Eterno Retorno

Friday, September 09, 2005

LOS NUEVOS AIRES DEL GÓTICO
Por Daniel Salinas Basave
Las piadosasFederico Andahazi
Editorial Planeta

Apostar en pleno Siglo XXI a seguir fielmente los cánones de una típica novela gótica de principios del Siglo XIX no deja de ser una empresa bastante arriesgada.Esa es precisamente la apuesta del argentino Federico Andahazi en Las piadosas, una obra que se rige bajo los típicos pa-rámetros narrativos góticos. Tratar de crear un efecto perturbador valiéndose de fórmulas que hace dos siglos fueron explotadas hasta la saciedad, exige un narrador malicioso y audaz que evite caer en lugares comunes. Por fortuna para Andahazi, con Las piadosas sale bien librado de la apuesta. Escenarios sombríos, visiones crepusculares y la presencia constante e invisible de un ente horroroso y sobrehumano al acecho, cumplen con el recetario que en su momento siguieron Stocker, Sheridan Le Fanú y compañía.La narrativa gótica se nutre de la intuición permanente de que lo más horroroso está ahí, oculto, próximo a manifestarse mientras va operando una secreta transformación en el interior de los personajes. De entrada, la propuesta de Andahazi para el lector es mantener como un enigma la posibilidad de que la narración aluda a hechos reales. Después de todo, el escenario y los personajes escogidos por el narrador para dar forma a Las piadosas son reales y además célebres. Andahazi ubica la novela en el lluvioso verano de 1816, en una mansión a orillas del lago de Ginebra, en donde vacacionan personajes de las letras inglesas como Lord Byron, Percy y Mary Shelly.La presencia de dichos personajes en Ginebra por aquellas fechas es históricamente comprobable. Basta con leer la nota preliminar de Frankenstein para ver como la propia Mary Shelly se refiere a ese oscuro y tenebroso verano como el contexto en que fue escrita su obra más célebre. Pero claro, lo de Andahazi es una novela y no una crónica sobre un enigma histórico, aunque pretenda sembrar en el lector la duda sobre la veracidad de los hechos. La trama se centra en Polidori, el amargado secretario de Lord Byron, quien desde el día de la llegada a Ginebra recibe una extraña carta.El ambicioso secretario, siempre envidioso de su patrón, encuentra en la perturbadora correspondencia la oportunidad de alcanzar la gloria literaria de Byron.La carta entraña un misterio, que lógicamente, se va develando conforme avanza la narración. La autora de la misiva es Anette Legrand, un monstruo de lo más singular e inquietante. Su fealdad extrema, su inteligencia prodigiosa, la vitamina que requiere para sobrevivir y las recompensas que ofrece a cambio, la hacen un vampiro poco usual. Mal que bien, Las piadosas tira una certera pedrada a las desmedidas ambiciones de quienes aspiran al reconocimiento literario. ¿Cuantas plumas consagradas se resistirían a la propuesta de Anette Legrand? Claro, Las piadosas no está exenta de ciertos errores secundarios que podrían pasar desapercibidos en lo que se refiere a la es-tructura de la novela, aunque para alguien meticuloso serían imperdonables, como lo es citar el Werther de Goethe como si fuera ya una obra clásica y antigua en la mitad del Siglo XVIII, cuando apenas estaba siendo escrita.Pero dejando a un lado errores de pecata minuta, graves en alguien que se precia de ser un conocedor de letras clásicas como Andahazi, Las piadosas cumple con entretener, inquietar y sembrar dudas de manera inteligente en el lector. Sí, se le podría reprochar el utilizar procedimientos narrativos que llegan a ser por momentos demasiado obvios en sus intenciones, pero a los amantes del gótico en su estado más puro, Las piadosas no los hará sentirse defraudados.

Por Daniel Salinas Basave
El País de las últimas cosas
Paul Auster
Compactos Anagrama

Metafóricamente, es un recurso bastante común hablar de la urbe como una jungla. Jungla de asfalto o selva de neón, son frases por demás estereotípicas. La ciudad vista como un territorio en eterno conflicto. Un corral de seres donde coexisten depredadores, presas, carroñeros y parásitos, cuya única ley será por siempre la fuerza bruta y la supervivencia.Y si bien la idea parece repetitiva, Paul Auster la ha llevado en superlativo y con muy buenos resultados a la literatura con El País de las últimas cosas, una obra de ficción a la que el término angustiante parece quedarle chico.Otorgando la voz en primera persona a una chica llamada Anne Blume, Auster describe una ciudad que ni siquiera tiene nombre, cuyos habitantes se debaten entre un deseo permanente de muerte y extinción y un instinto de supervivencia comparable al de una rata de barco hundido.La natural vocación suicida practicada por diversas sectas, la insignificancia de sus pobladores, la podredumbre del entorno y la opresión de un sistema invisible, hacen de esta urbe una suerte de averno de la posmodernidad. La ciudad de Auster es como un cadáver en estado de descomposición. Un cuerpo que se desintegra rápidamente en donde cada persona y cada cosa parece ser la última de su especie.?Estas son las últimas cosas?- escribe AnneBlume en el primer párrafo del libro. ?Desaparecen una a una y no vuelven nunca más?.Con estas palabras empieza lo que se supone es una larga carta que dirige a un antiguo novio. En ella empieza la descripción de la ciudad sin nombre, a donde llegó un día buscando a su hermano William, que tiempo atrás fue enviado a investigar la urbe como reportero y nunca más regresó.Entre suicidas y carroñeros, entre cuerpos errantes que se desintegran en el viento, caminando por calles y casas que desaparecen, Anne Blume debe desafiar el hambre, el frío y la más absoluta depresión.Pese a que en la ciudad reina el caos y sus habitantes sobreviven a su suerte, no gozan de un anarquismo libertario, pues una silente burocracia los oprime. A la ciudad de Auster es posible llegar, pero es imposible salir. Una dictadura invisible y omnipresente a la vez, integrada por gobernantes cuyo nombre e identidad casi nadie conocen impiden abandonarla. La única vía de escape al mar es contenida por un muro y los caminos hacia los desiertos son laberínticos e inciertos.La narración es densa, oscura, traumática. Imposible no evocar la desolada angustia de El Castillo o El proceso de Franz Kafka, si bien los motivos existenciales o la thanatología de algunas de las sectas que pueblan la urbe, recuerda algunos trabajos de Mario Bellatín.Paul Auster es neoyorquino. Nació en la Gran Manzana en 1947 y luego de haber sido un marino, vivió tres años en Francia La música del azar, La trilogía de Nueva York (Ciudad de cristal, Fantasmas y La Habitación cerrada) además de Leviatán y Tomboctú, son sus obras más célebres.De autor estadounidense al fin, sobre El País de las últimas cosas se han escrito cosas de lo más diversas. La crítica del Washington Post califica a la ciudad de Auster como una metáfora del Infierno. La Vanguardia señala que con esta obra la literatura recupera su fuerza de sacrilegio para narrar la miseria.En realidad, creo que más allá de infiernos y miserias, El País de las últimas cosas bien puede ser tomado en cuenta como una fábula de nuestro tiempo o caso como una advertencia. Después de todo, no es ficticio afirmar que toda gran aglomeración humana trae con sigo el caos. Luego entonces toda urbe es caótica y el caos no tiene categorías.