Eterno Retorno

Thursday, August 19, 2004

Empleadas de librerías

Las empleadas de las librerías se aburren soberanamente. Son entes rumiantes mirando el reloj, contando los miles de segundos que las separan de la ansiada hora de salida.
Agosto es para ellas el mes más saturado de chamba. Por única vez en el año las librerías están atiborradas de gente. Doñas neuróticas que arriban al lugar con la lista del colegio en la mano y un par de tafiles en la cabeza incapaces de redimir su incurable demencia. Imagínense el Libro Club en Tijuana o la Librería Castillo en Monterrey. Ese es el escenario.
Para las doñas ir a la librería es un trámite tan tedioso como ir al banco. Jamás se detienen a mirar los libros. Entran directo al mostrador y ponen la lista en las manos de la empleada. Son 10 libros de texto y algún ejemplar literario que el maestro de literatura encargó. El Mío Cid o La Fierecilla Domada o un resumen de la síntesis del compendio del Quijote. La doña compra el Quijote porque el maestro se lo encargó al niño. El maestro encargó el Quijote porque el plan de estudios le exige encargar alguna lectura. El alumno no leerá ni siquiera el resumen del compendio de la síntesis del Quijote, pero no hay problema; El maestro tampoco lo ha leído ni lo leerá. La doña, siempre la doña, (pues los tepescuincles jamás se paran en la librería a comprar sus libros), pagará los libros con tarjeta de crédito y se largará de ahí con una enorme prisa por continuar con el tedio de la mañana. La empleada se queda en la librería rumiando su aburrimiento. Las empleadas de librería son casi siempre y por definición, feas. Trabajan en una liberaría porque no encontraron otro trabajo. Si fueran un poco más agraciadas físicamente serían teiboleras. Pero la madre naturaleza y la perra pobreza las obligó a trabajar en una librería. En 1994 yo trabajé en una librería, concretamente en la Castillo de Plaza San Agustín. Pese a estar rodeado de libros no fui feliz. Y es que también me rodeaban los complejos clasemedieros de mis compañeras de trabajo. Yo intentaba abstraerme en los libros, pero el tedio rumiante de mis colegas se impregnaba en el aire. Agradezco al Error de Diciembre el haber sido incluido en la liquidación de febrero del 95. Con ese dinero me largué a Real de 14 y a Zacatecas a pasar tardes enteras leyendo los libros que antes vendía.
Las empleadas de las librerías como la Castillo están acostumbradas a preguntarle al cliente que si se le ofrece algo y sí, al cliente siempre se le ofrece algo. Casi siempre un libro de texto o uno de superación personal o un manual de computación. Y la empleada le da el libro en sus manos o le dice que no lo tienen aunque el libro esté frente a su nariz y el cliente se queda ahí, con la mirada perdida en el vacío, sin reparar si quiera en los cientos de libros, invitaciones a viajar a otros mundos, que están ahí a su alrededor. Sólo en ocasiones, si el cliente es doña y arrastra alguna frustración, buscará respuestas en los libros de Coehlo o Carlos Cuauhtémoc.
Las empleadas de librerías no saben que al buen lector nunca se le ofrece un libro en particular. El buen lector no busca un libro, el libro lo encuentra a él. El buen lector navega por los estantes de la librería durante horas. Jamás pide ayuda, jamás hace una pregunta. De pronto un libro lo acecha y le sale al paso. Las empleadas dejan de prestarles atención y es entonces cuando el buen lector se transforma, en el buen ladrón.


Empleados de Sanborns

Aunque también se aburren soberanamente, los empleados de Sanborns siempre fingen ser unos rambos en potencia. Los empleados de Sanborns siempre hacen sonar sus radios, hablan en claves a la menor provocación y se colocan detrás de los ociosos que hojean libros y revistas. Los empleados de Sanborns sueñan con atrapar al buen ladrón, pero nunca lo atrapan. Nada peor que un pobre diablo al que le dan un empleo de seguridad. Soñaron con ser ministeriales, guaruras de algún capo de la mafia, acaso temibles sicarios, pero son sólo empleados de seguridad de una de las cientos de tiendas de Mister Carlos Slim. Pero como su chamba es de guardianes, ellos se empeñan en dar miedo, en parecer fieros, mal encarados. El problema es que su única arma es el radio y por supuesto, su mala cara. Sin duda desearían matar su aburrimiento golpeando a alguno de los mil ociosos que asesinan la inmensidad de su tiempo hojeando revistas, pero la instrucción es dejarlos. En Sanborns, por fortuna, nadie te pregunta qué deseas o qué buscas. Los guardias te miran feo, sí, pero jamás te preguntan. Saben de antemano la respuesta: Nada. Sanborns es la Meca de los ociosos de México. Los desempleados, los preparatorianos que se van de pinta, los intelectuales universitarios de magro bolsillo, las parejas pobres que consumen la tarde en el eterno refil de un café, los ligues furtivos, las citas clandestinas, el quedamos de vernos a la cinco en el Sanborns de la Ocho y frente a las revistas siempre hay por lo menos tres tarados mirando impacientes el reloj y un político de tercera hojeando Proceso y las teen agers con uniforme descubriendo el último secreto del horóscopo sexual de Eres y los onanistas perpetuos que a falta de Hustler se consuelan con Loft o Sports Ilustrated, petrificando la mirada en la pose más cachonda de Paris Hilton y los infaltables teorreicos leyendo de cabo a rabo Tempestad y los guardias con sus radios, clave 40, 10:5, 10:4, chamarra de mezclilla, pantalón café, 15, enterado y el sospechoso en cuestión, que es un desocupado con todo el tiempo del mundo para desperdiciar, ni se entera que él es el centro de toda una red de comunicación ultra secreta propia de Scotalnd Yard. Y la vida transcurre sin que a los guardias se les cumpla el sueño de atrapar con las manos en la masa al temible bandido y la tarde de los ociosos frente a las cada vez más magulladas revistas nunca compradas se vuelve tan eterna como su bostezo.

Oasis urbano

Siento cierta obsesión por los espacios urbanos improbables. Ayer caminé un buen rato por las casitas de maestros que se encuentran atrás de la Prepa Lázaro Cárdenas. Vaya oasis extraño. En medio de dos de las avenidas más transitadas de Tijuana están esas casitas, como una isla de paz en medio de un océano furioso de de motores y demencia.
Pareciera por momentos una aldea de juguete, un montaje de teatro para representar una villa idílica. Un angosto caminito de color rojo serpentea entre casitas con techo de teja, solar con mecedoras y jardín atiborrado de flores. Árboles y pasto por doquier y una dosis de de buena vibra en los rostros de los ancianos que las habitan.


Me gusta la idea de encontrar edenes en la alta mar de los infiernos. Paraísos capaces de surgir en milímetros cuadrados. Un balneario en la cúpula de de un céntrico edificio, un lecho nupcial en el aparador de una tienda, un fumadero de opio en la sala de juntas de una oficina.

El empleo universal del discurso sirve al gran reportaje universal del que participan todos los géneros contemporáneos de escritura, excepto la literatura. ¿Invitaron al blog?

Fe de Ratas

Soberbio como soy, debo encontrar un pretexto que justifique mi error de percepción y mi absoluta desubicación cósmica. Dado que soy arrogante y me cuesta trabajo admitir mis errores, diré que al igual que Napoleón, yo tengo una forma muy sui generis de medir la estatura geográfica de nuestro País. No la mido de la cabeza (que en este caso sería el Pico de Orizaba) al cielo, sino del extremo Norte hasta Groenlandia. Dado que la patria empieza de Tijuana para el Norte (puedo plagiarle al Sueco el mito cholo de Aztlán) las Islas Coronado son las más meridionales de México. ¿Qué tal? ¿Les gustó el pretexto? ¿Pega el chicle para no admitir mi error? No, se me hace que no. Ni pedo, tendré que ser humilde: La cagué bien y bonito. Se me volteó el casete mental entre Septentrion y Meridión. Los sospechaba. Gracias por la observación. Toda crítica es bienvenida.

Cervantes RIP

- Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esto. El tiempo es breve, las ansias, crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir-
- Lo anterior lo escribió Cervantes el 19 de abril de 1616, cuatro días antes de su muerte. En opinión de Vila-Matas, es el adiós más sobrecogedor e inolvidable que alguien haya escrito para despedirse de la literatura. En sus últimos cuatro días de vida, Cervantes no escribió. Simplemente se dedicó de tiempo completo a agonizar.


¿Marlowe is not Dead?

Hace unos días escribí sobre Marlowe y las extrañas circunstancias que rodearon a su muerte. Existe la leyenda de que Marlowe no murió en 1593, sino que escapó de Inglaterra, con otro nombre y otra identidad, a perderse quién sabe donde y contemplar desde la lejanía como el otrora pequeño Shakespeare se cubría de gloria.




La prefación es aquel rato del libro en que el autor es menos autor. Es ya casi un leyente y goza de los derechos de tal: alejamiento, sorna y elogio. La prefación esta en la entrada del libro, pero su tiempo es de postdata y es como un descartarse de los pliegos y un decirles adiós. - JLB Inquisiciones-