Eterno Retorno

Friday, October 14, 2005

Pasos de Gutenberg

El discurso del odio
André Glucksmann
Taurus

Por Daniel Salinas Basave

No queda un buen sabor de boca al acabar de leer El discurso del odio. Este libro busca angustiar y la verdad es que lo consigue con creces. Empezando por su portada y presentación, este libro ya azota una cachetada al improbable lector que se lo topa en el andén de la librería. Vaya, el color rojo escarlata, la palabra ?odio? enorme en letras negras tipo graffitti, y en lugar de la letra i, la editorial nos presenta un fusil AK-47. Con semejante presentación, uno puede hacerse a la idea de que no le espera un libro cómodo.
Una vez iniciada la lectura, se corrobora que el vestido del libro es perfectamente acorde con la personalidad.
El filósofo francés André Glucksmann navega con bandera de pesimista. De entrada uno podría pensar que se enfrenta a una versión moderna de Historia y utopía de Ciorán. Vaya espejismo. Bastan unas cuantas páginas para caer en la cuenta de lo lejos que Glucksmann se encuentra del franco-rumano. A años luz. Bueno fuera que hubiera auténtico nihilismo en Glucksmann. Bueno fuera que en algo nos recordara a Sartre o a Camus como alguien dijo por ahí. En efecto, a esta época de guerras religiosas absurdas y aparente renacimiento de teocracias le hacen falta filósofos como aquellos célebres existencialistas. Glucksamann, por desgracia, no cubre la vacante. Los libros de la angustia también son textos sagrados, nadie lo niega. El problema es que aquí, a su aparente pesimismo le veo más cara de colaboracionismo.
Vayamos al grano: Por más discurso filosófico que lo adorne, El discurso del odio es una descarada apología de George Bush y de la política internacional de Estados Unidos. ¿Para qué andar con rodeos? Glucksmann es de los pocos franceses que le entra al quite para defender la política estadounidense y justificar su actuación en Irak y en Afganistán. Por más sofismas que trate de desparramar en sus páginas, se trata de un libro parcial, que toma un casi descarado partido.
El discurso del odio, continuación de Dostoievski en Manhattan, es un ensayo que pretende demostrar que la humanidad entra de golpe y porrazo a una nueva era marcada por el odio irracional, nihilista, un odio puro, ciego y misantrópico. Con una prosa típicamente francesa atiborrada de ironías que en algo lo acercan a Ciorán y recuerdan en mucho los ensayos de Vivianne Forrester, este judío francés diserta en torno a la capacidad destructiva de las sociedades y el paso a la era de las conspiraciones individualistas. Del estado de guerra definido por Rousseau, Glucksmann nos traslada al estado del odio, en el que según sus propias palabras, la facultad apocalíptica de pitar el final del partido, antes patrimonio de los dioses y después monopolizada por las superpotencias, se ha puesto al alcance del gran público.
Glucksmann tiene estilo para escribir, eso sí ni quien lo niegue. Desgraciadamente su filosofía me parece demasiado cargada de intenciones ocultas. Al final su sionismo lo traiciona y el libro acaba por torcer el rumbo. Lo que parecía una propuesta ensayísitica profunda, acaba por transformarse en una burla y condena contra el anti- norteamericanismo de la sociedad francesa y alemana. Y al final, a uno acaba por olvidársele por qué camino iba la lectura. Al menos a mí el camino se me torció por completo.


Las Cruzadas
Peregrinaje armado y guerra santa
Geoffrey Hindley

Por Daniel Salinas Basave

¿Más Cruzadas? Sí, más Cruzadas. Si usted por casualidad ha sido un lector más o menos constante de Pasos de Gutenberg, dirá, con justa razón, que ha habido ya demasiadas reseñas de libros sobre el tema de las guerras santas de Oriente contra Occidente.
La verdad de las cosas, es que el tema es apasionante y los enfoques con que puede abordarse son tan diversos, que parecen inagotables.
Ya en este mismo espacio hemos reseñado dos volúmenes Trilogía de las Cruzadas del Sueco Jan Guillou y El viaje prodigioso de Miguel Leguiniche y Antonia Velasco, por mencionar sólo algunas obras sobre el tema.
A raíz de la euforia generada por el fenómeno Código Da Vinci, los estantes de las librerías se han atiborrado de chatarra editorial sobre misterios templarios, conspiraciones vaticanas, enigmas de cataros y toda clase de seudo revelaciones sobre la baja Edad Media.
Sin embargo, justo es señalar que esta repentina euforia por husmear secretos medievales, ha puesto en las mesas principales obras con una buena dosis de rigor historiográfico.
Las Cruzadas, Peregrinaje armado y guerra santa de Geoffrey Hindley es una obra ambiciosa y seria. Aquí no hay ni vestigio de novela o crónica. Únicamente labor de historiador con fuentes bien documentadas y una muy completa cronología adornada con oportunos mapas.
Egresado de Oxford, Geoffrey Hindley es un experto en historia medieval. No por nada es cofundador de Society for the History of Medieval Technology and Sciences
Hindley parte de dos preguntas fundamentales para arrancar su obra: ¿Qué fue lo que pudo orillar a que millares de familias europeas de todos los estratos sociales se arrojaran en un peregrinaje casi suicida para conquistar Tierra Santa? ¿Qué consecuencias tuvo este peregrinaje en la historia de Europa y en la relación entre Oriente y Occidente?
La Europa feudal del año 1095, confinada a la frágil y monótona paz que se respiraba tras las murallas de los feudos, de repente se ve trastornada por el llamado de un demente visionario llamado Pedro El Ermitaño y por la arenga del Papa Urbano a recuperar Tierra Santa y arrebatársela de las manos a los infieles. Visto con una mirada racional y con un mínimo de cordura, parecería un absurdo contemplar a decenas de miles de campesinos cargar con sus mujeres e hijos y sus pocas pertenencias para emprender una misión suicida.
¿Qué fue lo que pudo orillarlos a semejante odisea? ¿Fue sólo el fervor religioso o había motivaciones mucho más terrenales que celestiales? Hindley nos dibuja una suerte de mural de la sociedad europea en vísperas de del Siglo XII.
De hecho la gran virtud del libro, es que aparte de hacer una muy completa narración de los hechos y personajes que conformaron la epopeya de Las Cruzadas, Hindley alterna su narración con oportunos capítulos de índole más bien sociológica en donde profundiza en los aspectos sociales, religiosos y culturales de la época, tanto en Oriente como en Occidente.
Vaya, el autor toca un tema que en lo personal me parece novedoso y que a otros historiadores les había pasado de noche y es el hecho de la nueva dinámica que las Cruzadas generaron en el rol femenino dentro de la sociedad feudal. En una sociedad eminentemente machista, el peregrinaje de miles de maridos a Jerusalén cambió de golpe y porrazo el rol de la mujer que de un día para otro se transformó en señora feudal y ejerció mandos y atribuciones que antes hubieran sido inconcebibles.
Otro tema que desarrolla con maestría, es el relativo a la llamada Cruzada de los Niños, cuando miles de pequeños, en medio de una manipulación corrupta y una iluminación suicida peregrinaron a Tierra Santa aunque jamás pudieron salir de Europa.
Finalmente, una tercera interrogante que da cerrojazo al libro es: ¿Aprendió la humanidad de las Cruzadas? ¿Ha cambiado la mentalidad del hombre o seguimos inmersos en el ?Dios lo quiere? de Pedro el Ermitaño? ¿Se puede hablar de guerras santas en pleno Siglo XXI? Sólo hace falta echar una mirada a las guerras en Afganistán y en Irak para darnos cuanta de cuan actuales son estos cuestionamientos.

Thursday, October 13, 2005

Cuba

Yo siempre he sido un viajero, nunca un turista. Si algo odié de Cuba, es que en ese país es el único en el mundo en donde me han obligado a ser un despreciable turista. Por más que lo intenté jamás me dejaron ser un viajero. Desde el momento en que pones un píe en la tierra que huele a caña, tabaco y brea, ellos te transforman en la clase más odiosa de turista que puede existir en el mundo, el que cree merecer privilegios, atenciones especiales, trato diferente. Ellos te obligan a recibir ese trato, te obligan a no ser igual a ellos
Ni un país en el mundo como Cuba pinta tan drásticamente su raya entre un turista y un nativo. Más que una raya es un abismo, una muralla infranqueable. Eso es odioso señores. Yo no puedo disfrutarlo.


No volveré a Cuba. Al menos no volveré a elegirlo como destino de viaje ni volveré a invertir mi dinero en visitar esa isla. Si algún día la Diosa Aleatoriedad y sus extraños designios vuelve a colocarme en el feudo de Castro, entonces trataré de disfrutarlo. Por lo que a mi voluntad respecta, elegiré 50 destinos antes que volver a esa isla caribeña.

En el blog de un amigo de la hermana República de La Laguna, www.alexander-prime.blogspot.com , que escribe desde los terruños donde el Santos de Torreón truena sus chicharrones, leo algo que me ha hecho recordar nuestro viaje a Cuba en el verano de 2002.

Reproduzco textualmente un párrafo escrito por el autor de este blog.

Ahora sólo pienso en visitar Cuba. La Habana. Las calles empedradas, el sol habanero, la playa, el malecón tan inconfundible con los edificios treinteros de fondo. Carros de los 50s, y en sus calles, la música fluyendo, de puerta en puerta. Fidel, el Che, y 500 años de historia detrás de cada piedra y escondida en cada som bra. Algún día iré. Pronto, pronto, Nemersito.

No es mi intención decepcionar al autor de este blog, pero esa visión por ser tan terriblemente idílica, corres el riesgo de hacerse pedazos una vez que aterrice en el José Martí de La Habana.

Sí, todos y cada de los viajes que he realizado en mi vida, sean a Tecate Baja California o a Reykjavik Islandia, a Aramberri Nuevo León o a Edimburgo Escocia me han enseñado algo y no me arrepiento de uno solo. Todavía no se da el caso de que vaya a algún lugar y afirme que me hubiera gustado no ir. Pero ciertamente no puedo afirmar que todos los viajes han sido igual de mágicos y si tuviéramos que hacer una tabla de posiciones de nuestros viajes, Carolina y yo coincidimos en que Cuba queda en último lugar. No es que hayamos odiado la isla, pero elegiríamos 100 lugares antes de pensar en volver. Vaya, hay lugares de los que simplemente te enamoras. Me moriría de ganas de volver a estar en Praga, en Viena, en Amsterdam, en Hamburgo, en Islandia. Regresaría cuantas veces fuera posible y no creo que algún día me sintiera harto. Sin embargo, no me quedan muchas ganas de volver a Cuba. Vaya, si por alguna situación incidental volviera pues no me molestaría, pero no volvería a elegirlo jamás como destino para vacacionar. Con una vez bastó y sobró.


Hay demasiados factores, por lo que a mí respecta, que hacen a priori de Cuba un sitio poco atractivo. No soy afecto a los trópicos, no me gusta la salsa ni la música latina. Mucho menos los lamentos del canto nuevo silviorodrigozo milanesozo y pestilencias similares. Tampoco me gusta el ron. No tengo en mi esencia ni en mi sangre nada que evoque al cacareado y celebrado calor latino. Pero todo eso pasa a segundo término. Pude odiar el ron y la salsa y aún así haber disfrutado Cuba. Lo que más desprecié de esa isla, lo repito una vez más, es que me convirtieron en un turista.


¿A qué me refiero con viajero y turista? Un viajero llega a un lugar y se olvida de guías, tours y de más pendejadas. Un viajero sale a caminar por las calles y trata de fundirse con el espíritu de los locales. En Cuba nunca nos dejaron hacer eso. Apenas pusimos un píe en la calle, ya teníamos 10 tipos ofreciéndonos ser nuestros guías, vendiéndonos cohibas y ron habanero de contrabando, ofreciéndonos putas, baile, sensualidad latina. No podíamos caminar tres pasos antes de que un mulato nos saliera al paso a ofrecernos su estuche de monerías locales


Por supuesto que al viajar disfruto hablando con la gente del país en la calle, preguntándoles cosas, bebiendo un trago con ellos. Desgraciadamente en Cuba eso no puede ser espontáneo. Ante los cubanos un turista es y será por siempre un dólar con patas. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, siempre serás un dólar y te verán como un dólar. Nunca como un amigo. Estás condenado a tener el signo de los dólares tatuado en la frente. Los cubanos te venderán su amistad, su conversación amable, sus historias. Serán tremendamente simpáticos con tigo, se dirán dispuestos a hacerte cualquier favor, a conseguirte lo que pidas con tal de que la pases bien. Pero tú sabes bien que esas sonrisas no son gratis. Esas sonrisas y esa amistad cuestan dólares. Tú sabes bien que lo hacen porque al final del viaje les regales unos tenis, una camarita, una playera de marca, unos dolaritos. Ese es el meollo del asunto.


Conozco mucha gente enamorada de Cuba y mucho más de sus jineteras. Sobre todo conozco políticos y abogadetes enamorados de ir cada cierto tiempo a La Habana. A ellos les gusta sentirse poderosos, adulados, sentir que las mujeres los desean, que ellos pueden mandar, imponer, ser la ley, tener privilegios. La mayoría se han casado con jineteras cubanas. En el Ayuntamiento de Tijuana conozco algunos. Son tipos despreciables. Yo odio a las putas y odio a los pordioseros. Odio que la gente se finja tu amiga para sacar algo de ti. Me siento mucho más cómodo con la sincera frialdad de un austriaco o un islandés, que con la hipócrita sonrisa de un mulato que jura ser tu amigo o la mirada sensual de una jinetera que promete hacerte el hombre de su vida a cambio de un dólar. Si los cubanos fueran libres y tuvieran dinero ¿Te ofrecerían su amistad? ¿Se enamorarían de ti todas las putas? ¿Por qué las jineteras sólo se enamoran de turistas ricos y nunca de cubanos pobres?


Cómo puede haber igualdad, cuando vas a Varadero y te enteras que los cubanos no pueden entrar a esas playas, que están resguardadas como un privilegio para ti, sacrosanto turista lleno de dólares. Cómo creen que puedo sentirme contento en una playa bebiendo mojitos sabiendo que a los propios ciudadanos de ese país les son negados esos placeres. Los cubanos no pueden ir a Varadero. Los cubanos no podrán nunca entrar a las tiendas que entra un turista. No podrán ir al Tropicana, no podrán gozar tus noches de Cabaret con mojitos de 10 dólares que no ganan en un mes. Eso es mierda.


Fidel, el Che, Silvio Rodríguez. Por favor señores. Ahóguense en una letrina un poco más profunda por favor. ¿Sueños de socialismo y guerrilla? ¿Delirios de Revolución Proletaria? Cuando estés pagando una cena show de 100 dólares en el Tropicana bebiendo los mojitos que el pueblo no podrá pagar nunca, cualquier vestigio de fe en el socialismo se va por el drenaje. ¿Díganme qué cubano puede pagar un mojito en la Bodeguita de En Medio? ¿Díganme uno que pueda comprar una caja de Cohíba con su salario de hambre? ¿Eso es el socialismo? ¿Poner a un pueblo ser humillado por los turistas?


Ya estábamos en Cuba. Pronto nos dimos cuenta que estábamos condenados a ser despreciables turistas y no viajeros como nos gusta. Ni modo, a Carolina y a mí no nos quedaba otra que tratar de pasarla bien. Y bueno, elegimos como guías a unos tipos de Ciego de Ávila que nos trajeron de arriba abajo, que nos vendieron su amistad y sus paseos a cambio de 10 dólares diarios, nos llevaron a bailar salsa a la Casa de la Música donde bebimos hartos mojitos (sí señores, hasta yo bailé salsa) nos llevaron a bucear clandestinamente al Caribe y en fin. No quedaba de otra. La pasamos bien. Lo disfrutamos, pero no pudimos disfrutarlo como hubiéramos querido, sintiéndonos iguales, normales, no acosados a cada momento. Cuba es un país hermoso, pero su sistema transforma a todos los habitantes en cazadores de turistas.


Olvídense de José Martí, olvídense de Reynaldo Arenas, olvídense de Virgilio Piñeira, olvídense de Cabrera Infante, olvídense de Lezama Lima ¿Quieren saber cómo es Cuba hoy? Chútense a Pedro Juan Gutiérrez y luego hablamos.

Wednesday, October 12, 2005

Día de la Raza

¿Se acuerdan ustedes de la Enciclopedia Colibrí? Si son tan viejos como yo y nacieron a la mitad de los años 70 y además coleccionaban libros, sin duda se acordarán de esta enciclopedia mexicana elaborada por la Secretaría de Educación Pública, que al juntar los 12 tomos formaba un cerro vede lleno de figuras en el dorso de los libros.
La Enciclopedia Colibrí abordaba los más diversos tópicos, desde geografía, zoología, Historia de México, rimas, juegos infantiles y un largo etcétera. Fue la Enciclopedia Colibrí la responsable de mi pasional amor por la Historia desde los siete años de edad. A ella pueden echarle la culpa por esa terrible adicción que 24 años después aún no me deja libre.


Aún recuerdo muy bien el tomo 4 de la Enciclopedia Colibrí, dedicado a México prehispánico y a la Conquista. A mis siete años me impresionó muchísimo la narración que hicieron de la llegada de los españoles. Eran tiempos del lópezportillismo cuando la historia oficial impartida por la SEP estaba salpicada por un rimbombante nacionalismo indigenista. La cuestión es que la narración de la Conquista era terriblemente tendenciosa y parcial. Se refería a los aztecas como los Nuestros y ponían a los españoles como unos bárbaros sedientos de sangre que aprovechando sus armas de fuego y sus miles de caballos, aunado a la traición tlaxcalteca, dominaron a los mexicas. Por si fuera poco, aderezaban el texto con poemas de la Visión de los Vencidos con el evidente objetivo de hacerlo más dramático. Siendo un niño, esa historia me impresionó muchísimo. ¿Cómo podía haber tanta crueldad e injusticia? ¿Cómo fue que gente tan desalmada pudiera conquistarnos? Esa fue mi primera impresión de la Conquista gracias a la Enciclopedia Colibrí. Me creí la eterna patraña del indigenismo. Perdónenme, tenía solo siete años.


Sin embargo, a la Enciclopedia Colibrí le agradezco haber sembrado la semilla de la eterna curiosidad por la Historia. Gracias a esa enciclopedia de la SEP, comencé a interesarme de sobremanera en el tema de la Conquista. Y entonces vinieron más y mejores lecturas. Una Navidad, tendría yo 10 años de edad, mis padres me regalaron un precioso volumen en pastas rojas de la Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y otro de Historia Antigua de Méjico, del jesuita Francisco Xavier Clavijero. Meses después, me regalaron las Cartas de Relación de Hernán Cortés y el Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Para entonces mi visión de la Conquista era harto distinta.


La basura que en la escuela nos enseñaron los libros de la SEP y lo que promueven las mentes amargadas de los indigenistas, es que los europeos triunfaron por su superioridad en armamento y caballos.
¿Superioridad? ¿Menos de 500 hombres derrotando a un imperio de millones de guerreros es superioridad?
¿Saben cuántos caballos llevaba Cortés en su expedición? 16 miserables caballos. Eso era todo. 16 equinos fueron capaces de atemorizar a un imperio. ¿Armas de fuego? Pero si llevaban menos de 50 arcabuces que eran más estorbosos que útiles, pues cargarlos de pólvora para soltar un solo disparo era un verdadero trámite. Cortés se hizo a la mar desde Cuba con menos de 500 hombres, mal armados y equipados. Cortés era un prófugo del gobernador Diego Velásquez y ni siquiera tenía el apoyo oficial de la corona. Sin embargo este puñado de aventureros logró someter en menos de dos años a un imperio de sanguinarios guerreros, un imperio de vocación puramente militar, al estilo de Esparta (toda proporción guardada pues se da por hecho que reconozco la superioridad de los helenos) Que un puñado de aventureros conquisten un imperio defendido por decenas de miles de soldados no me parece una pelea injusta ni desigual. Mucho menos un genocidio. Es una hazaña carajo. ¿De qué mierda se quejan los aztecas? Tenían todo para ganar. Su ejército los superaba por más de 10 a 1 en hombres. Estaban en su terreno, en su clima, en su ciudad. Los europeos eran visitantes, en tierra extraña. Tenían todo en contra. ¿16 caballos y unos cuantos arcabuces bastaron para esclavizar a un imperio? Resultaron muy facilitos entonces queridos aztecas.


Véanlo así de fácil: La Conquista no fue una injusticia ni un genocidio. Fue una Hazaña. Los europeos ganaron porque fueron más inteligentes. Porque supieron aprovechar los miedos, supersticiones e intrigas internas del enemigo. Los Conquistadores fueron superiores. Así de simple. Acéptenlo de una buena vez carajo. Y no se quejen, que los aztecas fueron bastante más crueles con sus pueblos conquistados. Los pueblos fuertes depredan a los débiles. Es una ley de la Historia y de la Naturaleza que ha regido por siempre.


Hablar de los indígenas como los nuestros y de los europeos como los extraños invasores me parece un absurdo total. Leía la Colibrí de niño, me miraba al espejo y me preguntaba: ¿Los nuestros? ¿Cuáles nuestros? ¿Hay acaso una sola gota de sangre indígena corriendo por mis venas? ¿En qué idioma hablo? ¿Hablo el nahuatl acaso? No señores. Basta con mirarme al espejo para saber de donde provengo y desenmascarar la Historia. Yo estoy orgulloso de mis raíces.



Si la cultura indígena hubiera sido tan fuerte, sólida y rica como dicen, al producirse la Independencia de México hubieran recuperado las lenguas y religiones prehispánicas como oficiales en la nueva nación. El español habría sido borrado y el cristianismo abolido. Les recomiendo leer la Historia de los Balcanes. Serbia fue conquistada por el Imperio Otomano en el Siglo XV. Tardó más de seis siglos en liberarse del yugo. Y sin embargo, en Serbia se profesa la religión ortodoxa y se habla el serbio- eslavo, mismo que se hablaba hace seis siglos. Es sólo un ejemplo. Naciones mucho más castigadas por la Historia y víctimas de auténticos genocidios como Macedonia, Rumania y Polonia conservaron su lengua y tradiciones religiosas frente al invasor. ¿Por qué los indígenas mesoamericanos no? ¿Por qué sucumbieron ante el español y el cristianismo?
Si hubieran sido tan fuertes y sólidas como la tradición eslava ortodoxa, los dialectos indígenas no estarían reducidos hoy a vil ornato exótico y tropical listo para venderse al turismo revolucionario en cajitas de plástico. Reconózcanlo: Sucumbieron porque eran una cultura débil


Hoy es 12 de octubre señores. Hoy es Día de la Raza. Celebremos. En otros países de América este es un día feriado oficialmente en el calendario oficial. En otros países de América hay monumentos a los conquistadores a quienes se reconoce como auténticos padres. En México no. La historia oficial está amargada y resentida contra nuestros padres. Hay todavía muchos insectos neo zapatistas e indigenistas salpicando los libros de Historia oficiales con sus pestilentes teorías. Aún recuerdo a tristes cucarachas queriendo destruir la estatua de Cristóbal Colón para protestar contra la celebración del Quinto Centenario en 1992. Sí, en México estamos llenos de parásitos indigenistas que ni siquiera saben hablar nahuatl ni conocen de Historia. Al carajo con ellos. Eterno Retorno festeja el Día de la Raza pues considera que lo mejor que le pudo haber pasado a este Continente sucedió el 12 de octubre de 1492. Celebremos pues 513 Años. En hora buena.

Tuesday, October 11, 2005

Carros


El automóvil es a la clase media, lo que la cruz es al cristianismo. Imposible definir a la clase media sin su máximo símbolo de aspiración, identidad y frustración. Cuatro ruedas y una carrocería de lámina son capaces de concentrar todos los sueños, delirios y fracasos de millones de almas humanas.


Si en la antigüedad el título nobiliario, el escudo de armas o la casta definieron el estatus de un ser en la pirámide social, hoy en día todo eso se resume en el automóvil. El engendro industrial de Detroit es el altar de sacrificios de la clase media. Es el instrumento donde de acuerdo a su tabla de valores se define si su sangre es azul o plebeya.


Estoy rodeado de seres que han empeñado su existencia misma en pos de un carro de reciente modelo. No les importa gastar lo que no tienen ni sacrificar su estómago. Toda privación y sacrificio se justifican por el orgásmico placer de arrancar su carrito y ser contemplados con una mano al volante mientras en la otra sostienen el celular.


Analicen la publicidad. Ni un anunciante maneja en forma tan insistente y obsesiva el concepto de estatus social como aquellos que anuncian carros. No te venden un motor moderno ni una lámina reluciente. Te venden una sopita de tus delirios narcisos, una vil puñeta mental a precio de oro. El día que las agencias dejen de vender puñetas mentales y se pongan a vender pedazos de lámina y caucho, ese día su negocio se irá al carajo. Por supuesto, ese día no llegará jamás. La humanidad es por naturaleza narcisa y compulsivamente masturbadora. Ahí están los carros para ser recipientes de sus eyaculaciones.


Puedo citar por lo menos diez ejemplos de personas que teniendo un buen dinero ahorrado en sus manos, prefirieron gastarlo en pagar un carro del año, o de reciente modelo, en lugar a pagar el enganche de una casa o emprender un largo viaje. Yo en todos los casos, en mi papel de asesor financiero, recomiendo comprar una casa. Si compras la casa en una buena ubicación en zona de despunte inmobiliario, tienes altas probabilidades de que tu propiedad incremente su valor año con año. Cada día que pase, tendrás una casa más valiosa. Con el carro en cambio no hay pierde; cada día que pase tu carro valdrá menos. Máxime en nuestra bella Tijuana. Correr un automóvil en nuestra ciudad significa hacer pedazos su valor en cuestión de meses. ¿Cuántos dólares se van al carajo en cada caída en un bache? ¿Cuánto tardará la suspensión en hacerse pedazos? Un carro del año en Tijuana es tanto como querer estrenar un traje de seda para ir a trabajar a una mina de carbón.


Pero el sacrificio de los clasemedieros no termina en el momento de pagar el sobre valorado pedazo de lámina y caucho. Eso es sólo el comienzo. Una vez que lo tienen en sus manos, ha dado inicio para ellos su auténtica temporada en el Infierno, pues conocerán en persona a los demonios del miedo. El poco dinero que les sobre lo invertirán en sofisticadas alarmas, bastones, cortacorrientes, candados, cadenas. Cada noche despertarán sobresaltados y mirarán por la ventana para ver si su tesoro sigue ahí. Apenas podrán estar a gusto en un lugar mientras imaginan el rayón que les dieron en el estacionamiento, el cristalazo y la llanta ponchada. Entonces quisieran no bajarse nunca del altar de sus sueños. Desearían dormir ahí, coger ahí, morir ahí si fuera preciso. El carro es el recipiente de todas sus aspiraciones. Desgraciadamente, su vapuleada humanidad debe dormir en un pestilente y desordenado departamento de renta mientras el amor de su vida aguarda en la cochera a merced de los ladrones.


El ciclo de vida tradicional de la clase media, es que un niño esclavizará a sus padres para que vayan y vengan por él todos los días a la escuela, a sus clases vespertinas y las casas de sus amigos y aguardarán impacientes a que llegue su adolescencia y sus padres accedan a prestarles el ansiado objeto del deseo, o, si son padres ricos o pretenciosos, les comprarán uno. Toda su vida se moverá sobre cuatro ruedas hasta que llegue el momento en que una ambulancia los traslade moribundos y cancerosos al hospital.


Por fortuna desde muy pequeño aprendí a prescindir de las cuatro ruedas. Me di cuenta que mover tu cuerpo de un lugar a otro es extremadamente fácil y que los límites te los pones tú mismo. Una ciudad sólo la conoces cuando la caminas. Quien pretende conocer una ciudad porque todos los días recorre unas cuantas calles encerrado en su microcosmos narcicístico de lámina, entonces no conoce un carajo. Hay rincones, colores, formas, figuras, ventanas, personajes y olores que no conocerás nunca si no caminas por tu ciudad. Monterrey la he peinado completa. . Desde la primaria empecé a caminar de la casa a la escuela. Era cuestión de atravesar los hermosos camellones de la Avenida San Pedro y antes de 20 minutos llegaba a mi destino. También me fui aprendiendo por mí mismo todas las rutas de camiones de Monterrey. Aprendí igualmente que una bici te lleva hasta donde tu condición física te permita y mi condición física era enorme. Al llegar a vivir al DF en 1988 pronto dominé el metro y los rutas 100.
En Londres, Madrid, Viena, Praga, Nueva York, París, Boston, Hamburgo he caminado distancias kilométricas. He pasado días enteros caminando por ciudades. Ese sí que es un de los placeres orgásmicos que ofrece la vida.