Eterno Retorno

Friday, January 09, 2004

Literatura involuntaria

Con ánimo de no dejar que la hoguera se apague, retomo una serie de dudas y cuestionamientos que me generó el reciente intercambio de ideas en torno a la naturaleza literaria del blog.
Dice mi colega Fausto Trenza de Arena que no cree en la posibilidad de la creación literaria como un acto involuntario.
Aunque respeto sumamente a Fausto, quien es ante todo un gran lector, lo cierto es que difiero de su concepto y sostengo que se puede crear un texto literario sin intenciones a priori.
La literatura nace de la necesidad de perpetuar un relato y poder trasmitirlo a las generaciones venideras, no del deseo de crear una obra literaria que por si misma brille con luz propia.
Aunque poco común, se puede encontrar el néctar literario en una narración o aún en una frase que fue escrita o pronunciada de manera absolutamente espontánea o sin ningún tipo de intención literaria.
¿Qué son las leyendas y relatos de los pueblos y rancherías? Casi nunca están escritas, no pretenden la publicación ni el reconocimiento de un autor y sin embargo, son literatura en estado puro. Aunque su estructura y aún el contenido anecdótico pueden llegar a ser variables, existen ancianos que son capaces de contarlas como el más consumado literato.
Lo mismo sucede con la literatura epistolar o los diarios íntimos. Fueron escritos sin intención literaria y un editor codicioso y con algo de visión, puede transformarlas de la noche a la mañana en una obra literaria.
En ocasiones, una espontánea oración pronunciada por un niño o un hombre sencillo en torno a una situación, puede generar, de manera involuntaria, una imagen poética.
La literatura nace de la necesidad y la capacidad de contar. No cualquiera sabe platicar bien una historia. Por la naturaleza de mi oficio, a menudo debo pedirle a la gente que me cuente el desarrollo de ciertos hechos o acciones y lo cierto es que muy pocas personas saben narrar con coherencia y linealidad.
Aunque les pida que me platiquen como fue el choque que vieron en la mañana o cómo y porqué mataron a un familiar, la gente batalla horrores para saber contar una historia por sencilla que sea. Encontrar el lenguaje y el ritmo adecuado para platicar algo de la mejor forma posible, es, según yo, un don o una cualidad que viene de nacimiento. Hay gente que no sabe escribir y sin embargo, sabe contar muy bien una historia. Mucho mejor que aquellos que se dicen literatos.
Si le creemos a Juan Rulfo su versión de que los cuentos del El llano en llamas fueron creados inspirados en los relatos de su tío Ceferino, un campesino iletrado, podemos afirmar que los mejores cuentos mexicanos que se han escrito en la historia de esta letrada república, nacieron de ese inmortal deseo de contar que tienen algunos ancianos de pueblo. Claro, la literatura sin intención es absoluta minoría, pero existe.
Muy distinto es cuando alguien se sienta a escribir un relato con el claro propósito de crear una novela sujeto a los parámetros que los académicos le han colocado al género y muchas veces, encadenado a la extensión de páginas que le marca un certamen. Creo que la mayoría de los libros actuales se escriben de esa manera. Los llamados escritores profesionales trazan una ruta de viaje, definen perfiles de personajes, un desarrollo situacional y un desenlace previamente definido.
Aún así, creo que hasta la más calculada obra literaria, necesita un poco de rienda suelta y espontáneo arrebato. Esa inocencia literaria me gusta tanto como aquellas mujeres que son sencillamente bellas siendo ellas mismas las últimas en enterarse, pues raramente se miran a un espejo.


La tradición oral y el juglar como sustituto del libro

Aunque tiene 5 mil años de antigüedad, lo cierto es que la escritura de textos fue, en la enorme mayoría de las culturas anteriores a la era cristiana, un proceso al que pocos podían acceder, aún en la culta Atenas. El analfabetismo de Sócrates es una prueba de ello. Dado que no existía el libro como objeto transmisor de las ideas, se puede hablar de que en la antigüedad existían creadores literarios y transmisores literarios. El libro como objeto, era remplazado por el bardo o el trovador que convocaban al pueblo a la plaza para escuchar sus historias, mismas que eran cantadas. De hecho, la poesía épica y romántica de la época medieval, era cantada por juglares. Me hubiera gustado saber hasta que punto la memoria de estos personajes respetaba fielmente la estructura de un poema o si había acaso posibilidad de improvisación. El Mío Cid y el Cantar de Roldán fueron en su momento recitados de memoria y con música de fondo.
Viajeros como eran, es posible que el bardo y el trovador puedan ser considerados como los primeros reporteros de la historia, pues eran igualmente transmisores de noticias, pero eso es harina de otro costal.
Las creaciones literarias más antiguas, al menos aquellas que registra la historiografía, parten de la tradición oral. La Iliada y La Odisea fueron cantares épicos y si, como narra la mitología, Homero era un anciano ciego, es improbable que haya sido él quién escribiera los versos. ¿Quién creaba la estructura del poema? ¿Quién definía el destino de los personajes? ¿Quién consumaba el acto de escribir? ¿Los escribas únicamente? ¿Por qué no se firmaban las obras? La egocéntrica figura del autor, del deseo de poner la firma en la obra como el meado del macho en su territorio, es una consecuencia del narcisismo natural del hombre moderno. Hoy en día, es prácticamente imposible encontrar una obra anónima, mientras que en la antigüedad, pocas eran las obras firmadas y conste que me refiero a todo tipo de creación artística.
Pero los sudores narcicísticos de la figura del artista como un ser iluminado por una suerte de divinidad, arrojan hedores a los que es imposible sustraerse. ¿Qué artista sería capaz de aceptar que su obra prima o inmortal trascendiera ante las generaciones futuras como una obra anónima? Yo no conozco ninguno.