Eterno Retorno

Wednesday, March 10, 2004

Lugar común la muerte
Tomás Eloy Martínez
Planeta

Por Daniel Salinas Basave

A menudo desconfío de las definiciones que un autor otorga a su propia obra y cuando voy en busca de objetividad, suelo considerar al creador la voz menos autorizada para hablar de su creación.
Sin embargo, en este caso me parece bastante acertado el comentario que Tomás Eloy Martínez emite en la autoprologación de “Lugar común La Muerte”.
El tucumano señala que es en este libro en el único en que se reflejan todos los géneros con los que ha convivido a lo largo de su existencia. Y aunque los escritores suelen ser malos jueces de sus escritos, Tomás Eloy no miente y la realidad es que si alguien quisiera tomarse el trabajo de encerrar esta obra en la cárcel de un género, batallaría bastante, aunque más de uno, estoy seguro, caería en la tentación de colgarle la medalla del nuevo periodismo.
De la forma que sea, estamos ante un libro profundo, capaz de poner uno que otro acertijo al lector, si bien padece los achaques y deficiencias estructurales propios de todo ejemplar reopilatorio.
Híbrido auténtico que deambula en la pantanosa frontera que separa al periodismo de la literatura, la pluma de Tomás Eloy nunca ha abandonado el incurable vicio reporteril.
Se podría decir que el cuerpo de Lugar común La Muerte está hecho en su mayoría de papel periódico, pues los 15 relatos que lo conforman fueron publicados en diarios y revistas de Argentina y Venezuela.
Pero el autor nos confiesa que no todos obedecen a las leyes de verosimilitud que exige el oficio del tundeteclas, pues en muchos de los relatos se impone la vibra literaria y el autor se permite descarados coqueteos con la ficción, mismos que van más allá de lo que el nuevo periodismo garcíamarqueno considera políticamente correctos.
Lugar común La Muerte es una recopilación de 15 piezas que navegan entre el relato, el reportaje y el ensayo, hermanados por el hecho de narrar todos ellos los últimos instantes de vida de 15 personajes de la historia argentina y latinoamericana.
¿Es La Muerte el único lugar común de la humanidad? ¿Es este instante único capaz de hermanar al menos por un segundo a todos los hombres?
En algunos casos, el relato consiste en la recuperación de un testimonio, como ocurre la pieza abridora, titulada “Perón sueña La Muerte”.
En ella, Tomás Eloy entrevista a López Rega, el oscuro y supersticioso operador político de Perón, quien le narra al autor los últimos minutos de la vida e incluso el último sueño del general.
En otros casos, como en Cae la noche en Southampton, Tomas Eloy ejerce el oficio de historiador, indagando en esta ciudad inglesa sobre los últimos días de vida del general Juan Manuel de Rosas, el primer dictador de Argentina, muerto en el exilio en 1877.
Muy periodística resulta también la búsqueda de testimonios sobre los últimos días de Manuel Puig
Pero en el relato sobre Macedonio Fernández, Tomas Eloy se anima a entrarle de lleno a la cancha de la literatura, para lo cual el personaje de Macedonio se pinta solo, pues el tutor literario y espiritual de Borges fue casi un personaje de ficción, lo mismo que José Bianco, cuyo final reseña en Queremos tanto a Pepe.
Aunque me habría gustado más la unicidad de un ensayo o al menos la existencia de una columna vertebral de la obra, la ventaja del caracter recopilatorio de Lugar común La Muerte, es que el lector bien puede darse el lujo de ir leyendo en desorden sin que el producto se vea, al menos en apariencia, alterado.
Claro, si lo que se pretende es obtener verades históricas sujetas a comprobación sobre las muertes de los personajes reseñados, el lector topará con pared. Sí, es un trabajo periodístico, pero el autor le puso una buena dosis de su literaria cosecha y cuando hemos llegado a esos territorios, no hay que olvidarlo, la sacrosanta verdad del periodista deja de ser deidad.