Eterno Retorno

Friday, August 22, 2003

Ya no tenía la costumbre de incluir fragmentos de narrativa en Eterno Retorno pero hoy es viernes t todo se vale.

X

Naciste con mala sangre, mal querido por Dios desde el principio, con el chingado santo de espaldas para que me entiendas. Desde el principio nos dimos cuenta que ibas a ser tu el méndigo descarriado que debe haber en toda familia. Tu le entraste, cubriste el papel, no te hicieron ni te fuiste haciendo de tus mañas, naciste con ellas, ahora sí que así ya venias, destinado para eso. Tus hermanos se dieron cuenta desde que eras un pinche mocoso, pero ni a los mil fuetazos que te arrimó tu padrino te compusiste. Eras condenado, se te miraba lo mierda a leguas, todos lo supieron, todos menos tu mamacita que yo no se porque chingados te pasó siempre todas tus pendejadas, luego, ya punto pedos, tus hermanos hasta andaban diciendo que no eras de tu papá y a lo mejor por eso no más tu jefecita te hacía el paro. La verdad no sé, no voy a preguntarme lo que haya hecho o dejado de hacer tu ama, ya bastante se ha partido y le han partido el hocico ¿a quien chingados le afectaba su canita al aire? A nadie, lo más jodido que pudo pasar es que de ahí saliste tu, como si fueras el castigo a todos los pecados de la familia, no se si por eso habrá sido que saliste prieto como la chingada, digo, no es que en la familia hubiera güeros, pero tu si te pasaste de pinche negro, quien sabe de donde habrá sido el que se cogió a tu mamá. Lo gacho fue cuando tu padrino se dio color que tu eras el que matabas los pinches pollos, así porque sí, nada más de huevos, porque te gustaba verlos sufrir. Y luego cuando se dieron color de que tu eras el que te robabas los chivitos para irlos a vender al mercado, hijo de tu pinche madre, sí no parábamos desgracias contigo, perjuicio chingado, eras el pinche diablo. Pero eso no era nada, al menos de mocoso no habías probado a lo que sabía el aguardiente de caña, pero cuando lo probaste, que tendrías tus 12 o 13 años, te quedaste prendido de la pinche botella, te gustó a la primera, como que dijiste pos de aquí yo soy y dale para adelante, bien pinche pedo te volviste, peor que los más jodidos teporochos del pueblo. Andabas pegado del aguardiente, era lo único que te importaba, porque ni noviero saliste siquiera, pos quien te iba a querer así, no más la pinche puta esa que dejaste panzona luego y que para acabarla te mandó a chingar a tu madre. .. continuará -





Santísima Muerte

Me preguntarán entonces ¿Tengo acaso una deidad? Cuando practico algo parecido a eso que llaman oración, suelo pensar en mi Muerte. No es que profese exactamente el culto a la Santísima Muerte como se hace en este país, pues lo que entiendo es que esa práctica tiene una raíz cristiana, aunque debo reconocer que de todos los rituales y creencias existentes, es el que me parece más sabio. En este mundo, lo único real y absoluto es la Muerte. Y sí, me gusta mucho imaginar a la Muerte caminando a mi lado y sentir su inminencia me da fuerzas y a la a vez mucha paz. Por ello suelo pedirle consejos muy a menudo. Créanme, es mi mejor consejera.


Escucho una recopilación llamada Metal for the mases que recién he comprado. 21 rolitas de buen calibre, aunque siete de ellas ya las tenía. Material muy apetecible de Shadows Fall, Strapping Young Lad, In Flames, Soilwork. Immortal- Killerrr

Hoy pienso ir a ver a los Trotamundos vs León- Ojalá no me defrauden, pues ya me hace falta ver un buen partidito tijuanebrio.


¿Simpatía por el Diablo?

La frase escrita por Ángel Ruiz (angelopolis.blogspot.com) me ha dejado reflexionando acerca de un tema sobre el que vale la pena escribir: El verdadero sentido del satanismo-
Ángel habla acerca de los delirios místicos de la (según entiendo) muy potable hermana del metalero Cabage, un joven que se suicidó arrojándose a las ruedas de un carro y llevándose de encuentro la vida de dos gemelitas. Cito textualmente la frase que me llamó la atención
- Cabbage adoraba al metal, aunque negaba creer en el demonio. Sin embargo, metal y demonio son una dualidad por el carácter ocultista y nihilista de ese género musical-
Efectivamente: Hay mucho de nihilista y ocultista en el metal y por ende en mi.
A lo largo de mi vida, dada mi añeja adicción al metal y mi compulsiva propensión a la blasfemia, no ha sido poca la gente que me ha preguntado sobre mis verdaderos sentimientos hacia el satanismo.
En mi radical adolescencia gustaba de portar sobre mí una buena dosis de iconografía demoníaca como anillos, collares con cruces invertidas, pentagramas y por supuesto las infaltables camisetas negras (que aún conservo unas cuantas by the way) Por tales razones, mucha gente pensaba que yo integraba o deseaba integrar algún culto satánico y que era un fiel creyente de la magia negra. La respuesta es un rotundo No. Jamás en mi vida he creído en la existencia de fuerzas malignas capaces de interceder en favor o en contra de uno, de la misma forma que jamás he creído en la existencia de ningún ente de naturaleza superior. Ser o creer en un hechicero practicante del satanismo medieval e imaginar, como los autores del Malleus Maleficarum, que un macho cabrío con patas de gallo emergerá de los avernos, me pondría a un nivel de ignorancia tan burdo como el de los brasileños de Pare de sufrir a quienes dediqué hace dos semanas un amplio reportaje. La superchería, llámesele como sea, cristiana, satánica o santera, solo pone en evidencia mentes ignorantes.
Mi ateísmo es absoluto: Si no creo en ninguna deidad, mucho menos voy a rendir culto a los demonios que han creado los devotos de dicha deidad como elemento castigador de ovejas descarriadas y niños mal portados. La hipótesis Dios es imposible. Luego entonces, la hipótesis Satanás lo es también. Los hombres nos hemos encargado de formar sobre la tierra un infierno mucho más cruel que el de Dante. No hay demonios más malignos que nosotros mismos.
Sin embargo, el satanismo me ha parecido siempre una excelente metáfora y es uno de mis símbolos favoritos.
Es la mejor forma de explicar el placer que me genera vomitar sobre cualquier figura o valor emanado de la peste judeocristiana. Siento un particular placer cuando blasfemo. Me gusta de sobremanera escupir sobre la Infamia. La religión, después de todo, está hecha de símbolos que son elevados a la categoría de dogma y a los que la teología intenta dar una explicación, aunque al final de cuentas debes creer en ellos de forma literal. Yo me limito a utilizarlo como un símbolo y nada más. Es una forma de declarar la guerra a la religión usando sus propias armas coercitivas.
Adherirte a Satanás como un símbolo significa decirle la religión que no tienes la más mínima intención de pasarte tu vida comprando acciones para su puerco paraíso.
Y claro, la demonología me fascina como mitología y es por ello que disfruto tanto leyendo acerca de las andanzas de cuanta criatura pagana se cruce en mi camino, sean demonios, vampiros, licántropos, íncubos o súcubos.

Thursday, August 21, 2003

No tengo duda: Ayer presencié el atardecer más bello de este verano (que se ha caracterizado precisamente por sus atardeceres bellos) El color del cielo era de un rosa o melón nítido, alucinantemente definido y parecía por momentos desparramarse sobre el mar. Parado frente al Pacífico a la entrada de Hacienda del Mar observe como el Astro Rey, vestido con su traje de carnaval se sumergía lentamente en el Pacífico dejándonos por herencia una estela de colores flotando sobre las olas. Y claro, pensé en mil cosas, el Eterno Retorno, el vaivén de los ciclos y los misteriosos duendes propios de todo crepúscu-lo danzando en el horizonte. También pensé que la vida merece la pena ser vivida solo por el privilegio de contemplar esos atardeceres.






La biografía de un cadáver

Por Daniel Salinas Basave
Santa Evita
Tomás Eloy Martínez
Joaquín Mortiz

No es tarea fácil apostar a escribir con alguna dosis de originalidad una novela sobre un personaje como Eva Duarte de Perón, que desde hace medio siglo ha inspirado cualquier cantidad de biografías, cuentos, mitos, leyendas y argumentos cinematográficos de la más diversa especie y categoría.
A Evita Perón simplemente no se le deja descansar en paz. Su manoseada figura sigue siendo fruto de inspiración de toda clase de relatos e invenciones. Por ello, al ver en los estantes de las librerías el Santa Evita del tucumano Tomás Eloy Martínez, uno con justa razón se preguntaría: ¿Porque voy a leer otra novela más sobre la diosa contemporánea de los argentinos? ¿Qué puede ofrecerme que no me hayan ofrecido otros tantos productos?
Confieso que de entrada el libro no me llamó la atención. ¿Qué me contará el de Tucumán? ¿Una lucrativa verdad absoluta nunca revelada? ¿Una morbosa biografía no autorizada? ¿Un refrito más? Ni siquiera la vendedora frase de su amigo Gabriel García Márquez, - “Aquí está por fin la novela que yo quería leer”- publicada en el centro de la portada fue capaz de seducirme e incluso me hizo albergar más dudas en torno a la obra de Tomás Eloy.
Pero al final sucumbo y acabo leyendo incluso aquellos libros que en un principio me generaban un nulo antojo y en el caso de Santa Evita debo confesar que no me arrepentí. Al menos Tomás Eloy Martínez salvó el enorme escollo de la falta de originalidad que amenaza a todo aquel que pretenda escribir sobre un icono de la cultura popular.
El personaje principal de Tomás Eloy Martínez no es la santa redentora de los descamisados ni la pérfida arribista madre de las pesadillas del antiperonismo. Por fortuna no cae tampoco en la tentación de empaquetarnos otra Madonna chatarra. Nada de eso. El personaje principal de Santa Evita es un cadáver, un objeto inanimado condenado a no descansar nunca y que es capaz de despertar las más oscuras conspiraciones y descabellados actos.
Vaya, dicho en otras palabras, ésta es la primera vez que leo la biografía de un cadáver. La historia no comienza con la joven Evita Duarte llegando atiborrada de ilusiones y sin un peso a triunfar en los teatros de Buenos Aires en 1935, sino con la venerada Eva Perón agonizando una mañana de 1951, infestada por el cáncer. Después de todo, mucha razón tiene el embalsamador Ara cuando señala: - El arte del embalsamador se parece al del biógrafo, pues los dos tratan de inmovilizar una vida o un cuerpo en la pose con que debe recordarlos la eternidad. El biógrafo es a la vez embalsamador y la biografía es también una autobiografía de su arte funerario-.
Y es que es a partir del momento en que llega la muerte a Evita cuando comienza la alucinante historia de su peregrino cadáver que dos veces cruzó el océano y que fue capaz de desatar fascinaciones, odios y conspiraciones políticas. La “vida” del cadáver de Evita fue aún más larga que la de Evita viva. En ese sentido, el gran aporte del periodista de Tucumán es su capacidad para reflejar el obsesivo comportamiento ante aquellas figuras que se transforman en mito o el recurrente y humano vicio de mitificar, un vicio que en mayor o menor medida hemos sabido cultivar en todo América con ciertas figuras.
El propio autor lo señala en boca de uno de sus personajes: - Para mucha gente, tocar a Evita era tocar el cielo. El fetichismo. Ah sí; eso ha tenido una enorme importancia en el mito-.
Por otra parte, la definición de biografía de un cadáver no se debe tomar en forma literal, pues el libro de Tomás Eloy es ante todo una novela de ficción y como tal debe ser leída, aunque, reportero al fin, siempre sabe generar en el lector la impresión de estarnos entregando un insólito reportaje sobre las andanzas de un cuerpo muerto. Simple materia fría, rígida, disecada, capaz de engendrar odios y devociones, aún cuando su alma hubiera huido lejos desde mucho tiempo atrás.

Wednesday, August 20, 2003

Apolo y Dionisio

El origen de la tragedia, (O El nacimiento de la tragedia según algunos traductores) fue la primera obra de Nietzsche y en ella encontramos todavía una fuerte carga filológica de la que el buen Federico se fue desembarazando poco a poco con el transcurrir de los años.
En El origen de la tragedia, Nietzsche diserta en torno a la naturaleza de lo apolíneo y lo dionisiaco e incluso se permite enumerar las ciencias y las artes que le son propias a cada una de estas deidades.
Lo apolíneo, dice Nietzsche, está ante todo guiado por una estricta racionalidad y obedece a procesos lógicos del pensamiento. Lo dionisiaco en cambio, es algo que emerge de las profundidades del ser y para lo cual requiere el hombre echar mano de algo más que su racional naturaleza. A Dionisio, después de todo, le gusta ponerle trampas al animal racional. En mayor o menor medida, Apolo y Dionisio conviven en cada ser y descarto la posibilidad de dominios absolutos, si bien en algunos casos la presencia de una de estas deidades es apenas perceptible frente al abrumador dominio de la otra. No coincido con mi colega Manuel Lomelí (chango100.blogspot) cuando señala que lo apolíneo es forma y lo dionisiaco fondo.
Lo cito textualmente: - El fondo, querido Daniel, he ahí la verbigracia correcta de Baco. La forma es Apolíneo y el fondo Dionisio. Yo que, metido en el candor del saltimbanqui alcohólico, poco te puedo hablar sobre las ventajas de una u otra cerveza que, aunque lo reconozco: existen, al final me colum-pian, me agracian, me dividen y me aligeran... – No coincido con él.
De hecho, creo yo, hay mucho de forma en los caminos de Dionisio, a quien le gusta emerger lentamente e ir, poco a poco, tomando posesión de los cuerpos. La danza de Dionisio es en un principio suave, ligera y acaba siendo frenética y orgiástica.
Yo también he corrido desesperadamente tras el fondo olvidando la forma, como aquel viajero que se desespera por llegar a un destino, sin darse cuenta que la esencia misma del viaje es el camino.
A mis 14 y 15 años bebí botellas de cuartito de aguardiente Canoas y Don Buchito (costaban 800 viejos pesos de 1988) y fui feliz.
Recuerdo una fría tarde de invierno cuando sentado en la banqueta afuera del local donde se celebraba una tocada junto a un grupo de punketos, compartíamos una botellita de pendenciero aguardiente envuelta en papel periódico. La botella circulaba de mano sucia en mano cerda, desparramando su elixir de fuego en infectos labios e inundando las entrañas de un calor redentor. Y Dionisio estaba ahí presente, danzando al fondo de esa botella barata. Y sí, encontré a esa deidad tramposa y juguetona en el fondo de muchos pomos cuyo precio era casi simbólico.
Supe que me había convertido en un adulto cuando en pleno proceso de embriaguez, empezaba a medir las consecuencias de la cruda, que conforme más crezco, se vuelve más castigadora.
Asumí que había dejado muy atrás la adolescencia, cuando empecé disfrutar de las bebidas caras y a ser un tanto cuanto selectivo con mis marcas de cerveza y vino.
Nunca me ha dado por la mamonería típica del yuppie que sale en la sección de Sociales brindando en las fiestas de la vendimia y que florea su cerdo hocico presumiendo las marcas de vinos que le gusta degustar. Tampoco soy tan pedante como cierto amigo regio que alardea de sus conocimientos doctorales sobre como se debe agarrar una copa y la forma en que se debe degustar un sorbo de vino antes de pedirle al mesero que te lo sirva. Esas son poses de mierda que no comparto.
Pero si bien yo soy absolutamente indiferente a las marcas en lo que se refiere a ropa (por ejemplo), no puedo serlo cuando se trata de aquellas sustancias que circularán por mi cuerpo.
Y es que no es lo mismo beber un Nebbiolo cosecha 96 que un Padre Kino y es muy diferente el Sangre de Toro al Sangre de Cristo (aquí el bovino supera al Mesías)
No creo que la ebriedad sea un fin en si mismo. Ello mataría precisamente al ritual dionisiaco.
Sería tanto como afirmar que el orgasmo es lo único que vale la pena de una cogida. Sí, es la cúspide, el climax, la explosión, pero el verdadero néctar está, primero que nada, en la mujer con quien lo hagas. Después, en jugar, seducir e ir subiendo poco a poquito la temperatura de los cuerpos. Después de todo, un orgasmo, un sencillito y ordinario orgasmo, es muy fácil de conseguir. En cambio, una cogida que merezca ser recordada supone una serie de factores anímicos, ambientales y hasta químicos para consumarse. De la misma forma que perseguir la ebriedad pura como un fin mata a Dionisio, creer que una venida justifica todo, significa la condena de Eros. Nunca tengo prisa por llegar a la embriaguez. De hecho, disfruto de sobremanera percibir apenas los pasos de Dionisio cuando comienza, lentamente, a danzar sobre mi alma. Y claro, si a ello le añadimos el delicioso sabor de madera, bosque y fruto que un buen vino deja en tu paladar y al entono sumamos una agradable compañía y una buena música, el ritual dionisiaco, seguramente, se consumará con toda su intensidad.

Tuesday, August 19, 2003

Disertación en torno a mis cervezas favoritas

Era una helada tarde de noviembre de 1996 y me encontraba en un bar del centro de Edimburgo. Había viajado un día antes desde Londres con la esperanza de encontrar un boleto para el Escocia vs Suecia que se jugaba en el Hampden Park de Glasgow (partido eliminatorio para Francia 98) La suerte no estaba de mi lado; me fue imposible encontrar un boleto y con mis limitados recursos no había para andarle pagando 100 libras a un revendedor. Sin embargo, tuve la fortuna de visitar una bellísima y majestuosa ciudad como es Edimburgo (Irvine Welsh se reiría de mi cursilería) y pude probar la que hasta ahora es en mi Pandemonio cervecero, la Reina de todas las cervezas: La Guiness.
Estaba en un bar en compañía de un australiano viendo por televisión el juego al que no pude acudir (Escocia ganó 1-0 con gol de Brave Heart Mc Allister lo recuerdo bien) cuando mis labios probaron por vez primera ese elixir divino. El australiano fue el responsable – ¿Quieres probar algo verdaderamente fuerte?- Pide una Guiness. Y creó un monstruo. Recuerdo el vaso grande, gordo, espumoso, tibio y denso como la nata. Sobre la espuma, la imagen de un trébol marcada con un molde adornaba la bebida de los dioses célticos.
Desde entonces, beber ese elixir irlandés es para mí algo más que un ritual sacro. Cuando el tiempo me lo permite, suelo acudir al St Patriks, un bar irlandés ubicado en el Gaslamp. Cuando mi pienso que mi hermana Ana se pasó todo el verano en Dublín, se me hace agua la boca solo de pensar en toda la Guiness que yo hubiera tomado en ese tiempo.
Ese mismo año tan trotamundebrio de 1996, me aficioné a otra cerveza, nativa del Estado de Massachussets en donde residí por espacio de siete meses: La Samuel Adams, por muchísimo la mejor cerveza que producen los Estados Unidos. En el verano de 1996 yo jugaba en un equipo de futbol en el pueblo de Billerica y siempre al concluir el partido, mis compañeros tenían a bien invitarme a beber la cerveza del gran caudillo independentista de Nueva Inglaterra. Desde entonces, cada que estoy en un bar gringo, no pierdo la oportunidad de saludar a mi amigo Samuel.
La cerveza que cierra la trilogía bendita es bastante más fácil de encontrar aquí en TJ (de hecho cualquier AM que se de a respetar la vende) Se trata de la Heineken. Esa sí no recuerdo cuando la probé, aunque supongo que la debo haber robado del refrigerador de alguno de mis tíos fresas. Pero eso sí, nada como beber la Heineken en su mismísima casa. En las dos ocasiones que he estado en Holanda (1996 y 1999) me he dedicado con fervor a vaciar botes de Heineken, que aderezados con los excelentes productos que uno puede comprar en los cofee shops, es capaz de regalarte tardes dionisiacas (Holanda es Dionisio convertido en país). Recuerdo el 30 de abril de 1999, cuando Carolina y yo caminábamos por las atestadas calles de Amsterdam pintadas de color naranja en plena celebración del Queens Day. Nunca antes había visto tanta Heineken junta.
Una cuarta en la lista podría ser la cerveza Carlsberg, un elixir danés que adorna desde hace años la roja camisa del FC Liverpool, una de las que más me gusta usar. Su variedad oscura la probé en Londres y me hizo bailar a orillas del Támesis.
Pero claro, oriundo como soy de una tierra cervecera cuya fábrica es en gran parte responsable de su progreso industrial, se gozar de la cerveza mexicana. Aquí o tengo dudas sobre mis gustos:La Negra Modelo, en primerísimo lugar y con la Tijuana oscura dando la pelea en la gran final. De hecho a veces prefiero la Tijuana. La Bohemia y la XX Ambar le siguen en el cuadro de honor. Para el calor, Sol, Coronita y hasta Mexicali. La Tecate nomás no me pasa. La cerveza de mi tierra, la Carta Blanca, tampoco, salvo por el hecho de que es la cerveza oficial del Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza.
La única posibilidad que tiene una Tecate de entrar a visitar mi selectiva garganta, es que la lata (necesariamente roja, pues la light es mierda) esté bañada en sal y limón por los bordes. Otra posibilidad es que sea bebida en el Jardín de la Cerveza de Tecate en una cálida tarde. Ahí la cerveza me sabe deliciosa.
¿Quieres mentarme la madre? Hazme tomar una caguama Tecate en el Porkys. La caguama Tecate es un insulto al buen bebedor. El formato caguama, cualquiera que sea la marca, contiene un líquido de pésima calidad. Por alguna razón, cuando uno anda jodido económicamente suele beber caguamas. Cuando yo era adolescente bebía en caguama. Me acuerdo a mis 15 años, cuando mi amigo Carlos Macías y yo nos íbamos a beber a un depa en el Huizachal (Naucalpan Edo Mex) Tres caguamas para cada quien, Victoria o Corona y luego medio tibias como suelen servirlas allá en el Centro de la República. Guacala. Cuando uno es teenager no disfruta la delicia de la peda, simplemente persigue desesperadamente el acto de ponerse pedo y embrutecerse. Después, uno aprende que así como hay cervezas que son un verdadero elixir de la vida, hay aguas del caño embotelladas.
La cerveza, he de confesarlo, es uno de los grandes placeres por los que esta vida merece ser vivida, uno de esos sudores de Dionisio que bañaron a la humanidad para hacerla sacralizar instantes y entornos- Mejor ya le paro de escribir y me voy a beber una - Salud

Top de la cerveza

La trilogía bendita—Guiness- Sam Adams- Heineken (La Carlsberg toca la puerta)

(Debo decir que en Alemania y Bélgica probé cervezas de barril deliciosas, pero no recuerdo sus nombres. Una vez mi amigo César Romero nos trajo unas cervezas de la República Checa que también eran palabras mayores)

El cuadro de honor nacional---- Tijuana oscura- Negra Modelo- Bohemia-
(XX Ambar, Corona Huevo de Toro tocan la puerta, pero están un peldaño más abajo)

Mayor escupitajo a la vida --- Caguama Tecate o Carta Blanca (confieso con humildad que muchas veces he tragado escupitajos a falta de otra cosa)

Monday, August 18, 2003

Un 18 de agosto, creo que de 1978, tuve la que ha sido hasta ahora una de las experiencias más impactantes y fuertes de toda mi existencia y tal vez uno de los recuerdos más vivos de mi temprana infancia: Conocí el Mar.
La visión fue impactante. Ese fue mi primer viaje largo por carretera. Bueno, eran cinco horas de camino de Monterrey a la Isla del Padre, pero cuando tienes cuatro años de edad se te hacen una eternidad. Además recuerdo que tuvimos terribles contratiempos durante el camino. Las balatas se empezaron a quemar ahí por Cadereyta (y también desde ese memorable día se quedó grabado en mi nariz el inconfundible olor de los frenos quemados) y tuvimos que llegar de urgencia al taller. Recuerdo la impaciencia que sentía por ver el Mar. A cada miserable riachuelo que pasábamos preguntaba yo si era la playa. Cruzamos el Río Bravo por el puente de Reynosa y llegamos a Mc Allen (no recuerdo si esa fue la primera vez que crucé la frontera en mi vida, pero probablemente sí) Tengo muy presente lo mucho que me emocionaba la leche de chocolate Borden y el olor de gabacholandia. Me encontraba en el punto culminante de mi desesperación, cuando de pronto llegamos al gigantesco puente que une Puerto Isabel con la Isla del Padre. Me habían hablado demasiado de ese puente (es mucho más grande que el Puente Miravalle que cruza el Río Santa Catarina y une Monterrey con Garza García, hasta entonces mi único parámetro vivencial en lo que a puentes refiere) pero supero todas mis expectativas posibles. Cruzar ese puente significó la visión más impresionante de mi vida. ¿Como podía haber tanta inmensidad azul en el Universo? Mi mayor parámetro de concentración de agua eran las esporádicas veces en que las lluvias formaban una corriente en el Santa Catarina. Si el cielo existe, yo le di una vuelta la tarde de aquel 18 de agosto cuando cruzábamos el puente de Puerto Isabel que me resultaba inmenso, inacabable. Lo más parecido a Dios que he visto en mi atea vida. El Mar estaba ahí, ante mí, como una prueba de la existencia de lo absoluto y lo divino. Desde entonces tengo una incurable adicción por la contemplación de paisajes oceánicos. El Mar me llama, ejerce sobre mí un magnetismo inexplicable. Puedo contemplarlo por horas y horas. Desde hace cuatro años y medio tengo el privilegio de poder contemplar el Mar cada mañana. Decidí vivir lo más cerca posible de él, pues cuando la existencia aprieta y la piedra de Sísifo amenaza con aplastar tu cuerpo, ahí estará ante mí el eterno Guardián, el Gran Emperador del Planeta, misterioso, elegante, inmenso y me basta con contemplarlo para afirmar una vez más que la vida mereció la pena ser vivida.


Funes el memorioso

Pienso en ese cuento de Borges titulado Funes el memorioso, una terrible y obsesiva metáfora del insomnio que el buen Jorge Luis, al igual que yo, padeció toda su vida.
Funes es un joven campesino que un día queda tullido en un accidente. Pero más allá de su desgracia física, el joven padecerá una catástrofe aún mayor: estará condenado a abarcar en su cabeza toda la memoria del Mundo sin poder olvidarla jamás y sin posibilidad alguna de arrojarla de su mente.
Borges siempre estuvo obsesionado por la idea de la imaginación como refractario de la totalidad. Una cabeza que pese a los esfuerzos no pude olvidar el todo que pasa por encima de ella.
Cuando uno tiene insomnio está atado con grilletes al espantosamente alucinante mundo real. Una suerte de Aleph maléfico se posa sobre la cabeza y cierra las puertas a la bendita redención de Morfeo.
Entonces, irremediablemente, me siento Funes. Mi insomnio es obsesivamente puntual. Llega sin falta las noches de domingo y alcanza su punto culminante en la madrugada de lunes, aunque casos hay en que me suele visitar entre semana.
El color alucinante de los pensamientos durante el insomnio solo tiene comparación con los delirios de la fiebre. Si me pusiera a escribir durante el insomnio (rara vez lo hago) el papel se poblaría de bestias infernales. Y es que mi cabeza se ve como la de aquel cuadro de Goya titulado El sueño de la razón produce monstruos. Ahí tenemos a esa desquiciada superficie encefálica pariendo criaturas infernales. Esos prófugos del averno de mi subconsciente, pululan por la cama los domingos por la noche y yo nada puedo hacer para impedirlo (y me niego a tomar pastas por cierto)


Una batalla más

Pero lo peor del insomnio no es el insomnio mismo, sino la idea de la mañana inclemente que aguarda al final del alucinante camino. Y vaya que la mañana del regreso a clases no tiene clemencia de ningún tipo. Vivir tu día de furia en el tráfico de Tijuana manejando desde Hacienda del Mar hasta el Guaycura es de por sí una proeza, pero si a eso le añadimos varias decenas de atolondradas doñas al volante cruzándose en tu camino, entonces la cosa toma tintes dantescos. Los video juegos de pool position deberían incluir como su obstáculo más difícil a las doñas que van a dejar a sus tepescuincles a la escuela. Yo se que la Cofradía de los Blogs Feministas van a querer crucificarme y sin duda me acu-sarán de ser un machista intolerante, pero lo cierto es que yo me pronuncio porque el Gobierno le expropie a las doñas sus licencias de conducir y las obligue, en nombre del bienestar público y la armonía vial, a andar en taxi o contar con un chofer.
Luego de una hora y media de pelear a sangre y fuego con el tráfico, uno se pregunta demasiadas cosas. El Universo renace los lunes a punta de fuetazos y baldes de agua helada. Miles de motores se encienden, una plaga de llantas empieza a rodar, suenan los claxons, cambian los semáforos, surgen gritos y mentadas y todo ello no es más que el contaminado combustible que asegura que este absurdo absoluto siga dando vueltas (En el momento preciso en que escribo esto, son casi las 16:00 horas, una camioneta se ha volteado espectacularmente frente a nuestro periódico y es que estando en la Vía Rápida sueles tener show gratis desde la ventana).
En fin, el absurdo sigue girando y yo soy la viva imagen de quien sabe que especie de decadencia. Una barba de varios días cubre mi rostro de insomne y una carencia de inspiración periodística me invade. Sucede irremediablemente los lunes. Estos días arrastran todavía la hueva propia del fin de semana. Somos muy pocos trabajando, nunca pasa ni madre, no encuentras a nadie ni por casualidad y una epidemia de hastío se posa en cada uno de los rincones de nuestro dinámico Universo, mientras pienso en sacar de lo más profundo de mi manga algo interesante para ofrecer mañana a nuestros lectores.

Se acerca la Doncella

Sigo con obsesiva atención las incidencias de la gira de Maiden, Dio y Motörhead. En la página de Maiden tienen a bien publicar el diario del bataco Niko Mc Brian (que bien podría ser un blog) en donde narra las incidencias de las correrías de la Doncella de Hierro por Norteamérica. Hace un buen rato que no aguardaba con tanto deseo un concierto. Por cierto, en las anteriores ocasiones que he visto a Maiden, había un nuevo disco en el mercado y por ende el concierto estaba plagado de rolas nuevas. Este año habrá nuevo disco, pero resulta que aún no sale y según he leído, en el concierto solo incluyen una canción nueva de este material. Eso me resulta de lo más apetecible, pues significa que Maiden recetará un repaso a toda la discografía sin dar preferencia a un nuevo disco. De hecho, en las anteriores ocasiones que los he visto, han abierto el concierto con la primera rola del disco nuevo en cuestión y ahora no será así.
El 8 de septiembre estará la venta el disco Dance of Death, cuyo primer single es Wildest dreams, título homónimo de una rolita de los también ingleses Moody Blues. Según he leído, esta será la única rolita nueva que estarán tocando en esta gira. Faltan ocho días. La cuenta regresiva comienza y ya me anda.

La manchesteriana voz del Señor Curtis

Intentando poner un poco de orden en el estudio, encontré una verdadera reliquia que creía se habría perdido en la mudanza. Se trata de casete de Substance de Joy Division. La relación que he mantenido a lo largo de mi existencia con esta banda ha sido ambigua aunque siempre la he tenido presente. Joy Division me coloca en un estado bastante singular.
Este día de horroroso calor y tráfico desquiciante, estuvo amenizado por la enigmática voz de Ian Curtis. Creo que si tuviera que elegir una rola favorita, me quedo con Dead Souls, aunque Warsaw, Leaders of man, Transmision y She lost control darían la pelea-