Eterno Retorno

Tuesday, October 11, 2005

Carros


El automóvil es a la clase media, lo que la cruz es al cristianismo. Imposible definir a la clase media sin su máximo símbolo de aspiración, identidad y frustración. Cuatro ruedas y una carrocería de lámina son capaces de concentrar todos los sueños, delirios y fracasos de millones de almas humanas.


Si en la antigüedad el título nobiliario, el escudo de armas o la casta definieron el estatus de un ser en la pirámide social, hoy en día todo eso se resume en el automóvil. El engendro industrial de Detroit es el altar de sacrificios de la clase media. Es el instrumento donde de acuerdo a su tabla de valores se define si su sangre es azul o plebeya.


Estoy rodeado de seres que han empeñado su existencia misma en pos de un carro de reciente modelo. No les importa gastar lo que no tienen ni sacrificar su estómago. Toda privación y sacrificio se justifican por el orgásmico placer de arrancar su carrito y ser contemplados con una mano al volante mientras en la otra sostienen el celular.


Analicen la publicidad. Ni un anunciante maneja en forma tan insistente y obsesiva el concepto de estatus social como aquellos que anuncian carros. No te venden un motor moderno ni una lámina reluciente. Te venden una sopita de tus delirios narcisos, una vil puñeta mental a precio de oro. El día que las agencias dejen de vender puñetas mentales y se pongan a vender pedazos de lámina y caucho, ese día su negocio se irá al carajo. Por supuesto, ese día no llegará jamás. La humanidad es por naturaleza narcisa y compulsivamente masturbadora. Ahí están los carros para ser recipientes de sus eyaculaciones.


Puedo citar por lo menos diez ejemplos de personas que teniendo un buen dinero ahorrado en sus manos, prefirieron gastarlo en pagar un carro del año, o de reciente modelo, en lugar a pagar el enganche de una casa o emprender un largo viaje. Yo en todos los casos, en mi papel de asesor financiero, recomiendo comprar una casa. Si compras la casa en una buena ubicación en zona de despunte inmobiliario, tienes altas probabilidades de que tu propiedad incremente su valor año con año. Cada día que pase, tendrás una casa más valiosa. Con el carro en cambio no hay pierde; cada día que pase tu carro valdrá menos. Máxime en nuestra bella Tijuana. Correr un automóvil en nuestra ciudad significa hacer pedazos su valor en cuestión de meses. ¿Cuántos dólares se van al carajo en cada caída en un bache? ¿Cuánto tardará la suspensión en hacerse pedazos? Un carro del año en Tijuana es tanto como querer estrenar un traje de seda para ir a trabajar a una mina de carbón.


Pero el sacrificio de los clasemedieros no termina en el momento de pagar el sobre valorado pedazo de lámina y caucho. Eso es sólo el comienzo. Una vez que lo tienen en sus manos, ha dado inicio para ellos su auténtica temporada en el Infierno, pues conocerán en persona a los demonios del miedo. El poco dinero que les sobre lo invertirán en sofisticadas alarmas, bastones, cortacorrientes, candados, cadenas. Cada noche despertarán sobresaltados y mirarán por la ventana para ver si su tesoro sigue ahí. Apenas podrán estar a gusto en un lugar mientras imaginan el rayón que les dieron en el estacionamiento, el cristalazo y la llanta ponchada. Entonces quisieran no bajarse nunca del altar de sus sueños. Desearían dormir ahí, coger ahí, morir ahí si fuera preciso. El carro es el recipiente de todas sus aspiraciones. Desgraciadamente, su vapuleada humanidad debe dormir en un pestilente y desordenado departamento de renta mientras el amor de su vida aguarda en la cochera a merced de los ladrones.


El ciclo de vida tradicional de la clase media, es que un niño esclavizará a sus padres para que vayan y vengan por él todos los días a la escuela, a sus clases vespertinas y las casas de sus amigos y aguardarán impacientes a que llegue su adolescencia y sus padres accedan a prestarles el ansiado objeto del deseo, o, si son padres ricos o pretenciosos, les comprarán uno. Toda su vida se moverá sobre cuatro ruedas hasta que llegue el momento en que una ambulancia los traslade moribundos y cancerosos al hospital.


Por fortuna desde muy pequeño aprendí a prescindir de las cuatro ruedas. Me di cuenta que mover tu cuerpo de un lugar a otro es extremadamente fácil y que los límites te los pones tú mismo. Una ciudad sólo la conoces cuando la caminas. Quien pretende conocer una ciudad porque todos los días recorre unas cuantas calles encerrado en su microcosmos narcicístico de lámina, entonces no conoce un carajo. Hay rincones, colores, formas, figuras, ventanas, personajes y olores que no conocerás nunca si no caminas por tu ciudad. Monterrey la he peinado completa. . Desde la primaria empecé a caminar de la casa a la escuela. Era cuestión de atravesar los hermosos camellones de la Avenida San Pedro y antes de 20 minutos llegaba a mi destino. También me fui aprendiendo por mí mismo todas las rutas de camiones de Monterrey. Aprendí igualmente que una bici te lleva hasta donde tu condición física te permita y mi condición física era enorme. Al llegar a vivir al DF en 1988 pronto dominé el metro y los rutas 100.
En Londres, Madrid, Viena, Praga, Nueva York, París, Boston, Hamburgo he caminado distancias kilométricas. He pasado días enteros caminando por ciudades. Ese sí que es un de los placeres orgásmicos que ofrece la vida.