo de un partido que el segundo.

Cuando juegas los primeros minutos puedes darte el lujo de arriesgar. Un gol en contra en el primer tiempo no suele doler tanto, pues de una u otra forma sabes que hay tiempo para recuperarte, pero cuando recibes un gol en el segundo tiempo, te devastas psicológicamente. Inevitablemente, cuando los minutos pasan y el marcador es apretado, todo entrenador tiende a cuidar el resultado. Las decisiones son cada vez más cautelosas, pensadas y tienden más a cuidar y mantener que a modificar (a menos, claro, que vayas perdiendo).

Así me he vuelto yo con el paso del tiempo. En mi adolescencia y en mis veintes solía tomar decisiones radicales, drásticas y precipitadas, producto de impulsos y corazonadas, más que de sesudos análisis.
Sabía que pasara lo que pasara, nada sería al final demasiado drástico y podía darme ese delicioso lujo de cometer errores a placer. Pero de pronto miras el reloj y te das cuenta que el partido ya va avanzado y no puedes arriesgar el marcador que hasta ahora has conseguido. Entonces te vuelves ultra cauteloso y defensivo. Sacrificas riesgos y jugadas vistosas a la ofensiva con tal de cuidar lo poco que has logrado.

A estas alturas de mi vida, siento que voy ganando mi partido 1-0, pero ya no juego tan ofensivamente como lo hacía hace unos años. Así definiría yo la edad adulta. En algún libro leí que es muy sano haber quebrado y tocado fondo, económicamente hablando, antes de los 30 años. Saber lo que es perder y volver a empezar de nuevo. Yo nunca he quebrado. Con mi esquemita disciplinado y cauteloso he mantenido mi portería en cero, pero no logro atacar. Cuando has perdido todo y estás mordiendo polvo sueles tomar riesgos inverosímiles. Es como cuando vas perdiendo por goleada. Sacas defensas, metes delanteros y manas al portero a rematar. Da lo mismo perder por tres que por cinco. Pero cuando vas ganando 1-0 como yo, irremediablemente tiras a todos atrás. Juegas con tres centrales y no arriesgas una sola pelota. Ese es el partido de futbol que estoy jugando en este momento.

Monday, November 27, 2006

La astucia, el deseo de vivir, la desesperación, me han hecho imaginar mil fugas, mil formas de escapar a la fatalidad. Pero ¿cómo puede nadie escapar a su propia fatalidad? E.S.


Volver a Tijuana. Volver a esos pequeños rituales inconscientes y esas furiosas calles que se llaman vida diaria. El que termina no ha sido un viaje más. No tuvo el sabor a hotel, prisas, boletos y estaciones. Más que ir de vacaciones, fue un poco como irse un poco a vivir a Buenos Aires. No haber estado en un hotel y no haber hecho turismo en otras ciudades fue muy significativo. No es lo mismo estar cuatro días en un hotel y salir corriendo para ir a otro destino, que estar casi un mes ocupando un departamento, yendo al supermercado, a la lavandería y viviendo un poco como lo haría un porteño. No creo que pueda afirmar tajantemente que conozco muy bien Buenos Aires. Creo que ni siquiera sus habitantes lo acaban de conocer nunca y yo apenas conozco una mínima parte. Sin embargo, sí puedo afirmar que conozco Buenos Aires mucho más que un turista promedio. Si mis zapatos marcaran kilometraje como los carros, marcarían varios cientos de kilómetros, pues no paré de caminar por la ciudad. Después de Tijuana, Monterrey y México, Buenos Aires es la ciudad que más he caminado en mi vida. Aún más que Nueva York, Boston y Madrid, ciudades en las que también he pasado temporadas más o menos largas. Simplemente caminé y caminé sin parar, recorriendo calles, plazas, parques, cafetines y varias decenas de librerías.

Y es que la frontera entre lo turístico y la vida diaria de una ciudad hace que uno se pierda de muchas cosas. Un turista promedio en Buenos Aires conoce la Calle Corrientes, San Telmo, Caminito en la Boca, Puerto Madero, los antros de Palermo y pare usted de contar.

Pero ¿Conocen Villa Crespo? ¿Conocen la Chacarita? ¿Conocen el Bajo Flores? ¿Conocen el Parque Rivadavia y Caballito? ¿Conocen Barracas y Constitución? ¿Conocen Avellaneda? ¿Conocen las canchas de Independiente y Racing? ¿Viajan en el Subte? No, no conocen un carajo más allá de las guías turísticas.

Aquello que te venden como lo más auténticamente argentino y lo más tradicional, es en realidad lo hiperturístico. La esencia de lo turístico es San Telmo. Hasta las pinches hijas de Bush se van a San Telmo y por pendejas las robaron. Te lo venden como un barrio viejo y tradicional, pero en la Plaza Dorrego no hay ni un solo argentino tomando cerveza. En cambio, fuimos a muchísimos boliches en donde quedó claro que nosotros éramos los únicos extranjeros. Parrillitas de barrio y asadores callejeros cubiertos sólo por una lona en donde probamos carnes tan ricas como las de la Brigada y el Estilo Campo.
Recuerdo un pequeño bolichito italiano cuyo nombre he olvidado ubicado a un costado del zoológico de Palermo donde bebimos cerveza al atardecer. Un rincón con magia pura. Varias cervecerías de de Palermo Viejo como El Pingüino del Sur. Un rincón con magia pura. O una parrillita callejera en un terreno baldío en la Boca, lejos del bullicio turístico de Caminito, a un costado de la mítica Bombonera entre canchas de lodo donde los habitantes del barrio cascareaban.


Buenos Aires es la Ciudad por excelencia. Todo lo que yo deseo en una urbe está contenido en Buenos Aires. No hay otro sitio en el planeta donde me sienta tan a gusto.

Vicio melómano. Los discos del 2006

Durante el 2006 no pude rehabilitarme de mi vicio melómano y mi compra compulsiva de discos no disminuyó. No se cuántos discos compré, pero me queda claro que cinco de ellos son los mejores del año.

El disco del año, y que me perdonen los puristas del metal, es Mago de Oz La Voz Dormida. Y mira que compite con uno de los mejores discos de Maiden en muchos años. Los Magos la rifaron. Lo suyo es una obra irrepetible que nomás no me canso de escuchar. Es un discazo que bien podrían apreciar los adpetos a otros géneros musicales.

En segundo lugar dejo a Iron Maiden y su cuestión de vida o muerte, sin duda su disco más ambicioso y grandilocuente de la era moderna.

En tercer lugar El beso de la Muerte de Lemmy y su pandilla. Motörhead jamás te quedará mal ni te dejará abajo con un disco. Es tan confiable como una botella de Jack Daniels un viernes en la noche.

Cuarto lugar dejo al Guardián Ciego. Confieso que esperaba un poco más de su nuevo disco Twist in the Myth, pero aún así es un discazo, si bien no supera sus máximas obras.

En quinto dejo a Slayer y la ilusión de Cristo. Una brutalidad blasfema que coquetea con el hard core más purista.

1- Mago de Oz----- Gaia II- La Voz Dormida
2- Iron Maiden------A Matter of Life And Death
3- Motörhead-------Kiss of Death
4- Blind Guardian----A Twist in the Myth
5- Slayer---------Christ Illusion


Desaire

Fue un sacerdote y no yo quien puso el dedo en la llaga. En la misa de cuerpo presente y en el funeral de Don Jesús Blancornelas faltó mucha, muchísima gente. Lo dijo Antonio Plasencia, director del Seminario de Tijuana. Tomando en cuenta el peso histórico de un personaje como Blancornelas y el tamaño de su leyenda, sorprende lo desangelado de su entierro. Vaya, es ridículo y ofensivo ponerse a medir los índices de popularidad y aceptación de un personaje por la cantidad de personas que acuden a darle el último adiós, pero en el caso de Blancornelas yo esperaba algo más. Sí, yo se que se peleó con medio mundo, que demasiada gente lo aborrecía, pero caray, quieras que no, por más que te pueda cagar, es un grande del periodismo el que se fue.
¿Dónde estuvieron los directivos de medios? ¿Dónde los colegas reporteros? ¿Dónde estuvieron esas personas que se dieron a conocer publicando en Zeta? Puedo mencionar muchos nombres de desagradecidos e ingratos.
¿Serían las compras del Día de Acción de Gracias? ¿Miedo a quedar mal con los enemigos de Blancornelas, algunos encumbrados en posiciones de poder?
Lo cierto es que quienes acudieron lo hicieron en forma sincera y la ceremonia tuvo una atmósfera más íntima, donde el oficialismo y la hipocresía quedaron de lado y las honestas lágrimas de los amigos surgieron en forma espontánea.
Lo cierto es que mucha gente que debería estar agradecida con Blancornelas, no estuvo presente.
En el entierro yo era de los pocos reporteros que no era de Zeta y sí quise acudir fue por honesta gratitud al legado de Blancornelas.
El desaire a su entierro tiene que ver mucho con la naturaleza de nuestra ingrata ciudad. Tijuana es culera con su gente. Tijuana es desagradecida. Tijuana nunca quiere demasiado a nadie. En Tijuana el único fenómeno de masas es la línea para cruzar a Estados Unidos y la única obsesión en esta semana son las compras del Día de Acción de Gracias en San Diego. Tijuana no tiene ídolos ni amores. Tijuana jamás llorará tu muerte ni tu partida por más que hayas hecho o significado para ella. Así es esa ciudad y así hay que aprender a quererla si aquí te quieres quedar. Tijuana no es ni ha sido nunca una madre cariñosa.


Porque usted No lo pidió...vuelve Pasos de Gutenberg

Florencia Abbate
El grito
Emece


Por Daniel Salinas Basave

Lo más fascinante del vicio literario, es esta suerte de pacto con la aleatoriedad que tienen los libros más misteriosos e improbables que de pronto caen en nuestras manos.
Caminando una noche por la céntrica calle Corrientes de Buenos Aires, retacada de librerías y cafés hasta el hartazgo y la sobredosis, di con una mesa de libros en rebaja.
Revolviendo libros al azar, la enorme mayoría desconocidos por mí, di con un ejemplar titulado simplemente El grito. Nada había oído mencionar yo acerca de su autora Florencia Abbate hasta ese entonces y no tenía la más mínima referencia del libro que estaba comprando a seis pesos argentinos, el equivalente a dos dólares.
El grito fue sólo un libro más entre los kilos y kilos de literatura que traje de la capital de Argentina y no era el primero en la lista de lecturas. Sin embargo, por algún extraño impulso, hace un par de días abrí el libro sin demasiadas ganas y expectativas, aunque una vez que leí la primera página, no pude soltarlo hasta que habían pasado más de dos horas y llevaba leídas más de tres cuartas partes de la obra.
Eso es precisamente lo fascinante de este maldito vicio bibliófilo. Esta posibilidad de llevarte grandes sorpresas con el libro menos pensado. Florencia Abbate es, como dirían sus compatriotas porteños, una ?minita? que aún no cumple los 30 años. Sin embargo la chica tiene más de diez años publicando con envidiable regularidad, aunque El grito, es su primera novela.
La novela de Florencia está integrada por cuatro relatos que ocurren todos en diciembre de 2001, justo en el momento en que Buenos Aires se trastorna por los cacerolazos y la Casa Rosada vomita un presidente tras otro.
Las historias, por supuesto, se entrelazan y tienen puntos de unión al principio imperceptibles que al final van desembocando como ríos en un mismo océano.
Historias de sueños mutilados, de obsesiones sádicas y suicidas, de indiferencia, crueldad y compasión, de ideales revolucionarios y desenfrenos capitalistas. Historias, en fin, con exceso de argentinidad en las venas.
Todo comienza cuando un aspirante a sociólogo obsesionado con El suicidio de Durkheim, cumple 30 años y recibe como regalo un cachorrito de parte de su padre. Inmerso en su agujero pequeño burgués, este recién estrenado treintañero, no se entera ni que el mundo da vueltas como diría Charly García y sólo hasta que sale a la calle, se da cuanta que su país está ardiendo al borde de la revolución.
La segunda historia habla de un ex combatiente de Montoneros que la noche del fin de año de 2001 encuentra su casa saqueada por su mujer y entre un cigarro y otro, se pone a evocar sus viejos amores de barra y trinchera, todos más o menos desgraciados y absurdos.
La tercera es la historia de un decorador homosexual que asume una suerte de voluntaria y masoquista esclavitud suicida que de la que se libera de golpe de golpe y porrazo en un extraño retiro espiritual para chiflado.
Concluye la obra con Clara, la bella escultora condenada a muerte por la leucemia que de pronto recibe una extraña aparición en su balcón cuando Agustín, cámara en mano, cae literalmente del cielo.
Cuatro caminos, cuatro ríos fluyendo entre el torrente de sangre, piedras y cacerolas que arranca de golpe y porrazo a un país entero de su alucinación dolarizada.