Eterno Retorno

Tuesday, February 22, 2005

Futbol, globalización y nacionalismo

Si quieren entender ese mentado fenómeno llamado globalización que tanto horroriza a la izquierda les recomiendo que le echen un vistazo a lo que sucede en el futbol europeo, concretamente en el de Inglaterra.
La orgullosa Inglaterra, tan reacia a admitir los vicios del siempre lejano continente y decidida a mantener inmaculados a los leones y a la sacra rosa de su escudo, se ve de pronto invadida y colonizada por hordas de extranjeros. Si en el Siglo XIX la Pérfida Albión se encargó de hacer del planeta su colonia, hoy Londres es la colonia de una masa infinita de extranjeros.
El futbol es y ha sido siempre un fiel reflejo de los procesos sociales y políticos de la humanidad. Inglaterra, la madre oficial del futbol, la creadora de su libro oficial de 17 reglas nacidas en Sheffield en 1863, levantó por años una orgullosa muralla alrededor de su isla para evitar que su futbol se mezclara. Inglaterra no acudió a los tres primeros mundiales de futbol ni se integró a la FIFA pues seguía al píe de la letra las palabras que Doña Florinda repite a Kiko: No te juntes con esa chusma. Así las cosas, Inglaterra se negó por años a juntarse con la chusma futbolera del resto del orbe.
Recuerdo cuando en 1985 los clubes ingleses fueron suspendidos de toda actividad internacional a raíz de la tragedia que los fanáticos de Liverpool desataron en el estadio Heysel de Bruselas en la final de la Copa Europea. En aquellos años ochenta el futbol británico se recluyó literalmente en su isla. Un futbol de británicos para los británicos. Once jugadores británicos en cada equipo para jugar en canchas de pasto británico ante un público británico. Había extranjeros célebres, sí, como fue el caso de Osvaldo Ardiles con el Tottenham a principios de los 80, o Cantoná con el Manchester en la primera mitad de los 90, pero eran contados con los dedos. El pasado lunes 14 de febrero, Día de San Valentín, el Arsenal goleó 5-1 al Crystal Palace. A nadie sorprendió la contundente victoria de los cañoneros, sin embargo el partido ha pasado a la historia. Resulta que el Arsenal, orgullo centenario de Londres, símbolo de la gloria británica, uno de los equipos más representativos de Inglaterra jugó su partido cono once jugadores y da la casualidad que ni uno solo era inglés. El director técnico del Arsenal, el francés Arsene Wegner alineó contra el Crystal Palace a seis franceses, tres españoles, dos holandeses, un camerunés, un suizo, un brasileño y un costademarfileño. Ni un solo pinche inglesito, ni siquiera de relevo en la banca. Ese es el futbol de Inglaterra, cuya orgullosa selección nacional es dirigida por un sueco. El ejemplo de Arsenal es el extremo, pero desde hace algún tiempo que la isla está poblada de extranjeros. El Chelsea, orgulloso superlíder y creo futuro campeón de Inglaterra, es propiedad de un millonario ruso y tiene un técnico italiano. De igual forma, la mayor concentración de fans del Manchester United se encuentra en Japón.
La tendencia es más o menos universal. Si no fuera por Raúl, Helguera y Casillas, la selección resto del mundo llamada Real Madrid jugaría sin españoles, de la misma forma que en los tiempos de Van Gaal, los azulgranas del Barcelona, con todo y el aferrado regionalismo catalán, no tenían en sus filas a ni un hijo de La Rambla y sí en cambio a la selección de Holanda en pleno.
En este entorno de futbol globalizado, cada vez son más raros los equipos como Chivas de Guadalajara y Athletic de Bilbao. ¿Qué tienen en común este par de equipos además de su rojiblanca camiseta? Su nacionalismo exacerbado. Chivas sólo acepta mexicanos en sus filas. Bilbao va más lejos: Admite únicamente a jugadores vascos.

Dilemas anglo-franceses

Pero no nada más en el futbol se han tenido los ingleses que morder la lengua con su mentado nacionalismo. Ricardo Corazón de León, emblema de Inglaterra en las Cruzadas, icono de la caballería británica, hablaba en francés y vivió casi la mayor parte de su vida en Francia, despreciando la Inglaterra que reinaba por su clima y sus costumbres.

Sin embargo, también del otro lado se cuecen frijolitos. No deja de ser una mentada de madre que la librería más célebre de París, o por lo menos la que aparece más veces mencionada en obras literarias, se a Shakespeare and Co, ubicada en pleno Barrio Latino, a la orilla del Sena, dedicada a vender libros escritos en orgulloso inglés. Esta francesa librería es célebre por haber tenido como visitantes asiduos a Joyce, Beckett, Miller, Gertrude Stain, Hemingway y de más angloparlantes.

De ortografías y cosas peores

En apoyo a lo escrito por mi colega http://www.angelopolis.blogspot.com/, me permito sostener la total imposibilidad de mantener una carrera periodística carente de errores de sintaxis u ortografía.
Un día de 1992, me presentaron a un tipo (confieso que he olvidado su nombre) supuestamente de pluma afiliada y megachacas para los vericuetos de la lengua cervantina que presumía en su flamante currículum ser el corrector oficial de los textos de Octavio Paz. ¿A poco Octavio Paz tiene corrector? En efecto y no uno, sino muchos. Los textos son selvas abruptas, laberintos en los cuales el error tiene infinitos escondites para pasar desapercibido en una primera lectura crítica, aunque es experto en salir a la luz cuando el texto se ha publicado. A menudo la gente se ensaña con quienes escribimos en los periódicos: Es imperdonable que tengas un error, a ti te pagan por escribir. Tienen toda la razón del mundo. Un error es una vergüenza, pero nadie, ni siquiera el más riguroso y estricto de los gramáticos, está exento de tenerlo cuando trabajas en un periódico. Sólo quienes se han dedicado al diarismo saben que en este negocio escribes más rápido de lo que piensas. Si el texto perfecto es en cualquier caso un ideal a menudo inalcanzable, tratándose de un periódico se trata de la máxima utopía.