Eterno Retorno

Friday, September 26, 2003

La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir. Jean de la Bruyere-

Robert Walser sabía que escribir que no se puede escribir, también es escribir-


“En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo de una novela que durante años había ido tomando forma en mi cabeza (...) Ignoro de dónde salieron las intuiciones a las que debo Pedro Páramo. Fue como si alguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules”- Juan Rulfo


Los cuentos de El Llano en llamas estuvieron a punto de titularse Los cuentos del tío Celerino. Rulfo dejó de escribir poco después de que éste muriera. Pero Juan Rulfo no sólo tenía la historia de su tío Celerino para justificar que no escribía. A veces recurría a los marihuanos.- Ahora hasta los marihuanos publican libros. Han salido muchos libros por ahí muy raros ¿no? y yo he preferido guardar silencio-

Común

Hace unos minutos mi amigo Jopy Montero me notificó que ya está en la red el número 41 de la Revista Común. Realmente me hace feliz constatar el progreso de esta revista que con altas y bajas presume ya cinco años de existencia.
Siempre me he sentido parte de Común y no solamente por el hecho de haber mantenido una columna en todos y cada uno de sus números, sino porque esta revista tiene como embrión un producto que me recuerda una entrañable época de grandes amigos y proyectos. En 1996, Jopy Montero, Mariano Matamoros, Evangelina Nájera, Leonardo del Bosque, Domingo García y yo, entre otros amigos, fundamos Bitácora (Sí también en Monterrey había un Bitácora pero tuvimos que cambiar su nombre como a los 10 números) Lo imprimíamos en la prensa de El Financiero. Recuerdo muy bien la emocio-nante madrugada en que tiramos el primer número (confieso, por cierto, que yo estaba colocadísimo, lo que se dice hasta la madre) Después yo vine a vivir a Tijuana y el Jopy siguió trabajando duro hasta que sacó Común. A larga distancia y por amor al arte, colaboro con mi columna Lucretia mi Reflexión.
La de este número me agradó, pues refleja una honesta vibra hostil y agresiva. El número incluye una entrevista con el buen Moani, alma y líder del histórico Café Brasil en donde tantas pedas fui a bajar a las 5:00 de la mañana. El café está ubicado a un costado de la redacción de El Norte, está abierto las 24 horas y es visitado por la fauna urbana más extraña de Monterrey.
Pueden ustedes consultar la revista en www.comun.com.mx- Eterno Retorno la recomienda-

Incluyo aquí la columna, que originalmente fue escrita, hace unos meses, para este blog. Lucretia y Eterno Retorno son buenos amigos-

Lucretia mi Reflexion

Mis pequeñas rebeliones: Odio las corbatas

Por Daniel Salinas Basave

Todos los que trabajamos nos prostituímos. Uno es capaz de innombrables humillaciones con tal de asegurar su recibo azul de nómina. Libramos todos los días una batalla a brazo partido para no abandonar el paraíso clasemediero. El abandono de la cama un lunes por la mañana es en la vida cotidiana el episodio más traumático. Es peor que ser un feto arrancado de golpe de la tiniebla uterina para ser arrojado a un charco de excrementos.
Nuestra vocación de prostituirnos en cada día laboral tiene infinitas formas y manifestaciones, pero solo un símbolo permanente: la corbata. En esta redacción portar una corbata significa tener la marca de la bestia. El equivalente a ser una res marcada con un hierro ardiente que certifique su pertenencia al hato. Es el salvoconducto hacia la esclavitud. La corbata es un una horca eterna y nosotros unos condenados a los que ni la muerte es capaz de redimir. La corbata está aquí, omnipresente, lastimando mi cuello, haciéndome ver ridículo, clasemediero, prostituto. Un hombre que es capaz de amararse en su cuello un pedazo de tela que odia, es más decadente que quien abre el culo por una morralla miserable. ¿Para que diablos sirven las corbatas? ¿Quien dijo que son sinónimo de elegancia? Sí, ya se que tienen su origen en el ejército croata. Pueden contarme la historia que sea. A mi no me sirven de un carajo.
Y aquí va una confesión sobre una de mis pequeñas rebeliones que aún tienen vivo su espíritu: Jamás en la mi vida me he comprado una corbata. Jamás me compraré una. De mi cartera nunca saldrá un solo centavo para pagar por un repugnante pedazo de trapo destinado a estrangularme. Las corbatas que tengo, que son muy pocas, me las han regalado mis padres, mi suegro o mi esposa. Yo no he comprado una y aquí lo firmo: Jamás compraré una. De esta agua sí que no beberé.
Y aún hay más. No solo nunca he comprado una corbata. Ni siquiera se como hacer el nudo, y lo que es peor: no tengo la más mínima intención de aprender. Tengo un par de corbatas con el nudo hecho guardadas en el cajón de mi escritorio entre libros y periódicos viejos. Son corbatas sin chiste alguno. La que más uso es gris. Me la pongo al llegar a la oficina y me la quito al salir a la calle. Casi todos hacemos lo mismo. No quiero una corbata nueva. No quiero cambiar de corbata. Me conformo con la que tengo. Me sirve para el único fin utilitario que tiene en mi vida: que los que me pagan me vean que traigo corbata y certifiquen que estoy lo suficientemente prostituido por el sistema. De ahí en fuera no me sirve de nada más. Así que nada importa si es la misma todos los días o si está cochina. Mejor aún. Así mi aberración total por la prenda y lo que significa queda de manifiesto. Esta pequeña rebelión es un rinconcito de dignidad. Una forma de certificar que todavía no estoy tan vendido al sistema. Sí, ya me han llamado mil veces adolescente retardado y promotor de rebeldías babosas e infantiles.
Ir sin escalas a chapotear en la mierda. Si ser adulto significa ser un servil insecto encorbatado, me niego a serlo. Sí, ya se que ya estoy muy grande para ciertas pendejadas. Mucha gente predijo que a cierta edad “maduraría”, pero la madurez no ha llegado y que bueno. Según mis familiares, para este entonces habría olvidado ciertos gustos musicales y literarios y me habría vuelto católico por conveniencia y comodidad social.
Y miren nada más. Cada día siento más placer cuando blasfemo contra todos los dioses monoteístas y sus iglesias. La idea de morir antes de los 30 años todavía me atrae demasiado y no descarto que mi suicidio fuera antecedido de un arrebato al estilo del Eróstrato de Sartre. Si alguna vez dejo de depender de las cadenas esclavizantes de una nómina, mi pelo volverá a crecer sin límites, volveré a agujerar las superficies perforables de mi cuerpo y adornaré mi piel con más tatuajes. ¿Quién chingados tiene el derecho de impedirme un placer tan banal?



Ahí va mi columna políticamente correcta. Lucretia es mi lado oscuro, Pasos de Gutenberg el lado amable.
Pasos de Gutenberg

Tinta roja
Alberto Fuguet

Por Daniel Salinas Basave

Una sola frase escrita en la contraportada del libro, fue capaz de motivarme leer Tinta roja, novela del escritor chileno Alberto Fuguet; “El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”.
Palabras lo suficientemente contundentes y retadoras para despertar mi curiosidad en torno a dicho texto.
No hubo recomendación ni antecedente de por medio que impulsaran su lectura y aunque suelo pensar que es un grave error confiar ciegamente en la semblanza de contraportada que elabora la casa editorial, en esta ocasión me dejé guiar únicamente por esta contundente sentencia.
El resultado fue la lectura de una novela que si bien en términos estructurales y de trama no aporta nada novedoso ni mucho menos sorprendente, me deja por herencia un personaje que por si sólo justifica la lectura de las 409 páginas que conforman Tinta roja.
Se trata de Saúl Faúndez, sin duda el retrato literario mejor logrado de un periodista de vieja escuela que he visto en mucho tiempo. Perdonando la odiosa comparación y guardando las imprescindibles distancias, tal vez solo un Vicente Leñero sea capaz de reconstruir con mayor sagacidad los bajos fondos del periodismo rojo.
Es increíble que sea un escritor al que le han colgado el calificativo de “yuppie” y que carece de una formación periodística, quién haya logrado reflejar de manera tan pura a un reportero sudamericano de nota roja que trabaja en un tabloide amarillista.
Máxime si tomamos en cuenta que Fuguet es un autor que, según sus propias palabras, no gusta de profundidades intelectuales ni es amigo de los acertijos literarios. Criado en California hasta los 12 años, Fuguet tuvo el inglés como primera lengua y solo hasta su adolescencia aprendió el idioma de Cervantes. De ahí que sorprenda tanto su capacidad de recrear la dinámica de un diario popular sudamericano de una manera tan realista.
Fuera de eso, nos encontramos ante una novela narrada en forma por demás sencilla y sin mayores retos ni obstáculos para el lector. Vaya, con decir que casi podría colgarle el adjetivo de juvenil.
Tinta roja nos narra la historia de Alfonso Fernández, escritor y periodista chileno quien se gana la vida como editor general de una revista “yuppie”. Un verano conoce a Martín Vergara, un joven de 23 años recién egresado de periodismo que hace sus prácticas en la revista.
Al observar el talento y la agudeza de este chico, Fernández evoca los tiempos en que él mismo empezó a dar sus primeros pasos en la profesión y entonces recuerda a su antiguo maestro, el viejo reportero Saúl Faúndez.
A partir de ahí empieza a contarnos la historia de su paso por las páginas rojas de El Clamor, un diario de corte popular que ilustra sus portadas con los crímenes más sangrientos de la ciudad.
Es entonces cuando encontramos la verdadera sustancia de esta novela y la que acaba por rescatarla de la intrascendencia.
Alfonso se da cuenta que la vida práctica de su maestro, que como buen periodista de vieja escuela es un empírico total, nada tiene que ver con lo aprendido en el aula universitaria.
Faúndez, viejo lobo de mar de redacciones olorosas a tinta, acostumbrado a su vieja máquina de escribir y el sistema de linotipos, es casi un personaje propio de novela picaresca española.
Ingenio, sagacidad y un colmillo demasiado retorcido para hacer trampas, son las enseñanzas de este maestro, que al final, es el único personaje capaz de brillar en 409 páginas más bien sosas y afectadas por una irremediable vocación light.
De cualquier manera, Tinta roja es una obra ideal para ser leída por estudiantes de comunicación o periodismo pues además de ser bastante digerible, permitirá a los futuros comunicadores hacerse una idea más o menos realista de las reglas no escritas del periodismo callejero.
Queramos o no, todo periodista necesita un poco del colmillo retorcido de Saúl Faúndez para “sobrevivir” en el oficio y ese colmillo, hasta donde tengo entendido, solo puede formarlo la gran e inigualable cátedra de la calle.





Wednesday, September 24, 2003

Algunos comentarios sobre El Ángel de Reforma-


Sobre la recomendación de no lectura-

Podría llegar a coincidir en parte con lo señalado por Alessandro Baricco en su artículo titulado -Jóvenes, es mejor no leer-, pero la realidad es que este individuo está terriblemente equivocado en sus conceptos.
Cuando alguien me pregunta que haría yo para fomentar el hábito de la lectura o que acciones reco-mendaría para que los jóvenes se pongan a leer, respondo que nada y que ninguna acción me parece válida más que la de encontrar placer en la actividad. Lo único que puedo hacer al respecto es aceptar que yo soy un adicto a la lectura y afirmar que dicha actividad ha sido capaz de procurarme grandes placeres a lo largo de mi vida. Dado que soy un incurable hedonista, suelo repetir compulsivamente todos aquellos actos que me procuran un disfrute.
La única razón por la que leo, es la misma por la que cojo: Placer y para ahí de contar. Si no te procura placer alguno, pues mi consejo es que no leas. Si jugar nintendo te causa un disfrute sin igual, pues adelante, juega nintendo. Si masturbarte te causa un enorme placer, pues manos la obra. Con la lectura es igual. No debes hacerlo pensando en fomentarte de manera disciplinada el hábito de la lectura porque es muy bueno y muy útil. Si quieres te sea honesto, a mi leer no me ha servido de nada en términos prácticos o utilitarios. Al contrario, he gastado bastante en comprar libros e invierto mucho de mi tiempo en estar sumergido en sus páginas, tiempo que pude invertir tal vez en ganar dinero. Pero bueno, el hombre tiene derecho al placer. A mi me gusta leer, ver partidos de futbol, tomar cerveza y escuchar metal. Hasta ahora ninguna de esas actividades me ha reportado beneficio alguno en términos de ganancias, pero han hecho muy felices las horas de mi vida y ello es más que suficiente para continuar repitiendo estas conductas durante el poco o mucho tiempo que me quede de vida. Es por ello que a donde quiera que voy, cargo un libro conmigo de la misma forma que el adicto debe llevar consigo su dosis y su jeringa. Ni modo. Alonso Quijano no escogió su vicio.
Según este tal Baricco, la lectura es una actividad de resentidos que se refugian en ella para negar o evadir una realidad que les es adversa o en la que irremediablemente han fracasado. Cito textualmente a este individuo: - No tengo ninguna duda que el placer de leer, así como la cultura del libro, están fuertemente relacionados a una derrota. A una herida y a una derrota. Leer es siempre la revancha de alguien que en la vida fue ofendido, herido. Me parece que leer libros es una manera inteligentísima de perder-
Sigo con la cita: - Para ser prácticos, veo a estos muchachos de 16 años que pasean, y que han leído todos mis libros, o bien demasiado Kafka o demasiado Dostoievsky. Los veo. Y cuando me preguntan qué deben hacer, sólo una cosa me llega a la cabeza: Váyanse a jugar con el balón, tiren los libros, paseen. Córtense los cabellos, píntenselos de verde. Hagan algo. Busquen estar en el adentro. No afuera. Después de ello, regresen a los libros, por caridad, pero no se dejen imbuir-
Grave error de Baricco. Al que en verdad le gusta la lectura lee por placer y nada más. No pretendes vengarte de alguien, ocultarte de algo o canalizar fracasos. Efectivamente, a mis 16 años traía dema-siado Kafka y demasiado Dostoievski en la cabeza (ni un libro de Baricco eso sí, pues no sé ni quién chingados es para ser honesto), pero también me dediqué a patear el balón con fe y jamás me resistí a jugar cuanta cascarita de futbol o basquet se me atravesara y recorría más de 50 kilómetros diarios en bici. No me corté los cabellos, al contrario me los dejé muy largos y por fortuna no hubo necesidad de pintármelos, pues su color me tiene más que contento. Fui bastante paseador y vaya que dediqué mi adolescencia y juventud a viajar. Tampoco me faltaron compañeras ni amistades ni sexo ni dejé de ir al estadio a ver jugar a los Tigres por quedarme en casa leyendo un libro. Empecé a leer, por cierto, mucho antes de sentir una herida o una derrota en mi vida. Luego entonces, pinche Baricco, leer no me ha privado de nada de eso que tú dices. La lectura no está peleada con el deporte, los amigos, las chicas y la música. Claro, a menos de que tú te hayas peleado con eso y quieras advertir a los jóvenes para que no cometan tus mismos errores. Pero ahora sí que eso es tu bronca.

Sobre las críticas a Bellatin

Las siempre sabias y autorizadas voces del NBJ se rasgan las vestiduras por una crítica aparecida en El Ángel en contra de Mario Bellatin. Era de esperarse; cada que hay un crítica contra Mario ellos reaccionan con furia.
En anteriores ocasiones he hablado en este blog de la franca admiración que siento por Mario Bellatin. Salón de belleza, Flores y Poeta ciego están entre los grandes tesoros de mi biblioteca que suelo releer de manera recurrente. No miento si afirmo que Mario Bellatin es quizá el escritor contemporáneo que más me ha impactado. Pero ello no significa que lo considere infalible y capaz de salvarse de toda crítica. También he escrito en este blog que Jacobo el mutante no me agradó gran cosa. No he leído aún Perros héroes, pero se que sigue con la línea de su libro anterior. Los teorreícos dicen que Jacobo el mutante es el non plus ultra de la postnarrativa (así le dicen ellos) y la deconstrucción literaria. Yo confieso mi ignorancia en torno a esos elevados conceptos. A mí Jacobo el mutante no me gustó, pero ello no influye en el hecho de que considere a las anteriores novelas de Mario, principalmente las tres mencionadas, entre las mejores que he leído en mi vida.
Ahora, no voy a defender al tipo que escribe la columna, un tal Sergio González cuya trayectoria yo desconozco. Coincido con Nicolás Cabral cuando señala que sus comentarios son producto de la ira y la amargura. Totalmente de acuerdo, aunque si he de ser sincero, no creo que Bellatin necesite hacer un perfomance. Creo que la literatura, más aún la producida por Mario, es grande por sí misma y tiene luz propia, por lo que puede carecer de todo tipo de representación conceptual.
El acto máximo, el que consuma el milagro literario, es el momento en que un lector se abstrae del mundo para entrar en el universo de lo escrito por otro ser. Paren ustedes de contar. Lecturas, presentaciones, performance, le vienen guangas a la literatura. Todas esas manifestaciones propias de teorréicos nada tienen que ver con el libro. Las lecturas y presentaciones de libro solo sirven para que los pavos de este negocio zangoloteen sus culos. Me dan una espantosa hueva esos seres que se han acostumbrado a las rancias galletas y el mal vino que circula en esta clase de actos y que han educado ya el tedioso tonito de voz con el que presentan los textos de sus amigos ante auditorios casi siempre vacíos, ocupados por unos cuantos somnolientos que aguardan tan solo el momento de sal-tar por el vino. No he visto el performance de Mario, ni me interesa verlo. Con releer una obra de arte como Salón de belleza, me basta y sobra. Todo lo demás, está de más.



Tuesday, September 23, 2003

Año 1000, Año 2000

Merodeando por los libreros de la Biblioteca Municipal Benito Juárez doy con un libro que fue capaz de capturarme y robar una buena tajada de mi tiempo. El texto en cuestión es Año 1000, Año 2000, la huella de nuestros miedos. Su autor el sociólogo e historiador francés Georges Duby.
Palabras más, palabras menos, este libro pretende demostrar que un milenio después, las pesadillas humanas siguen siendo las mismas. Miedo al extraño y al diferente, amenaza constante de guerra, re-traimiento y fortificación, pavor a las pestes, sobreoferta de delirios proféticos y teorías apocalípti-cas. Mención especial el capítulo dedicado a la gran Peste Negra de 1348 y sus efectos sociales. Conste que el libro fue escrito en 1995. Hoy en día los delirios cruzados de la peste neo conservadora el medievalismo bushiano no hacen más que reconfirmar esa teoría.
El libro, editado por la casa editorial chilena Andrés Bello, viene en finísima presentación. Todas las páginas contienen excelentes grabados de la Edad Media y el Renacimiento. Me gustan demasiado ese tipo de grabados. Desearía tener una biblioteca llena de ellos.
Por lo demás, debo afirmar una vez más que la humilde Biblioteca Benito Juárez, ninguneada por la aristocracia cultural, oculta en sus libreros tesoros más que deseables. Eso, por supuesto, no lo sabe ningún funcionario municipal.



Bartleby y compañía

Nueva adquisición sobre mi escritorio: Bartleby y compañía del catalán Enrique Vila Matas. Palabras más, palabras menos, el libro de Vila Matas es un suigeneris homenaje a todos aquellos que dejaron de escribir. Dicho de otra manera, la grandeza de los escritores definida por la palabra no escrita. Apunten ustedes para empezar a las dos R más grandes de la agrafía: Rimbaud y Rulfo. Este libro, híbrido entre ensayo con una pizca de novela al más puro estilo Vila Matas, rescata a la olvidada figura de Bartleby el escribiente, sin duda el personaje más enigmático de Herman Melville.
Debo a mi colega exiliado en la Cenicienta del Pacífico Fausto Ovalle el haber conocido a este singular burócrata que nada tiene que ver con Ismael o el Capitán Ahab. Él fue quien me prestó el libro de Bartleby el escribiente y me permitió conocer al antihéroe más singular del Siglo XIX. Siempre agradeceré la recomendación de un buen libro o un buen vino.
En palabras del propio Vila Matas, este libro es el reflejo de su tenaz búsqueda de bartlebys a lo largo de la historia de la literatura que optaron voluntariamente por sumergirse en la historia ágrafa.
Por lo demás, celebro que la Editorial Anagrama, en esta colección Quinteto, tenga a bien poner libros a precios más que accesibles.

Un hoyo en el tanque

Odio a muerte gastar gasolina. Odio a muerte ser un esclavo de un vehículo y trabajar para tirar mi sueldo entero en Pemex. Este excesivo gasto de combustible empieza a llevarme a la absoluta bancarrota. Pensar que me duele gastar 385 pesos en la nueva novela de Irvine Welsh y sin embargo me veo obligado a tirar billetes de 200 cada tercer día en las putas gasolineras estafadoras. La Jimmy traga más gasolina que yo alcohol y eso, ya es mucho decir.

¿Niñas migrantes?

La revista Día Siete presenta un reportaje al que titula Niñas Migrantes. Hubiera creído que se trataría de las niñas mixtecas que emigran a California o de la inmensa cantidad de menores que son atorados cruzando ilegalmente y deportados vía Puerta México. Error. Se trata de cinco historias de jovenzuelas chilangas ya no tan niñas, made in La Condesa, que por una u otra razón se fueron a dar el rol al otro lado del mundo.
Historias de que de una u otra forma me parecen muy típicas y ciertamente envidiables, aunque no por ello extraordinarias. Digamos que por cada morrita mochilera en México, debe haber como 20 en Argentina y Australia.
Por cierto, mi hermana Ana es mucho más joven que las chilangas que presenta Día Siete y tiene cosas más interesantes que platicar. Ya lleva más de cuatro meses en el Viejo Continente y parece más que dispuesta a quedarse.

El mochilazo que no fue

Dentro de ese libro de miles y miles de páginas llamado La historia de lo que pudo haber sido, es po-sible leer un destino como ese. En mi adolescencia y juventud de acuerdo con la lógica de mi desarro-llo, muchas personas, incluido yo, apostábamos que mi futuro sería ser un eterno mochilero que deambularía de un sitio a otro en busca de su paraíso perdido. Siempre tuve adicción por el mochilazo y yo imaginaba que en este momento de mi vida, estaría deambulando por la plaza de alguna ciudad europea en donde me dedicaría a la vagancia y la mal vivencia. Mi otro futuro más probable, era el de convertirme en parásito intelectual y dedicarme a cosechar maestrías y doctorados inútiles como becario perpetuo de alguna institución. Y sin duda poca, muy poca gente hubiera apostado que me ca-saría simple y sencillamente por amor, que compraría una casa y que tendría un trabajo extenuante, aunque cuando algún compañero de la infancia se entera que trabajo en un periódico, suele afirmar que ya pintaba yo para acabar en algo así.


Año sedentario

El 2003 ha sido el año más sedentario de mi existencia y eso me causa cierto horror. Desde el pasado mes de octubre, cuando viajé a Los Cabos a cubrir la APEC, mi cuerpo no se eleva por los aires (Bueno, miento, hace dos meses volamos en avioneta por la Sierra de San Pedro Mártir , pero la cuestión es que apenas he viajado) Nada hace indicar que en este año vaya a poder viajar. Mi destino del 2003 ha sido estar abonado a Tijuana y mis correrías más lejanas han sido LA y Ensenada. Yo tengo una adicción por los viajes tan fuerte o mayor que la que profeso por los libros. Sin embargo este año me he transformado en un esclavo. Un esclavo con casa propia eso sí, pero sin un centavo para irse a pasear dignamente. Mierda- Ya vendrán tiempos nómadas-

Monday, September 22, 2003

Leo con devoción Tinta Roja de Alberto Fuguet. Literariamente no es nada del otro mundo, pero debo confesar que el libro me ha atrapado y en dos patadas llevo casi tres cuartas partes. Después de todo, aunque uno tenga sobredosis de vida diaria en cada uno de sus poros, siempre será seductor abrevar del espejo literario de su devenir cotidiano. El gran mérito de Tinta Roja es su excelente retrato de un viejo periodista. Saúl Faúndez justifica por si sólo las 409 páginas de este libro, cuya prosa y estructura, repito, no son nada reveladoras. Pero debo aceptar que hasta ahora no había encontrado una versión literaria tan bien lograda de un prototípico personaje del viejo periodismo.
La figura del viejo lobo de mar de las redacciones o periodista de vieja escuela, es casi tan universal como la del mendigo y la prostituta. Es increíble como en el extremo sur del planeta al píe de Los Andes, puede existir un personaje llamado Saúl Faúndez que tiene toda la estructura psicológica y los patrones de conducta de muchos colegas con los que convivo casi a diario aquí en Tijuana. El periodista de vieja escuela es, en casi todos los casos, un personaje propio de novela picaresca española. De hecho el ser pícaro, astuto y algo barbaján, son condiciones propias del viejo periodista y son atributos necesarios para sobrevivir en el infecto pantano en que chapotean.
Me hubiera gustado leer Tinta Roja cuando empezaba en este oficio. Creo que me hubiera incluso servido. Desde aquí me permito recomendarlo como texto de apoyo a todos aquellos que deseen dedicarse al periodismo. Leer las andanzas de Saúl Faúndez me hace retomar el amor por este oficio.
Aunque en más de una ocasión he despotricado contra los periodistas de vieja escuela, debo reconocer que su audacia y sagacidad es digna de admirar y ninguna cátedra es capaz de inculcarla por arte de magia.
Hace poco escribí un comparativo burlón entre el periodista de vieja escuela y el periodista de estilo ejecutivo, pero preferí no publicarlo en el blog para no herir susceptibilidades. Ambos pueden caricaturizarse, aunque es más divertido el vieja escuela. Yo fui formado en la catedral del periodismo ejecutivo, concretamente en la calle Washington esquina con Zaragoza en Monterrey. Una redacción de directivos obsesionados por las encuestas, los sondeos, las gráficas, las clasificaciones bursátiles, las cifras, las tablitas y las corbatas caras, pero he convivido muy de cerca con los periodistas de vieja escuela. Si cubres policíaca, es imposible sobrevivir sin ser viejo zorro de colmillo retorcido. Algo tienes que aprenderles, aunque los odies. De nada te sirve el estilo ejecutivo cuando se la matazón anda de parranda.
Leer Tinta Roja me ha llevado a reflexionar sobre algunos aspectos de mi oficio que podrán servir como guía a aquellos ilusos que sueñan con entrar este terrible estilo de vida.
Conste que lo dice Saúl Faúndez: El periodismo como la prostitución se aprende en la calle- Honestamente, amigos míos, estudiar comunicación no sirve de una chingada. Yo jamás en mi vida he tomado ni siquiera un tallercito de periodismo y ya llevo 10 años en esto. Tres haciendo pininos y cagazón y media en una suigeneris estación de radio que permitía a unos mocosos hacer y deshacer un programa nocturno sin el menor profesionalismo, aunque con todo y todo batimos record de llamadas. Los otros siete los he pasado metido dentro de una redacción
Soy un licenciado en Ciencias Jurídicas, absolutamente empírico en esto del periodismo y para ser honesto, no creo que ningún comunicólogo recién graduado con promedio de excelencia sea capaz de explicarme a mí como hacer un reportaje. Saúl Faundez desprecia a los periodistas universitarios. Yo no los desprecio, pero creo que con o sin carrera te puedes dedicar a esto, seamos honestos.
Hace falta mucha humildad, mucho coraje y muchos huevos para dedicarse a esto. A la chingada con las pedanterías intelectuales. Cuando yo empecé en periodismo escrito era un soberbio y ello me costó dar muchos tropezones.
Lo peor que puedes hacer al llegar a una redacción es creerte un literato y jurar que periodismo y literatura van de la mano. Te ves demasiado estúpido pensando que tu sólida cultura general y tu discurso elegante serán llaves más que suficientes para derribar barreras. Lo dice un veterano, quien ya tropezó con esa piedra alguna vez, pero jura no volverse a tropezar-