Eterno Retorno

Saturday, August 27, 2005

Pocas veces me da por llegar a tal nivel de ocio, pero se me ocurrió traducir una rola de Arch Enemy con la que me identifico de sobremanera. Dado que el blog tiene crisis de creatividad, creo que es bueno cerrar la semana con tan lindos deseos.

Enemy within

Pensamientos oscuros se trepan, profundo en tu mente,
El asesinato de la esperanza, el final ha comenzado

La puerta cerrada de tu psyco se ha caído abajo
La bestia respira libertad y fuego

Soplan, sangrientos pensamientos dentro de tu mente
Los demonios te dicen ¡Comete Suicidio¡

Maldito es tu cuerpo, desamparada tu alma
La Bestia destruye lo que serás
Deja nada exepto un fósil vacío.

Tu auto destrucción marca el camino
Tus armas se vuelven contra tí
Cortando mientras te van matando
En una espiral hacía abajo, las sombras de la bestia acaban triunfando.

La sombra de la bestia llama, tu enemigo está ahí, en ti mismo.


Valdría la pena decir que uno puede inspirarse endemoniadamente mientras escucha gritar a Angela Gossow que el enemigo está ahí, dentro de uno, trepándose lento a la mente, matando poco a poco, mientras una corte de demonios y cheneques integrada por ti mismo dice que te mates a la chingada.¿O no? El corazón de las tinieblas es el que escucho latir ahora mismo.

Entiendo perfectamente a quienes traicionan sus convicciones. Me parece muy sano que alguien crea en un dios, y un día, así como así, se transforme en ateo. Comprendo que alguien se declare adepto a una ideología política de la que después reniegue. Vaya, hasta el cambio de orientación sexual me parece justificable, pero eso sí, hay una traición que no soporto ni le justifico a nadie: Cambiar tu afición a un equipo de futbol. Quien es capaz de traicionar los colores de la camiseta a la que ha sido aficionado, es capaz de cualquier vileza y merece toda mi desconfianza.

Pasos de Gutenberg
El espejo equivocado
Daniel Leyva
Editorial Joaquín Mortiz


Apenas en la segunda o tercera página de El espejo equivocado, hay algo que a uno le queda más claro que el agua: el autor es poeta antes que narrador. Pareciera como si Daniel Leyva quisiera machacarlo en cada párrafo, dejar sentado que antes de contar una historia está la irrenunciable vocación de agarrar el lenguaje por los cuernos y jugar con él en todas las formas posibles. Tal vez sea un prejuicio, pero casi siempre sucede con los poetas que se meten a narradores. La tentación por lo lírico no los abandona nunca y la palabra narrada, secuestrada cual bien mostrenco por la pluma del poeta, es arrastrada al extremo de sus posibilidades rítmicas. El autor ante todo se divierte con su juego y es que en el caso concreto de esta novela de Leyva, es un ejercicio lúdico en todo el sentido de la palabra.
Ya inmerso en la alta mar de la novela, el lector cae en la cuenta de estar atrapado en un juego de espejos. Leyva no hace desmerecer el título de su obra y hace caer al lector en las trampas de los reflejos.
?Esta historia no inicia cuando el huésped escucha en el celular la noticia del asesinato del gobernador y el vacío de poder creado en el estado de Velazqueta le causa su única tristeza?. Es decir, lo primero que se define es el lugar y el hecho culminantes, en donde no comienza la historia, sino, en todo caso, su reflejo, una consecuencia inevitable, un juego de causa y efecto con cara de tragedia griega.
La virtud del narrador, aparte de sostener el rítmo de su prosa en cada página, está en la de poder salir con banderas desplegadas de su arriesgada apuesta narrativa. En la más pura tradición latinoamericana, Leyva se la juega con la historia de una estirpe. Una historia que se desarrolla a lo largo de cuatro siglos, la de los Velázquez o Velazqueta, que mutan su apellido y con ello parecen destinados a condenarse, al más puro estilo de personajes de Sófocles.
En el Siglo XVI, un grupo de aventureros españoles, extremeños habían de ser, empiezan a sentir hambre de Nuevo Mundo y se hacen a la mar, llevando en la estela que deja el barco un destino, maravilloso, trágico e inevitable. La fatalidad amarrada a la cintura y la trampa del espejo como norma de juego. Una historia con vocación barroca, que bien pudiera compararse con el fresco de una iglesia virreinal del Bajío o si se quiere, un mural de Siqueiros, aunque por momentos recuerde a Los caprichos de Goya. Lo menos que puede uno reconocerle a su autor, es su ambición al arriesgarse a un coro de personajes que en ningún momento se le caen de las manos.
Ahora que también se puede afirmar que la historia es, si se quiere, un experimento lúdico, una cracajada satírica sobre los usos y costumbres de la política mexicana, marcada más por sus vicios que por sus virtudes, de amores, ambiciones, deseos e inevitables traiciones, de políticos pobres y pobres políticos, de fauna habitante de siniestros ministerios, de pecados capitales ataviados con el ropaje de la virtud, todo ello salpicado con la dosis necesaria de picardía y con la garantía de que cada letra está escrita con tinta de poeta.

Wednesday, August 24, 2005

La Historia ejerce una tracción irresistible, sobre todo si conecta con la capacidad de sorpresa de la infancia, con la escuela, con el descubrimiento. Esos textos y esas imágenes vuelven hacia ti, tiran de ti, te reclaman de nuevo.
Esta frase la escribe mi colega periodista español Miguel Leguineche, en el prólogo de su libro, El Viaje Prodigioso, que promete ser la mejor historia jamás contada de la aventura de Las Cruzadas. Parece que esas palabras me las sacó de la boca. Carajo, es exactamente lo que pienso en esta etapa de mi vida. Durante toda mi infancia y adolescencia leí Historia y literatura clásica. Sólo hasta los 16, 17 años empecé el camino de la literatura contemporánea y prácticamente me pasé la década de los veinte leyendo novedades editoriales becerros de oro contraculturales del Siglo XX. Al llegar a los 30, el mito del Eterno Retorno se consuma una vez más y me descubro feliz con los textos que me fascinaron en la infancia. Esto de las lecturas es con los antojos. A veces tu cuerpo pide lo salado, otras lo dulce. A veces vino, otras cerveza. Hoy mi cuerpo pide Historia. Desde un tiempo para acá me doy cuenta que ya no me llama la atención en lo más mínimo leer cosas como Letras Libres o La Tempestad.Se me hace el máximo templo del aburrimiento. Hoy me limito a coleccionar revistas de Historia, las mismas que de niño me hubieran fascinado. Cuando entro a las librerías nada ejerce más fuerte imán sobre mí que los libros sobre la Edad Media, Las Cruzadas, el Mundo Antiguo, las guerras napoleónicas. Al carajo con la literatura contemporánea. Ya no se me antoja, de verdad, ya me tiene hasta la madre. A veces leo los libros únicamente para seguir cumpliendo con la columna Pasos de Gutenberg. Si en este momento me exiliaran a una isla desierta, no me queda duda alguna sobre los libros que me llevaría conmigo.

El Pacífico bajacaliforniano está lleno de delfines. Bueno, digamos que es rico en todo tipo de cetáceos y mamíferos marinos de las más diversas especies. En realidad es común ver delfines nadando frente a la costa de Tijuana. Basta con contemplar el mar con un poco de atención para verlos aparecer, casi siempre nadando en grupos de tres o cuatro. Sin embargo, el domingo en la mañana fui de lo más afortunado. Fui temprano por la mañana a la playa de San Antonio del Mar. Me senté en una roca y ahí, frente a mí, saltaron los delfines. Un salto total, olímpico, de esos que te promueven como espectáculo en el Sea World de San Diego. Fueron saltos de muchos metros, acrobáticos, desafiantes de la gravedad. Vaya, es común ver a los delfines sacar sus aletas, en ocasiones la cabeza, pero confieso que nunca los había visto saltar de cuerpo entero en estado salvaje (es decir, fuera de un show de acuario)
Me gusta la playa de San Antonio del Mar. Tiene esa santa paz que raramente encuentras en la playa del Malecón de Tijuana y mucho menos en Rosarito. Unos cuantos gringos solitarios paseando a sus perros y los infaltables surfos. Me gusta llevarme un libro y tumbarme en una roca a leer. Es uno de esos grandes placeres gratuitos que me concede la vida.

Bicicleta

El pasado domingo desperté temprano y mi cuerpo pidió bicicleta. Polvo de aquellos lodos en mi relación con esa bella máquina. Durante la adolescencia, este aparato de dos ruedas fue unido a mí como una parte de mi cuerpo. En verdad era yo algo así como un centauro de la bici. El arsenal de energía de mis 12 años de edad encontró en el ciclismo su mejor vía de escape. Pura bicicleta.

El género humano recurre a la religión cuando ha desesperado de los socorros de la naturaleza. De ahí que las guerras de religión sean muy sangrientas y de ahí que los hombres libertinos al envejecer devengan muy religiosos-

Gian Battista Vico



Los habitantes de la Tierra se dividen en dos:
Los que tienen cerebro pero no religión
Los que tienen religión, pero no cerebro

Abu Ala- Al- Mari