Eterno Retorno

Wednesday, September 14, 2005

Sueños Secesionistas

Entre los regios más radicales, los afanes secesionistas no son raros. Crecí escuchando a algunos norteños radicales que se la pasaban echando pestes sobre el hecho de que en México los estados del Norte nos dediquemos a trabajar y crear empresas productivas para mantener a los incorregibles haraganes del Sur.
En el colmo del radicalismo y en esos arrebatos de odio hacia todo lo que huela a chilango, tan comunes en mi terruño, escuché muchas veces declaraciones separatistas: Si el Norte de México se separara del Sur, seríamos sin duda la nación más poderosa de Latinoamérica y podríamos competir con Estados Unidos.


No creo que pudiéramos ser tan ricos como Estados Unidos, pero sí más ricos que cualquier nación latinoamericana. El Norte mantiene a México. El Norte es la fuerza motora de este país. Es la máquina que jala este tren hacia el progreso. Las raíces de este secesionismo tienen orígenes históricos. Desde la negativa del gobernador de Nuevo León Santiago Vidaurri a dejar entrar a Juárez a Monterrey en 1864, hasta la rebelión de los empresarios regios contra Echeverría. Sepan ustedes que por ahí de 1973, el llamado grupo de Chipinque, a raíz de la rampante devaluación y el asesinato de Don Eugenio Garza Sada, estuvo a punto de iniciar una revuelta separatista y dejar de pagar impuestos a la Federación. Crecí entre adultos que me hacían ver que los norteños somos los eternos trabajadores que con nuestra creatividad y empeño mantenemos a un país de zánganos sureños y chilangos tramposos.


Imagínense por un momento que Nuevo León, Baja California, Tamaulipas, Sonora, Coahuila, Chihuahua y Baja California Sur fueran un estado nacional independiente. Una suerte de Confederación Norteña. Puedo asegurarles que seríamos una nación poderosa y rica. En cambio, el Sur y Centro de México quedarían culturalmente hermanados con Guatemala, Honduras y de más vecinos del Centro del Continente y muy lejos de los Estados Unidos. Con algunas excepciones como podrían ser estados progresistas como Jalisco, Aguascalientes (las hidrocálidas son las más bellas mujeres, por ello se les admite de todo corazón) y el Estado de México, el Sur y el Centro de la República son básicamente pobres. En materia de desarrollo económico poco pueden ofrecer. Eternos demandantes de apoyos sociales y subsidios, buenos para los conflictos y las rebeliones, nulos generadores de riqueza, sólo son capaces de ofrecer el disfraz de si mismos, la engañosa belleza de una cultura que se extingue. Sus indígenas, sus rebeliones, sus catedrales coloniales La belleza de sus playas y sus selvas se las dio la naturaleza y algunos han sabido aprovecharla. Se bien que la riqueza que generan Cancún y Acapulco no son enchiladas. Acaso sería bueno darles chance como miembros honorarios de la Confederación.


A diario llegan a Tijuana decenas de oaxaqueños, guerrerenses, chiapanecos, nayaritas y varias decenas de miles de sinaloenses. Si les pidiéramos pasaporte o visa para ingresar a la Confederación Norteña, digamos antes de entrar a territorio de Chihuahua o Sonora, nos ahorraríamos muchos disgustos por estos rumbos bajacalifornianos. El 90% de los pordioseros y malandrillos de las calles son migrantes procedentes del Sur.
También todas las sanguijuelas que chupan dinero de nuestros impuestos que se van en miles de millones de pesos de apoyos sociales a gente que no es de aquí. La enorme mayoría de estos tipos acaban integrando las Mareas Rojas de Hank Rhon y se dedican a pordioserear en los Martes de Puertas Abiertas y al final son voto duro y carne de cañón para el PRI. Es cierto, algunos han fundado comunidades prósperas o por lo menos instalado restaurantes de deliciosa comida, pero lo cierto es que los habitantes de Baja California, los que somos fuerza productiva, debemos trabajar para mantenerlos.


A lo largo de mi vida he pisado prácticamente todos los estados de México. He viajado a profundidad por Chiapas y Oaxaca y disfruto enormidades el Sur del País. Pero me considero esencialmente y culturalmente un norteño. Nací en Monterrey y vivo en Tijuana. Salvo por la abundancia de opciones futboleras, no me gustaría vivir en una ciudad del Centro o Sur de México. Ya viví en el DF, hice excelentes amigos chilangos, tuve una hermosa novia y la pasé muy bien, pero jamás volvería. Me quedo con mi buena experiencia. Yo soy del Norte y viviré en el Norte. Para que se den una idea, en todo lo que va del Siglo XXI los únicos estados mexicanos que he pisado son Baja California, Baja California Sur, Sonora y Nuevo León. Hace siete años que no viajo al Centro o Sur del País y si quieren que sea honesto, no lo extraño demasiado.


Nunca he visto un regio, un sonorense o un bajacaliforniano emigrar a buscar oportunidades laborales profesionales a Oaxaca, Chiapas o Guerrero. Salvo que tu vocación sea dedicar tu vida a fumar mota en Zipolite, regentear los pistos tras la barra de un bar en Cancún o Acapulco, promover un puesto de artesanías en Taxco o dedicarte a maquilar camisetas del Che para el turismo revolucionario, ni un norteño en su sano juicio emigra al Sur. Aunque bueno, nunca falta quien emigra a la capital. Algún día yo mismo viví en el DF, pero bueno, juro que enmendamos pronto el error.


Claro, están también quienes defienden el sueño de Bolívar de integración latinoamericana. La realidad es que en el papel no sería tan descabellado. La realidad, claro, dice otra cosa.
De no ser por nuestra proverbial vocación hacia el deporte de la intriga, la cizaña y el refinado arte de chingar al prójimo, no dudo que Latinoamérica, en efecto, pudiera estar unida en un mismo estado nacional o por lo menos en una gran comunidad económica. En el Siglo XIX, el hondureño Francisco Morazán soñó con la unidad de Centroamérica. Si me pongo en plan a lo Eduardo Galeano y empiezo a elucubrar teorías conspiratorias diré que la United Fruit y los intereses del capitalismo yanqui hicieron todo lo posible para evitar esa unión.


En todo caso, parece mucho más lógica una unión entre hondureños, nicaragüenses y costarricenses o entre argentinos y uruguayos, que el matrimonio a la fuerza en el que tuvieron que convivir Bosnia, Croacia, Servia y Macedonia unidos en un mismo estado nacional llamado Yugoslavia. Agua, aceite, perros, gatos cristianos, musulmanes, ortodoxos en una misma caldera. Lo mismo se aplica a la Unión Soviética ¿Cómo comprender que Ucrania, Estonia, Lituania, Georgia, Armenia. Uzbekistán, Letonia, Kazajstán y un largo etcétera convivieran juntos como estado nacional? Tendría más lógica una unidad latinoamericana, definitivamente.