Eterno Retorno

Friday, June 10, 2005

El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernhard
Anagrama

Por Daniel Salinas

Aunque la costumbre (que no la ley) es que Pasos de Gutenberg se ocupe primordialmente de novedades editoriales, no quise dejar parar la ocasión de comentar uno de los libros más sui generis que han caído en mis manos en los últimos meses.
Se trata de El Sobrino de Wittgenstein, de Thomas Bernhard, que por casualidad y por fortuna encontré en un puesto de la Feria del Libro de Tijuana.
Sumergirse en los terruños de Thomas Bernhard implica armase con cierta dosis de empatía ante la descarga nihilista y las ráfagas de humor negro que nos receta el autor.
Arrastrando un estigma de autor denso, complicado y carente de toda amabilidad con el lector, Bernhard es dueño de una pluma endemoniadamente maliciosa a la hora de jugar con el lenguaje y crear atmósferas.
Por desgracia, este narrador que bien merecería compartir el cetro con autores considerados clásicos del Siglo XX, tiene una presencia casi nula en Latinoamérica.
Vaya, bien se podría decir que es un autor de culto, que es leído por unos cuantos sectarios devotos pero que jamás podrá aspirar a tener los lectores, por ejemplo, de un Franz Kafka
Si le comparamos con clásicos como Trastorno o El sótano, El sobrino de Wittgenstein es una de las obras menos conocidas y comentadas del austriaco.
Sin embargo, me atrevería a decir que es una de las más desgarradoras y confesionales y al mismo tiempo una de las más accesibles, sin que ello se a sinónimo de libro fácil o amable.
De inocultable carácter autobiográfico, El sobrino de Wittgenstein podría verse como un tratado nihilista sobre la amistad.
Bernhard nos habla aquí de su gran amistad con Paul Wittgenstein a quien al final de su vida encontró en un sanatorio donde Bernhard y está internado en al área de tuberculosos y su amigo en el área de enfermos mentales.
Con semejante escenario, Bernhard comienza su a hablarnos de su amigo, que es sobrino del filósofo Ludwing Wittgenstein, si bien esto no deja de ser a lo largo de casi toda la novela una circunstancia casi incidental.
Sin embargo, es a partir de la figura del célebre tío, que Bernhard diserta en forma magistral sobre el dilema del filósofo ágrafo, en este caso su amigo.
Bernhard sostiene que Paul Wittgenstein fue tan filósofo como su tío, con la pequeña diferencia de que jamás publicó un párrafo.
También reflexiona sobre la relatividad de la locura y la forma en que la psiquiatría la enjaula en conceptos y definiciones médicas.
Todo ello, con un ritmo sorprendente, por momentos juguetón, en que el autor, con cierto afán de burla, repite intencionalmente frases y adjetivos grandilocuentes que acaban por no dejar títere con cabeza.
Si bien Bernhard da la impresión de ser un pesimista hormonal y un misantrópico incurable, este libro no deja de arrastrar párrafos que rozan los límites de la ternura. Vaya, con un poco de imaginación, podría decir que algunas páginas podrían ser una versión oscura del Demian de Hesse y me atrevo a decir que El sobrino de Wittgenstein es un buen punto de partida para sumergirse en el intrincado mundo de Bernhard.

Thursday, June 09, 2005

Ningún escritor que merezca la pena ser leído se limita a sacar sus libros de la vida real, sino que fabula la experiencia a través de su visión personal. Ésta es la diferencia esencial entre el periodismo y la novelística. Incluso las novelas menos ambiciosas son algo más que una mera relación de hechos. El subconsciente y la memoria del escritor son, por lo tanto, su primordial fuente de argumentos. No la vida real. AJ

Dejar de leer

A veces caigo en la cuenta de que mis grandes pasiones son mis grandes enemigos. Son mis tanques de oxígeno y mi veneno. Adicciones al fin, es de suponer que generen altas dosis de placer, pero algún daño han de hacer. Toda adicción va minando el espíritu o el organismo de alguna manera.
Me refiero concretamente al caso de la lectura. En mí esto de leer libros adquiere rasgos que cualquier psicólogo catalogaría de patológicos. Hay mucho de enfermizo y vicioso en mi afán por la lectura. Tal vez la diferencia es que contrario a otros vicios, la sociedad políticamente correcta lo exalta. Aunque nadie en este mundo lea un carajo, es políticamente correcto afirmar públicamente que leer es muy bueno, muy bonito, que es propio de gente cultivada e inteligente. Les aseguro que si mi vicio fuera jugar nintendo 10 horas al día o masturbarme en las cabinas de los pornoshops, nadie me lo exaltaría ni dirían que es bonito. Sin embargo, la lectura sirve exactamente para lo mismo, que es al fin de cuentas dar placer inmediato. La herencia que me deja leer, es la misma herencia hedonista que queda en el masturbador o en el videojugador. La forma enfermiza con que suelo cargar un libro a cualquier lugar que voy tiene más de patología que de afán de conocimiento. Y es que cuando salgo a algún lugar y no llevo un libro en la mano, me empiezo a sentir incompleto, nervioso, tal como un niño que no carga su muñeco de peluche o su cobijita. Quiero traer mi libro en la mano, porque pienso que cualquier instante es bueno para largarme al carajo de la realidad y sustraerme a mi entorno. Toda pasión lleva implícita la agresión, la guerra, la necesidad de depredar otras pasiones para imponerse. Mi pasión por la lectura es tal vez la peor enemiga de mi pasión por la creación y en definitiva ha sido más fuerte, pues ha acabado por mutilarla y arrinconarla. Leer no es el complemento de escribir. Más bien es su antídoto, su veneno. La lectura es la asesina de la escritura. Por un momento, en alguna hora de la tarde, pensé: ¿Y si dejara de leer? ¿Qué pasaría con mi vida si de pronto me hiciera el propósito de no tocar un solo libro en una semana? ¿Habría un cambio si iniciara un proceso de rehabilitación estilo doce pasos?
Tomando en cuenta que hace muchísimos años en que no pasa un solo día sin que lea al menos unas cuántas páginas ¿qué carajos le pasaría a mi existencia si pronto le corto de tajo ese vicio? ¿Qué sucedería con las horas y los minutos que hubiera dedicado a la lectura? ¿Descubriría un mundo nuevo, diferente acaso? ¿Empezaría a escuchar más a la gente, a interesarme en las conversaciones? ¿Escribiría más? ¿Padecería un espantoso síndrome de abstinencia? No lo se. Son dudas solamente, pues confieso que me falta valor y huevos para iniciar un proceso semejante.

Nadie me preguntó, pero yo respondí. Nadie me mandó el test, pero yo, impertinente, decidí robarlo. Bueno, la cuestión es que ahí les va.

Número de libros que has tenido.

¿Que he tenido o que tengo? Bueno, en cualquier caso no lo se. Hay muchos en la casa de mis padres en Monterrey y en nuestra casa aquí en Tijuana debo tener entre 2 mil o 2 mil 500. Nada más aquí en mi escritorio de la redacción tengo 82 (los acabo de contar)

Estás atrapado en Fahrenheit 451, ¿qué libro te gustaría ser?

¿Ser yo un libro? Pues yo creo que uno de los Faustos, el de Goethe o el de Marlowe, pero sólo la primera parte, para hacer pactos con el Diablo y rejuvenecer por siempre y nunca ser condenado.

¿Alguna vez te enamoraste de algún personaje de ficción?

Por sobrados motivos, me enamoré de Alejandra, de Héroes y tumbas de Sábato. Esa morra tiene significado, aunque también le digo que sí a María Iribarne del Túnel. Ana Karenina es más que bienvenida al harem.
También me enamoré de la Drusila que aparece en el Caligula de Howard. Leí ese cachondo libro en la puñetera pubertad y Drusila me inspiraba bastante. Me enamoré de Armanda, la del Lobo estepario de Hesse. Me gusta también la chica que habla en primera persona en el País de las últimas cosas de Auster y también la Lilian Stern de Leviatán. La Teresa de la Insoportable levedad es llorona y celosa así que está descartada y a Emma Bovary ya me la bajó Vargas Llosa.

¿El último libro que compraste fue?

Compré nueve pinches libros en la Feria del Libro la semana pasada (Fantasmas de Paul Auster, El sobrino de Wittegenstein de Thomas Bernhard, Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, el número dos y tres de la Trilogía de las Cruzadas de Gillou, uno de Leyendas de la Edad Media de un tal Ayala, uno llamado Historias de brujas y hechiceras medievales de Ángeles Iriarte o quién sabe que chingado apellido y Los Templarios, la Primera Caballería de Malcolm no me acuerdo. Como verán, el autor no es el motivo que me arrastra a comprar un libro.

¿El último libro que leíste fue?

El sobrino de Wittgenstein de Thomas Bernhard

¿Qué estás leyendo actualmente?

Hoy comencé con Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios de Sébastien Faure y en casa estoy leyendo la Trilogía de las Cruzadas, del Norte a Jerusalén de Jan Gillou u Cortafuegos de Mankell)

Cinco libros especiales para ti.

Casualmente los últimos cinco libros que he leído han sido bastante buenos y recomendables: Reconstrucción de Antonio Orejudo, La lotería de San Jorge de Álvaro Uribe, Lecciones para una liebre muerta de Mario Bellatín, Leviatán de Paul Auster y Ella sigue de viaje de Luis Felipe Lomelí. También acabo de leer El sobrino de Wittgenstein de Thomas Bernhard, que sin llegar a ser un orgasmo, es bastante bueno.
Ahora que si me dicen así como cinco grandes libros de toda la vida, pues al azar diría que Plata quemada de Piglia, Salón de belleza de Bellatín, La vida está en otra parte de Kundera (O en una de esas y La insoportable) El Aleph de Borges y El Quijote de Cervantes (Y el Fausto de Goethe y el Amadís de Gaula, el Lobo de Hesse, y De Lunes a Diciembre de Ortega y el Zaratustra de Nietzsche y...mejor ahí le paramos, que son un chingo)

¿Que libro esperas con ansias?

El mejor libro es siempre el que no tengo en mi librero y el que aún no he leído. De la misma forma que la mujer del prójimo suele ser la más deseada, yo deseo siempre al libro que aún no leo. En este momento deseo La Saga de las Órcadas y El sudario de hierro.

¿Qué libro me regalarías?

Depende quién seas y depende tu edad. Los últimos libros que he regalado son Todos los nombres de Saramago, que se lo regalé a mi colega Manuel Villegas, El desbarrancadero de Vallejo que se lo regalé a mi amigo Manuel Lomelí y un diccionario de arte con pinturas de ángeles y demonios que le regalé a mi madre.

¿A quien le pasas el bastón y por qué?

No lo se. A quién lo quiera agarrar de la misma forma que yo lo agarré sin que nadie me lo pasara.

Tuesday, June 07, 2005

Dilemas libertadores

Alguna persona me dijo una vez que lo más divertido de esta cuna de porquería, es leer mis desconsoladas rabietas ante las derrotas de los Tigres. Cada que mi equipo pierde un partido, me dijo, lo primero que hacía era venir a checar este blog para mofarse de mi desconsuelo.
Más de una persona me ha cuestionado sobre mi silencio ante la humillante derrota de mis Tigres en el Morumbí de Sao Paulo. Dicen que escondo la cara ante las derrotas y sólo escribo cuando hay que cacarear triunfos. También me han echado en cara que me corroe la envidia hacia las chivitas tapatías y su 4-0 al Boca.
Está bien, les daré gusto, pueden regodearse con mi sufrimiento.
¿Qué cómo me cayó el 4-0 que nos ensartó el Sao Paulo? Pues hasta la pregunta es necia. Me cayó de la chingada. Los dos golazos que nos ensartó el portero Rogeiro aún los traigo marcados en el rostro y me duelen como si el par de pelotazos hubieran ido a parar a mi nariz y no a las redes de Campagnullo. Putísima madre. Si hace unos días dije que el juegazo de Liverpool y Milán lo recordaré dentro de 30 años si la Santa Muerte me da vida, también puedo afirmar que si algún día llego a ser abuelo, narraré la triste historia del lejano día en que un portero paulista le metió dos goles idénticos a los Tigres.
Si yo fuera un seguidor de imbéciles filosofías a lo Miguel Ángel Cornejo, diría que la esperanza muere al último, que la fe mueve montañas y que yo daré por muertos a mis Tigres hasta que el árbitro silbe el final.
Pero como no soy un seguidor de imbéciles filosofías a lo Miguel Ángel Cornejo, sino un seguidor de imbéciles filosofías fatalistas schopenhauerianas, ya he celebrado el funeral de mis sueños de gloria continental en el que veía a mis Tigres ser campeones de América. Mi único deseo, es que el equipo se parta el alma en el partido de vuelta y que se despida ganando. No importa que no se consiga el 5-0. Sólo quiero que ganen y jueguen muy bien. Una despedida llena de dignidad es a lo que aspiro. ¿Será mucho pedir?
Respecto a la victoria de las Chivas, en efecto señores del Rebaño, les tengo envidia de la buena y de la mala también. Sin embargo, mi pesimismo (¿o le llamaré realismo?) mexicano, me indica que por cruel y desgraciado que parezca, es casi imposible que mis Tigres remonten el 4-0, pero en cambio sí veo factible que Boca se levante en la Bombonera. Ojo, no es mi deseo. Ojalá llegue un mexicano a la final, pero imaginen un infernal panorama de dos goles xeneizes en el primer tiempo, un arbitraje sudaca típicamente pro argentino y una Bombonera furiosa y el sueño chiva podrá tambalear. Por lo que a nosotros respecta, sólo deseo que Sao Paulo se lleve unos buenos golazos en contra como recuerdo de su visita a San Nicolás de los Garza.

Relaciones públicas

Soy una catástrofe para las relaciones públicas. Pocas personas he conocido como yo con esa asombrosa capacidad para ganarse antipatías y enemistades.
Concedo la razón a quienes han sentido deseos de romperme la madre alguna vez. En realidad los entiendo y los justifico. Claro, otra cosa es que los deje y que puedan.
Lo cierto es que he de reconocer que últimamente me he dado a la tarea de hacer mi master en respuestas pedantes, ofensivas y provocadoras. Soy la hostilidad con patas cuando camino por Palacio Municipal, pero debo reconocer que me agrada esta actitud, exenta de comentarios amables y sonrisas. Hay pocas, poquísimas sonrisas en mi arsenal y estas están reservadas para la casa. Más de una persona me ha dicho que con un poquito más de tacto social, una dosis pequeña de hipocresía y modales, una pizca de amabilidad y lambisconería me iría mucho mejor en este mundo. Aprovecha los contactos, mueve influencias, convives todos los días con gente poderosa e importante, sácale jugo. Eso me dicen. No se si lo he intentado, pero lo cierto es que no me sale. No se me dan las pinches relaciones públicas, tan necesarias para lograr esa cosa que algunos tipos llaman triunfar en este mundo, pero lo cierto es que sólo a Carolina y a Morris les reservó el arsenal de mis sonrisas

Bernhard

Aclaro que inicié esta semana leyendo a Thomas Bernhard, El sobrino de Wittgenstein concretamente y el ánimo fatalista del austriaco se me ha contagiado. Vaya dosis de humor negro. No tiene la gracia tropical de su nihilista hermano Fernando Vallejo, pero si le receta unos buenos escupitajos al universo de los optimistas.
Así las cosas, toda la culpa la tiene Bernhard señores.

Otra de Chafarotti y compañía

Siempre he pensado que los regios y los mexicalenses se parecen mucho. No solo el infernal calor los hermana, sino esa vocación de aristócratas del desierto por esa forma que tienen de abusar hasta el desparpajo de su imagen de nuevos ricos y la obsesión por el linaje y los apellidos, reflejados cada día en las secciones de sociales. También los hermanan sus imbéciles pretensiones culturales. Hace poco más de un año, los mexicalenses padecieron compulsivos onanismos por la tocada de Luciano Chafarotti en la Laguna Salada. Emperifolladas, las damas mexicalenses se fueron al desierto a ver el espectáculo, sintiéndose parte de la aristocracia de Viena o Milán y lo que encontraron aparte de los 40 grados de calor, fue a un tenor cansado, enfermo y desafinado al que tuvo que salvar una corista del enorme ridículo.
Pues bien señores, a los regios les fue peor con sus pretensiones de gloria operística. Una auténtica porquería de concierto fue lo que tuvieron en la Sultana del Norte el pasado fin de semana, con Carreras y Domingo. Chafarotti, que evidentemente ya no da para más, canceló y los organizadores colaron, hágame usted el pinche ridículo favor, al conocido tenor, virtuoso cantante de ópera, Alejandro Fernández. No más en este país se pueden aventar un ridículo semejante. Pero por lo que he podido leer en El Norte, la organización de la tocada fue una bazofia. Miles de quejas en Profeco, una promotora que se lava las manos, los miembros de la Sinfónica de la Universidad Autónoma Nuevo León (que mis respetos a esa gran orquesta) tratados como basura por los organizadores. Por lo que he leído en El Norte, ese concierto fue una auténtica porquería. Ya lo ven, hubieran ido mejor al Metal Fest una semana antes. Ese sí que salió a las mil maravillas.

Monday, June 06, 2005

Migrantes y otros recurridos clichés

Hace ya más de seis años que llegué como un migrante más a Tijuana a emprender la aventura de echar a andar un nuevo proyecto periodístico.
Mi primera fuente asignada fue migración, una fuente que en mi anterior trabajo, El Norte de Monterrey, simplemente no existía y que sin embargo en Tijuana es una fuente diversa, laboriosa y complicada.
Mi agenda se llenó de los teléfonos de la Patrulla Fronteriza, el Instituto Nacional de Migración, el Grupo Beta y las organizaciones no gubernamentales pro migrantes, que son muchísimas, como la Casa del Migrante, Amigos de América y el Centro de Apoyo al Migrante.
Historias de migrantes muertos en el desierto y en la montaña, migrantes deportados a golpes por la Patrulla Fronteriza, manifestaciones de protesta contra el Operativo Guardián, cruces en la barda metálica, veladoras encendidas mientras los helicópteros revoloteaban en el cielo tijuanense-sandieguino y las camionetas de la Patrulla Fronteriza arrojaban sus cegadoras luces fueron mi pan noticioso de cada día.
Lo mismo las declaraciones de políticos estadounidenses en busca de votos latinos que hababan de una acuerdo migratorio para trabajo temporal mientras las autoridades mexicanas comían de su mano y aseguraban que defenderían las garantías individuales de los migrantes y los diplomáticos juraban que no permitirían más abusos.
Sin embargo, si alguien me pregunta cuál es la anécdota que más recuerdo de los lejanos días en que cubrí la fuente de migración, fue la historia de un grupo de más de 200 chinos que en el verano de 1999 desembarcaron en las costas Ensenada creyendo estar en Estados Unidos.
Sólo cuando cayeron en manos del INM y fueron encerrados en un miserable gimnasio de basquetbol en Tijuana, se dieron cuenta de que aún les faltaban unos metros para el sueño americano y que las autoridades mexicanas los devolverían a China.
Durante los casi dos meses que los chinos estuvieron encerrados en Tijuana no dejé de ir un solo día a la cancha en donde estaban encerrados.
No se cuántas y cuántas notas redacté sobre la estancia de esos chinos en Tijuana con los que al cabo de semanas acabé por entenderme a señas o con ayuda de algún interprete y sólo entonces supe del horror que les causaba la sola idea de volver a China y de los sueños que habían construido en América.
Finalmente, una madrugada de julio los acompañé hasta el Aeropuerto y ví perderse en el cielo el avión que el Gobierno Mexicano había asignado para su deportación.
También recuerdo cuando viajé al Desierto de Arizona, la mismísima sucursal del Infierno en la Tierra, a acompañar a los oficiales de la Patrulla Fronteriza en su recorrido de rutina por la ardiente tierra que ha sido tumba de cientos de mexicanos.
Impresionantes fueron también las historias de los mexicanos que encontré en septiembre de 2001 en las calles de la Gran Manzana.
Decenas de familias de mexicanos cuyos familiares murieron el 11 de septiembre en la Torres Gemelas aunque por ser personas que no existían legalmente, sus nombres jamás aparecieron en las listas oficiales.
Hace mucho que dejé la fuente de migración. La última vez que escribí sobre el tema, fue en la primavera de 2004, un día de guardia, cuando dos migrantes se ahogaron en el mar. Nos hemos acostumbrado a los clichés del tema, al cuántos más de Claudia Smith, a las cruces en la barda y las pintas y las declaraciones de los políticos, que si habrá acuerdo migratorio, que si el Estado o el Municipio construirán un refugio para migrantes, que si sellarán la frontera, mientras desde sus preciosas oficinas los académicos del Colef pasan dos años redactando estudios que nadie leerá nunca y los artistas conceptuales y otras alimañas pretenciosas se dan a la tarea de invertir sus becas en bodrios de arte instalación para ir a España a contarles a los madrileños románticas historias de nuestros migrantes muertos y se declararán solidarios con las víctimas del Operativo Guardián mientras con su visa láser en mano soportan las humillación del migra filipino que los detiene en la garita cuando van a Fashion Valley a comprarse sus garras de última moda. Si hay un tópico sobre el que se eructen más clichés en Tijuana, aún por encima de la seguridad, es el de la migración. Ningún tema ha sido tan quemado, tan utilizado, tan lucrado con fines que ni un carajo tienen que ver con los migrantes. Esos no le importan a nadie. Seguirán pasando, por más que les sellen fronteras y seguirán ignorando que varios miles de intelectualoides con visa láser organizan foros y seminarios para hablar de ellos bajo cualquier pretexto.
Seis años han pasado y el discurso sobre los migrantes no ha tenido la decencia de variar un poco. No evado la responsabilidad de los comunicadores. Nosotros también somos bastante culpables.

El Día Nacional del Chayote

El 7 de junio es el Día Nacional del Viejo Periodismo. El Día del Chayote. La ocasión perfecta para que las rémoras y las alimañas carroñeras que se dicen practicantes de este noble oficio se den gusto regodeándose en las miserables gotitas de miel que les regala el poder.
La invitación que tengo en mi mano dice así: Daniel Salinas. Presente- Jorge Hank Rhon Presidente Municipal de Tijuana, tiene el placer de invitarlo a la cena en honor de los grandes comunicadores de la región. Día de la Libertad de Expresión. Martes 7:00. Palacio Municipal.
Por supuesto que no pienso acudir. Gracias por la invitación como quiera. Se agradece que piensen que soy tan pordiosero, corrupto e indigno como los puercos que se dicen mis colegas. No culpo a los políticos. Culpo a los periodistas. Los políticos, sean del partido que sean, han tenido siempre la consigna de comprar voluntades, asegurarse plumas dóciles, reporteros debidamente domesticados y serviles, perfectos tarados que a cambio de sentirse un poquito importantes cenando con el Presidente son capaces de eructar cualquier clase de alabanzas y callarse el hocico ante cualquier irregularidad. Los políticos están en su papel. Lo indignante son los periodistas, emocionados con la sola idea de sentirse agasajados por el poderoso y sonreír ruborizados como una vieja puta de congal que recibe flores de su cliente. Reporteros que irán con sus aires de importancia a tratar de olvidar por una noche su condición de pordioseros del poder, a empedarse mientras el Presidente habla de respeto a la Libertad de Expresión y les manda, sin ningún compromiso, regalitos a sus mesas. Ya los quiero ver, a los directores de los viejos periódicos y a los pasquineros, a reporteros y fotógrafos, chapoteando en los miasmas narcisísticos de su pendejez, aceptando los regalos y el pisto. Y nadie pensará por supuesto en los colegas muertos o desaparecidos, en aquellos que quisieron ir un poquito más lejos en el ejercicio de esa cosa que llaman libertad de expresión y que el 7 de junio se transforma en un cliché miserable, un pretexto de baja estofa para agasajar a las sangujuelas de la pluma.
El Gobierno no tiene por que agasajar comunicadores. No es su papel. Los ciudadanos no le pagan impuestos para eso. Sin embargo, este tipo de cenas son la apoteosis de los viejos periodistas, de las decrépitas momias de la comunicación que se han forjado al amparo del maridaje con el poder. Lo peor es que mi posición es vista como un acto de pedantería, una odiosa pose de renegado. Lo más ridículo es que lo más normal para el viejo periodismo es acudir a la fiesta, dejarse mimar y consentir por los poderosos y recibir, como buenas rémoras que son, migajas de su poder. ¿A qué carajos voy? ¿A sentarme a la mesa con los chayoteros profesionales? ¿Con los hijitos del marrano evasor de impuestos hoy metido a diputado? ¿A escuchar halagos pretenciosos? Váyanse al carajo. Conmigo no cuentan. En casa beberé mejores vinos que los que puedan ofrecerme. Yo no pertenezco al gremio. Al menos no a ese gremio tan devaluado. En serio, pero resulta que no somos iguales.