Eterno Retorno

Wednesday, January 14, 2004

Brevísima (mejor soy sincero y advierto que no tiene nada de breve) historia de mi participación en esos grupos que se hacen talleres literarios

Introducción

A lo largo de mi vida he participado en tres talleres literarios: el de Mara Gutiérrez, el de Rafael Ramírez Heredia y el de Mario Bellatin. Aquí va la historia del primero de ellos-

I- El taller de Mara o las confesiones de un ex-culturoso rehabilitado.


- La anunciación

Fue un día de 1993. Tenía entonces 18 años de edad y recién estaba empezando a estudiar la carrera de Derecho luego de un par de semestres de grilla y oratoria intensa en Ciencias Políticas.
Estábamos en el salón (con perdón de Flaubert) cuando entró la directora seguida por una mujer de rostro muy blanco y ojos muy claros que se presentó como Mara Gutiérrez. Sin mayores preámbulos, Mara nos invitó a participar en el recién creado Taller de Literatura de la Universidad. Creo que fui el único que prestó atención a sus palabras. La enorme mayoría de mis compañeros de carrera eran aspirantes a narcojunior fanáticos de las botas de piel y los cientos piteados y los únicos talleres que les interesaban, eran los mecánicos que arreglaban sus Ford Lobo cuando quedaban chocadas luego de una parranda de Buchanas y coca.
Yo era (¿era?) un zarrapastroso metalero de larga mata, usaba negras camisetas con logos de bandas, leía mucho, escribía más y consumía cualquier cantidad de porquerías, pero nunca, ni por casualidad, se me había ocurrido la idea de participar en un taller literario.
Familiares y amigos trataron de animarme: “Tu escribes muy bonito (bonito, así me decían) y un taller te va ayudar a disciplinarte y agarrar estilo”.

-El ingreso

Total que un sábado me presente en el antiquísimo edificio de Difusión Cultural de la Universidad en donde se reunían los talleristas. Fui recibido con mucha amabilidad. Ahí estaban Mara, Jorge Sanz, Lorena Kawas, Alfonso Araujo y Gerardo Ortega. Yo llegué muy feliz con mis cuentos y comienzos de novela, pero en este instante me informaron que se trataba de un taller de poesía. ¿Poesía??? No, pues a eso yo no le hago. ¿No escribes nada de poesía? Bueno, pensé, mis cuadernos están repletos de reflexiones, párrafos anárquicos e intentos de letras de rolas. Les pregunté si eso podía aplicar y me dijeron que a huevo, sincho, después de todo, me explicaron, existe la prosa poética y el verso libre. Y me quedé-
Mara tenía una personalidad magnética, aunque me costaba entender sus radicales cambios de estados de ánimo, pues en ese entonces no conocía los efectos que producen ciertos medicamentos psiquiátricos. Mara escribía y además cantaba muy bien. Su actitud hacia nosotros era en extremo maternal y protectora, pese a que era apenas cinco años mayor que yo. Más que una crítica estructural de los “poemas”, nos dedicábamos a hablar de las sensaciones que nos producían.
Los poemas de la mayoría de los miembros del taller eran de amor y erotismo. Los míos, influenciados por la devoción religiosa con que tomaba el black y el death metal, eran odas al satanismo, la oscuridad, la magia negra, la Santísima Muerte y los impulsos suicidas.

Primeras lecturas

Al cabo de unas tres sesiones, Mara me pidió mis textos para mandarlos a publicar en las secciones culturales de los periódicos. ¿Publicar??? Ay cabrón, sospechaba que eso llevaba un poco más de tiempo, pensé, pero para mi enorme sorpresa, a partir de la siguiente semana mis “poemas” empezaron a publicarse en las secciones culturales de El Norte y El Porvenir y en alguna revista universitaria. Poco después, Mara dijo que ya iba siendo tiempo de que organizáramos una lectura entre Gerardo Ortega y yo. ¿Leer poemas en público? No se me habría ocurrido.
Gerardo y yo empezamos a trabajar duro en la planeación de la lectura. Como la Universidad nos dio presupuesto, mandamos imprimir flyers e invitaciones en muy buen papel, con una imagen de fondo de “La bebedora” de Lautrec.

– Difusión Cultural de la Universidad Regiomontana le invita a -Nostalgia en Penumbra- lectura escénica de poesía. Participan los poetas Gerardo Ortega y Daniel Salinas. 17 de agosto de 1993- Sala Cervantes-

La idea de Mara era que la lectura fuera más allá de lo ordinario, hacer un performance, con escenografía y todo el pedo. Luego de ensayar mucho, (solíamos ensayar afuera de El Obispado) se llevó a cabo la lectura- performance. Con música de Dead Can Dance y alumbrados sólo por veladoras, se llevó a cabo el acto. Gerardo recetando poemas de amor (él era y es un auténtico poeta) y yo recetando “poemas” (sí entre comillas) de infiernos, íncubos e inmolaciones.
Esa fue la primera de una larga cadena de lecturas- performance que recetamos en el año. A cada rato leíamos y en todas las lecturas se montaba una escenografía con una especie de espectáculo diferente. Además, participábamos con ponencias e ideas en todas las mesas redondas de culturosos en torno a la literatura. Como la facultad de Ciencias Políticas me formó como buen orador y fiero combatiente en los debates, casi siempre salíamos airosos. Además, siempre estaba publicando un chingo en cuanto medio escrito me lo permitiera. Tres meses antes, yo no había siquiera pensado en escribir poesía y bastaron unas cuantas semanas de roce culturoso para ser considerado un joven poeta contestatario y radical. El papelito me gustó. En las lecturas y eventos siempre había vino y yo en ese entonces casi no tenía feria en el bolsillo. Publicar era bien fácil, salir en las secciones culturales de los periódicos era cuestión de llamar a las redacciones y pedir un poco de atención. Leer en público también era asunto de trámite. No era cuestión de calidad, sino cuestión de promoverse. Me había transformado de la noche a la mañana, sin pretenderlo siquiera, en un aborrecible culturoso que hubiera sido objeto, con toda justificación, de los escupitajos del Chango 100. Si algo puedo decir en mi defensa, es que había cumplido 19 años y no tenía dinero para bebida y sexo.

Antología, calendario y adiós

1994 inició prometedor. La Universidad de Nuevo León editó un calendario poético. Sí, así como los calendarios de Gloria Trevi, pero en cada mes aparecía un poeta regiomontano diferente, aunque no en tanga. Yo me las arreglé para colarme a dicho calendario, o mejor dicho, Mara y sus buenas influencias nos ayudó a colarnos. Por ahí tengo algunos ejemplares de dicho calendario.
Para entonces llevaba algunos meses con una posesiva novia que odiaba a muerte a mis compañeros del taller, principalmente a las mujeres. Ella me decía que eso de las lecturas y los eventos culturales eran fantochadas propias de seres acomplejados deseosos de llamar la atención. Sin usar la palabra culturoso (patentada por Lord Batio) aquella novia usó los mismos argumentos de batalla del Chango 100. Para entonces yo olía los hedores de falsedad del ambiente cultural, pero seguía en el pantano.
Nos pusimos a trabajar duro en la antología que la Universidad se ofreció a publicar. Una antología de textos de cada uno de los miembros del taller. La antología se llamó “Después del Eclipse”. Fue presentada en mayo. Ese día Rayados Monterrey jugaba un amistoso contra el Milán. Yo me largué al estadio y me puse ebrio. Para mi satisfacción las reservas del Milán ganaron 1-0 a la mierda rayada. Llegué tarde a la presentación del libro, me cagaron a palos, acabé peleado con todos, agarré unos cuantos libros a la fuerza y me largué a la chingada. Ahí acabó mi participación con el taller.

Epílogo

Pese a todo, visto a la distancia, puedo afirmar que guardo mucho cariño por algunas de los integrantes de ese grupo. A Mara le guardo un profundo respeto y una enorme estima. Fue alguien que me brindó en todo momento su amistad y me ayudó mucho. A Gerardo lo considero uno de mis poetas de cabecera, uno de los pocos natural born poet que existe en este mundo y ante todo un amigo. Des-pués, influenciado por su izquierdista esposa, se volvió militante zapatista radical y le escribió muchos y muy buenos poemas al movimiento, pero entonces ya nos habíamos distanciado (ya he hablado mucho en este espacio de lo que pienso sobre el zapatismo) También recuerdo con mucho afecto a Alfonso Araujo y Jorge Sanz.
Claro, no faltaron los fantoches. Un compañero del taller que escribía jodidamente horrible (sus melancólicos textos producían ataques de risa en todos nosotros) se emocionó tanto al descubrirse como poeta, que se tomó demasiado en serio su recién adquirida personalidad y se dedicó a promoverse como artista contracultural. Lo peor es que muchos le creyeron. Creo que hoy en día se sigue creyendo el cuento.
En fin, a veces es bueno recordar que durante un año o menos, supe lo que se sentía chapotear en los pantanos de la vida cultural y experimenté lo fácil que es irse labrando un nombrecito en el universo de los poetas, sin importar que no tuviera las más elementales bases o fundamentos sobre la poesía. Nada personal contra el proyecto Existir, que conste. El mundo cultural es frívolo por naturaleza. Aquí, en Monterrey, en el DF o en Madrid. Fue una divertida experiencia, pero no creo volver a repetirla.

Mañana: El Rayo Macoy, mi gran maestro de maestros-