Eterno Retorno

Saturday, March 04, 2006

BANQUETE DE PORDIOSEROS


Banquete de pordioseros
Roberto Castillo Udiarte
Yoremito

Por Daniel Salinas Basave

Ni modo, esta enfermiza debilidad por los libros sobre rock siempre es más potente y acaba por vencer cualquier resistencia. No conforme con estar escuchando guitarrazos todo el día y tener varios cerros de revistas del género haciendo bulto en la biblioteca, casi nunca aguanto la tentación de adentrarme en las páginas de algún texto inspirado en eso que José Agustín llama la nueva música clásica. Leer las reflexiones y desvaríos que un disquito provocó en otro lunático siempre será un placer, aunque ese disco ya lo haya escuchado decenas de miles de veces y en apariencia no haya nada más que descubrirle, o aún, por qué no, cuando ni siquiera el nombre del disco en cuestión me resulte ni tantito familiar. Y es que si a uno le dan vuelo, toda charla con una cerveza de por medio corre grandes riesgos de caer en ese tema sin fondo que es el rock: ?¿Te acuerdas de esta rolita?? ?¿A qué no sabes qué disco consguí?? ?¿Ya escuchaste esta versión??
Es por ello que de una sentada me leí con gran placer ?Banquete de pordioseros? de Roberto Castillo Udiarte, libro llegó a mis manos gracias a Luis Humberto Crosthwaite.
Mucha razón tiene el autor cuando en su invitación al Banquete define a su libro como una zona del corazón poblada por esas canciones que han conformado el soundtrack de nuestras vidas. Me gusta este libro por su vocación valemadrista, por su esencia de happening puro, por su intención de compartir. Aquí no hay adoctrinamientos, afanes enciclopédicos ni esos discursos teorreicos que tanto daño hacen a la música aferrados a encasillarla en cuadros sinópticos clasificatorios. Leer Banquete de pordioseros es algo así como sentarte a cotorrear a gusto con ese compadre melómano que siempre tendrá una sorpresa aguardando en el tocadiscos. Un tanto de reseña, otro poco de carrilla, una dosis de poesía por acá y uno sin darse cuenta está bien adentrado en este libro charla de Castillo.
Pero claro, el gran riesgo de la literatura rockera, es que los gustos que parten géneros siempre acaban por hacer que el lector de comienzo a una discusión imaginaria con el autor. No se si sea una cuestión generacional o de inspiración, pero casi todos los literatos con pasiones rockeras tienen los mismos gustos. Podría mencionar por lo menos diez narradores para los que Janis Joplin es algo más que musa y casi nunguno se resiste a Leonard Cohen ni a Lou Reed. Eso sí, en los Stones no hay ni que discutir y si no ahí está José Agustín para hacerle segunda a Castillo con su Hotel de los corazones solitarios y defender a Beggars Banquet como el mejor disquito de los Rolling. Ni que discutir de Pink Floyd o Hendrix aunque eso de incluir al heavy metal entre lo peorcito (página 79) es suficiente para empezar una pelea norteña. Para los que como yo pensamos que el Universo se creó con Black Sabbath y alcanzó su perfección con Iron Maiden, un libro de rock que omite grupos metaleros sabe cerveza caliente. Pero bueno, Banquete de pordioseros nació, según la nota del editor, por un libro manzana de la discordia que reseñaba los cien mejores discos de rock e hizo enojar a Castillo. Por fortuna, el narrador incluye en la última página diez renglones en blanco para que el lector anote sus discos favoritos. Así que pluma en mano, comenzamos con The Number of the Beast de Iron Maiden, Master of Reality de Black Sabbath, Reing in Blood de Slayer, Ace of Spades de Motorhead y mejor ahí le paramos o la discusión no se acaba nunca.

Thursday, March 02, 2006

Raíces

Echar raíces. Sólo hasta ahora comprendo en plenitud la profundidad de ese concepto. Echar raíces como un roble viejo que se aferra a la tierra. Hace siete años cambié de ciudad sin pensarlo dos veces y vine a radicar a un sitio entonces desconocido por mí. Hoy en día, tomar esa misma decisión me cuesta horrores. Ya no es fácil moverse después de cierto tiempo. Demasiado dinero y demasiadas esperanzas invertidas en una casa como para dejarla así nomás. Con tan solo mirar los casi cien libros que me rodean en este escritorio, de imaginar el traslado, el llegar a otro sitio, el papeleo, buscar un departamento, pagar renta, respirar un nuevo aire, padecer otro clima (y que pinche clima). Las metamorfosis son cada vez más complicadas cuando creces. Hace un tiempo uno emprendía aventuras por el puro gusto de emprenderlas, de pisar otro suelo, de conocer otra gente. Pero tus raíces crecen y no es fácil cortarlas de un hachazo. Ya no puedes coquetear tan fácilmente con lo incierto. No todo se reduce a dejar un trabajo en pos de un sueldo un poco mejor. Carolina y yo somos un equipo y por fortuna no soy un llanero solitario, así que debo pensar en los dos. Vivimos de un ingreso conjunto, no únicamente del mío. Siempre es tentador escuchar a alguien que te habla bonito, que desde afuera valora lo que haces, que reserva un lugar para ti. Por desgracia no es tan fácil. Influye mucho el destino que aguarda al final del camino. Creo que si hubiera una oferta para trabajar en Argentina o en España, me iría hasta por menos dinero, a costa de cualquier sacrificio, por el puro placer de vivir en esos hermosos países. Sí, yo se, hay quien sacrificaría cualquier cosa por un permiso para trabajar legalmente en Estados Unidos. Yo no estoy muy seguro de albergar en mi cabeza algo parecido al sueño americano. Aún así, las semillas de la duda ya han sido sembradas en mi cabeza y nada puede ser descartado, aunque todo apunta a que esto se transformará en un capítulo más de la Historia de lo que Pudo Haber sido.


20 años

Que veinte años no es nada, dice Gardel. Que no es lo mismo los Tres Mosqueteros que 20 años después, repite la gente sin conocimiento de causa en alusión a las dos novelas de Dumas. 20 años. Te das cuenta de lo viejo que te has hecho una vez que pronuncias hace 20 años yo iba... ¿Son mucho, son poco? Olvídense de la mentirosa relatividad del cristal con el que se mire. 20 años es un chingo de tiempo que se va como agua.

1986 fue un año fundacional en mi existencia. Ese año entré de golpe y porrazo a la adolescencia y se gestaron algunas de las aficiones y costumbres que aún forman parte de mi vida. Digamos que de una u otra forma empecé a moldear mi personalidad actual.

Pongo un ejemplo: Ayer estaba viendo en la página del periódico El Norte fotografías del equipillo ese de rayados que se coronó contra Tampico Madero en el torneo México 86. Lo señalo únicamente como punto de referencia y no porque ese equipucho haya significado algo para mí (ganador de un torneo de pacotilla que nadie tomó en serio con un penal que no fue y un gol que no entró) La cuestión es que El Norte sacaba fotos actuales de los jugadores de ese equipo de bahía y abuelo cruz (con minúsculas que no merecen mi respeto) levantando la copa aquella. Que viejos y panzones están, la verdad sea dicha. Entonces me dije, ¿Qué diablos quieres? ¿Qué sean Dorian Grey? Si ya pasaron 20 años. ¿20 años? Sí, 20 años. Es ahí cuando me pegó el latigazo de la vejez, pues caí en la cuenta de que yo vi jugar a ese equipo en vivo, cuando eran unos veinteañeros. La primera vez que fui al estadio tecnológico me llevó mi padrino José Manuel a ver un monterrey vs Atlas y era ese mismo equipo de Francisco Avilán, que hoy aparece en las fotos como una pandilla de vejetes. Ni uno solo juega ya, obvia decirlo. Y sin embargo, yo lo recuerdo con absoluta precisión.

1986 fue un gran año. El año del Mundial que marcó mi romance definitivo del futbol, el año de Maradona, el año en que me gradué de la primaria (justo el triste día en que Alemania batió en penales a México en San Nicolás de los Garza) 20 añitos han pasado. Los que serán estrellas del Mundial 2006 eran unos pañaludos caguengues o de plano no habían nacido cuando se jugó ese campeonato.

Pero más me aterra pensar que han pasado 10 años desde 1996. Ese año también fue piedra angular de mi existencia. Ese año acabé la universidad y recibí mi título de abogado. Fue el año que más tiempo pasé fuera de México, más de seis meses. El año de la familia Davy y Nueva Inglaterra. El año en que crucé por primera vez el charco. Y ya pasaron 10 años. Si en mis manos estuviera parar el tiempo. Ahora entiendo a Fausto y a Dorian Grey. Ahora entiendo porque cientos de españoles seguidores de Juan Ponce de León desafiaron las selvas de la Florida en busca de la fuente de la eterna juventud.

Tuesday, February 28, 2006

Fila de libros

Tengo una larga fila de libros aguardando ser leídos. En afán de ser democrático y no herir susceptibilidades, agarré seis libros y los puse a competir un torneo de volados con una moneda de dos pesos para definir, al cabo de varios encuentros, cuál de los seis tendría el privilegio de convertirse en mi próxima lectura.
Los libros en cuestión eran: Ella Drácula, la vida de Elizabeth Bathory de Javier García Sánchez, Tokio Blues de Haruki Murakami, Efecto Tequila de Elmer Mendoza, Los Borgia de Mario Puzo (sí, el tipo del Padrino) Trilogía de las Cruzadas III de Jan Guillou y El síndrome de Ulises de Santiago Gamboa. Un español, un japonés, un sinaloense, un gringo-italiano, un sueco y un colombiano. Parecía mundialito de futbol. ¿Y saben quién ganó? El japonés. Tokio Blues de Haruki Murakami es mi nueva lectura. No se pierda la reseña en su columna favorita Pasos de Gutenberg, por este mismo blog.

Auster

¿Qué carajos tienen los libros de Paul Auster que me gustan tanto? Y yo qué se. Deben tener algo más que no se definir. Una suerte de sustancia adictiva oculta que no alcanzo a descifrar. La noche del oráculo es de esas novelas que amenazan pronta relectura. La mera verdad casi todo lo que he leído de Auster me ha influido.
El azar debe ser la sustancia. La aleatoriedad, una de las musas que han regido mi vida. Cuando crees que el mundo entero está visto y que hasta en el último rincón del planeta el entorno es ordinariamente predecible, llega Auster a decirte que tu vida cotidiana puede tornarse deliciosamente extraña y que en la calle que recorres todos los días hay mil fantasmas ocultos y que la persona a la que crees conocer guarda muchos secretos y un universo interior impenetrable. Aún antes de leer a Auster, ya experimentaba yo crisis austerianas y como sus personajes, me daba por ponerme en manos de la aleatoriedad. De vez en cuando viene bien hacer algo sin sentido, buscar sin saber a quién, huir sin saber de qué, coronar a lo aleatorio como soberano de tu vida y dejar que el viento se transforme en piloto automático.

Chatarra futbolera

Hace unos días escribí lo mucho que aborrezco la parafernalia mediática que rodea al Super Bowl. Pues bien, para ser justos, he de confesar que el barato cacareo de Televisa ante el seudo clásico nacional casi me hace aborrecer al futbol mexicano. Todo lo que escribí sobre la NFL se lo aplico al balompíe nacional. ¿Cómo pueden lucrar tan burdamente con la ignorancia futbolística del pueblo mexicano? ¿Cómo pueden vender a precio de gourmet una bolsa de fritos rancios? Seis horas de programas previos al Guadalajara vs América, un juego que desde hace muchísimos años es un monumento a la mediocridad. El juego, como era de esperarse, fue una porquería. Lo más insoportable, es todo ese regurgitar de payasadas con los que Televisa y Tv Azteca rodean los eventos futbolísticos y sus pestilentes programas de chistes con los que aderezan los mundiales. A mí que me den 90 minutos de buen futbol. El envoltorio de chistes, vedettes y payasos soeces pueden meterlo donde les quepa.


Ni en el arcoiris

Cuánta miseria futbolística en el Tigres vs Veracruz. 90 minutos de un tedio que acabó por infiltrarse en mis arterias. Cuando pienso que hace cinco meses a ese mismo equipo le fuimos a meter un 5-0 al Luis Pirata Fuente. Es muy pedante decir se los dije, pero conste que yo advertí a tiempo que el Tuca Ferreti iba a lograr combatir mis problemas de insomnio. ¿Quieres algo más potente que un valium? Chutate un video de Tigres vs Veracruz. Que los Tiburones jugaron groseramente defensivos, cierto. Que les regalaron un penal, de acuerdo. Pero mis Tigres ni en el Arcoiris la metían. Y aún así traigo y traeré siempre mi camiseta puesta. Puro amor del bueno el que le tengo a mi pobre equipo.



Tunde teclas

Chutándome un disquito de Mercyful Fate, concretamente el Time, que ha sido capaz de inspirarme a niveles alucinantes, me dispongo a teclear un par de notas más y la columna. ¿Cuántas palabras tecleó por día? ¿Cuántos textos redacto en distintos estilos? Notas, crónicas, columnas. Yo que tanto odiaba mecanografía en la secundaria y ahora escribo más rápido que una secretaria. Verso sin esfuerzo.


Adultos

Que la edad adulta te transforme en una suerte de basura light puede llegar a ser dolorosamente inevitable. Sobre todo en aquello que concierne a esta a veces estorbosa máquina que llevamos a cuestas llamada cuerpo. Todo por servir se acaba y acaba por no servir. Ya es imposible llegar al amanecer con un Jack Daniels en la mano sin pagar las consecuencias. Ni modo, me resigno. Tal vez cuando llegue a los 35 me haya transformado en un abstemio total. Parece que esa será la evolución lógica. Por lo que al cigarro respecta, pues la verdad es que nunca he sido lo que se dice un fumador, pero hoy en día ni siquiera cuando estoy cubriendo a un muerto en una noche fría se me antoja el tabaco.
Pero hay cosas en las que seguro estoy no cambiaré nunca. Ahora sí que puedo decir de esta agua no beberé. Me dice Zónico que si beber cerveza sin alcohol será sinónimo de empezar a escuchar cosas como Coldplay. Jamás en la vida. Heavy Metal For Ever. Yo ya tengo oídos de artillero. Mis tímpanos requieren del Metal como el opiómano del opio. No creo que alguna vez me vayan a ver escuchando basura prototípica de pestilentes festivales como el Coachella (con excepción de Tool, todo el line up es una vil bazofia) Jamás seré el típico treintañero que diluye sus delirios existenciales en una rola de Radiohead o que empieza a descubrir las delicias de la música afro-cubana (que repugnancia) Si vivo 50 o 60 años, sea en un i Pod, en un viejo tocas discos o en la porquería que esté de moda para entonces, tengo la seguridad de que me verán escuchando un disco de Black Sabbath o Slayer. Lo mismo se aplica al deporte. Jamás seré el tipo que al llegar a la edad adulta, en afán de hacer buenos negocios y promover las relaciones sociales, se aficiona al golf. El asco que me genera ese juego propio de los más despreciables yuppies rebasa todo límite. Seré un hooligan futbolero hasta el último día de mi vida y si alguien algún día me ve jugando golf, lo autorizo a que me escupa en el rostro. He dicho.

Monday, February 27, 2006

Lluvia en puerta

Miro por la ventana: Cielo negro. Amenaza de tormenta feroz en Tijuana. Los pronósticos meteorológicos no parecen andar errados esta vez. Habrá que correr a casa antes de que la lluvia nos agarre en carretera. Y es que en Tijuana basta un chipi chipi para sufrir los estragos del Diluvio Universal. Será mejor que vaya construyendo mi arca.

Semana inglesa

Soy estúpidamente biorítmico, chapado al compás de la semana inglesa. Apolíneo entre semana, dionisiaco el fin. A veces odio ser tan estúpidamente cíclico. De lunes a jueves soy un espartano que no gasta, no bebe y no come otra cosa que lechugas, espinacas y cereales. Pero la llegada del viernes anuncia el descorche de las reservas de la cava y el inminente rompimiento de la dieta. Cuaresma y carnaval. Calorías incendiadas en el gimnasio entre semana son recuperadas al triple con la llegada del descanso. Apolo y Dionisio intentan firmar armisticios, pero la paz no suele ser fructífera. La difícil negociación comienza el domingo en la noche, cuando Dionisio, cabizbajo, debe abandonar la cancha, aunque nunca se resigna del todo. Tal por ello padezco de insomnio incurable esa noche.

Cumpleaños

Cumplió años mi madre. Sólo una vez se cumplen 50. Me alegra mucho saber que la serenata retumbó en al píe del Cerro de las Mitras y que esta tarde la espera una gran fiesta. Hoy me duele mucho estar a casi 3 mil kilómetros de distancia de ella. El teléfono nunca han sido mi aliado y la bocina nunca ha sido buena para dar abrazos.

Light

Me he convertido en un ser moderado, justamente yo que tanto odiaba la moderación. Vaya, siempre dije que me sería más fácil transformarme en un radical abstemio, un anacoreta que de golpe y porrazo exilia al placer de su vida. Pero no. Poco a poco me voy transformando en un hombre light, de no más de tres copas, que teme comer en exceso, que no se entrega a los brazos de Dionisio porque Apolo le muestra por adelantado la factura que pasará la cruda. Un hombre que se mide, que ya no vomita todo lo que piensa y evita discusiones estériles. Una versión muy suave de mi mismo en definitiva. Carajo, con decirles que hace poco, por primera vez en mi vida, bebí una cerveza sin alcohol, yo que tanto abominaba de semejante idea. ¿Y saben qué es lo peor? Que la idea me pareció buena. Beber es sólo una compulsión. El único trago que disfrutas por su sabor y efecto es el primero y tal vez el segundo. Después sólo necesitas tener algo frío en la mano y llevártelo a la boca mientras conversas. Complejos de etapa oral diría Freud.

Línea de sombra

Las cercanías de la Primavera son una zona peligrosa en mi existencia. Algo así como rondar en la Línea de Sombra de Joseph Conrad. En las cercanías de la Primavera suelo consumar rompimientos. Ha sido en marzo cuando he cortado de tajo mi relación con más de una institución. Febrero con sus vientos trae semillas de furia e inconformidad. Las semillas se incuban en mi alma. Puedo sentir como va creciendo poco a poco la platita del coraje hasta que un día, de repente, así de la nada, brota algo así como un árbol carnívoro que acaba con todo a su paso y revienta. Veremos si de algo me sirve eso que se supone adquieres con los años y se llama madurez. En parte me gusta sentirme inconforme, pues la inconformidad es la gasolina de la existencia. Pero también se que esa inconformidad a menudo me lleva a hacer que los monstruos se coman el sueño de la razón. Ojalá la bestia humana no haga de las suyas. Lo único absolutamente cierto es que ya no quiero estar aquí. Por fortuna hay puertas abiertas para mí en más de un sitio. Por desgracia ninguna puerta parece ser lo suficientemente atractiva como para mandar todo al carajo de una buena vez por todas. Si esto fuera el draft y yo un jugador de futbol, digamos que me he puesto la etiqueta de transferible.