Eterno Retorno

Tuesday, October 25, 2005

Doña Naturaleza se viste de furia

Lo he pensado muchas veces, lo he escuchado otras tantas: Pobre de Tijuana cuando le caiga encima un desastre natural. ¿Se imaginan? Dante no habría imaginado semejante Infierno.


Nunca como este año la Naturaleza se había ataviado con semejante traje de furia. Desde el tsunami asiático que despidió el 2004, los elementos se han dado a la tarea de danzar la sinfonía del caos. Sin embargo los desastres están siempre lejos, muy lejos. Son palmeras y postes derrumbados dentro del marco de la televisión, manos morenas que se elevan hacia un helicóptero suplicando ayuda, avenidas inundadas y playas sepultadas en rocas. New Orelans, Cancún, Chiapas. Katrina, Stam, Wilma, una película que se confunde. ¿Cuál fue primero? ¿Cuál más mortífero? Un mes después ¿Quién se acuerda de Bourbon Street? Un huracán desplaza a otro como el periódico del hoy vuelve anticuado al de ayer. En Tijuana contemplamos los desastres de reojo, con esa marca de tan propia de la casa llamada absoluta indiferencia, viviendo a gritos ese desastre natural tan nuestro que son miles de carros haciendo línea ante el migra y comentando entre sorbos de café el muertito del día


Sin embargo, todos en Tijuana coincidimos en lo mismo: Pobres de nosotros el día que nos caiga un desastre natural. Unas gotas de lluvia ligera son capaces de transformarse en heraldos del Apocalipsis en estas calles, despertando los omnipresentes espectros de 1993.

Aún así, en Tijuana no sabemos lo que es un desastre natural. Hemos tenido nuestras lluvias, sí, y recabronas Nada comparable al 93, aunque en 98 y 2005 también hubo altares de muertos. De cualquiera manera, nunca hemos vivido, ni remotamente, algo parecido a Cancún. Y sin embargo, somos el caldo de cultivo perfecto para una devastación apocalíptica.

A veces se nos olvida que Tijuana está junto al mar, justo a un lado del belicoso Océano Pacífico que jamás ha conocido la paz. El mismo océano de los tsunamis es el que baña nuestras costas donde muchísimos estadounidenses han pagado miles de dólares por una vista al mar que a veces hasta incluye casa. Se nos olvida también que vivimos en zona sísmica, que más de un geólogo ha expresado de acuerdo a nuestras características topográficas, es inconcebible que exista sobre esta tierra una ciudad tan enorme. Y sin embargo, existe.


Basta ver los cortes de cerro, similares a un pastel de lodo, a un polvorón de azúcar mojado en leche. Cerros cortados de tajo por el cuchillo voraz de las inmobiliarias capaces de tragarse la Pangea con tal de construir 10 mil microcasas al año y tener a 10 mil clasemedieros como esclavos de sus créditos. Basta ver las laderas en donde en un amanecer brotan como chancros infinitas casas de lámina y cartón sostenidas por el infalible cimiento de llantas. Narcoviviendas millonarias al píe de voladeros con su cancha de tenis al vacío, siguiendo la ley de Horacio, esperando pacientes el derrumbe. Tijuana de cerros de y hoyos, orgullosa ciudad puberta, en plena etapa de desarrollo, ampliándose tres cuadras diarias, con sus colonias inaccesibles al fondo de barrancas o en la cima de los cerros. Microcosmos improbables que yacen al fondo de siniestros cañones esperando, como reses en el matadero, a que la Naturaleza, vistiendo su traje de furia, venga a danzar por Tijuana.


Hace poco menos de un mes, la rotura de tres centímetros en una tubería de aguas negras, incomunicó por cuatro horas a todo Playas de Tijuana e inundó en lodo al Cañón Los Laureles. Basta poco, muy poquito para trastornar nuestra ciudad ¿Se imaginan un terremoto? ¿Un huracancito? ¿Un tsunami? ¿Qué sería de nuestra Tijuana? ¿Qué quedaría de ella en píe? ¿Cuántos muertos tendríamos que lamentar?


El único desastre que he vivido a lo largo de mi existencia fue Gilberto, la noche del 16 al 17 de septiembre de 1988 en Monterrey. Aún recuerdo esa mañana parados a la orilla del Río Santa Catarina que por primera vez se transformó en un Río hecho y derecho, con agua y corriente furiosa. Bajo esas olas puercas, y chocolatosas yacían carreteras, canchas, puentes, una alberca y una ciclopista de más de 20 kilómetros que en aquel entonces yo usaba diariamente. Recuerdo los cuatro autobuses patas arriba, las historias de horror, la epopeya increíble de Rogelio. Creo que todo regiomontano se acuerda de lo que estuvo haciendo la noche que nos cayó Gilberto. En Tijuana jamás he vivido un desastre. Al menos no con mayúsculas. ¿Me tocará vivirlo?


PD- 355 víctimas en lo que va del año en Tijuana son polvo y son olvido, tres tediosos párrafos diluidos en la inmensidad de las breves policíacas. Sin embargo, la víctima será recordada por mucho tiempo y sin duda motivará la reacción furiosa de la sociedad tijuanense. Y es que resulta, señores, que el hombre que fue encontrado ayer al amanecer a bordo de un thunderbird con seis balazos en el cuerpo, era un sacerdote católico. Con la Iglesia hemos topado Sancho.