Eterno Retorno

Saturday, April 15, 2006

Pasos de Gutenberg

Ella, Drácula
Erzsébet Bathory

Javier García Sánchez
Editorial Planeta

Por Daniel Salinas Basave


¿Dónde están las gotas sublimes del elixir del Mal ? ¿Por qué los demonios son tan ácidos seductores? Inocultable el placer morboso de sumergirse en las vidas de aquellos que llevaron la crueldad humana al colmo de un barroquismo superlativo. Si el asesinato es, como dice De Quincey, una de las bellas artes, entonces acabo de leer la biografía del Miguel Ángel del crimen. Hace unos días Joseph Mengele y ahora Erzsébet Báthory. Definitivo: La humanidad nunca ha necesitado aguardar al Infierno de Dante.
Por las ventanas se infiltra oscura la tarde moribunda de un lluvioso Viernes Santo mientras concluyo con la lectura de Ella, Drácula. En absoluto me ha decepecionado este libro del que albergaba grandes expectativas, si bien he de admitir que la pluma de de Javier García Sánchez cae a menudo en una pulcritud que acaba por parecer forzada. ¿Era éste el estilo requerido para narrar la vida de un ser tan fascinante como Báthory? Cuando un personaje real ofrece tantas posibilidades, siempre quedará la sensación de que la tinta se estancó en un pantano. Y es que la condesa sangrienta no requiere de artistas que estilicen su figura. Ella misma hizo de su vida la perfecta historia de horror y las voces populares se encargaron de inmortalizarla. Se convirtió, como dice el propio García Sánchez, en el animal mitológico de si misma. ¿Neceasita una biografía novelada una mujer que es la literatura de horror en estado puro? Los demonios son manantiales inagotables y creo que el escritor catalán supo beber con fortuna de este manantial.
Si bien el autor advierte que la historia se basa en hechos y personajes absoluta y desgraciadamente reales, Ella, Drácula es ante todo una novela y aunque hay detrás de ella un sólido trabajo en fuentes bibliográficas, García Sánchez no pretendió apostar a una obra con rigor historiográfico. Hay mucha más creatividad de literato que disciplina de historiador en estas páginas. Narrado en tercera persona pero desde el punto de vista de Janos, un joven paje del castillo de Báthory, García Sánchez nos introduce en el universo de la condesa maldita. Con un lenguaje que se aferra desesperadamente a la apuesta por lo poético y que parece por momentos regodearse en lo rebuscado de sus términos, el narrador nos va pintando el retrato de una mujer fascinante.
Erzsébet Báthory conforma junto con Vlad Tepes y Gilles de Rais una suerte de Maldita Trinidad de lo macabro aunque si se puede hablar de poesía en el Mal, nadie supera la figura de la condesa sangrienta. Con todos los elementos de un personaje de leyenda, Báthory fue, aunque parezca difícil creelo, una mujer de carne y hueso nacida en la Alta Hungría en un castillo de los montes Cárpatos en 1560. Heredera de un ancestral linaje de la nobleza húngara, Bathory se casó siendo adolescente con el conde Ferencz Nadasdy, un guerrero húngaro que pasaba largas temporadas en el frente de batalla combatiendo a los invasores otomanos. Sola en su castillo de Csejthe, rodeada de una pintoresca e infernal corte que incluía una hechicera y un guardián deforme, Báthory sucumbe a una obsesión: La inmortalidad, la eterna juventud, la redención en la maldad. De pronto, los aldeanos miran con horror como las aldeas de los Cárpatos se han quedado sin niñas ni jovencitas. La condesa Báthory las reclama para su servicio, pero una vez que traspasan las puertas del castillo nadie vuelve a verlas. Como un auténtico vampiro, Erzsébet busca la vida eterna en la sangre de mujer joven. Sangre para beber, para sumergir su cuerpo y asegurar la eternidad de su belleza. El escritor irlandés Bram Stoker inmortalizó al caudillo rumano Vlad Tepes al en el vampiro inmortal, pero García Sánchez considera que en los infiernos de Carpatia, Bathóry es la única Drácula que merece el trono eterno.

Wednesday, April 12, 2006

III


Siempre llovía en mi cumpleaños. Podía fallar la piñata, el pastel, los regalos, pero nunca el agua. Las nubes negras siempre llegaron puntuales a Monterrey. En Tijuana en cambio nunca llueve en abril. Su temporada de lluvias, si es que temporada se le puede llamar, es en enero, cuando muy tarde febrero. Cada cinco o siete años con catástrofes diluvianas. Lo de las lluvias primaverales es cosa de tierras regiomontanas.

Desde que vivo en Tijuana nunca ha llovido en mi cumpleaños. Pero de una cosa sí estoy seguro: El 21 de abril de 1988 Tijuana amaneció bajo la lluvia. Todas las crónicas coinciden. La de Pablo Montenegro y la de mis colegas reporteros que cubrieron el hecho. Todos, sin excepción, sostienen que esa mañana estaba lloviendo. No me he cansado de revisar en hemerotecas lo que publicaron los periódicos tijuanenses del 22 de abril. Los he leído una y otra vez sin cansarme. Saqué copias de todos los ejemplares e incluso los traigo conmigo.
La mayoría de los que eran reporteros en esa época y cubrieron el hecho, hoy son veteranos jefes de redacción que se oxidan en una oficina o simplemente reventaron y se dieron cuenta que el periodismo no ha sido ni será nunca una apuesta de vida. En cambio, en 1988 yo era un adolescente conflictivo al que ni por la cabeza la pasaba dedicarse al periodismo y que tardó once años en saber que en el mundo había existido un columnista irreverente y combativo llamado Hilario Calleja al que mataron en una mañana lluviosa de primavera. Sí, llegué muy tarde al caso, cuando en teoría todo estaba escrito. Tras litros y litros de tinta desparramados en el caso Hilario Calleja, se le considera un tema agotado, condenado a perpetuidad a la página negra que X en la Frente saca cada viernes. Nadie se imagina que yo estoy a punto de hacer que este caso resucite como Lázaro de su tumba y que 18 años después, volveré a poner a Calleja en boca de todos y escribiré el artículo más contundente sobre el tema que jamás se haya escrito. Sólo resta esperar la llamada para empezar a reconstruir los hechos.

Ese día nadie aventuraba aún la hipótesis de Salomón Saha como autor material del asesinato de Hilario Calleja. Mucho menos iban a mencionar el nombre de Alfio Wolf. Se referían únicamente al extraño asesinato de un periodista, emboscado en una calle cercana a su domicilio minutos después de las 9:00 de la mañana. El parte de la Policía Municipal reportaba cuatro impactos de bala sobre el cuerpo de Calleja que quedó tendido sobre el volante de su automóvil, cuyo parabrisas, obvia decirlo, fue pulverizado por los impactos. Dos balas en el pulmón, una más en el cuello, sólo una en la cabeza que entró por el pómulo. Muerte instantánea. Testigos anónimos se referían a un estereotípico Grand Marquís de vidrios oscuros y sin placas. Por supuesto, ninguna edición señaló que los asesinos huyeron a refugiarse en el Hipódromo. Eso se sabría hasta después. Y yo, en lo personal, lo sabría mucho después, hasta que llegué a vivir a Tijuana en la Primavera de 1999

Tuesday, April 11, 2006

Pensamientos de Amber Aravena para compartir en Semana Santa

No me gusta releer algo escrito por mí. No me gusta escuchar mi voz grabada. Odio ver mi imagen filmada. Odio todo aquello que deje un maldito rastro de mí en el mundo. Pero a la vez estoy desesperada por dejar ese rastro, como un perro que mea las llantas de cada carro y cada poste de su calle. Aunque este espacio no sea más que un recipiente de mierda, necesito atiborrarlo.

Diagnóstico sobre Amber

¿Estoy enferma? Sí, digan como Kleber Caliguri, mi ex psiquiatra, que me definió como el diagnóstico puro del complejo anal. Eres la analidad viva, me dijo y hasta me pidió permiso para citar mi caso como base para un ensayo. En todos sus años de carrera nunca había escuchado un caso tan extremo de retención. Bueno, al menos una gracia he de tener. Por lo menos soy un caso psiquiátrico extraordinario. Pero ya no quiero retener más. Lo que haya en mi culo se tiene que largar muy lejos, a arrastrarse por la superficie del mundo. Así como anoche cagué la arena de Los Cabos, esta pantalla será un cagadero, el drenaje profundo de todos mis traumas.
Kleber llegó a diagnosticar que la depresión es mi estado natural. Dijo algo así que en la oscuridad de mis estados depresivos yo me muevo como un pez en el agua. Tal vez debió haber sustituido la metáfora por un lagarto en el pantano o una lombriz en el lodo. Sería más apropiado. En fin, es lo de menos.

Agrafía

Los fines de semana son ágrafos. Las horas no dedicadas la escritura son dedicadas a beber. Pese a mi recién estrenada libertad, sigo siendo una asquerosa esclava de la semana inglesa. Y la señora semana dicta que los días viernes y sábado no solo deben ser consagrados a bucear en el fondo de un Casillero del Diablo, sino que además merece la pena ir en busca de aventuras. Salí, caminé y busqué algo, no sabría decir que. De cualquier manera no encontré un carajo, así que no hay de que preocuparse.

Evacuación

El católico que se confiesa nunca ve el rostro del sacerdote. El paciente que se acuesta en el diván no mira al rostro del psicoanalista. Simplemente saca, eructa, vomita. En mi caso quiero cagar, cagar mucho. Sacar toda la mierda que he retenido. Sentirme como me sentía en el parque de Temuco., como me sentí anoche en la arena de esta playa. Cagar. Me gusta como se escucha la palabra C-A-G-A-R. Hacer popó, defecar, zurrarme, evacuar, expulsar, sacar de mi cuerpo, vaciarlo, exorcizarlo. Todo menos retener. La mujer del complejo anal está dispuesta a combatir a muerte para que no quede nada dentro de ella.

Casillero del Diablo en el Golden Gate

Bebí las dos botellas mientras recorría el Golden Gate pisando al fondo el acelerador. En el stereo puse un disco de Mercedes Sosa. Por un momento pensé que ese era mi destino último. El Carpe Diem total estaba en recorrer un puente de un lado a otro. ¿Podía alguien impedírmelo? Suponiendo que no fuera consumiendo alcohol, no estaba haciendo nada ilegal ¿O se puede impedir a una ciudadana que dedique el resto de su vida a dar vueltas en un puente? ¿Que las parecería? Mientras la sociedad mundial hablaba horrorizada del terrorismo y el Presidente regaba las flores de la guerra, mientras un millón de imbéciles ahorraban para comprar una casa y otro millón huía de sus deudas crediticias, Amber Aravena había encontrado el sentido de la vida en recorrer un puente. Tal vez hasta pude declararme a mi misma como la fundadora de una secta cuyo único ritual de pertenencia fuera el gastar la gasolina dando vueltas en el Golden Gate. Pero mi papel de sacerdotisa de la nueva secta se extinguió al amanecer del día de Navidad. Dos botellas de Casillero habían tocado fondo y yo me estaba durmiendo en el volante. Pensé dejarlo al azar, como si se tratara de apostar que sucedería primero: Mi detención a cargo de un policía californiano o mi estrellamiento contra uno de los barrotes del puente. Increíblemente, ni una de las dos cosas sucedió y dado que hasta mi instinto suicida parecía estar amodorrado, acabé por largarme del puente para ir a dormir a un hotelucho en el Barrio Chino. Dormí casi de corrido hasta el amanecer del otro día. Cuando desperté ya era 26 de diciembre. Debo haber dormido unas 22 horas. El anciano de la recepción se tomó la libertad de entrar al cuarto en la mañana para verificar que no me hubiera suicidado. Disculpe, pero en esta época la gente se siente sola y les da por matarse, se justificó.

Pacífico

Me encuentro dentro de una casita de dos plantas y una terraza ubicada en una playa del lado del Océano Pacífico. La aclaración es pertinente, pues si la playa estuviera a del lado del Mar de Cortés, las olas serían un niño dócil, un animalito doméstico. Pero yo estoy justo donde comienza el otro lado, a menos de un kilómetro de la punta peninsular, donde ambos mares se unen frente a la prototípica tarjeta postal de este sitio, un arco natural sobre una lengua de arena. El Pacífico es un animal salvaje. De este lado de la Península el agua es incluso más fría. He visto nadar a algunos cetáceos muy cerca de la playa. Delfines o toninas supongo. No hay turistas en los alrededores.

Mi loca cabeza

Dado que en la biografía no autorizada de mi loca cabeza ya han desfilado todas las formas posibles de demencia, no debo sorprenderme por mi repentina felicidad. Todo, absolutamente todo tiene una explicación química. Después de todo no somos tan complicados como creemos. La cabeza es como un vil radiador de carro. En este caso es un atiborre de masa encefálica flotando en cierta mierda gelatinosa. Le faltan o le sobran ciertos fluidos incomprensibles como a cualquier maquinita. Y lo puedes controlar. Es como un maldito videojuego donde tú, o más bien el psiquiatra tiene el control ¿Porque crees que son millonarios los doctores de la mente? Lo único que tienen que encontrar es la ecuación adecuada, la receta de cocina que sea capaz de producir la reacción química esperada. A la mierda con eso de mírate al espejo y di hoy seré la más feliz del universo?. A la mierda con el ?tú vales mucho y eres una gran persona, métanse por el culo lo de soy hermosa interior y exteriormente, lo del angelito de la guarda, el aura positiva, el signo zodiacal, la energía de Venus y la segunda venida de nuestro Señor. Después de un largo kilometraje psiquiátrico me di cuenta de que esto es más sencillo de lo que parece. Pastillita mata autosugestión. ¿Para qué complicarse la vida? El Carpe Diem sintético es el único camino posible. Pastillitas para arriba, pastillitas para abajo. Para dormir, para despertarse. Para alegrarse, para entristecerse. Para ponerse cachonda, melancólica, estudiosa, romántica, apática. Si la maquinita cerebral se sale de la carretera, la pones estable con una pastillita. Si la máquina se sobrecalienta por estar tanto tiempo en el camino correcto, entonces hay que hacerla volar, que alucine y se crea que hay realidades aparte. Sí, pastillitas, almacenadas en un tubo como de Sweet Tarts resolviéndome la existencia. No necesito un horóscopo mágico, no necesito saber que un ángel me cuida, no necesito entrar a un club de solteros, divorciados o masturbadores compulsivos. Me bastan mis pastillitas y una botella que tenga algo bueno adentro. La buena música, el paisaje y la compañía pueden ser buenos accesorios, pero prescindibles. En realidad hace falta poquísimo para lograr hacerme pendeja. Por ahora estoy feliz. Mi felicidad es una niña en patines de hielo deslizándose a toda velocidad por una delgada superficie a punto de romperse. Bajo el hielo hay un abismo sin fondo poblado de monstruos (Ahí debe habitar el monstruo de la taza del baño por cierto) Pero en este momento la niña está patinando como si nada. Si la capa de hielo es gruesa o está a punto de derretirse es cosa que le tiene sin cuidado. Hoy estoy patinando, mañana quien sabe. No hay que buscarle muchos misterio donde no lo hay. Amber Aravena está feliz porque está deprimida y punto. La combinación de Tafil, Casillero del Diablo, té de coca y una visión del Pacífico al atardecer es una excelente receta. La fórmula de la felicidad que buscaron los alquimistas. No es eterna por supuesto Pero ¿Que hay eterno en esta vida?