Eterno Retorno

Friday, January 27, 2006

Tal vez no hay un regalo más significativo para mí que un libro. Y dado que la gratitud, antes que un deber es un privilegio, tengo el privilegio de dar las gracias a mi amigo Morcillo por un trío de libros que me hizo llegar desde la Gran Tenochtitlán vía el compa Manuel Lomelí, que amablemente los trajo hasta mi escritorio en la Redacción. El grito de la lechuza de Patricia Highsmith, una señorona de la novela negra, Cuando el calor aprieta de Chester Himes, autor que será nuevo para mí y Tigres, un equipo con garra, de Miguel Lara Salazar, libro que habla sobre el mejor equipo del mundo o por lo menos el que más amo. No queda más que un brutalmente honesto Gracias.

No hay tiempo para más. En este momento llevo más de 16 horas trabajando sin parar. No escribir no significa que no haya nada que narrar, pero hay más trabajo que tiempo y vida.
Inspiración sobra.

El Monje
Matthew G. Lewis
Club Diógenes Valdemar

Por Daniel Salinas

El libro del que hablaremos este domingo no es precisamente la última novedad literaria ni el ejemplar de moda en las librerías.
Sí, lo se; lo ordinario en una columna de reseñas literarias es presentar productos editoriales recién saliditos del horno que ocupen un palco de honor en los aparadores. Pero Pasos de Gutenberg detesta lo ordinario y considera que un espacio dedicado a los libros pierde mucho si no se ocupa, aunque sea de vez en cuando, de ciertos clásicos que acabaron por convertirse en libros de culto.
El Monje, de Matthew G. Lewis, fue publicado hace exactamente 210 años, en 1796 y en su momento fue un suceso editorial que fascinó y horrorizó a generaciones enteras. Condenado por impío, ateo y corrompido, este libro, escrito por un jovencito de 21 años de edad, se transformó con el tiempo en la piedra angular de la literatura gótica. Aunque tal vez algunos de los que hoy son best seller con sus historias de terror no lo sepan, El Monje es la ubre de la que amamantaron muchos de los narradores clásicos del género. Baste decir que un monstruo sagrado de la narrativa macabra como es Howard Philips Lovecraft lo consideró su libro de cabecera y una de sus principales influencias.
Claro, para leer El monje hay que despojarse de absurdos prejuicios vanguardistas y entender que se trata de una novela escrita en el auge del romanticismo. De hecho, una de las principales influencias del joven Lewis, fue el célebre Werther de Goethe. La elegancia del lenguaje, la pulcritud de la prosa, la atmósfera barroca y la personalidad del autor como amo y señor de sus personajes, hacen de El Monje una novela que sería el ejemplo perfecto del texto romántico de no ser por un par de detalles: El veneno moral y la omnipresencia de lo maldito. A diferencia de otras obras que abordaron el socorrido tópico de la lucha entre el bien y el mal, El Monje no es un texto moralizante ni cae en la tentación de transformarse en advertencia sobre los peligros de jugar con el lado oscuro. Simplemente narra y deja que sea el lector quien saque sus conclusiones lo que fue motivo de escándalo.
La novela nos narra la historia de Ambrosio, un virtuoso monje madrileño casi anacoreta, modelo de severidad y ascetismo cristiano transformado en una suerte de santo viviente para sus feligreses.
Pero la incorruptible virtud de Ambrosio enfrenta la tentación primero de la soberbia y después de la lujuria, cuando aparece en su vida Matilde. De entrada, nos enfrentamos a un añejo dilema moral expuesto en demoníaca maestría. La virtud espiritual contra las tentaciones de la carne. El pacto infernal que de pronto se coloca sobre la mesa del virtuoso para que estampe su firma. Pero más allá del drama fáustico, El Monje se sumerge, tal vez como ninguna novela hasta ese momento, en el reino de lo macabro, de lo horroroso, aderezado con una trama de misterios capaces de hipnotizar al lector más indiferente. El resultado es el gótico en estado puro. El horror romántico y la catástrofe moral. Un coro de fantasmas y demonios en nocturna serenata.
Se considera que a El castillo de Otranto, de Horace Walpole como el Génesis de la novela gótica. Escrito a mediados del Siglo XVIII, este libro sería el embrión del que nacieron tal vez los dos máximos clásicos del género como fueron El Monje de Lewis y Melmoth El Errabundo de Charles Robert Maturin. El gótico clásico tuvo un efímero periodo de auge que va de 1775 a 1820, aunque su descendencia fue enorme. Sin la influencia del gótico, Poe jamás hubiera sido Poe, ni hubieran nacido el Drácula de Stoker o Carmilla de Sheridan Le Fanú por no hablar de productos modernos como Ann Rice, que quieran o no, siguen bebiendo calostro de la fuente de Lewis, Maturin y compañía. ¿Quiere usted probar el néctar de lo gótico? No le de más vueltas al asunto y comience a leer El Monje en una nublada tarde poblada de sombras y recuerdos.

Tuesday, January 24, 2006

CLASICO

Si la montaña no va a Mahoma, ¿Mahoma va a la montaña? Pues bien, aquí los papeles se invierten: Si yo no voy a Nuevo León a ver el Clásico, entonces el Clásico viene a mí.

Para mi futbolera adicción, es algo más que un sueño cumplido. Mucho más de lo soñado que me hayan traído el juego más apasionante del futbol mexicano a escasos 200 kilómetros de mi casa. El Clásico de Clásicos tiene mi edad. Se jugó por vez primera el 13 de julio de 1974 en el estadio Universitario de San Nicolás de los Garza. En 31 años y medio, ese juego jamás había salido de Monterrey. A diferencia de jueguillos rascuaches como el América vs Chivas que Televisa se dedica a malbaratar con mil y un amistosos en Estados Unidos, el Clásico de Clásicos jamás había salido de su sede. De hecho jamás había salido de los estadios Universitario de San Nicolás de los Garza y... ¿cómo se llama la canchilla esa desabrida? Ah, sí, el tecnológico. Bueno, la idea es que el Clásico no había salido de Monterrey, pero yo lo mandé traer a la carta aquí a mis terruños.
Y es que en este espacio ni siquiera he narrado que fuimos a Carlson California a ver el Clásico de Clásicos en la final del Interliga
Acompañado de mis amigos David Ávila y Omar Martínez agarramos camino rumbo al Home Depot Center. Fue un poco extraña la sensación. Afectado como estaba por la muerte de mi Abuelo, mentalmente no conectaba del todo con el ánimo futbolero. Además, estoy acostumbrado a ver clásicos con los estadios abarrotados de banderas amarillas y una que otra albiazul. En esta ocasión el estadio estaba ciertamente abarrotado. Pero el 90% eran aficionados de las Chivas de Guadalajara. Mentes ignorantes. Pochos al fín. Perdónalos Dios mío que no saben lo que hacen. Sólo un par de porritas, eso sí, ambas muy entusiastas, que formaron un pequeño Monterrey en las tribunas angelinas. Éramos un poco más los Tigres y debo admitir que respirar una dosis de Nuevo León en Los Ángeles me puso aún más nostálgico. En Los Ángeles hay mucho olor a Zacatecas, Jalisco, Nayarit, pero nada de olor a cabrito nuevoleonés. En las tribunas me encontré a mi viejo amigo regio César Romero luciendo, como no, la camiseta del error. Ni modo, él se resiste a ser evangelizado y entrar en el Camino Amarillo de la Verdad. Había algunos integrantes de la mítica porra Libres y Locos. Buen ambiente y mucho Sol pese al viento gélido. La basura se puso al frente con un gol a los dos minutos, tras una falla del Chamagol que ni yo en mis malos tiempos me aventaba. Después de una buena dosis de sistema Tuca, hipnotizando al rival con sus toquecitos laterales, Tigres emparejó las cosas. Justo cuando el Sol se ocultaba y cerca de entrar ya a la recta final, el Divino Sir Walter Gaitán empató los cartones a su más puro estilo. Y cuando ya había caído la noche y un viento gélido nos congelaba, antes de cumplir el primer minuto de tiempo extra, Jaime Lozano, con la colaboración de un defensa de la basura, puso al frente al Felino en forma dramática. Y después, 30 minutos de superbanquete Tuca a la carta, (vaya candadito irrompible) llegó el ansiado final. 2-1 favorable al TIGRE. Bienvenidos a la Libertadores. A temblar Sudamérica que ahí les vamos. De paso le hicimos el favor al futbol mexicano de evitarle la pena de ver a ese equipillo de rayas poniendo en vergüenza el nombre del país por canchas sudamericanas. En cambio, mis Tigres llevan en alto la bandera. Ahí les va el que hará olvidar a Boca y tomará revancha de Sao Paulo.

Dedicado al gran aficionado Tigre que siempre fue mi Abuelo, en cuya biblioteca siempre hubo colgado un banderín Felino. Entre otras muchas cosas, mi Abuelo me enseñó el futbol y conocí algo muy parecido al paraíso en esas tardes compartidas en el Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza. Enamorado como fue de su Alma Mater, la Universidad Autónoma de Nuevo León, siempre llevó bien puesta la camiseta Felina. Y entre otras muchas verdades universales, a mi primo Héctor y a mí nos enseñó que dentro de ese verde prado, los de camiseta Amarilla eran siempre los buenos y los de rayas azules los malos.

Éxodo

Mi hermana Elisa se marchó a España. Partió anoche en el vuelo Monterrey Madrid. Ningún placer se compara a la aventura europea, mucho menos cuando se es joven. Elisa tiene 18 años y toda la habilidad del mundo para hacerla en grande por esos terruños. Con su pasaporte español en la bolsa, muy buenos contactos y bastante inteligencia, no veo nada que se interponga en su camino. Irse fue la mejor decisión que pudo haber tomado, la más sabia. ¿Quieres darle un consejo a los jóvenes? Diles que se marchen. Que agarren su mochila y se vayan de viaje. Esa es la mejor de todas las universidades, la más valiosa, la que abre tu cabeza más allá de cualquier horizonte. Sólo así te conoces a ti mismo y a tu entorno. Sólo así empiezas a comprender a tu familia y al mundo en que vives. No concibo cómo hay jóvenes que son felices envejeciendo en el mismo bar, aburriéndose con la misma gente sin sentir la más mínima curiosidad por ver qué hay del otro lado del mar.
Y bueno, por lo que a mí respecta, sólo me resta decir que cuando ves a los niños crecer es cuando te queda claro cuánto has envejecido tú. Vaya, para mí Elisa sigue siendo un bebé. Me parece todavía un recuerdo muy fresco el día de su nacimiento. Incluso recuerdo lo que estaba haciendo cuando me dijeron que tendría otra hermanita. Como me sucede con casi todos mis seres queridos, tengo más recuerdos del lejano pasado que del presente inmediato.
Tal vez por el hecho de haberme ido de Monterrey hace siete años, mi mente sigue anclada en imágenes ancestrales. Vaya, aunque sepas bien cómo son tus seres queridos actualmente, el recuerdo o la película que te queda marcada es el de las épocas en que tu convivencia era diaria y es por eso que me imagino a Elisa como una niñita, aunque la niñita ya sea toda una chica mayor de edad que ha cruzado el Océano y que en estos momentos debe estar paseando por la Plaza Mayor disfrutando la incomparable noche madrileña.



Nuestro Santo

Clara, sencilla y abierta era la escritura y la comunicación que utilizó San Francisco de Sales, considerado como el santo patrono de los periodistas, cuyo día se celebra hoy. Así las cosas, se aceptan felicitaciones en el Día de nuestro Santo.


Par de frases encontradas en uno de mis muchos diarios de pluma y papel

Los grandes acontecimientos se magnifican sólo en el recuerdo. Sucede a menudo que en el momento en que ocurrieron, no estábamos preparados para medirlos. Incluso hasta los acontecimientos más esperados, se estrellan con la muralla del instante presente y sólo hasta que visten la ropa del pasado, pueden ser transformados en monumentos. Los posibles pasados llegan a existir y a mutar en las aguas inalcanzables del hubiera que fluye sobre nuestra cabeza como una suerte de río inalcanzable.


La eternidad y la libertad nos dan pruebas de su existencia: El amanecer, incesante reconstrucción. La carretera, promesa y misterio. El mar, expresión del absoluto, del infinito rompimiento de cadenas.