Eterno Retorno

Saturday, May 21, 2005

Jueves de trabajo en Ensenada. Antes de las 6:00 estábamos al píe del cañón. El Riviera transformado en fortaleza, por obra y gracia del estado mayor. Repetitivas palabras presidenciales, machote cuatro, ordinaria sinfonía. Precioso día. Este mayo casi se quiere creer verano. Lástima que no hubo tiempo de escapar al Husongs. La Cenicienta es un asunto de placer y el día estaba precioso. Lo mejor, como siempre, la carretera.


Este año he traído buen ojo para los libros. Al menos los últimos tres que han caído en mis manos, si andan aspirando a ser inolvidables. El Leviatán de Auster, Rey de La Habana de Pedro Juan y la Lotería de Uribe me han dejado excelente saborcito de boca.

Pasos de Gutenberg
La lotería de San Jorge
Álvaro Uribe
TusQuets

Por Daniel Salinas Basave


Hará unos tres años, cayó en mis manos una novela titulada ?Por su nombre?, escrita por un tal Álvaro Uribe.
Lo que encontré fue una obsesiva pulcritud de prosa mantenida sin alteraciones a lo largo de toda la novela, que ciertamente no es corta.
Imaginé un autor con alma de relojero, una suerte de matemático dado a la tarea de colocar una cintra métrica en cada párrafo. Una novela que pese a estar obsesionada con la forma, no sacrificó el fondo. Al final, quedó un buen sabor de boca.
Ahora ha caído en mis manos La lotería de San Jorge, una novela que si bien derrocha riqueza formal, algo que parece ser la marca de la pluma de Uribe, no tiene una estructura tan pulcra como la antecesora.
Al igual que hiciera Conrad en Nostromo, Uribe construye en su novela una hipotética república latinoamericana denominada San Jorge, cuya capital es Georgina.
Uno busca de inmediato paralelismos, pero lo cierto es que siendo la historia latinoamericana tan repetitiva, San Jorge puede ser cualquier país de Centroamérica o del Caribe.
La novela nos cuenta la típica historia de un proceso revolucionario del Siglo XX,un cuento absurdo que hemos escuchado más de una vez. Una herencia decimonónica de estériles y eternas batallas de liberales contra conservadores, un movimiento revolucionario que busca instaurar la igualdad en el país, una dictadura despótica y como cereza en el pastel, las tropas estadounidenses respaldando al dictador y buscando exterminar todo brote que huela a comunismo.
Sin embargo, el cuento de la revolución es sólo el telón de fondo, el marco en el que se tejen una serie de historias que se vuelven complicadas en la medida que la aleatoriedad cumple en ellas sus caprichos.
Tras un prólogo en el que un corresponsal extranjro recibe un billete de lotería de manos de un anciano vendedor ciego, la novela comienza por narrarnos la hisotria del comandante revolucionario Facundo Barrero y su lugarteniente Francisco Talavera, siendo este último quien narra en primera persona. Es el año de 1929 y Facundo es algo así como un Augusto César Sandino de San Jorge, una figura de leyenda que desafía a la dictadura y humilla a los estadounidenses
En el segundo capítulo, la historia da un salto de 40 años. Ahora estamos en el 68 jorgiano, que al igual que en México y París, es un año embriagado en el licor de la utopía.
Barriacadas en las calles, pintas rojinegras en los muros de la universidad, estudiantes con delirios de redentores sociales. Nada que por estos rumbos no conozcamos. La revuelta estudiantil, deriva en guerrilla urbana y ahora asistimos a la historia de un par de estudiantes transformados en guerrilleros y por supuesto, no falta tampoco una historia de amor. Pero mejor aquí la dejamos, pues no pretende Pasos de Gutenberg contarle a usted una novela que dicho sea de paso, vale la pena ser leída. Baste señalar que la historia me pareció un tributo a la siempre absurda música del azar, una ofrenda depositada en el caprichoso altar de la aleatoriedad, círculos perfectos y eternos retornos encerrados en una prosa que en ningún párrafo pierde su vocación de ser perfecta.

Wednesday, May 18, 2005

Desvelado

Contrario a la naturaleza de la estirpe tunde-teclas, célebre por bohemia y trasnochada, yo me considero un tipo fundamentalmente diurno. Mi cabeza funciona mejor en la mañana que en la noche. No me cuesta ningún trabajo levantarme temprano y si me dan a escoger, prefiero mil veces ser citado a una junta a las 7:00 a.m., a que me pidan que me quede a una junta después de las 18:00. Tengo horario de escolar pues. He comprobado que puedo escribir con mucha mayor rapidez y coherencia hasta antes de las 14:00. Una vez que ha caído la tarde, me vuelvo irremediablemente más propenso a lo contemplativo y la labor se vuelve más lenta. Las tardes y las noches deben tomarse con calma. Son para escuchar música y andar sin prisa. Las mañanas en cambio son para correr y vaya que puedo correr rápido. Como dijera Proust al iniciar con el Camino de Swann, durante algún tiempo me acosté temprano. La frase se aplica a los últimos años de mi vida. En lo personal, me gusta acostarme antes de las 23:00. Suelo dormir poco. Nunca más de siete horas. Cinco o seis en promedio. Sin embargo, tiempo hace que le he dicho adiós a la vida nocturna. Las facturas de las crudas son cada vez más altas y aún antes de empezar la juerga, empiezo a sentir culpabilidad por el precio que he de pagar al otro día.
Tiempo hace que antros y bares salieron de mi vida. Ojo, ello no significa que haya mandado al exilio al vino, pues ese es bien sabido será compañero inseparable de mi organismo hasta el final de mis días. Sin embargo, el deambular por tugurios dejó de llamarme la atención. Atrás quedaron esos nocturnos maratones de resistencia alcohólica que solía correr acompañado de mi colega y gran amigo Villasáez en los tiempos en que trabajaba en El Norte. No se que hubiera sido de mí de haber llegado a Tijuana soltero y más joven. En una ciudad tan rica en tugurios malamuerteros y dueña de una vida nocturna que baila hasta el medio día, es posible que hubiese terminado como Poe, ahogado en mis vómitos en la barra de un bar. Sí, acudo de vez en cuando a cantinas, pero lo hago por la tarde o en la joven noche y no todos los fines de semana. Hoy en día, considero que el mejor lugar para beber y escuchar música suele ser nuestra casa o las casas de los buenos amigos.
Sin embargo, este fin de semana mi existencia diurna sufrió un vuelco. El viernes por la tarde, al salir del trabajo, recibí una llamada de la secretaría de Gobierno en donde me notificaban que Mahmoud Abbas, el líder palestino, sucesor de Yasser Arafat, aterrizaría en el Aeropuerto de Tijuana por espacio de dos horas y que me darían quebrada para entrevistarlo. El problema es que su aterrizaje estaba contemplado para las 2:30 a.m. Pues ahí me tienes de madrugada en el aeropuerto esperando al palestino. De la entrevista ahí luego les platico. Nada del otro mundo. La cuestión es que volví a casa pasadas las cuatro y media de la mañana. Dormí unas tres horas o menos, pues a la mañana siguiente la hermana de Carol nos dejó a cuidar a sus pequeños. Yo tenía muchos que escribir. Mientras escribía, bebí un poco de vodka con harto hielo, en tanto que Carol la hacía de niñera, trabajo nada fácil por cierto. Por la noche, fuimos a casa de nuestro amigo Pedro Beas a compartir suculentos vinos tintos y buena música. La velada fue tan agradable, que se prolongó y se prolongó y ....no me pregunten cómo carajos le hice, pero con mis tres horas de sueño a cuestas, con todo y mis incorregibles costumbres diurnas, logré concluir la velada a las 7:00 de la mañana.
La imagen de un hombre que sale del Dandy del Sur cuando ya ha amanecido con sólo tres horas dormidas de las últimas 48 y con quién sabe cuantos vasos de vino, vodka y cerveza bailando en la sangre y la cabeza, me hubiera parecido digna de un record olímpico inconcebible para mí en estos tiempos. No me pregunten cómo, pero salí entero, en dos píes, y lo más increíble, lo recuerdo todo perfectamente. Llegamos a casa poco antes de las 8:00 de la mañana. Aún tuve ánimos para darle su paseo al Morris con mi cara de tecolote vampírico de roja mirada, mientras algunos de mis fresas vecinos madrugadores salían a correr al parque. Volví a casa, comí un poco de yogurt y me arrojé a la cama y Turn Off. El mundo se apagó para mí. Desperté casi a las seis de la tarde con la sensación de haber alterado el orden del Cosmos. Juro que hacía mucho que no transgredía horarios de forma semejante. El universo, la luz del día y mis pensamientos me parecieron entonces infinitamente extraños. Cenamos y antes de las 21:00, menos de tres horas después de mi despertar, ya estaba de nuevo dormido. Desperté hasta el otro día para ir a trabajar. Desde entonces he quedado un poco tocado. Por si fuera poco, hoy mi tradicional sueño ligero me despertó a las 4:00 a.m. y ya no me volví a dormir. Tuve gira presidencial en Tijuana y un montón de chamba a mis espaldas. Pero eso no es todo. Hoy tengo guardia, lo que significa que llegaré a la casa por ahí de la media noche y mañana, antes de las 7:00 a.m., debo estar en Ensenada, concretamente en el Riviera, para continuar con la gira del preciso, lo que significa que antes de las 5:30 a.m ya debo estar agarrando carretera rumbo a la Cenicienta del Pacífico. Olvídate de dormir o algo parecido. Pero querías dedicarte al periodismo.

Al final de sus días, Tolstoi vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral. Y una noche escribió en su diario la última frase de su vida, una frase que no logró terminar: Fais ce que dois, advienne que pourra (Haz lo que debes pase lo que pase)

En la fría oscuridad que precedió al amanecer del 28 de octubre de 1910, Tolstoi, que contaba con 82 años de edad y era en aquel momento el escritor más famoso del mundo, salió sigilosamente de su ancestral hogar en Yásnaia Poliana y emprendió su último viaje. Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huída, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de si misma.
Lo anterior lo escribió Vila ?Matas y entonces yo, con una hermosa edición de Guerra y Paz sobre mi escritorio, me preguntó cómo es que alguien que amó tanto el acto de escribir pudiera huir de la escritura de esa manera. 637 páginas en letra muy pequeña tiene mi edición. Quince partes y un epílogo dividen la obra. La parte que tiene menos capítulos es el Epílogo, con quince. La que más, la décima, con 35. Más de 500 personajes desfilan por sus páginas. Sólo un verdadero enamorado de la literatura puede entregarse a escribir una obra tan monumental. Tolstoi escribió Guerra y Paz de 1863 a 1869. Tiempos después, de 1873 a 1877, se entregó a la escritura de Ana Karenina. Recuerdo el invierno de 1995, sentado en el asiento de un tren chihuahuense, leyendo Ana Karenina rodeado por la inmensidad nevada de la Sierra Tarahumara. Recuerdo lo mal que me caía el conde Wronsky, lo apetecible que me resultaba Kitty Chebrasky (toda una Anita Kurnikova sin duda) la hermosa elegancia de Ana Karenina, la metafísica rural de Constantine Levine. Honor a quien honor merece. Gloria eterna al Gran Conde de Yásnaia Poliana.

Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan solo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Que tan absoluto, que tan verdadero es el instante?

La realidad alimenta, proporciona el material y acaso finge ser la depositaria del ideal último, pero al final siempre quiere ser evadida, transfigurada, convertida en algo. En algunos casos se vuelve una obra de arte y en la mayoría va al cementerio de los sueños e ilusiones, a escribir la historia universal de lo que pudo ser.

Trato de imaginar sí pudiéramos escribir la biografía interior de las personas, la historia de sus sueños. Acaso podría llegar a ser literaria la más intrascendente de las vidas. No sé porque medito tanto sobre esto últimamente y no sé si llegaré a algún lugar tratando de explicarlo.

Esta ciudad trasciende en la medida que la imagino como otra ciudad, o me acerco a dibujarla como se encuentra en la mente del extranjero que nunca la ha visto o la ve por primera vez. La vida misma trasciende y se consuma en la medida que es contemplada bajo la mirada del otro, el yo sin este nombre, el yo sin circunstancias ni entorno. ¿Será esta la otredad que alucinaron Borges y Paz? (por cierto mi computadora subraya en rojo la palabra otredad, pues como buena computadora que es, desconoce todo aquello que sea abstracto y me pide a gritos que la alimente de conceptos concretos)

No más futbol mexicano

No pienso ver lo que resta de la liguilla del futbol mexicano. No tengo el más mínimo interés en desperdiciar mi tiempo con semejantes bodrios. Sin los Tigres, no tiene ningún sentido para mí seguir el futbol mexicano. Sería tanto como pasar la noche contemplando un cielo sin estrellas cubierto por el smog, como escuchar una rola de heavy metal sin guitarra ni batería, como casarte y no besar a la novia, como ir al Valle de Guadalupe y no beber vino, como estar en Praga y no ahogarse en cerveza. Una liguilla sin los Tigres simplemente no tiene sentido No me importa quien la gane o quien la pierda. Todos esos equipos que quedan me generan un tedio insoportable. Una indiferencia absoluta. Aunque bueno, si puedo pedir un desinteresado deseo, me gustaría enterarme que la ganó América y de preferencia que se la gane a los Monarcas en su casa, en un partido plagado de pifias arbitrales. Y es que el único placer que me puede reservar lo que queda de este mediocre torneo, es ver sufrir a los tvaztecos y escucharlos chillar mientras se les retuerce el estómago hablando de árbitros vendidos a Televisa. Una escena así, sería capaz de provocarme una gran sonrisa. Por lo pronto, me preparo para la visita a Manizales y espero con ansias el juegazo de juegazos en Estambul.

Fox

Nunca me fui con la finta de esa idiota seducción que parecía brotar de la mezcla de un lenguaje entre chistoso y bravucón. Jamás celebré sus ocurrencias ni sus arrebatos ni mucho menos me tragué las promesas mesiánicas de 15 minutos. No voté por él el 2 de julio y consideré su llegada al poder como un mal necesario. Eso sí, reconozco que es un tipo tolerante, que no es mala persona, diría incluso que su extrema inocencia la juega malas pasadas. Un poco de malicia no le iría mal. Pero en fin, convencido estoy de que Vicente Fox será recordado como uno más de los pintorescos personajes que integran nuestro ya de por sí pintoresco bestiario nacional. Un ser de frases ridículas e históricas perogrulladas. Y hasta ahí. Pare usted de contar. No será recordado el apóstol de la democracia, ni el sucesor de Madero ni el sepulturero del priismo, ni como el ángel del cambio como pregonaban quienes chillaban de júbilo la noche del 2 de julio. Pero tampoco habrá argumentos para acusarlo de corrupto, autoritario, déspota y asesino como a tantos y tantos de sus antecesores en el cargo. Después de todo no es un mal hombre. Esa es mi opinión sobre Vicente Fox a quien este día tendré que chutarme por enésima vez en mi vida (honestamente, he perdido ya la cuenta)