Eterno Retorno

Saturday, December 25, 2004

Confesiones de Amber Aravena


Como cagando el parque de Temuco

Cuando era niña me daba pavor cagar. Tenía la seguridad de que por la tasa del escusado iba a salir un monstruo. Era horrible. Me lo imaginaba como una serpiente roja, pero con hocico y dientes de lobo. No sé si lo habré visto en algún dibujo o yo lo diseñé en mi imaginación, pero era espantoso. Yo estaba segura que el monstruo vivía en la taza del baño e iba a morderme.
Cada que tenía que ir al baño me daba horror. Era peor que caminar sola en un pasillo oscuro. Ir al baño era lo que más miedo me daba en la vida. Como quiera, me las arreglé para aprender a mear en la tasa, pero meaba con muchísima prisa. Me levantaba corriendo cuando todavía ni acababa de hacer y me manchaba toda. Pero con la cagada no podía. No había poder humano que me hiciera cagar en la taza. Mi mamá se quedaba acompañándome para cuidarme del monstruo pero la caca no salía. Pasaban las horas y yo temblaba arriba de la maldita taza. Estaba segura de que iba a sentir la mordida del monstruo en cualquier momento. Después mi mamá se resignaba y me mandaba a dormir. Algunas veces me hice en la cama, no creo que más de cuatro, pero me regañaron muchísimo. Bueno, me regañaba mi mamá porque papá era más paciente.
Entonces pasó lo peor. Tenía miedo de cagarme en la cama porque mi mamá se ponía como loca, pero me seguía dando pavor sentarme en la taza porque estaba segura de que ahí vivía el monstruo.
Me cuentan que me puse panzonsísima. No se cuanto tiempo pasó, pero yo creo que fueron varias semanas en que no podía cagar. Me metieron purgas y ni así. La panza me dolía. Hasta que papá encontró la solución. Me llevó a pasear al parque que estaba a unas cuadras de la casa. Nosotros vivíamos en un edificio de apartamentos y casi nunca podía salir al aire libre. Cuando estábamos en el parque papá me llevó atrás de unos árboles y me dijo que intentara cagar, que no me preocupara, porque en el pasto no había ningún monstruo. Y pasó lo increíble. Cagué. Cagué muchísimo y me sentí muy bien. Delicioso. Sentí que me liberé. Ese es el recuerdo más viejo de mi vida. Ese fue mi primer placer. Parece increíble. Eso fue hace 33 años y todavía recuerdo la sensación. Cagar, cagar, era delicioso, como si fuera un orgasmo. A partir de entonces papá me llevaba todos los días al parque, como una perrita de casa a la que sacan a hacer sus necesidades. Mi mamá decía que era una asquerosidad. Papá pedía paciencia. Ya se acostumbrará, ya le iremos enseñando a perder el miedo, decía. Pero el miedo nunca lo perdí del todo, aunque llegué a dominarlo. Eso me pasó cuando vivíamos en Temuco y yo vine aprendiendo a dominar el miedo cuando ya estábamos en México.
En verdad muchas de estas cosas las sé porque papá me las contó después, aunque yo sí me acuerdo mucho de las sensaciones. Puedo jurar que tengo muy presente el día en que cagué por primera vez en el parque. También me acuerdo el dolor de panza que sentía cuando pasaban muchos días sin poder hacer.
Que chistoso. Esa es la imagen y el recuerdo más importante que tengo de mi país de origen. Si fuera sincera, cada que alguien me preguntara que es lo que más recuerdo de Chile, diría que es el país donde yo era feliz cagando en el parque. Casi no me acuerdo de nada más. Ni siquiera conservo nada en la memoria acerca de esa historia que tanto me contaban. Ese mismo año huimos del país. Papá me contaba que huimos escondidos en la cajuela de un carro de la Embajada de México. La verdad no me acuerdo nada. Papá dice que yo iba dormida y que fuimos en la cajuela por más de 17 horas hasta que cruzamos la frontera boliviana.
Yo tenía tres años. Nosotros vivíamos en Temuco en donde papá era funcionario de Agricultura. En Temuco estaba el parque donde yo cagaba. Era el invierno del 73. Invierno chileno conste. Papá siempre militó en la Unidad Popular. Él me dijo que si no hubiéramos sido ocultados en la cajuela de ese carro nos hubieran matado, como mataron a muchos de sus amigos. Pero a la mierda con eso. No voy a usar este espacio para hablar de los dramas de unos exiliados. Ya bastante estoy hastiada de estas historias como para incluir la mía. No faltan románticos que le achacan mi costal de traumas al golpe de Pinochet y el dolor del exilio. A veces a mi misma me gusta jugar con eso, aunque son puras patrañas. Mis traumas los hubiera tenido con o sin golpe militar. Después de todo, el monstruo apareció en mi imaginación cuando Allende aún gobernaba. Y yo creo que el monstruo del baño se quedó a vivir muy feliz con la dictadura o no consiguió pasaporte para exiliarse, porque llegando a México, mi miedo se fue controlando.
Me daba miedo cagar sola y siempre le pedía a mamá que me acompañara, pero al menos ya no necesitaba ir al parque. Después el monstruo se me fue olvidando. Para cuando entré a la primaria ya podía ir sola al baño., aunque hasta la fecha soy estreñida. El problema es que el monstruo me ha seguido visitando de vez en cuando. En el momento en que menos lo espero, siento horror de estar sentada en la tasa del baño. De verdad, es un escalofrío y me pongo a sudar. Me habrá pasado unas cinco veces siendo ya grande. La última vez que me había ocurrido fue cuando viajé con Saladín a Puerto España. Me pasó en el baño de la casa de sus padres. Sentí que el maldito monstruo estaba ahí, listo para morderme. Los ocho días que pasé en Trinidad estuve estreñida. Después regresé a Portland y nunca volvió a sucederme, hasta anoche. Quizá esa es la razón por la que decidí empezar mi diario cibernético con mis confesiones escatológicas.
Anoche llegué a Los Cabos y abrí la puerta de esta que será mi casa por quien sabe cuanto tiempo. A lo mejor será mi casa para siempre, pues el siempre de mi existencia se puede reducir a unos días. Anoche llegué y estaba a oscuras. No encontraba donde está el transformador. Solo se escuchaba el ruido del mar. Me estaba cagando. Ya desde la carretera sentía ganas de ir al baño. Me costó trabajo dar con el fraccionamiento. Está en las afueras de Cabo San Lucas, aunque Lexy me lo pintó mucho más fácil de llegar. Tardé más de una hora en dar con él y solo logré llegar a la puerta hasta que uno de los guardias accedió a acompañarme. Para que no dudara de mi, le enseñé la tarjeta para abrir la puerta y la copia de la carta donde Lexy me autoriza a usar su propiedad. Cuando por fin estuve sola, busqué a tientas el baño. Entonces sucedió. Estaba sentada en la taza y sentí el escalofrío. La imagen del maldito monstruo me llegó nítida, igualita a la de Temuco. Rojo. escamoso, con su largo hocico de lobo. Sentí que no podía estar sentada ahí y no podía estar en esta casa. Pensé en largarme a un hotel. Pero entonces me puse a pensar en papá. Que raro, la imagen que me llegó no fue la del borracho tirado sobre sus pinturas en una banqueta de Coyoacán. La imagen fue la de mi papá como un joven de 28 años, con su pelo y su barba, y su chamarra de gamusa, la que se ponía para salir al parque. Entonces me sentí bien y salí a caminar por la playa. La luna estaba preciosa. La arena se sentía rica en mis píes descalzos. Podía ver el reflejo del Pacífico aunque prefería cerrar los ojos y concentrarme en escucharlo. Entonces lo hice. Me levante la falda, me senté y cagué en la arena. ¿Soy un asco? Los habitantes de este fraccionamiento tienen una nueva vecina que caga en la playa privada. Bonita bienvenida. Como sea, me sentí casi tan bien como en mis tardes del parque en Temuco. La misma paz, esa plenitud existencial, esa liberación. Me sentí relajada y me dormí, ahí, sobre la arena y el sueño fue como un exorcismo.