Eterno Retorno

Saturday, October 29, 2005

Nunca antes como esta noche, había deseado tanto tener un Dios a quien rezarle. Que humana y egoista reacción la mía. Impotente y desarmado, sólo pienso en orar. Cuando toda tu armadura se ha hecho pedazos, sólo puedes mirar al cielo. Y si el cielo se ha oscurecido, entoces sólo queda escribir. Pero hoy ni siquiera escribir exorciza.
Soñamos mucho con este viaje. Creo que es el que más hemos ambicionado en nuestra vida. Pero nunca imaginamos que la víspera fuera a ser tan triste. Estamos a unas horas de partir y sin embargo nuestro mundo se ha resquebrajado. Bueno, el mío. Carol siempre es más fuerte cuando el Infierno llama a la puerta. No deja de impresionarme nunca su fortaleza.
Y yo daría cualquier parte de mi cuerpo, ofrendaría cualquier sacrificio porque eso estuviera en mis ojos. Nada deseo más en este mundo

No quiero pensar de manera irracional. Quiero eliminar los estúpidos fantasmas de mi mente, pero no puedo olvidar los extraños sueños que tuve en noches anteriores, los espectros, los heraldos negros, el pensar que había una suerte de maldición. Quiero dejar de pensar que hay un maldito embrujo destrás de esto. Al carajo. No hay nada de eso. No somos puro espíritu. Tenemos una máquina perfecta a la que llamamos cuerpo que un día, sin decir agua va, puede fallarnos ¿Te has puesto a pensar en tus ojos? ¿Has pensado en el tesoro que tienes, en la magia de la vista? Damos por hecho que los sentidos siempre estarán con nosotros, prestos a responder a nuestras órdenes. Pero un día, en un minuto, la existencia cambia y todas esas pendejadas y frivolidades en las que gastamos nuestra vida se transforman en basura y pierden su importancia. Nos damos cuenta que lo más importante en nuestra vida, es precisamente aquello que damos por hecho y en lo que nunca pensamos.

Quisiera que despertaramos de esto. Abrir los ojos y conjurar la pesadilla.

Y sin embargo, si esta noche no ocurre algo más, nos vamos. Vuela un Jet, hacia el Sur, la cósmica figura hacia el folklórico ataud de un DC 10 que se hace estrellas contra el suelo, cantaría Charly García.

A miles de kilómetros al Sur de este planeta, a cambiar este perro otoño por la Primavera Porteña, a la Ciudad de la Furia, a la Casa Desaparecida.

Un blog es una botella arrojada a un Océano de incertidumbre y si tú improbable lector que has llegado aquí tienes un Dios que te escuche, te pido que reces por Carolina.

Thursday, October 27, 2005

Winnie

Winnie trazaba círculos con su cuerpo largo de comadreja. Era su máxima expresión de emoción, una suerte de ritual místico. Cuando Winnie desde el patio te veía entrar a casa pegaba tremendo ladrido y después, invariablemente, se ponía a dar vueltas y casi puedo jurar que giraba respetando el sentido de las manecillas del reloj. El ritual concluía cuando, una vez frente a ti, se tiraba de panza y pedía que la rascaras.

Mil y un veces por la noche habré llegado de la universidad a casa y mil y un veces Winnie ejecutó su ritual. Has de cuenta que la estoy viendo girar, moviendo la cola, marcando infinitos 360 grados sobre el reino del patio del que fue ama y señora absoluta durante 10 años.


Winnie llegó a nosotros en el ardiente verano del 95. Una mañana de agosto regio, arribó a la casa de Francisco Petrarca, con menos de un año de edad, exiliada de quién sabe cuántos hogares, arrastrando consigo una negra fama de arisca, hostil y mordelona. Y no, no imaginen ustedes que nuestro primer encuentro fue una romántica escena de besos y apapachos. Nada de eso. Winnie no hizo desmerecer su mala fama y tomó posesión de su nuevo reino con demasiadas reservas, sin dudar en enseñar los dientes a la menor provocación. Varias veces nos salvamos de una mordida. Parecía más mustélido que cánido y su alma era de cazadora, no de perrilla faldera.


No recuerdo cuánto tiempo habrá tardado en tomarnos un poco de confianza, pero debe haber sido antes de que terminara el verano, pues aún hacia bastante calor cuando ya salíamos a pasear a esa falda del Cerro de las Mitras que llamamos la Z. Sin embargo, su cariño no era un bien mostrenco ni fue fácilmente conquistable. Me atrevería a decir que sólo se permitió querer a los Salinas Basave. Los extraños jamás fueron de su agrado, si bien una vez que pasaban revista y decían presente, podía permitirles el paso.

Nadie como Winnie amó tanto los veranos regios. Su cuerpo largo parecía funcionar con energía solar. Creo que nunca le faltó vitamina D. Hasta en el más nublado cielo, se las arreglaba para encontrar el punto exacto del patio en donde cayera ese mínimo rayito de Sol, prófugo de las sombras, que se desparramaba sobre su anatomía de salchicha. Buscaba el Sol hasta el último minuto del crepúsculo y sospecho que entendió bien los movimientos de rotación y traslación, pues se las arreglaba para moverse de acuerdo a la posición del Astro Rey.


Sin embargo, así como amó el verano, aborreció el invierno. Ya sabemos que en Monterrey los fríos de diciembre no son enchiladas y Winnie los padecía con dolorosa abnegación. Nunca he conocido alguien más friolento. Apenas caía la aguja del termómetro y Winnie buscaba tu cuerpo y exigía cobija. Su nirvana era quedarse dormida en el regazo y con la misma obsesión con la que buscaba el Sol, se aferraba al último suspiro del calentador apagado. Era entonces cuando irremediablemente exigía ser exiliada del helado patio y solicitaba asilo político en el baño, que durante meses permanecía forrado de cobijas.


Si me hubiera sido dado pedir un deseo, ese habría sido que Winnie me esperara hasta la Navidad y verla al menos una vez más. Mi deseo no fue concedido. Winnie se marchó. Descansó tras meses de agonía y sufrimiento. Me dicen que estaba en los huesos. Ya no trazaba círculos en el patio, ni se escuchaban los ladridos, aunque según me cuentan, jamás renunció a mover la cola. Los seres humanos somos por naturaleza egoístas. Nos aferramos con uñas y dientes a la vida y buscamos aferrar a los seres queridos, aunque quede sólo la llama de una vela que agoniza bajo la tempestad y aunque esa llama represente el sufrimiento de quien amamos. Aún así, egoísta como soy, confieso que este descanso me duele inmensamente. Suelo ser frío ante muerte, pero hoy mi frialdad se ha hecho pedazos y la tristeza siempre trae consigo la duda. Cuando salí a pasear al caer la noche, sólo pensé que esas estrellas ya no alumbraban a Winnie. Y sí, algo tan leve, tan frágil, como puede ser la vida que se escapa en un suspiro de un cuerpecito agonizante, arrastra con sigo tempestades ontológicas. No se si hay Dios o si hay paraíso, pero hoy me pregunto: ¿A dónde se van los perros? ¿En qué cielo estará Winnie trazando círculos? ¿Qué rayo de Sol prófugo de las nubes calentará su alma?

Tuesday, October 25, 2005

Doña Naturaleza se viste de furia

Lo he pensado muchas veces, lo he escuchado otras tantas: Pobre de Tijuana cuando le caiga encima un desastre natural. ¿Se imaginan? Dante no habría imaginado semejante Infierno.


Nunca como este año la Naturaleza se había ataviado con semejante traje de furia. Desde el tsunami asiático que despidió el 2004, los elementos se han dado a la tarea de danzar la sinfonía del caos. Sin embargo los desastres están siempre lejos, muy lejos. Son palmeras y postes derrumbados dentro del marco de la televisión, manos morenas que se elevan hacia un helicóptero suplicando ayuda, avenidas inundadas y playas sepultadas en rocas. New Orelans, Cancún, Chiapas. Katrina, Stam, Wilma, una película que se confunde. ¿Cuál fue primero? ¿Cuál más mortífero? Un mes después ¿Quién se acuerda de Bourbon Street? Un huracán desplaza a otro como el periódico del hoy vuelve anticuado al de ayer. En Tijuana contemplamos los desastres de reojo, con esa marca de tan propia de la casa llamada absoluta indiferencia, viviendo a gritos ese desastre natural tan nuestro que son miles de carros haciendo línea ante el migra y comentando entre sorbos de café el muertito del día


Sin embargo, todos en Tijuana coincidimos en lo mismo: Pobres de nosotros el día que nos caiga un desastre natural. Unas gotas de lluvia ligera son capaces de transformarse en heraldos del Apocalipsis en estas calles, despertando los omnipresentes espectros de 1993.

Aún así, en Tijuana no sabemos lo que es un desastre natural. Hemos tenido nuestras lluvias, sí, y recabronas Nada comparable al 93, aunque en 98 y 2005 también hubo altares de muertos. De cualquiera manera, nunca hemos vivido, ni remotamente, algo parecido a Cancún. Y sin embargo, somos el caldo de cultivo perfecto para una devastación apocalíptica.

A veces se nos olvida que Tijuana está junto al mar, justo a un lado del belicoso Océano Pacífico que jamás ha conocido la paz. El mismo océano de los tsunamis es el que baña nuestras costas donde muchísimos estadounidenses han pagado miles de dólares por una vista al mar que a veces hasta incluye casa. Se nos olvida también que vivimos en zona sísmica, que más de un geólogo ha expresado de acuerdo a nuestras características topográficas, es inconcebible que exista sobre esta tierra una ciudad tan enorme. Y sin embargo, existe.


Basta ver los cortes de cerro, similares a un pastel de lodo, a un polvorón de azúcar mojado en leche. Cerros cortados de tajo por el cuchillo voraz de las inmobiliarias capaces de tragarse la Pangea con tal de construir 10 mil microcasas al año y tener a 10 mil clasemedieros como esclavos de sus créditos. Basta ver las laderas en donde en un amanecer brotan como chancros infinitas casas de lámina y cartón sostenidas por el infalible cimiento de llantas. Narcoviviendas millonarias al píe de voladeros con su cancha de tenis al vacío, siguiendo la ley de Horacio, esperando pacientes el derrumbe. Tijuana de cerros de y hoyos, orgullosa ciudad puberta, en plena etapa de desarrollo, ampliándose tres cuadras diarias, con sus colonias inaccesibles al fondo de barrancas o en la cima de los cerros. Microcosmos improbables que yacen al fondo de siniestros cañones esperando, como reses en el matadero, a que la Naturaleza, vistiendo su traje de furia, venga a danzar por Tijuana.


Hace poco menos de un mes, la rotura de tres centímetros en una tubería de aguas negras, incomunicó por cuatro horas a todo Playas de Tijuana e inundó en lodo al Cañón Los Laureles. Basta poco, muy poquito para trastornar nuestra ciudad ¿Se imaginan un terremoto? ¿Un huracancito? ¿Un tsunami? ¿Qué sería de nuestra Tijuana? ¿Qué quedaría de ella en píe? ¿Cuántos muertos tendríamos que lamentar?


El único desastre que he vivido a lo largo de mi existencia fue Gilberto, la noche del 16 al 17 de septiembre de 1988 en Monterrey. Aún recuerdo esa mañana parados a la orilla del Río Santa Catarina que por primera vez se transformó en un Río hecho y derecho, con agua y corriente furiosa. Bajo esas olas puercas, y chocolatosas yacían carreteras, canchas, puentes, una alberca y una ciclopista de más de 20 kilómetros que en aquel entonces yo usaba diariamente. Recuerdo los cuatro autobuses patas arriba, las historias de horror, la epopeya increíble de Rogelio. Creo que todo regiomontano se acuerda de lo que estuvo haciendo la noche que nos cayó Gilberto. En Tijuana jamás he vivido un desastre. Al menos no con mayúsculas. ¿Me tocará vivirlo?


PD- 355 víctimas en lo que va del año en Tijuana son polvo y son olvido, tres tediosos párrafos diluidos en la inmensidad de las breves policíacas. Sin embargo, la víctima será recordada por mucho tiempo y sin duda motivará la reacción furiosa de la sociedad tijuanense. Y es que resulta, señores, que el hombre que fue encontrado ayer al amanecer a bordo de un thunderbird con seis balazos en el cuerpo, era un sacerdote católico. Con la Iglesia hemos topado Sancho.