Eterno Retorno

Tuesday, June 01, 2004

Con Cuatemochas a las Coronado (y mis delirantes alucinajes en torno a las Islas)

Delirios cortazarianos

Nos dice Cortázar que la primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo.
Yo, a diferencia del personaje cortazariano, no puedo recordar con precisión la primera vez que mis ojos contemplaron las Islas Coronado.
Supongo (sin conceder) que ocurrió el 16 de octubre de 1998, fecha histórica en que contemplé por primera vez el Pacífico bajacaliforniano (y de hecho en que pisé por vez primera esta noble tierra).
No recuerdo exactamente cuándo nació mi curiosidad por las islas. Lo primero que escuché sobre ellas, fue de labios de Carolina. ? Dicen que ahí existió un casino controlado por Al Capone- Mi curiosidad fue en aumento. Luego de cinco años de habitar en Playas de Tijuana y Hacienda del Mar, he desarrollado una suerte de obsesivo ritual contemplativo de las Islas. Y es que su imagen, sepan ustedes, es mutante. Su figura pasa de la absoluta invisibilidad a una extrema nitidez de color. Las más de las veces, las Islas apuestan por el atuendo de la fantasmal silueta. Sombras gigantescas desafiando el horizonte, se anuncian cual monstruos marinos que espían la costa bajacaliforniana desde el umbral mismo de los abismos oceánicos.

Los vestidos de las Islas

Las mañanas en que el manto de niebla tiene a bien posarse sobre el litoral costero Tijuana- Rosarito, que son, sin exagerar, el 70% de mis mañanas, las Islas son simplemente invisibles y si se anuncian lo hacen de una manera tan etérea, que uno bien podría pensar que son deformaciones de las nubes o alucinantes cuerpos espectrales.
Algunas mañanas de primavera, cuando el soplar inclemente de los vientos de Santa Ana logra limpiar el horizonte, las Islas abandonan el disfraz etéreo y se materializan en roca. Sólo entonces puede uno distinguir con absoluta e insoportable claridad sus contornos y captar un detalle de suma importancia: Entre las dos islas posadas en horizontal simetría, hay un pequeño islote de color tan blanco, que a veces nos hace creer que brilla.
Sin embargo, los días más bellos e improbables, son aquellos de negra nubosidad que amenaza tormenta. Las oscuras nubes atiborran lo alto, pero por algo que sospecho es un pacto de no agresión con el horizonte, liberan de la estorbosa bruma el entorno de las Islas.

Guardianes de los abismos oceánicos

Es entonces cuando puedo apreciarlas mejor, pues las cobija un alo de brillante oscuridad (si es que se me concede licencia poética para tan absurda contradicción) y se transforman en místicos guardianes del umbral del Mundo. No hay que olvidar que las Islas son el señuelo que marca la frontera del horizonte. Más allá no hay nada para el ojo humano que contempla un atardecer en el Pacífico tijuanense. Y aunque mucho sepamos de globos terráqueos y teorías heliocéntricas, la conciencia de Copérnico y Galileo tiene a bien hacerse a un lado, para ceder a mi involuntaria transformación en supersticioso marinero de Colón y Magallanes, de Marco Polo y Leiff Eriksson, imaginando al abismo final que nos aguarda tras las Islas. A veces me gusta ceder a la tentación de alucinar que más allá de las Islas se termina el Mundo, o al menos ese que conocemos, gobernado por la inclemente tiranía de la razón.

II

Mi visita a las Islas Coronado

La modorra mañana del Memorial Day

Bien, al igual que el personaje de Cortázar, a mi también me llegó el día de materializar mi alucinaje, pues resulta que ayer, luego de cinco años de religiosa contemplación, pude por fin visitar las Islas Coronado, las mismas que yacen a 13 kilómetros en línea recta de nuestro hogar y que se divierten cada crepúsculo jugándole trampas a mi imaginación. A lo largo de estos cinco años he viajado un par de veces a Europa, otro par de veces al Norte de los Estados Unidos y una al mismísimo Mar Caribe y sin embargo no había sido capaz de de recorrer los 13 kilómetros que me separan del último páramo del Mundo. A diferencia del personaje de Cortázar, no debí tomar unas vacaciones para ir a visitar la Isla al Mediodía. Por el contrario, fue una cita de trabajo la que me permitió por fin contemplar de cerca el rostro de estos espectros del Pacífico. Para hacer más sui generis esta primera visita, tal vez es preciso comentar que navegué a las islas acompañado de un político que ha sido merecedor de mi voto en un par de elecciones presidenciales: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Una embarcación conformada por activistas de Green Peace, habitantes de Playas, Rosarito y Ensenada que se oponen a la instalación de las gaseras, colegas de Televisa Tijuana, mi compañero Omar Martínez y yo, zarpamos de Point Loma en la mañana del Memorial Day. Luego de surcar las aguas por las que hace poco más de un año navegaron los acorazados militares que partieron a Irak y contemplar un submarino que me hizo evocar las peores pesadillas de la Segunda Guerra Mundial, la pequeña embarcación se internó en aguas nacionales, lo que se tornó en sinónimo de oleaje caótico. Aún sigo sin entender dónde encontró la paz Vasco Núñez de Balboa cuando tuvo a bien bautizar este bélico Océano.

La herencia del Tata Cárdenas

Por otra parte, debo señalar que las historias sobre la hierática personalidad del Tata Lázaro Cárdenas del Río parecen confirmarse en su hijo. Cuesta trabajo creer que Cuauhtémoc Cárdenas es un hombre de 70 años. La historia dice que el Tata Lázaro era capaz de cabalgar por horas y caminar por los ejidos sin descanso, mientras consumaba repartos agrarios. Pues bien, Cuauhtémoc fue en todo momento sentado en la proa del barco, salpicado por el oleaje, sin protección alguna contra el inclemente sol del mediodía. Si algo envidio a la sangre indígena es su capacidad de resistencia a los rayos solares, los cuales apenas necesitan unos minutos para transformar mi piel en infernal e hiriente rojo. Tuve tiempo de sobra para platicar con Cárdenas. Ya algunas veces antes lo había entrevistado, pero no es lo mismo la convivir con un político en el caos de un mitin o en una rueda de prensa que en medio del Océano Pacífico sobre una tambaleante embarcación. Una personalidad sencilla, directa, sin protagonismos excesivos ni afanes redentores, Cárdenas me resultó un personaje en extremo llevadero. Por momentos mil hubieras surcaron mi cabeza. Y si en 88 se hubiera respetado su triunfo, si en 94 no hubiera salido vencedor el miedo. En fin. En 88 yo era un catorceañero que no votaba, pero apoyaba moralmente al Frente Democrático. En 1994, el primer voto de mi vida fue para Cuauhtémoc. En 2000, por mero compromiso y nostalgia, volví a votar por él, aún en desacuerdo con esa necia tercera candidatura caciquil. Y no señores, no soy perredista, ni lo he sido, ni lo sería nunca. EL PRD bajacaliforniano, transformado en un despreciable cacicazgo familiar, me da lástima y asco a la vez. Está podrido. Lo ha estado siempre. Aún así, no dudo que en 2006 mi voto sería para AMLO.

Dragones de roca

Pero ¿en qué estábamos? Ah sí, hablábamos de las Islas, no de política. Ustedes perdonen. Para cuando nos acercábamos a las Islas el oleaje era aún más furioso. Por fortuna desayuné muy poco y por ende no hubo mucho que vomitar. Unas dramamine se encargaron del resto. La primera sorpresa que me llevé, es que las islas no son tres, sino cuatro. O bueno, tres y el islote blanco, mucho mayor de lo que imaginé. También me di cuenta de lo mentirosa que puede ser la ilusión óptica en lo que a la alineación y distancia de las islas se refiere. La Isla Norte, de mediano tamaño, es casi en su totalidad de roca. Son tantos los pelícanos y las gaviotas que la habitan, que las piedras lucen blancas por el exceso de guano. El sonar de las aves es por instantes más fuerte que el rugir del Mar. El salpicar de las olas me había bañado por completo y mi cara, recién rasurada, ardía al contacto de la sal marina. El islote, tal como lo contemplo en la lejanía, es una roca blanca. Existe una Isla mentirosa, oculta tras la espalda de la Isla Sur o Isla Madre. Esta última es por mucho la mayor de todas y la única que está habitada. Unas cuantas casitas enclavadas en lo alto sirven como hogar al regimiento de soldados que ve transcurrir la inmensidad del día contemplando a lo lejos la costa tijuanense. Existe en esta Isla Sur una pequeña playa para desembarcar y el agua luce un color verdoso que me permitió distinguir la inconfundible silueta de dos mantarrayas y con absoluta nitidez el color rosa de una medusa. El cantar de los lobos marinos, que sin duda no se asemeja al de las Sirenas de la Odisea, nos dio la bienvenida. La formación rocosa y las pendientes casi verticales, hacen de la topografía de la Isla Sur un universo más que hostil. La única posibilidad de enclavar una edificación es en las alturas.

La vibra de mi tocayo Deffoe

Mil historias al puro estilo de mi tocayo Daniel Deffoe se escribieron en mi cabeza en ese momento. Me imaginé como un náufrago, un exiliado o un prófugo que espía Tijuana desde el faro que se encuentra en la parte superior de la Isla Sur. Ese mismo faro que por las noches veo brillar desde la lejanía del parque de Hacienda del Mar y que ahora tenía frente a mí. La costa tijuanense fue más caprichosa que las Islas. So pretexto de una bruma pertinaz, me fue imposible reconocer algo más allá de las siluetas de las colinas que se encuentran tras la carretera escénica. Varias decenas de pescadores merodeaban en los alrededores en busca de la más roja de las langostas. El exceso de sol empezaba a hacer estragos en mi cabeza, transformada para entonces en ardiente comal. Parado en la proa, Cuauhtémoc saludó a los militares que desde las alturas correspondieron. Quise imaginar la historia de una tribu caníbal, una secta sanguinaria o mejor aún, una Isla de Lesbos en donde una apetecible Safo hubiera tenido a bien exiliarse acompañada de su lésbica escolta. Terruño de Centauros, escondite de criaturas al más puro estilo Lovecraft, centro ceremonial de un culto ancestral, alucinaje perpetuo. Todo eso se me ocurrió que pueden ser las Islas Coronado. Pero la realidad me dio una cachetada. Hay millones de dólares de Chevron Texaco listos para darle una patada en el culo a mis sueños de marinero medieval y a la rica diversidad de la fauna marina. Y por fortuna, también un ejército de activistas que parecen decididos a todo con tal de impedir la instalación de tan nociva planta. El sol caía a plomo, mi cabeza estaba caliente y resulta que de tanto alucinar me dio una modorra de tumba burros que me arrojó a dormir a una de las literas del barco. Al despertar, estábamos de regreso en el embarcadero de Point Loma.

Epílogo

Y esta mañana, concretamente a las 6:30 mientras paseaba a Morris, las Islas no se dignaron a mostrarme ni siquiera un resquicio que hiciera presentir su existencia. El manto de niebla era tan denso, que las muy pérfidas hicieron de las suyas y se ocultaron por completo de mi vista, como aquellas mujeres que sucumben a un arrebato de pudor luego de mostrarse por primera vez desnudas ante el hombre amado. ¿Se habrán ido para siempre? ¿Consumarán un matrimonio a perpetuidad con la neblina? Eso lo sabré hoy, al atardecer. ¿Con cuál de sus múltiples vestidos se ataviarán para este primer crepúsculo de junio?