Eterno Retorno

Thursday, July 17, 2003

Me lo dijo ayer el director de Seguridad Pública de Tecate: Con el viento no se pueden hacer pactos, pues sucede que el viento no tiene palabra de honor. Y es que cuando el viento parecía prometernos que no soplaría más, ¡ZAS¡, cambiaba de dirección y reanimaba el fuego. La lumbre se extendía en cuestión de segundos y las columnas de negro humo se elevaban al azul cielo de Tecate. Esto me sucedió ayer, cuando me ofrecí para ir a El Hongo y La Rumorosa a seguir de cerca los incendios que sacuden a esa zona de nuestro estado. Periodísticamente, siempre me ha resultado más atractivo el fuego que los políticos- Los elementos naturales son más honestos. Eso es periodismo. Ir trepado en la parte trasera de un camión de bomberos con las llamas crujiendo a unos metros de ti. Observar como el Infierno se acerca a la cárcel de El Hongo, sentir en la piel el calor del fuego, el olor a tizne impregnado en el pelo- Eso es periodismo-
Lo demás es tedio, ahuevantes eructos arrojados por hocicos de aburridos funcionarios- Solo sintiendo de cerca la inminencia de la catástrofe puedo agarrarle un poquito de sabor a lo que hago. Por cierto, las fotos de Tizoc salieron de poca madre. La galería completa puede ser vista en www.frontera.info.

No es la primera vez que tengo aventuras con fuegos forestales. Los incendios de la Semana Santa de 1998 en la Sierra Madre fueron históricos. Era un Jueves Santo y retornaba yo a mi trabajo luego de tres días de apuradas vacaciones en Soto La Marina Tamaulipas. Los días en la playa habían sido terribles. Hipnotizado como estaba por tanta cerveza, el Sol hizo estragos en mi espalda y hombros. Me sentía como un camarón despellejado, reptando sobre un charco de sal y limón. Lo mejor de aquel viaje fue el casual reencuentro con una compañera de la primaria a la que apenas recordaba y que en honor a la verdad me pareció radicalmente guapa en su fase adulta. Que digo guapa, preciosa, culísimo que estaba la hija de puta. Insolados como estábamos ambos, pasamos todo el viaje de regreso untándonos crema en nuestras laceradas espaladas, situación que acabé por disfrutar. Pero no debo desviarme del tema. El asunto de esta chica no es el meollo de mi relato. Regresé a Monterrey con la divertidísima encomienda de ser uno de los pocos reporteros de guardia en El Norte durante los días santos. Me preparé para aburrirme soberanamente buscando notas bajo las piedras. La tarde del Viernes Santo íbamos rumbo a la Presa de la Boca para tomar unas rutinarias fotos de regiolandia caguameando la existencia a la orilla de las puercas aguas.
(tal es nuestra necesidad de agua, que ir a azar carne a la orilla de la presa es un ritual que congrega multitudes en días vacacionales) Cuando íbamos ya casi llegando a La Presa, sorteando el tráfico que se arma en los aguamieleros puestos de Los Cavazos, la radio frecuencia del fotógrafo eructo la noticia del siniestro: Un fuego incontrolable estaba devastando Chipinque. Abandonamos de inmediato la idea de ir a La Presa y nos fuimos tendidos para la sierra. Efectivamente, el fuego estaba cabrón. Por la noche hice contacto con el Jopy y el Del Bosque. Resulta que ellos habían estado en Chipinque al momento del incendio e hicieron contacto a su vez con un compita veracruzano que aseguraba haber visto a los provocadores del fuego. El jarocho en cuestión estaba herido, no recuerdo porque diablos. Creo que al tratar de huir del fuego se había dado en la madre. La cuestión es que estaba hospitalizado en el San José (que como dato cultural, es el hospital que me vio nacer un 21 de abril) Me colé al cuarto del compita con todo y mi cámara burlando la vigilancia de las enfermeras y tomé unas buenas fotos. Por lo que respecta a su relato me pareció un tanto paranoide y poco creíble. Con la adrenalina a tope, me retorné a la Redacción de El Norte y me puse a escribir para el vespertino Sol (no confundirlo con los abortos de la organización Vázquez Raña por favor) Era de madrugada. Recibí la instrucción de inscribirme como voluntario e ir a la sierra con la gente de Protección Civil y 911 a tratar de apagar el fuego. El ascenso sería al amanecer. Sin dormir un solo minuto, fui a casa, me cambié de ropa y me largué a alistarme al puesto de 911, ubicado justo frente a nuestra sampetrina réplica de El David de Miguel Ángel.
Pronto el lugar estaba lleno de aspirantes a voluntarios. Puro fresita Made in Garza García que por incomprensibles azares del destino no estaba en la Isla del Padre y que ahora deseaba jugar al héroe.
El jefe de bomberos nos echó una mirada y dio un suspiro. “Pobres pendejos”, habrá sin duda pensado el hombre, que además de tener que sofocar el fuego, tendría que hacerse responsable de una pandilla de regiojuniros aspirantes a ser inmortalizados como héroes en las páginas de la Edición Sierra Madre.
Pese a todo nos llevaron. Con decirles que hasta el gobernador Fernando Canales, hoy en día secretario de Economía, y la alcaldesa Tere Madero, actualmente embajadora en Canadá, acudieron a desearnos suerte, darnos la bendición y otorgarnos una despedida de héroes- Iniciamos el ascenso. Yo llevaba puesto un traje amarillo anti flamable y unas botas mataratas. En cosa de dos horas llegamos a la zona del fuego. La instrucción era darle palazos de tierra y cortar arbustos para tratar de aislarlo. Infructuosa labor la nuestra. Nuestro trabajo de más de cuatro horas de palear y cortar, se hacía añicos en cuestión de segundos cuando una ráfaga de aire hacía renacer el fuego aún con más intensidad. Por si fuera poco, el humo me empezó a hacer efecto de anestésico y en combinación con la falta de sueño, me puso a alucinar. Creo que en algún momento me quedé dormido, a unos metros del fuego. Debo admitir que unas fresi doñitas sampetrinas, típicas regioaritócratas sin que hacer, fueron las más valientes y entusiastas a la hora de combatir el fuego. En aquella ocasión también conocí a un regio alemán que habitaba en Chipinque, tenía una condición física endiablada y había escrito un libro llamado El Dragón Emplumado. Ese día fue una soberana joda. Pero era solo el principio. Al día siguiente, como pudimos, logramos subir hasta el Hotel de Chipinque que estaba transformado en cuartel militar. El acceso estaba vedado para el público y la prensa, pero nosotros, cancheros como somos, nos las arreglamos para trepar. Una vez en el hotel, me sentí un corresponsal de guerra. Haciendo gestiones, logré que me dejaran trepar a un helicóptero del Ejército para tomar unas fotos áreas. Lo mejor de aquella mañana fue cuando el helicóptero cruzó entre las piedras de la M. Parecía que nos estrellaríamos o quedaríamos atorados y de pronto ya estábamos por Laguna de Sánchez, al otro lado de la Sierra Madre. Uff. El resto de la semana fue igual. Idas y venidas a Chipinque y Olinalá entre bomberos, soldados, terratenientes y curiosos. Todos los lectores de El Norte estaban atentos a lo que sucedía en Chipinque. Si el incendio hubiera sido en el Topo Chico o en el Cerro de la Silla, nadie le hubiera prestado tanta atención, pero como fue en el hogar de la aristocracia regia, que se ha dado a la tarea de devastar la sierra para construir sus mierdozas mansiones, un ejercito de petulantes millonetas a bordo de sus trakers se daban a la tarea de jugar al bomberito, protegiendo la integridad de sus propiedades. Por ahí me encontré, lo recuerdo bien, a mi amigo el doctor Luis Eugenio Todd, vigilando que el fuego no fuera a consumir su casita con canchas de tenis de Olinalá.
En fin, si pongo a trabajar la memoria, voy a retacar este espacio con anécdotas de aquella intensa semana pasada por lumbre, así que mejor doy un salto de siete días hasta aquel domingo 19 de abril en que armado con la cámara auto focus que me prestó el Doctor Carlos Jiménez, desafíe no se cuantos retenes para llegar hasta un lugar de la sierra hasta entonces desconocido por mí, en donde el fuego estaba arreciando. Me fui caminando tras un pelotón de soldados que se disponían a escalar una escarpada pendiente para llegar hasta el lugar donde ardía una fumarola. Para escalar la pendiente, una pared de roca casi vertical, era necesario sujetarse de una cuerda y trepar. Yo me coloqué abajo y tomé a los soldados mientras subían. Después los seguí. Pasé todo el domingo entre el humo. Al llegar a la redacción y enviar a revelar mi rollo, la sorpresa fue mayúscula: mi foto de los soldados había salido realmente chingona. Para ser sincero, me salió poca madre. En primer plano, se veían los soldados haciendo el enorme esfuerzo por subir la pendiente. Arriba, se alcanzaban a ver los árboles consumidos por el fuego.
Por alguna razón en varias sierras y bosques de México había incendios ese día. Por ello se decidió que la nota principal de El Norte y Reforma, fuera algo así como Arrasan incendios o Consume fuego las sierras. Y ¿Con que foto ilustrarían la supernota? Pues nada menos y nada más que con la mía, que era, a juicio de los editores, la que mejor reflejaba el dramatismo del siniestro. Confieso que no lo podía creer. Llevarme la nota de ocho de El Norte y Reforma es de por sí una hazaña, pero llevarme la fotografía principal sin ser yo un fotógrafo en una empresa donde laboran auténticos profesionales de la lente, es algo más que un campanazo. Mi foto estaría ahí, la mañana de un lunes, en la primera página de un par de diarios que tiran decenas de miles de ejemplares. Un premio muy gordo para alguien que apenas tenía unos cuantos meses de experimentar como fotógrafo. Iban a ser las 22:00 horas cuando salí de la Redacción y me fui a dormir a casa con la satisfacción del deber cumplido.
Desperté al día siguiente esperando desayunar un delicioso café contemplando mi maravillosa fotografía lucir en la portada. Pero mi sorpresa fue enorme cuando en la portada del periódico me topé con la cara de Octavio Paz acaparando la superficie de la primera página. El poeta se había muerto pasadas las 10:00 de la noche y en la jerarquía informativa, la muerte de un Premio Nóbel, puede más que la quemazón de un cerro. Nunca el rostro del poeta me pareció tan repugnante como aquella mañana. La última gran metáfora del ogro filantrópico consistió en mandar mi fotografía a la página dos del periódico. DSB

Wednesday, July 16, 2003

Cuando matan algún aristócrata, su funeral es un nido de hipócritas, nos dice La Polla Records. Y bueno, cuando se muere un músico, le sobran fans- Ahora resulta que todo mundo se rasga las vestiduras por Celia, Compay y Barry.
Por lo que a mi respecta, la música de estos tres personajes me es casi absolutamente desconocida y por ende su muerte me vale madres.
Por mi suegro escuché más o menos a Compay Segundo. No me desagradaba aunque mentiría si dijera que algún día por mi propia iniciativa puse un disco de música cubana. Alguna ocasión, una caliente tarde de mayo, Carolina y yo fuimos a la Casa de la Música en La Habana y tuvimos una agradable tarde de salsa bañada en mojitos. Divertido para una ocasión, bailamos durante horas, pero de ahí en fuera la salsa no es lo mío.
No tengo ni un disco de Celia Cruz ni podría citar ahora mismo una rola suya. Mucho menos de Barry White. Para que me ando con mamadas dándomelas de versátil o universal. Soy sincero al aceptar mi ignorancia y mis limitados gustos musicales.
En cambio, sí era lector de Bolaño y quedaré con una enorme curiosidad por la que hubiera sido su última novela, que ni siquiera será póstuma.

PD-
En diciembre de 2001 murió Chuck Shulinder, el gran padrino del death metal y solo yo lo lamenté. Yo pasé toda mi adolescencia escuchando discos de death metal y en honor a la verdad, su muerte me afectó, pues yo en verdad hubiera deseado que Death siguiera sacando discos, toda vez que son garantía de absoluta calidad.






Tuesday, July 15, 2003

Sábado casero- Nos dedicamos a colgar cuadros y a instalar cortineros. Una réplica de Eva y Adán de Durero, comprados en el Museo del Prado adornan nuestro comedor. Un cuadro abstracto en tres barras de Lucielle de Hoyos adorna la sala.
Me gusta trabajar mientras bebo Jack Daniels-

Domingo de insolación. Es mediodía y visitamos a mis suegros que habitan en Popotla. La casa es enorme y está en una colina. Desde la terraza la vista es más que cachonda. Los cerros forman una V por la que se puede ver el Pacífico. En los alrededores los montes con caballos y alguna fauna espontánea. De hecho vimos un correcaminos correr por las colinas. Harta Cerveza Mexicali, arracheras, salchichas asadas y un sol de aquellos que vuelven loca mi piel. Bien lo dijo Bagatela, en nuestra norteña cultura el ritual de la carne asada es incomparable, casi mítico y ceremonial. Por la noche el retorno es largo. El bulevar Popotla está atascado, al igual que un domingo nocturno se atasca la carretera de Santiago a Monterrey o la de Cuernavaca al DF- Vamos a vuelta de rueda escuchando King Crimson y en mi cabeza siento los síntomas de la insolación. A mi piel le basta un poquito de sol para sentir demonios.

Duermo, los sueños son alucinados, como de fiebre- Me gusta cuado sueño historias en las que yo nada tengo que ver- Dos mujeres se encuentran en un centro comercial. Se gustan, se desean, pero arrastran culpas- Se hablan de frente y acuerdan, cual si se tratase de un pacto guerrero, convertirse en amantes, al menos una ocasión. "¿Como vamos a encontrarnos en esta ciudad?" le pregunta una a la otra. Acuerdan entregarse un objeto. Una le entrega un libro, es de color azul, pasta vieja. Es una novela sobre dos mujeres ¿La insensata geometría del amor? Lo ignoro. La otra le entrega algo, no recuerdo exactamente qué. Se despiden y prometen volverse a ver. Una se dirige al estacionamiento y al tratar de abrir su carro, un vochito azul, se da cuanta que le ha entregado las llaves a la otra mujer. Corre en busca de su futura amante. La encuentra en un crucero, frente a un semáforo, junto a su esposo. Le pide las llaves. Sus sonrisas son cómplices. La culpa no las abandona- Creo que ahí acaba el sueño- Morfeo no me proyecto el encuentro pactado. Espero haya segunda parte.

Nueva compra- El maestro de Petersburgo de J.M. Coetzee. Mitos de bolsillo Mondadori, 59 pesos. Un retrato de Dostoievski en 1869- Ya me anda por leerlo ¿Me puede vender alguien un poquito de tiempo para leer?

Canción de calle- Bungle in the jungle Jethro Tull- El pasado viernes, mientras andábamos a vuelta de rueda en la Calle H de Chula Vista que está siendo pavimentada, puse un tape de Jethro Tull y por alguna razón, Bungle in the Jungle me puso de muy buen humor. Escuché la canción varias veces durante el fin de semana y en honor a la verdad me colocó en un estado que podría resumir en una simple y repentina felicidad hippiosa .

Canción de casa- St Anger Metallica- Como ya he narrado, cedí a la tentación y compré el disco. Durante todo el fin de semana estuve escuchándolo en casa mientras taladraba muros y colocaba tornillos. Todavía no puedo afirmar que es un gran disco, pero creo que es el que más me ha gustado desde el ... And Justice. Por lo menos no es un disco comercial ni pegajoso como llegué a imaginar, tampoco es un disco con vicios poperos. La bataca de Ulrich es sin duda lo mejor. Es un bataqueo muy seco, directo, sin tanto efecto. El bajo es machacante, medio corrosivo. Tal vez se a efecto de la producción que le metió una vibra un poco o acaso garagera. Un disco que escucharé muchas veces más antes de comprenderlo plenamente.

Por lo demás, estos son los discos que conforman el soundtrack de nuestra nueva casa. Los envío mi familia de Monterrey la semana antepasada como regalo atrasado de cumpleaños. Que bueno que tengo una familia que piensa en mí y que satisface mis oscuros caprichos musicales. Realmente gracias, pues todos son excelentes discos- Tomen nota-

Lacrimosa- Echoes : Estos alemanes van a transformarse en leyenda. Virtuosos de la composición, este extravagante dueto va más allá de ser un simple grupo dark o gótico. Que va, son verdaderos creadores de música clásica. Creo que aún si no te identificas con géneros oscuros, disfrutarás a Lacrimosa.

Halford- Live Insurrection ? Este doble disco en vivo es de la gira que me tocó ver en San Diego el 12 de septiembre de 2000 (363 días antes de la tragedia) La voz del Metal God suena potentísima y el set list es de lo más variado e incluye además de las imprescindibles de Priest, algunas piezas poco comunes en conciertos, dos inéditas, algunas de Fight y otras tantas del nuevo material de Halford en solitario. Lo siento Ripper, pero el Metal god sigue siendo la deidad de este pandemonio.

Dark Tranquility- Damage Done- Sonido Gotenburgo ortodoxo el de la oscura tranquilidad. A leguas se distingue el típico guitarreo entrecortado del death sueco, las pausas y la fidelidad a la melodía. Los dos cachorros de At the gates, Dark Tranquility e In Flames han llevado el death a su estado más pulcro.

Con sorpresa me entero de la muerte del chileno Roberto Bolaño. En realidad tiene poco tiempo que me aficioné a este escritor que empecé a leer a ojo de buen cubero sin que mediara recomendación. La verdad, uno no puede permanecer indiferente cuando en el inventario de Anagrama aparece un título como Putas asesinas.
Hace poco leí Llamadas telefónicas. Incluso pensaba incluirlo para esta semana en Pasos de Gutenberg- Bolaño me parce un alma gemela del catalán Enrique Vila – Matas. Para ser honesto me sería muy difícil establecer diferencias entre ambos.
Me entero que Bolaño trabajaba en una novela titulada 2666 inspirada en la masacre de mujeres de Juárez. ¿Quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido? ¿Como será la novela que nunca se escribió? Un misterio que seduce.

En lo personal desconfío de los lectores excluyentes. Los hay quienes se dedican a trabajar como asesinos a sueldo del pasado y en nombre de una falsa y efímera modernidad, condenan a muerte a los clásicos. Pero igualmente reprobables son aque-llos que destinan al basurero cualquier novedad editorial y deciden recluirse en siglos pasados, cerrando su mente a cualquier nueva propuesta. Un lector, ante todo, debe tener hambre de leer y asume el riesgo de consumir todo aquello que cae en sus manos, sin criterios de género, editorial, época, tema o nacionalidad del autor. En la apuesta de la literatura, siempre existe un gran riesgo de invertir el tiempo en leer páginas prescindibles. Pero es precisamente ese riesgo el que transforma en un auténtico tesoro las buenas lecturas. Nada más fascinante que sorprenderse al descubrir una gran obra en el autor y la editorial más improbable.

Pasos de Gutenberg
Los cuentos de una vida
Antología del cuento universal
Sergio Pitol compilador
Editorial Debate

Por Daniel Salinas Basave


“Que otros se jacten de las páginas que han escrito. A mí me enorgullecen las que he leído”. Estas palabras son un homenaje a los buenos lectores, seres que consuman el acto literario y que a menudo quedan en un segundo plano. Que conste que la frase la pronuncia Jorge Luis Borges, uno de los pocos que tendrían derecho a jactarse eternamente de las páginas escritas por su pluma.
Borges fue ante todo un gran lector. Con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo conformó la Antología de la literatura fantástica, non plus ultra del género.
Sí, es cierto que ser un buen escritor no necesariamente implica cubrir el requisito de ser buen lector, pero en lo personal, profeso un enorme respeto por aquellos autores que ante todo son devoradores insaciables de libros y que, no conformes con crear ficciones, se dedican a compartir sus lecturas.
También requiere una dosis de genialidad elaborar una buena antología y mal hacen quienes reducen el trabajo del antologador al de un empacador de textos. De ahí que valore tanto cuando un auténtico bibliófilo de fino olfato literario se da a la tarea de compilar aquellos textos que por una u otra razón influyeron en su vida.
Mentiría si digo que Sergio Pitol está entre mis escritores de cabecera, pero soy sincero cuando afirmo que Los cuentos de una vida, es una de las antologías más ambiciosas y completas que me ha tocado descubrir. Pitol, después de todo, es un gran lector.
“He vivido para leer. Leo para seguir viviendo”, nos dice Pitol en el prólogo de su antología, donde nos confiesa que la idea de realizar una compilación del cuento universal le resultaba arriesgada por temor a crear un libro reiterativo. El poblano abandonó la idea de elaborar una selección temática y optó, sabiamente, por reunir sólo los cuentos de aquellos autores que han sido fundamentales en su vida y en su obra. El resultado es fascinante. 30 cuentos de 26 autores distribuidos en 457 páginas.
En las antologías literarias sucede lo que con las selecciones nacionales de futbol; siempre habrá quien diga que alguno falta o alguno sobra. La realidad es que en 457 páginas difícilmente se podría hacer una selección tan completa y tan variada de autores. Personalmente creo que todos son textos clave.
Y es que en la antología de Pitol encontramos lo mismo autores que cuyos textos habitan en cualquier librería mexicana por sencilla que esta sea como Juan Rulfo y Juan José Arreola, que narradores que apenas tienen traducciones al español como Ryonosuke Akutagawa o Boris Pilniak.
Abre la lectura el ruso Nikolai Gogol con con “Ivan Fedorovich Schponñka y su tía” y el simpático cuento titulado “La nariz”.
Continua Henry James con “Maud- Evelyn”, Guy de Maupassant con “El Horla”, Leopoldo Alas con “¡Adiós Codera¡” Anton Chejov con “Casa con desván” y “El estudiante”, Rudyard Kipling con “La iglesia que había en Antioquía”, Marcel Schwob con “Relato del leproso”, Lu Sim con “El diario de un loco” y Franz Kafka con un clásico como es “La metamorfosis”, el más largo de los textos compilados.
El regiomontano Alfonso Reyes es incluido con “La cena”, Bruno Schulz con “Los pájaros”, Ryonosuke Akutugawa con “Rashomon”, de Boris Boris Pilniak se incluye “Un cuento sobre como se escriben los cuentos”, Corrado Álvaro con Inocencia, Giuseppe Tomasi de Lampedua con “Lighea”, William Faulkner aparece con “Una rosa para Emily”, del gran Jorge Luis Borges se incluye una obra fundamental como “El Aleph” y “La casa de Asterión”, Felisberto Hernández aparece con “La casa inundada”, Witold Gombowicz con “Crimen premeditado” y “Tomasso Landolfi” con “La mujer de Gogol”.
También hay espacio para dos luminarias del “boom” latinoamericano como Juan Carlos Onetti de quien se incluye “Bienvenido, Bob” y Julio Cortázar de quien aparece “Continuidad de los parques” y “Casa tomada”.
Rulfo y Arreola aparecen con “¡Diles que no me maten¡” y “El prodigioso miligramo” respectivamente, para dar paso a Augusto Monterroso con “Homenaje a Masoch” y cerrar la antología con Raymond Craver de quien se incluyen “Tres rosas amarillas”.
¿Falta alguno? La selección de Pitol da como resultado un ejemplar más que apropiado para ser llevado a un viaje o para colocarlo de manera permanente en el buró o el escritorio sin enviarlo jamás a las profundidades del librero, pues cualquiera de los cuentos seleccionados son de esos que bien merecen una relectura cada cierto tiempo. No exagero si digo que con Antología de la literatura fantástica y El cuento hispanoamericano de Menton, Los cuentos de una vida parece destinada a transformarse en una compilación de cabecera