Eterno Retorno

Thursday, May 06, 2004

Por Daniel Salinas Basave

El cazador de tatuajes
Juvenal Acosta
Joaquín Mortiz

Aún no puedo precisar exactamente la razón, pero el lenguaje de Juvenal Acosta en El cazador de tatuajes me resulta tan sobre cargado, que acaba por resultar pretencioso.
No es que se trate de una mala novela ni mucho menos, pero da la impresión de que el autor, en su afán de salpicar cada página de metáforas eróticas, acaba por resultar estridente y salpica cada página de una dosis de melcocha que parece prescindible.
Vaya, en lugar de dejar fluir el lenguaje y soltar las amarras de sus personajes, Acosta hace demasiado evidente su intención de adornar cada párrafo con figuras poéticas que acaban por resultar ordinarias.
Tampoco acabo de digerir del todo esas páginas intermedias en las que el narrador se permite teorizar citando frases y conceptos de filósofos y poetas.
Perdón por la odiosa comparación, pero Juan García Ponce (q.e.p.d.) quien le dedica un muy buen comentario al libro, podía prescindir de tanta metáfora para adentrarnos en un universo erótico único en la literatura mexicana.
El cazador de tatuajes es la historia de un profesor mexicano de literatura que radica en San Francisco, tal como sucede en la vida real con Acosta.
Básicamente es una historia de pasiones eróticas que tienen en el tatuaje y la cicatriz la cartografía erótica que guía las pasiones del narrador.
Desde el comienzo, la narración en primera persona nos deja entrever que una catástrofe le ha ocurrido al narrador, quien narra con su voz interior postrado en aparente inconsciencia en la cama de un hospital, figura que inevitablemente nos recuerda (y el mismo autor lo cita) al Artemio Cruz de Fuentes quien narra su viuda mientras doctores y enfermeras hablan a su lado como si el no escuchara.
Para los que gustan del erotismo light aderezado con dosis de filosofía y escarceos de oscuridad, El cazador de tatuajes es más que recomendable.