Eterno Retorno

Monday, October 23, 2006

Maiden

Fui a ver a Iron Maiden a Irvine California. Acompañado por mis amigos JC Ortiz, Neto Álvarez y otro compa, agarramos camino desde el medio día para esta presentes en uno de los poquísimos conciertos que la Doncella de Hierro ofreció en América este año. En este momento ya deben andar por Japón.

Siendo un devoto fiel de la Doncella a la que considero por mucho la mejor banda del Universo, me cuesta trabajo emitir una crítica, pero pa que es más que la pura verdad, estoy muy encabronado.

Mi espíritu maidenmaniático capaz de perdonarle cualquier cosa a la Bestia Sagrada haría la siguiente reseña:

Con un Sold Out absoluto desde hace varias semanas, Iron Maiden demostró que los dioses no ocupan publicidad de los mortales. Con todo y el veto de Sharon Osbourne and co. y con nula promoción en las disque estaciones roqueras de California, dedicadas a promover grupillos alternativos de mierda estilo los que tocan en coachella, Maiden metió más de 25 mil personas al auditorio de Irvine. Gente de todas las edades y de los más diversos puntos de la región California-Baja California se dio cita ahí. Las Samuel Adams tipo Oktoberfest que bebimos antes del concierto estuvieron deliciosas, el clima fresquito estaba ideal y la banda abridora, 3 Inches of Blood, descargó un Heavy-Power furioso y original, con dos vocalistas a lo Rob Halford.

Maiden como siempre sonó impecable. Cada vez me siento más compenetrado con su nuevo disco, A Matter of Life and Death. Un prendón total. No todos los días tiene uno chance de oír en vivo a la mejor banda del Universo después de todo. Es la quinta vez que veo a Iron Maiden en mi vida y los iré a ver siempre que se paren a tocar en los alrededores.

Pero mi espíritu crítico me dice que ni por tratarse de Iron Maiden debo dejar de escupirles en la cara el sentimiento que me quedó tras su concierto.

Maiden, como compas, te pasaste de reata. Está bien que te hayas enamorado de tu nuevo disco, pero no es para tanto. Sí, ok, A Matter of Life and Death es un buen álbum, tal vez el mejor de la era moderna de la Doncella, pero tanto así como para tocarlo entero, carajo, pues ni que fuera el Number of the Beast o el Powerslave. Ya una vez tuve el deleite de escuchar en vivo a Slayer descargando íntegro y en orden el Reign in Blood al final de un concierto, pero justo es decir que ese magnum opus del thrash metal dura 29 minutos. A Matter of Life and Death dura casi hora y media. Iron Maiden lo tocó íntegro y en orden, Las diez rolas del nuevo disco, una por una. Sobres, es un discazo, ni duda cabe, ¿pero tocar las diez rolas? Y uno esperanzado piensa, bueno, será un concierto largo y dedicarán el mismo tiempo a los clásicos, pero No. La Doncella fue avara como regio o escocés. Sólo cinco clásicos para cerrar: Fear of the Dark, Iron Maiden, The Evil That Man Do, 2 Minutes to Midnight y Hallowed be the Name y buenas noches compadre. Ahí para la otra.
¿A poco fue todo? Sí, fue todo. Maiden, te pasaste de lanza. Te necesito querer un chingo para no mentarte la madre como te mereces por lo que has hecho. Tienes catorce discos de estudio, más de cien rolas hímnicas y te concentras únicamente en tu nuevo disquito que por lo que se puede ver te gustó mucho. Me quedaste a deber The Trooper, Fly of Icarus, Run to the Hills, The Number of The Beast, Wrathchild, Killers y ya mejor ni le sigo, porque me voy a encabronar. Nomás por ser Maiden te perdono.



Halloween

Me gusta la parafernalia Halloween. Espantapájaros, calabazas, brujas y fantasmas adornan las casas de la colonia. Este octubre los vecinos se han contagiado en serio por el espíritu del Día de las Brujas y no han escatimado en adornos para sus casas.

Me da risa escuchar a esos ridículos nacionalistas que nos exhortan a no dejarnos colonizar por las celebraciones extranjeras y nos proponen resistir la penetración de ese tipo de festividades foráneas en nuestra cultura.

No importa si las tradiciones son mexicanas o extranjeras, sino que tan incrustadas estén en tu existencia y en ese sentido, yo, al igual que millones de niños norteños, crecí con Halloween y no con Día de Muertos. Entiendo que una tradición es aquello que forma parte de tu vida cotidiana desde tu infancia. Si a esas vamos, yo nací y crecí con el Halloween. No hubo un 31 de octubre en que no usara un disfraz y algunos he de decirlo, eran realmente buenos. En Monterrey la fiesta se vive con la misma intensidad que en Tijuana y los niños regios llenamos muchas veces de dulces nuestras calabazas. El Halloween no llegó de de fuera a colonizarme ni a cambiar mis valores. Cuando yo nací el Halloween estaba más que arraigado en la cultura regia. Luego entonces, siendo un niño regio, el Halloween era mi tradición y mi cultura. Lo que sí llegó del exterior o más concretamente de un lejano Sur impuesto por autoridades educativas varios años más tarde, fue el Día de los Muertos.

La SEP en afán de impedir que los niños norteños fuéramos influidos por celebraciones extranjerizantes, promovió hasta la saciedad la celebración del Día de Muertos, algo hasta entonces desconocido para los regios. Para nosotros, esas calaveritas de azúcar y esos altares eran cosas de chilangos, pero a gritos y sombrerazos la SEP logró imponerlo. Me gusta el Día de Muertos tanto como Halloween y profeso un enorme respeto por la ancestral tradición del 2 de noviembre. Pero mi tradición de infancia era el Halloween. Nací Norteño y no chilango por fortuna. En Tijuana por lo que veo es igual. En cualquier caso, ser colonizado por la cultura del país donde vivo y adoptar una celebración sureña, me permite celebrar dos veces. Ya saben, yo me llevo de cachete y nalgada con la Muerte y un mezcalito a su salud siempre cae bien.

Con la Navidad sucedía algo similar en la primaria. Nuestra Navidad era de pinito y Santaclós, no había más. Pero cada diciembre la SEP convocaba a concursos sobre dibujos navideños en donde nos obligaba a representar una fiesta que no conocíamos. Y es que la Secretaría de Educación Pública prohibía que en los dibujos incluyéramos pinitos, santacloses, duendes, trineos y monos de nieve, por ser elementos extranjerizantes que atentan contra nuestros valores y cultura. Tampoco nos permitían incluir al Niño Dios, a San José o a la Virgen, pues el laicismo jacobino impuesto por el nacionalismo revolucionario impedía que hubiera cualquier tipo de representación religiosa. Agotados estos elementos por el eterno miedo priista a Dios y a los Estados Unidos, debíamos dibujar una Navidad mexicana y no nos quedaba más que incluir piñatas coloridas de estrella y niños con zarape bebiendo ponche, algo que para un niño regio era tan lejano y desconocido como pintar la Navidad en África.