Eterno Retorno

Monday, November 29, 2004

La arquitectura en una ciudad es como el rostro y el cuerpo de una mujer. Digan lo que digan, es lo primero que te flecha, lo que define su personalidad ante tus ojos, mucho antes de emitir cualquier conjetura.

Aunque se necesita mucho más que una sola contemplación de turista para definir el pulso, la temperatura y la personalidad de una ciudad, es un hecho que su arquitectura es lo primero que la define. Definición subjetiva tal vez, pero contundente. Todo lo demás podría formar parte, en mayor o menor medida, del reino de los sustantivos abstractos. La arquitectura en cambio es palpable, omnipresente, innegable.

Partiendo de la arquitectura, un hecho concreto y absoluto, empiezas a definir a una ciudad como alegre, melancólica, majestuosa, elegante, cálida u hostil.

Necesitaría ser un habitante de Praga y hablar el checo para poder tener el pulso y el termómetro real de la ciudad, ese que sólo un habitante puede tener de su urbe. ¿Qué me queda a mí de los ocho días en la capital de República Checa? El lenguaje de su arquitectura. La arquitectura como reflejo primario del alma de una urbe. Cierto, la arquitectura no define de manera absoluta a una ciudad, pero si condiciona en buena medida su personalidad. Si te vas a enamorar de una ciudad, la arquitectura, al igual que el rostro en el caso de una mujer, tendrá una buena cuota de responsabilidad en el enamoramiento.

Me queda claro que un visitante ocasional de Tijuana jamás la verá de la misma forma que la vemos quienes aquí vivimos. En ese sentido, es comprensible que nuestra ciudad no enamore, pues no hay un flechazo arquitectónico inicial. Los que comenzamos a amar a Tijuana lo hacemos de manera lenta, gradual, pero muy profunda, como se ama a una mujer que no es bella, pero que esconde atributos que sólo con la convivencia puedes ir descubriendo.