Eterno Retorno

Friday, December 31, 2004

Junto a la ventana que da al Cerro de las Mitras, hoy tapada por las verdes hojas de un àrbol, escribo en el ùltimo dìa del año. Eterno Retorno cumpliò dos años el pasado 28 de diciembre, una fecha que viene como anillo al dedo, pues me recuerda que nada de lo escrito aquì debe tomarse con extrema seriedad o dramatismo. No hubo pastel de cumpleaños para Eterno Retorno. Ese dìa, en medio de una pavorosa tormenta, viajè en un aviòn traqueteante y brincolìn hasta Monterrey. Aquì estoy ahora mismo, en el cuarto de mi hermano, el mismo que durante casi siete años ocupè. Es extraño como luego de haber vivido en siete casas diferentes con mis padres, a la de Colinas de San Jerònimo la sigo considerando como la nueva casa, siendo que mi familia lleva en ella màs de 12 años. Una casa que en nada se parece a aquella que ocupamos en el triste verano de 1992. Su espacio y sus techos altos han sido aprovechados al màximo y la creatividad se respira en cada centìmetro de este hogar, lleno de un espìritu insustituible. Como si fuera un solo dìa transcurre esta fugaz visita a mi terruño. Un dìa corto, filmado en càmara ràpida que se desvanece. Por supuesto, no se podìa perdonar una incursiòn a la librerìa Gandhi. En mi bolsa de compras estàn El Golem del escritor austriaco Gustav Meyrink, El juguete rabioso del porteño Roberto Artl, Melmoth El Errabundo, cùspide y non plus ultra de la literatura gòtica, escrito en 1820 por el monje irlandès Charles Robert Maturin, El banquero anarquista de Fernando Pessoa que no necesita presentaciòn alguna y un interesante ensayo titulado Fantasmas y aparecidos en la Edad Media de Claude Lecouteux, este ùltimo cortesìa de mi padre. Cabe señalar que tambièn me aguardaba El Fausto de Marlowe que me regalò mi madre al saber que mi ediciòn quedò tirada en alguna calle de Tijuana luego de dejarla olvidada en el techo de la camioneta. Me esperaba tambièn la nueva camiseta de los Tigres, en hermoso color azul, regalo de mi padrino Josè Manuel.
Por ahora sòlo queda decirle adiòs a este 2004 que de forma tan apocalìptica se despide de la Tierra, cuyo eje de rotaciòn ha tenido a bien moverse cinco centìmetros. Siempre tengo presente que el Pacìfico no conoce de paz y esa sonrisa maliciosa que nos regala al atardecer puede ser lo mismo heraldo de inspiraciones y catàstrofes. Lo siento por las ciento veinte mil vìcitmas de Asia. Por lo que a mì respecta creo que prefiero ser muerto por la mano de la naturaleza que por la mano del hombre.
No hace falta hacer un resumen o un recuento de lo que fue el 2004. Sòlo dirè que periodìsticamente fue muy activo, que mi firma fue huesped permanente de la primera pàgina, que Carol y yo conocimos dos ciudades incomparables como son Praga y Viena, que hubo premios y reconocimientos importantes, que me fletè muchos libros, bebì mucho vino (ayer mismo un delicioso Santa Rita reserva especial) y que todas todas las mañanas del año el primer acto del dìa es un beso a mi mujer y que lo mismo sucede por las noches. Luego entonces, con lluvia o sol, con tormentas polìticas, exceso de trabajo y malos presagios, si besas a la persona que quieres cada dìa puedes concluir que tu vida es feliz. Todo lo demàs, està de màs. Y que venga, lo que venga. Un abrazo a todos, a los lectores, a los detractores y a los ocasionales e improbables visitantes de Eterno Retorno. Es hora de sacar el corcho del mejor vino de la cava. Salud.