Eterno Retorno

Friday, March 05, 2004

Recuerdo una noche de marzo, recuerdo una cosa que casi, casi, se parecía a la melancolía, a una certeza absoluta que casi se parecía a la melancolía, a una certeza absoluta de estar viviendo en el pasado y recordar la noche en que Daniel Salinas, solitario, oscilante entre la furia y la alegría, peleba ca-cahuates y bebía cerveza ámbar en el Dandy del Sur mientras un par de equipos sudamericanos disputaban un intrascendente juego de la Libertadores en la pantalla. Recuerdo la noche en que Daniel Salinas por poco se revela, la noche que creyó haber vivido, muchas noches antes, por aquello de es-tar sintiendo las cosquillas de ese insurrecto demonio de ancestrales rebeliones, de corajes no conte-nidos, de furias desencadenadas. Ese pinche demonio, tridente en mano, susurrando en su oído “chíngalos, rómpeles su madre, mándalos al carajo, zorrájales un putazo y lárgate de una buena vez por todas a la chingada”. Eso me decía el pinche demonio-