Eterno Retorno

Wednesday, July 06, 2005

Del fruto de la vid

Como ya les había platicado, el pasado fin de semana Carolina y yo nos fuimos a Ensenada. Bueno, en realidad nos fuimos desde el jueves, pues aprovechando que mi antigüedad laboral me da hartos días de vacaciones, me permití pedir por adelantado un par de ellos, con afán de tener un mini summer break de medio año. La cuestión es que la mañana del jueves nos fuimos a la Cenicienta del Pacífico y fuimos, como no, a seguir la mágica Ruta del Vino en los viñedos del Valle de Guadalupe.
Pocos lugares son capaces de inspirarme tanto como los viñedos. No es una exageración ni un cliché si digo que esa tarde fue mágica. Caminando por los surcos de tierra, bajo el Sol bajacaliforniano entre miles y miles de plantas de la vid. Las mismas plantas que contemplaron griegos, romanos o fenicios. Las plantas que albergan a esa suerte de Abraxas, espíritu único y eterno multiplicado en millones de uvas que bajo el Sol aguardan el momento de ir a las barricas a reposar el largo sueño de los justos antes de descender a la copa y acceder al paladar, como preludio a la danza ritual que ejecutarán sobre el espíritu del bebedor.
Definitivo, soy un amante del vino (ni se nota Daniel)
Hace más o menos 10 años me comencé a aficionar al producto de la vid. Mis amigos Leonardo del Bosque y Juan Massei tuvieron que ver con ello. Cuando uno es un adolescente su paladar no está educado. El juvenil paladar es feliz con asquerosas mezclas ultra dulces o ultra saladas que preparan en antros tipo el Chez y es capaz de deleitarse con los efluvios de una miserable caguama. Yo también pasé por eso. Hoy en día, sólo tolero bebidas en estado puro y sin mezcla. Sin embargo, al vino lo pongo en punto y aparte. Una cosa es la afición a las bebidas y otra la afición al vino. Mis primeros sueldos ganados en El Norte, allá por 1996, fueron invertidos en mi naciente afición. Vinos chilenos de Concha y Toro, Viña Maipo y Casillero del Diablo cuando andaba en plan más lujoso, empezaron a conformar mi limitada e ignorante cava. Uno siempre empieza por recurrir a los chilenos. Claro, mi paladar no estaba educado y si bien no puedo presumir que hoy en día lo esté ni mucho menos pues sigo siendo un ignorante, algo he aprendido en 10 años como depredador del espíritu de la vid.
A menudo la gente me tacha de petulante y snob por mi afición al vino. Lo consideran un acto de insoportable pedantería, cuando al final de cuentas, según muchos detractores, lo que cuenta es ponerte pedo al menor costo posible. Los comprendo. En este país nuestro no hay cultura de vino y no veo esperanza alguna de que la haya. Pese a que por su privilegiado clima México es un gran productor de vino, los mexicanos no somos grandes bebedores de este celestial producto. Por si fuera poco, la Secretaría de Hacienda se ha dado a la tarea de hacerles la vida imposible a los vinicultores. El resultado, es que en este país la cultura del vino se ha transformado en un capricho de la insoportable y pretenciosa burguesía mexicana. Los vinicultores lo han asumido así. Mientras en otros países el vino es un producto de consumo masivo y popular disponible y accesible para acompañar cada comida, aquí lo hemos transformado en un lujo propio de ocasiones especiales. Ni que soñar de llegar con recipientes vacíos para que nos sirvan litros de vino directamente de las barricas a muy bajo costo como ocurre en la Provenza o en Logroño. Los vinicultores se han resignado a que las masas jamás beberán vino y han apostado todos sus dados a un insoportable mercado snob. Por ello, los excelentes vinos artesanales producidos por ranchos vinícolas de producción limitada como Liceaga, Casa de Piedra o Bibayoff, parecen centrar toda su apuesta en clientes ricos. Me imagino a los vinicultores hablando entre sí y justificando el precio elevadísimo de sus botellas bajo el argumento de que quienes están metidos en el delirio enológico son puros tipos de cartera gorda a la que no le estorba pagar 60 dólares por una botella. Máxime cuando bajo el criterio de la burguesía mexicana, lo atractivo del asunto es que no sea accesible para cualquiera. Cuando un nuevo rico te está comprando una botella de vino a 80 dólares no te está comprando los años de añejamiento, ni la mezcla de uvas ni la calidad de las barricas, sino, por absurdo que suene, te está comprando los 80 dólares. Lo que desea no es darle a su paladar un inmenso placer, sino alimentar a su ego al saberse capaz de derrochar 80 dólares en un trago. Esa es la lógica del snob. Los vinicultores lo han asumido así y prefieren apostar a un mercado pequeño pero pudiente, que masificar el producto. Por ello el Valle de Guadalupe en Ensenada apuesta por transformarse en un paseo de aristócratas. Me gustaría que el vino fuera accesible para todos. Me gustaría que en cualquier restaurante así fuera de tortas, puedas pedir vino d ela misma forma que pides cerveza. En Europa te descorchan una botella en cualquier fonda. Aquí se necesita que sea un restaurante con pretensiones finas. El vino ensenadense, estoy convencido, está en posibilidades de competir con los mejores del mundo. Me gustaría ver vinos mexicanos exportados a todo el mundo como hacen Chile y Argentina. Me gustaría que las familias mexicanas descubrieran que un vaso de vino en la comida es mucho más sano que el veneno de coca cola que beben. Sí, me gustarían muchas cosas, pero por ahora me conformo con disfrutar de ese paraíso llamado Valle de Guadalupe.

¿Quieren conocer algo muy similar a eso que llaman cielo? Vayan al Valle de Guadalupe en una tarde soleada, siéntense en medio de los viñedos, descorchen una botella de Nebbiolo y déjenlo reposar lentamente en el paladar mientras miran el horizonte. Entonces podrán afirmar como yo, que Dios tal vez existe.

En su recién nacida columna Novedades del Fondo, Vianett Medina Valencia abre con una cita de Eliot.

Haber leído un libro muchas veces no nos da derecho a explicarlo a quienes aún no lo han leído.

Mmm. No coincido con Eliot. Yo siempre he sido un gran defensor de los derechos de los lectores y soy de la idea de que cuando uno lee un libro tiene plenos poderes sobre él. Vaya, soy de la idea de que el lector tiene el derecho pleno de partirle la madre bien y bonito al libro a la hora que quiera y hablar de él como se le de la gana. Mucha gente cree que yo profeso un respeto sacramental por el libro como objeto, pero se equivocan. A mí me gusta rayar y subrayar mis libros, ponerles apuntes e incluso dibujarles monitos según mi estado de ánimo cuando lo esté leyendo. Si yo compré el libro me siento su amo y señor. Yo soy propietario de mi lectura y hago de ella lo que deseo. Si quiero hablar o escribir de ella, lo hago. Si quiero alabarlo o despotricar, no me detengo. Yo no le puse una pistola al autor para que se pusiera a escribir. Él solito lo escribió y yo me tomé el trabajo de comprar o robar el librito y dedicarle tiempo a leerlo, así que agua y ajo. Eso sí, y en eso tal vez coincida con Eliot: Jamás le diría a alguien no leas este libro. Las más de las veces, aunque sean bodrios, exhorto a que el libro sea leído y a que el futuro lector se forme su propia opinión. Es una máxima que he seguido en Pasos de Gutenberg, de la misma forma que he respetado religiosamente el no dar detalles sobre finales o tramas. Aún así, tengo el defecto de sentirme el amo y señor de toda mi biblioteca.

PD- Aclaro que en cuanto lo de rayados, subrayados y monitos, aplica sólo a los libros que yo compro. Los que me prestan los cuido como la niña de mis ojos.

Templarios

Les propongo una cosa: Vayan ustedes a una librería y cuenten cuántos libros sobre templarios hay en la mesa de novedades. Yo les aseguro que por lo menos encontrarán 10 y muy bajita la mano.
Historiadores serios, ensayistas y un sin fin de charlatanes con vocación de esotéricos escriben sobre los templarios y casi mil años después de su conformación, la Orden del Temple se apodera de los aparadores de las librerías.
Yo me imagino que si hay tantos libros sobre templarios en las librerías, es porque se venden pues hasta donde se, los libreros no suelen ser buenos samaritanos y si se venden los libros de templarios, es porque supongo que a los lectores les interesa leer sobre el tema.
Luego entonces, uno tendría argumentos para pensar que en este mundo hay mucha gente que se la pasa cotorreando acerca de los templarios. Y es entonces cuando surge mi pregunta: ¿Y por qué carajos yo nunca he conocido a una persona a la que le interesen los templarios? ¿Por qué hasta la fecha no he sostenido una plática sobre la formación, auge y caída de la orden? ¿Quién carajos se lee esos libros? A mí me interesan los templarios en la medida que me interesa todo lo que tenga que ver con el periodo medieval y las Cruzadas. Como detesto las teorías sensacionalistas y la literatura esotérica barata, me limito al aspecto estrictamente histórico. El problema es que hasta la fecha, todavía no sostengo mi primer intercambio de ideas sobre el tema. ¿Será que los compradores de libros sobre templarios son los espectros de los caballeros?

La moda Da Vinci

Que el Código Da Vinci es un libro hollywoodense elaborado con la dulzona goma de mascar que conforma los best seller nadie lo puede negar.
Que el libro es un suceso en el Mundo tampoco. Vaya, yo nunca había visto que en tan poco tiempo se escribieran tantos libros sobre un libro. Y es que en una librería cualquiera encuentras por lo menos seis libros diferentes que explican, desmenuzan, desmienten o destrozan el Código Da Vinci. Que alguien se tome la molestia de escribir sobre tu libro debe ser un gran honor. Lo peor del caso es que Dan Brown no descubrió ningún hilo negro. Desde hace muchos años se han escrito kilos de basura editorial sobre el Santo Grial, la vida sexual de Cristo y Magdalena, los Evangelios Apócrifos y demás. Hace unos días, el regidor Edgar Fernández me prestó un libro. Se llama El enigma sagrado. Se trata de una investigación periodística sobre todos estos fenómenos y mitos bíblicos. Digamos que es un libro que por lo menos tiene cierto rigor periodístico y eso lo hace diferente a los demás. Lo destacable es que el texto fue publicado en 1985 y aprovechando el efecto Da Vinci, ha sido reeditado y hoy en día se vende más que en el año de su publicación. Vista la situación y dado que mis finanzas andan bajas por beber tanto vino caro, creo que escribiré un reportaje en el que afirme que el Santo Grial se encuentra oculto en una cantina de la Calle Coahuila de Tijuana y que las descendientes directas de María Magdalena y Jesús son las gordas del Infierno Bar.

Top musical

Los miércoles son días de guardia. Los miércoles son días en que cargo con migo hartos discos a la Redacción para armonizar la noche mientras aguardo el cierre. Esta es la lista de los que traje este día.

System of a Down- Mezmerize (La más reciente adquisición, en mis oídos en este preciso instante y ya tengo mi boleto para el concierto con Mars Volta)

Sentenced- The Funeral Album

Tiamat- Wildhoney- Gaya

Rainbow- Catch the Rainbow, The Anthology

Candlemass- Sin título

Deep Purple ? Smoke on the Water (recoplilación)

Jethro Tull- The Aniversary Collection

Dead Kennedys- Give me convenience or give me death

(El de Nortec se lo ha llevado Carol a su trabajo)


Como verán, el repertorio musical es por demás variado y de altísima calidad.

Fábricas de veneno e infiernos orientales

Este día, como tantos otros, acompañé a Jorge Hank Rhon a recorrer fábricas y este día, como tantos otros, la visión de las fábricas me generó algo parecido a una absoluta desolación del alma. Cada que visito una maquiladora me sucede lo mismo. Siento asco, repugnancia, impotencia y los acordes de Welcome to the machine de Pink Floyd empiezan a sonar en mi cabeza.
El interior de las fábricas me horroriza. El exterior también. En esta ocasión visitamos tres industrias del Parque Industrial Florido. El entorno es de por sí deprimente. Toda la Zona Este de Tijuana parece hecha polvo y humo. Polvo de cerro mutilado, humo eterno de fábrica y calafia. La primera fábrica que visitamos fue la de Coca Cola. Como si se tratara de poner en claro que estábamos en el Infierno, lo primero que contemplaron mis ojos fue el almacén de azúcar. Ahí estaban frente a mí kilos de azúcar blanca, un universo entero de dosis venenosas destinadas a transformarse en cuerpos diabéticos, vientres hinchados, rostros obesos. Azúcar blanca. El elixir del veneno. Después las zonas embotelladoras. Miles y miles de botellas, de plástico la mayoría, marchan por la banda cual soldaditos al matadero. Las líneas de producción me resultaron como los círculos infernales de Dante. Lo más infernal, sin duda, es la eternidad del ruido. El ruido es omnipresente, taladrante, señor todo poderoso del entorno que funde a las almas bajo su cetro. La coca cola es una bebida pestilente, nociva y su única herencia es diabetes y puerquez. Hoy conocí la fábrica del veneno y me siento un poco envenenado.

La incubadora de esclavos

Más tarde fuimos a la Samsung y a la Hyundai. Las maquiladoras orientales tienen siempre un sentido más ritual. Vaya, coreanos y japoneses se las arreglan para hacer de las líneas de producción un rito. Reciben al alcalde con flores y las típicas reverencias en los saludos asiáticos. La uniformidad de los empleados y sistemas de trabajo es aún más obsesiva. Por si fuera poco, visitamos la guardería. Decenas, por no hablar de centenares de niños yacían ahí, cuidados por anónimas nanas, debidamente uniformadas, mientras sus madres empeñaban su existencia y su salud en las líneas de producción. Niños y niñas invariablemente morenos, destinados a ser esclavos de las fábricas o criminales, futuros huéspedes de los centros de rehabilitación o de las cárceles. La vida es una cárcel con las puertas abiertas. El proletariado podría no tener hijos, pero los tiene. No digo que decide tenerlos. Los tiene como si se tratase de un mandato divino o una condena irrenunciable. Más niños morenos al mundo para alimentar la máquina. Miré a todos esos niños, hijos de obreros, jugando o durmiendo plácidamente, alineados en sus cunas, lejos de sus madres, inocentes cachorritos, ignorantes de su desgracia. Dos caminos les aguardan a esos pobres niños: Ser el esclavo de un patrón oriental, en cuyo caso, su máxima aspiración será aparecer en el cuadro de honor del empleado del mes y reunir los puntos necesarios en Infonavit para aspirar a vivir en una microcasa del Florido en donde amontonar a su prole y pasar a transformarse en esclavos de una inmobiliaria. La otra opción es hacer de la calle un hogar, del desempleo una vocación y limitarse a reunir lo necesario para sus baratas caguamas, antes de que llegue el colega que los inicie en el crystal o la heroína y los transforme en esclavos de un deeler, que los orillará a dar cristalazos a los carros, a entrar a las casas, a asaltar gente, labor a la que se dedicarán antes de que el Estado los transforme en huéspedes de una cárcel y les procure alimentos y droga. Y por supuesto, cómo olvidarlo, todos ellos soñarán alguna vez en irse a ese mítico paraíso llamado otro lado y como salmones corriente arriba, desafiarán migras, soles y nevadas, ríos y desiertos y sólo unos cuantos llegarán a su destino de transformarse en esclavos de un anglosajón, mientras el resto se aburrirá de ser deportado y, y .... Ustedes ya saben toda esta pinche historia.

En 1999, mi primera visita a una maquiladora tijuanense, me generó tal depresión, que me hizo parir o eructar un intento de noveluca llamada Odiando a Dios en Tijuana. Este es sólo un fragmento.


El trabajo no tiene pierde, cualquiera puede hacerlo aunque lo cabrón va a ser aguantarlo. Claro, a la hora en que estás en Recursos Humanos te dicen que aquí hay oportunidades para el que quiera superarse, la empresa entiende, por supuesto, que lo más valioso es su patrimonio humano y hay promociones, incentivos, ascensos, esto es sólo de tener ganas, ser responsable, positivo, que, ¿a poco cuesta mucho regalar una sonrisa al llegar a trabajar? Eso sí, nada de retardos, nada de distracciones ni de ligues adentro de la empresa, ninguna palabra, ningún movimiento ajeno a la labor, para eso está el supervisor que no se la va una sin reportar. Al supervisor su trabajo le ha costado llegar hasta donde está, él empezó como ustedes, pero sacó a tiempo la chamba, le echó ganas, ¿ya ven? Todo es querer. Tu labor será poner un par de tornillos en un casete, que llegará a tus manos cada cinco segundos durante ocho horas seguidas, no debes parar, para eso vas a tener dos recesos de 15 minutos que te va a asignar el supervisor.
¿La paga? Pues para empezar estamos pagando el mínimo con las prestaciones de ley, hay un incentivo de 35 pesos por puntualidad y premios mensuales de 70 pesos para los empleados más productivos, o sea que eso de ustedes depende.
Una vez adentro ya nada importa. No hay rostros, ni voces bajo el cetro del ruido, amo y señor que engulle sueños, pasiones, risas y llanto. El aparato digestivo de la máquina no cesa su crónico estertor, sordo ante la amalgama de frustraciones que se derriten en sus fauces para quedar convertidas en un mismo cuerpo pastoso, incoloro, bolo alimenticio procesado en ponzoña, excremento abortado sobre grava.
¿Querías trabajo? Esto es la carne del futuro. No hay maizales sepultados bajo el lodo, ni semillas calcinadas en las grietas de la tierra, no sientes el brazo de sol flagelando tu espalda, ni la sal del sudor cegando tus ojos. Aquí olvidarás que hay cielo y nunca el viento volverá a secar tus lágrimas. ¿Lo ves? Has regresado al paraíso perdido, no tendrás que herir la tierra con tu sudor para ganar el pan ni sujetarán tu vida a los caprichos de unas nubes tiranas. Tu salario estará ahí, al igual que los tornillos y las plásticas estructuras que vomitará la máquina para que tus manos le den forma de suculento bocado capaz de sosegar el vientre sin fondo del consumo. Ni siquiera debes caminar, permanecerás ahí, en el mismo punto, bajo techo, sobre cemento, en mecánica eternidad. Por la noche quedará el retorno a casa, amontonado entre sudores pestilentes en la oscuridad de una calafia que desgarra el último aliento de su lámina en el caos. La caricia de aguardiente en tu garganta no es capaz de apagar el ruido. Sólo trae mórbidas nostalgias y sed de venganza. El ruido no muere, ni siquiera el sueño seco es capaz de sofocarlo. Llega, dibujado en los rostros obtusos de los que a tu lado comparten la condena. ¿No es esto fantástico? El progreso atravesó el Pacífico desde el lejano oriente y desembarcó como un redentor dispuesto a condenar a los avernos la prehistoria campesina. La saliva de la bestia es el infinito océano, la ubre de escamas capaz de amamantar al mundo. Y tu estás ahí, lánguido como un feto, aferrado a tu cadena umbilical.

Monday, July 04, 2005

Retorno a Eterno Retorno tras un oasis vacacional en la bella Cenicienta del Pacífico
Definitivo: Ensenada es uno de esos sitios del planeta que elegiría para vivir el resto de mi vida y morir en paz. Yo estoy enamorado de la Cenicienta y en mi corazón ha dejado olvidada una zapatilla de vino tinto.

La nobleza de los vinos europeos

Entre los grandes catadores y amantes del espíritu de la vid, existe la teoría de que un buen vino no debe producir nada parecido a la cruda ni al dolor de cabeza. Quien bebe un buen vino, debe levantarse con la cabeza despejada sin ningún tipo de secuela estomacal y ni el más mínimo síntoma de resaca.
Anoche escuchaba a un profesor pronunciar esa teoría. Este señor, amante de los vinos franceses y detractor de los productos bajacalifornianos, sostiene que sus experiencias el elíxir de la tierra ensenadense le han dejado por herencia dolores de cabeza y malestares diversos. Para decirlo en palabras simples, sostiene el profesor que los vinos de Ensenada son malos, lo cual se pone en evidencia por la tremenda cruda que provocan, mientras que los buenos vinos europeos pasan por tu organismo sin dejar otra huella que no sea su excelente retrogusto en el paladar.
Confieso que en un principio consideré exagerada e infundamentada la teoría, peor lo cierto es que anoche estuvimos bebiendo vinos franceses e italianos en la casa de este señor hasta altas horas de la noche. Me dormí casi a las dos de la mañana, luego de haber descorchado cuatro botellas procedentes del Viejo Continente. Tuve apenas cuatro horas de sueño y sin embargo, debo confesar que empiezo a creer esta teoría eurocentrista. Y es que en honor a la verdad, hoy es lunes no me siento ni siquiera un poquito crudo. Es más, diría incluso que me siento muy bien. Ni rastro de las copas de vino que entraron a mi organismo? Será cierto que los vinos europeos poseen esa nobleza y los americanos no? Lo cierto es que hoy me siento bien. Pero aún así, yo me muero en la raya y me envuelvo en la bandera con mis vinos ensenadenses y su cruda.

Sesiones tijuaneras

Pese a que soy algo parecido a eso que llaman melómano, no recuerdo haber tenido en mis manos y oídos un disco 26 días antes de su salida al mercado.
Sí, me he fletado en exclusiva cantidad de demos y grabaciones garageras, pero la diferencia es que esos materiales jamás salieron al mercado, o al menos no con una fecha definida.
Paradojas del destino, la primera vez que tengo el privilegio de escuchar un producto terminado tres semanas antes de que lo veamos en las tiendas de discos, no se trata de un disco de metal, ni siquiera de rock. Nada de eso. Se trata del nuevo disco de Nortec. Aclaro que no lo compré pirata en el swap meet. Me lo ha regalado amablemente uno de sus creadores, lo cual agradezco mucho. Algunas rolitas ya las conocía, pero aún no había escuchado el producto terminado. La soleada mañana del jueves 30 de junio, con el ánimo más que dispuesto y algo parecido a la felicidad bailando en el espíritu, Carolina y yo agarramos camino rumbo a Ensenada y en el stereo pusimos a tocar el disco de Nortec. A menudo asocio el deseo de escuchar música a la agresividad, la depresión y el coraje. Rara vez escucho música para reír y estar happy. De hecho tengo pocos discos que pudieran catalogarse como alegres. Pues bien, tal vez fue escuchado en el momento y las circunstancias adecuadas, pero lo cierto es que el disco de Nortec me puso contento. Ir contemplando los acantilados de Salsipuedes bajo el Sol de medio día mientras escuchas Don Loope o Tijuana makes me happy es una experiencia altamente recomendable. Las rolitas se te meten a la cabeza y al rato ya las andas tarareando. El de Nortec es un disco para estar contento, para pasarla bien. Me sabe como a esas cervezas claras y heladas que tomas en la playa en un día de calor o a un vinito blanco o rosa tomado en un verde prado. No es un disco para escucharse de noche o con ánimo sombrío. Es un disco diurno que exige cierta ligereza de espíritu, un ánimo de dont worry poco comunes en mí, pero que disfruto inmensamente. Entiéndase, que mis experiencias más cercanas a lo electrónico se remontan a Skinny Puppy, Ministry, Front o Nine Inch Nails, es decir, nada muy parecido a la alegría. Así las cosas, bien puedo afirmar que el de Nortec es el disco más alegre que hay en mi colección. Que un disco tenga la fórmula para ponerme de buen humor no es común así que algún secreto ha de tener Nortec. No se ni pretendo saber un carajo sobre teorías musicales así que no tengo argumentos para hacer un reseña crítica del disco. Lo único que puedo decir es que me gusta y un chingo. Vaya, me hace sentir bien ¿No es eso suficiente?

Pasos de Gutenberg
Cortafuegos
Henning Mankell
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave

Cuando un autor de novela policíaca es capaz de crear un personaje que
defina su obra y conecte con el lector, el ámbito de lo puramente
detectivesco queda superado por una dimensión humana.
Henning Mankell ha creado a un personaje tan entrañable como el detective
Wallender y luego de acompañarlo a lo largo de nueve libros, uno
irremediablemente acaba por adoptarlo.
Cortafuegos es la última novela de Mankell y por ende, la última entrega de
las aventuras de Wallander.
El sueco no solo se mantiene fiel a su personaje y a su inmodificable
entorno en la apacible ciudad de Ystad en el Sur del país, sino que profesa
una sacramental fidelidad a su estilo narrativo.
Aunque cada novela de Mankell representa un caso policial único de manera
que un lector primerizo puede comenzar por cualquiera de sus libros, lo
cierto es que da la impresión de que más allá de los asesinatos resueltos,
toda su obra fuera en realidad la gran biografía de Wallander y el retrato
de la progresiva decadencia de una sociedad cuyos valores mutan
irremediablemente.
Mankell es ante todo un conservador, un nostálgico inquebrantable que parece
lamentar la pérdida del rostro de una sociedad sueca cuyo espíritu se
modifica.
En Cortafuegos Mankell nos sumerge en la era de los delitos cibernéticos.
Los criminales no solamente atacan a la vuelta de un callejón oscuro, sino
que mueven sus hilos desde algún rincón del mundo.
La universalidad del teclado y el anonimato de una personalidad diluida en
la infinita estepa de la pantalla, es el entorno que debe combatir
Wallander.
De igual forma, deberá luchar contra una furia asesina en apariencia
inmotivada.
La historia comienza en una noche cualquiera en Ystad, cuando un par de
jovencitas asesinan al chofer de un taxi sin un motivo aparente. Al mismo tiempo, un hombre solitario que suele dar caminatas nocturnas,
muere frente a un cajero automático.
Un par de hechos en apariencia inconexos, van revelando una complicada red
que se remonta a muchos años atrás y cuyos orígenes se ubican en un paisaje
harto distinto a la helada Suecia, en Angola.
A través de Wallander, Mankell contempla con estupefacción el surgimiento
de una nueva era criminal.
Las operaciones cibernéticas y el mundo de los hakers son contemplados desde
la óptica del hombre incrédulo, acaso anticuado, que no alcanza a comprender
las dimensiones del fenómeno.
De igual forma asistimos a un Wallander estupefacto ante la posibilidad de
que jovencitas de 14 y 17 años puedan cometer un crimen brutal sin sentir el
menor remordimiento y que al mismo tiempo enfrenta conspiraciones solitarias
que pueden dar al traste con una ciudad entera.
Sin entrar en detalles sobre la trama, el mensaje final de Cortafuegos
podría ser que el mundo entero se encuentra contenido en archivos
computarizados y quien tiene el poder de controlarlos, tiene el poder de
dominar el mundo.
Acaso sea Cortafuegos la última novela progresiva de la serie Wallander. He
leído que en su próxima entrega, el autor nos remontará a los orígenes de su
detective, cuando era un jovencito que patrullaba las calles del Malmo. Si usted gusta de la buena novela policíaca, nunca me cansaré de recomendar
a Mankell, aunque Cortafuegos no será recordada como su mejor novela ni la
considero un buen punto de iniciación para acceder al universo
wallanderiano.