Eterno Retorno

Thursday, June 12, 2003



Si yo hubiera sido un adolescente en la época en que nací, sin duda hubiera militado en la Liga 23 de Septiembre. Pero ni modo, esa edad me llegó a finales de los 80, en la panacea de la conformista corrosión del capitalismo. Un tío mío fue militante de esa organización y murió asesinado por el Ejército en el mismo año en que yo nací. A mi me tocó un crecimiento políticamente aburrido en la aristocrática ciudad de Monterrey en medio de mojigatos compañeros de escuela, que hoy en día, supongo, son panzones padres de familia que confiesan sus múltiples pecados ante un sacerdote.
En mi adolescencia mi mayor rebelión consistió en acudir a marginales tocadas de Masacre 68 en el DF y ganar en la prepa concursos de oratoria con discursos incendiarios. Siempre sostuve que el día en que me aburriera de vivir, mataría a algún político o empresario y después me enfrentaría a tiros con sus guarros hasta que me asesinaran
Para cuando llegó el zapatismo en 1994 yo tenía 19 años y demasiada malicia en la mente como para tomarlo en serio, aun-que el día de la matanza de Acteal en diciembre de 1997, fui el único reportero en la aburguesada redacción de El Norte que se adhirió a las manifestaciones de protesta.
Mi amigo Gerardo Ortega, un poeta al más puro estilo Amado Nervo, se hizo zapatista radical. A su hijo lo llamó Ernesto Inti (Por Guevara y Peredo) Siempre admiré su pureza de ideales en medio de una izquierda atiborrada de parásitos solemnes y priistas fracasados.
A veces quisiera tener creencias o convicciones políticas y votar con fe, pensando que mi sufragio sirve de algo. Pero los partidos (y sepan ustedes que mi vida diaria transcurre entre políticos) están atiborrados de abortos en cuyas cabezas hay de todo, menos un ideal. Nunca antes como en estas elecciones había odiado tanto la política. Hoy en día puedo afirmar con co-nocimiento de causa que todos los políticos son unos grandísimos hijos de puta. Lo siento, pero no hay otra palabra. Lo peor es que es una hijoeputez mediocre, jodida. Ni siquiera su cinismo tiene clase o una dosis de humor como los dinosaurios de antaño.
Ni modo, las ideologías y los ideales me los asesinaron prematuramente. Podría decir que fueron embriones abortados. El resto de mis días los he vivido como un apostata eterno que se regocija afirmando que no cree en nada. Lo único real es mi odio. A veces queda el consuelo de ser un anarquista hormonal que oculta muchas bombas en el arsenal de su mente.



Al anarcoterrorista que estos disparates escribe, quien suele decir en sus días de furia que llamará a la rebelíón de las masas y que no descansará hasta ver en cenizas mojadas de sangre los bienes de la alta burguesía, le han entregado su nueva casa el día de hoy y eso, como a todo buen materialista esclavo del capitalismo, lo hace muy feliz. Tiene que confesarlo. Es de sabios admitir ciertas contradicciones. Las ideologías han muerto. Hoy solo conservo estímulos y algunas reacciones nacidas de las vísceras.

Las mujeres arriba

Lilith fue la primera esposa de Adán creada en principio de tierra y abandonó a su esposo saben ustedes porque? Porque Adán no aceptó invertir la posición natural del acto sexual. Lilith insiste en ser ella quein monte. A partir del momento en que abandona a Adán, Lilith fornicará solo con demonios.

No hay que tomar demasiado en serio el contenido de este blog. Dicen que no es bueno para la salud. O sí lo es?

Platón llama al amor cosa amarga. Y no sin razón, porque quien ama muere. Porque el amor es una muerte voluntaria. En la medida que es muerte, es una cosa amarga. En la medida que es voluntaria es dulce. Ficino

Zonas rojas

La primera zona roja que conocí en mi vida fue la de Boston. Ocurrió en la Navidad de 1986, cuando transitaba con mis padres y mis tíos por la helada capital de Nueva Inglaterra. Fue la primera vez que escuché el concepto urbano nombrado por su color.
Las zonas rojas de Monterrey están dispersas. Existe desde hace años la Coyotera, unas cuantas manzanas donde habitan trasvestis miserables en derruidos tejabanes. La calle Arteaga es prolífera en congales, pero en realidad no hay un área tan concentrada como sucede aquí con nuestra bienamada Coahuila.
Siempre he tenido el sueño de hacer una antología fotográfica de las zonas rojas del mundo. Tal vez ya exista o tal vez hay mil cabezas que ya pensaron lo mismo que yo. No importa, algún día yo haré la mía. Me gusta conocer la zona roja de toda nueva ciudad que visito de la misma forma que me gusta conocer su estadio. Y aclaro, sin falso puritanismo, que jamás en mi vida he pagado un centavo por tener sexo. Simplemente me gusta la vibra que ahí se respira.
Si debo elegir una zona roja del mundo, diré que mi favorita hasta ahora , ha sido la de Hamburgo que Carolina y yo visitamos en 1999. El barrio de St Pauli, en la calle Reperbham (no recuerdo la forma exacta en que se escribe) tiene una vibra especial. Más ruda y agresiva que la de Amsterdam y sin duda más radical. Muchas tiendas de sadomasoquismo y espectáculos en vivo de bondage. Muy hardcore en verdad. Amsterdam es un porno un tanto más lúdico, aunque sin duda más pintoresco y aderezado siempre por el delicioso aroma del hash. Las zonas de París en Pigalle y Roma, en los alrededores de la estación, tienen un aire más clandestino (latinos al fin) En La Habana, la prostitución está en todos lados y no debes ir a un lugar en específico. En Linares Nuevo León está cercada por una barda y hay guardias en las puertas que esculcan las bolsas. No se puede entrar en carro y es una de las más seguras del mundo. Quiero conocer las zonas rojas de Dinamarca, la de Moscú, no digamos las de Tahilandia. Pero debo sentirme privilegiado. Después de todo, mucha gente de diversas partes del planeta le rinde culto a nuestras coahuileñas banquetas.

Incubo (Incubus)

En la demonología de la época medieval, el Íncubo se superpone al vampiro de modo considerable. El Íncubo es un espíritu del demonio quien visita a las mujeres de noche, presionándolas pesadamente hacia abajo realizando el acto sexual. Estas visitaciones, al prolongarse por un largo periodo de tiempo, a menudo llevan a la víctima a la fatiga y la enfermedad. Por supuesto que tales propensiones amorosas son también características del vampiro.


You talk about revolution...

Todas las revoluciones, irremediablemente, se prostituyen. Pero queda un pequeño consuelo: todas o casi todas las revoluciones tienen un momento orgásmico, tan fugaz, auténtico y placentero como la más deliciosa venida. Después vendrá una larga y burocrática conversación de sobrecama en la que, al igual que en todo acto de prostitución, se hablara de dinero.
El orgasmo de la revolución es aquel momento absolutamente espontáneo en que el pueblo, sin otro líder o ideología que el hambre y el odio, sale a lasa calles a desparramar su furia.
Pienso en el 14 de julio de 1789 en París en el helado marzo de 1917 en Petrógrado ( dos años antes San Petersburgo, dos años después Leningrado y hoy en día otra vez San Petersburgo). El lumpen salió a las calles porque tenía hambre. Ya después llegarían Robespiere y Lenin a aprovechar la situación. Ya vendrían el Comité de Salud Pública y el Soviet a instalar su propia dictadura. Pero el magnífico orgasmo nadie se lo quita al pueblo.
A lo largo de nuestra historia hay días absolutamente viscerales. Imagino a los insurgentes tomando la Alhóndiga el 28 de septiembre de 1810, los mayas de Jacinto Canek matando españoles en los ranchos de Yucatán en 1761, los obreros de Río Blanco destruyendo la fábrica en enero de 1907. Movimientos todos ellos abortados, condenados irremediablemente al cadalso, pero al fin y al cabo orgásmicos.
Desde niño siempre he tenido un gusanito revolucionario. A veces es una pequeña larva, otras una serpiente anaconda. Nunca muere, eso sí y siempre está ahí, latente como un tumor. Me brota cuando soy testigo de descaradas injusticias sociales o cuando compruebo, por enésima vez, que basta con ser un empresario poderoso para tronarle los dedos a cualquier director de redacción y hacerlo temblar.
Ya he oído mil veces que los empresarios son el motor de la economía, que gracias a los riesgos que ellos contraen comen miles de familias, etcétera, etcétera. Con toda la vergüenza del mundo debo admitir que a lo largo de mi vida y hasta la fecha siempre he trabajado en empresas privadas y nunca en una cooperativa anarquista. Pero ello no impide que considere a la inmensa mayoría de los macroempresarios unos grandísimos hijos de puta. Tampoco hace que pueda sentir un poco de empatía hacia las aristocracias de cualquier tipo. Sí, es una frase trillada y tal vez me escuche como un iluso sesentayochero, pero mientras haya alguien a quien le falte el pan, el lujo seguirá siendo un crimen. Y en este mundo hay aristócratas que en verdad piensan que fueron cagados por el culo de un católico angelito. Aunque hace mucho supe que todo ideal revolucionario está condenado a transformarse en un prostituto, eso no me quita el deseo de vivir un día de orgásmica revolución. Unas cuantas horas de furia en la que pueda desparramar odio. Porque liberar el odio, al igual que el semen, es delicioso.

Wednesday, June 11, 2003

Eterno Retorno se niega a existir este miércoles. He enviado cantidad de cosas y resulta que nada se ha publicado. Un mal espíritu ronda mi computadora. Es preciso exorcizarlo. DSB


Nuestro vampiro del día

Liougat (Vapiro albanés)

El vampiro albanés se nombra Liougat o a veces el Kukutha. El escritor J.G. Von Hahn en su obra Albanesische Studen en 1854, define a los Liougats como turcos muertos con grandes uñas, quienes estando envueltos en sus mortajas, devoran todo lo que encuentran y estrangulan a los hombres.
Hay un concepto entre grupos de gitanos eslavos explicando que los lobos eran una gran amenaza para el Liougat y constituían su más grande enemigo. Se decía que el lobo atacaba al Liougat y le arrancaba una pierna dejando al vampiro herido que regresaba a su tumba derrotado para siempre.


Nunca he logrado descifrar del todo el caos sinaloense del Mercado Ley, pero debo confesar que su sección de libros oculta tesoros a precios de ganga.
Hoy, por azares del destino, llegué a la sucursal de Pueblo Amigo y encontré ofertas sorprendentes. Salí de ahí con El volumen 2 de Viejos y nuevos amores de Juan García Ponce y La pesquisa de Juan José Saer, cada uno de ellos en 19 pesos. Completa la compra El Cementerio Marino, antología de Paul Valery en 14 pesos. Al final gasté 53 pesos. ¿Lo pueden creer?
Tal vez más tarde regresaré a adquirir por el mismo precio La mendiga de César Aira y La mano del amo de Tomás Eloy Martínez.
Cuando pienso que en la Feria del Libro me estafaban con 340 pesos por La tercera muerte de Dios y 270 por el Animal tropical de Pedro Juan Gutiérrez o el Ébano de Kapuscinzky o recuerdo los 195 que le pagué a Carlos Slim por menos de 150 páginas del buen Ricardo Piglia, mi regiomontana cartera siente escalofríos y hace votos porque estas ofertas librescas se multipliquen cual plaga de langostas por la tierra. Satanás bendiga al Mercado Ley y a toda su sinaloense estirpe. Brindemos por ellos.

Pasos de Gutenberg
Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el Renacimiento
Esther Cohen
Taurus

Por Daniel Salinas Basave

Las posibilidades de un ensayo filosófico son infinitas. Buscando ahondar en los fundamentos de la demonología como una rama seria de los estudios teológicos del Renacimiento, me encontré con un dilema humano de tremenda actualidad: el pavor al otro. Esa inagotable necesidad de las buenas conciencias de fabricar chivos expiatorios que justifiquen sus fracasos, sus miedos y sus odios.
La sociedad necesita a sus demonios tanto como a sus dioses. Requiere materializar sus fantasmas y diseñar la geografía de sus infiernos.
En su ensayo o conjunto de ensayos Con el diablo en el cuerpo, Esther Cohen trata de encontrar las razones y fundamentos que provocaron que en los años del Renacimiento, miles de seres humanos sucumbieran incinerados en hogueras solo por ser sospechosos de herejía.
Cohen cuestiona el que una sociedad como la renacentista, en la que florecieron artistas disciplinarios como Miguel Ángel y Leonardo, haya sido la misma que apadrinó la creación del Malleus Maleficarum, el manual del cazador de brujas que condenó al fuego a miles de inocentes.
En la misma época donde la humanidad diseña los cimientos del método científico y hace florecer las artes, es la misma en que la Iglesia Católica da “personalidad jurídica” al diablo en el Concilio de Letrán. Porque contrario a la creencia popular, los teólogos de la Edad Media no habían definido aún el concepto del diablo y la bruja. La magia popular formaba parte de la vida cotidiana y no era recipiente de la ira y el terror de una sociedad. Sin embargo, en pleno Siglo XV, cuando se supone que la luz del conocimiento disipaba las tinieblas feudales, los dominicos alemanes Kraemer y Sprnenger crean el Malleus Maleficarum, un manual sorprendente y morbosamente detallado, sobre las formas en que las brujas consumaban pactos demoníacos. Lo que sorprende es que ese texto atiborrado de alucinaciones y disparates, haya sido el que normó con absoluta seriedad los procesos de la Inquisición.
“El Renacimiento- nos dice Cohen- no inventó a sus brujas, sólo las sacó de la oscuridad de sus inmemoriales prácticas para colocarlas en el lugar privilegiado donde con frecuencia las sociedades fijan al enemigo: el otro”.
El miedo es ciertamente un móvil perturbador, pero son las formas que va adquiriendo a lo largo de la historia las que diseñan en cada época las siluetas específicas sobre las que dejará caer la represión y la tortura. Para los autores del Malleus Maleficarum, el argumento central parece girar alrededor de una sexualidad pervertida y desbocada.
Quizá no hay nada mejor para resumir esa contradicción que la frase de Walter Benjamin: “No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”. Y la cacería de brujas, dice Cohen, fue la barbarie del genio renacentista.
A lo largo de los siete ensayos que conforman el libro, Cohen habla sobre los orígenes de algunas creencias populares, los fundamentos de ciertas herejías, la mutación de rituales y los fundamentos de textos cabalísticos, como los del filósofo y humanista Pico della Mirandola y su Letra mágica de la cábala judía.
Al final, el libro de Cohen supero mis expectativas. Pero más allá de lo interesante que resultó el bucear en las profundidades del pensamiento renacentista y sus contradicciones, Con el diablo en el cuerpo me ha hecho pensar en la evolución de los miedos irracionales o en esa eterna necesidad de fundamento que requiere todo afán persecutorio. En el Siglo XV la humanidad encontró en la bruja a la perfecta y única culpable de sus fracasos y desventuras.
En el Siglo XXI, cuando se habla de derechos humanos, tolerancia e igualdad, las “buenas conciencias” del mundo occidental han materializado al fantasma de ese otro, generador de sus peores pesadillas, en una sola palabra: terrorista.
El concepto del terrorista en el Siglo XXI se parece mucho al de la bruja del Siglo XV. Esta ahí, en cualquier parte, no tiene otro fundamento que encarnar toda la maldad posible y combatir al bien. Luego entonces, dicen las buenas conciencias, hay que destruirlo. El terrorista, al igual que la bruja en el Renacimiento o el comunista en la Guerra Fría, es ese otro, desconocido y siempre al acecho al que se debe temer y odiar. A veces los métodos del presidente estadounidense George Bush para encontrar y castigar a los terroristas me resultan demasiado parecidos al Malleus Maleficarum. Cada época está condenada a tener sus demonios e inquisidores. Eso es lo que sin proponérselo me deja el libro de Esther Cohen. Las tinieblas de la humanidad son cíclicas y suelen convivir con la luz. El nietzscheano mito del Eterno Retorno se revela inquietantemente cierto.

Últimamente pienso demasiado en que me gustaría realizar un trabajo físico. Un trabajo solitario de preferencia. Si me pagaran lo mismo por ser un agricultor que pasara el día arando la tierra, un albañil o un cargador, no dudaría en cambiar de empleo. Mi mente estaría libre de tantos excrementos intelectuales. Mi cuerpo sería mi herramienta, mi cansancio sería físico. Una caguama fría el sábado por la tarde me sabría a gloria y mi sueño sería pesado. Podría deambular por la vida sucio y con el pelo suelto, sin ocultar mis tatuajes, sin preocuparme por pronunciar frases amables, sin que nadie pensara siquiera en que debo llevar una camisa, unos zapatos y una corbata, sin tener que soportar a políticos hipócritas y achichincles pretenciosos. ¿Porque el trabajo físico está tan devaluado? Un maestro albañil sabe construir casas tan bien o mejor que un arquitecto (puede usted crucificarme señorita arquitecta, si algún día llega a leer mi afirmación) El trabajador edifica casas que nunca habitará a cambio de un jornal miserable. ¿Porque diablos? ¿Por la falta de un mierdozo título universitario? Miren lo que nos hereda nuestro título universitario: El ser humano está condenado a aplastar su culo sobre una silla, a derretir sus ojos frente a una computadora y a asfixiarse con una inútil corbata atada a su cuello, encadenado a un teléfono celular cuyo llamado le recordará a cada momento que habita en el Infierno y que sus demonios exigen tributo. Nos han reservado humillantes esclavitudes en palacetes de falsedad. Las más de las veces, el ser humano se dedica a venderle al prójimo mierdas que no necesita y se hace llamar ejecutivo de ventas, ejecutivo de planeación, gerente de finanzas, auxiliar de recursos humanos. Satanás condene al fuego eterno a los ejecutivos de toda especie.


Ya lo he dicho muchas veces: Entre todas las aberraciones de la Creación los periodistas somos las criaturas más detestables que se arrastran sobre la Tierra. Pero aún lo detestable tiene jerarquías. La clase de periodista más aborrecible es aquel que al estar fuera de los medios, se pone al servicio de un político en época de elecciones y se dedica a redactar boletines infestados de alabanzas que nadie, excepto los más indignos chayoteros, publicaría jamás. Lo peor es que ellos mismos se transforman en ciegos adoradores de los cerdos que les pagan.
Más digno hubiera sido dedicarse a prostituirse por 50 pesos en la Zona Norte o transformarse en vendedor poquitero de heroína adulterada. Sentiría más respeto por ellos. Esa clase de “comunicadores” suelen llamarme con odiosa frecuencia, varias veces al día. Me dan las buenas tardes. Me preguntan por mi salud y por mi familia para después hablarme de las virtudes de sus candidatos y las bajezas de sus adversarios políticos. Yo finjo escucharlos conteniendo en mis entrañas un honesto escupitajo. Después fijo estar ocupado y corto amablemente la conversación. Sirva pues este espacio cibernético para dejar constancia de cuanto los desprecio.

Tuesday, June 10, 2003

Caminar por las calles del centro, diluírse entre gentíos, perderse en hedores, escuchar un sin fin de ruidos, subirse a un taxi, sentir pieles sudorosas, miradas amenazantes. Eso es tomarle el pulso a la ciudad. Solo así puedo agarrar inspiración para iniciar reportajes. Cuando te encierras en tu carro y en tu oficina pierdes la dimensión del mundo. Para empaparte de Tijuana hay que caminarla. Hacía mucho que no caminaba tanto como hoy. Ahora comprendo el porque aquellos periodistas cuya vida transcurre del asiento del carro al asiento del escritorio olvidan con facilidad que tan caliente está la sangre que corre por las venas laceradas de nuestra ciudad.

Monday, June 09, 2003

Desde mi niñez no voy a un dentista. Creo que la última vez que acudí a uno fue en el orwelliano y heavymetalero año del señor 1984. Hace unos días mi muela derecha suele recordarme que existe y me da muestras, apenas probaditas, de todo el dolor que podría ser capaz de producirme si un día le caigo mal.

Aquí va un artículo que alguna vez me pidieron y que jamás supe si se publicó. Con decir que ni siquiera recuerdo si se publicó aquí en Eterno retorno. Hoy por casualidad me encontré con el archivo. Sirva esto para desintoxicar al blog de las malas vibras que me invaden como un virus.

El calabozo del estereotipo

Conocí a Baudelaire en la adolescencia, en una época en que solía meter la nariz en todo aquello que significara oscuridad.
Deambulando en el laberinto de mis siempre desordenadas lecturas, me encuentro con que existe un torvo poeta al que adjetivizan como maldito, que enaltece la belleza del mal y es un apologista del vicio.
Para un incesante buscador del elixir de lo oscuro, resultaba tentador adentrarse en la obra de un escritor al que esteriotípicamente imaginaba deambulando entre tugurios parisinos e inmerso en un sueño de opio
De entrada el solo oir un título como Las flores del mal resulta atrayente. Aunque dentro solo hubiera páginas en blanco, el solo leer esas cuatro palabras en una portada, basta para afirmar que a Baudelaire se le ocurrió el título a mi juicio más seductor en la historia de la literatura.
Después, me encuentro con que ese oscuro poeta me da la bienvenida llamándome Hipócrita lector, mi prójimo, mi hermano. No había acabado aún de leer Bendición, cuando estuve consciente de que mi relación con la obra de Baudelaire estaba condenada a no ser efímera.
Pero sucede que con el paso de los años, me parece que cada vez lo comprendo menos.
Baudelaire carga consigo la cruz del estereotipo. Su nombre evoca tinieblas, decadencia, vicio. Sin duda son muchos más los que al hablar de él piensan en el opio, los bajos fondos y la sífilis, antes que en el crítico de arte, ensayista y traductor al francés de las obras de Edgar Allan Poe y Thomas de Quincey.
Pero tal vez el propio Baudelaire jamás acabó de definirse en sus 46 años de vida. De ser un pequeño burgués con un tren de vida de dandy, se transformó en defensor no comprometido de causas revolucionarias. Un buscador de placeres oscuros y prohibidos que sin embargo jamás dejó de ser un católico temeroso de Dios. La transformación es palpable en Los paraísos artificiales. De haber sido en su juventud un defensor de las virtudes oníricas del hachís, acaba por condenarlo a ser parte del ocio burgues y en cambio enaltece al vino como el más fiel aliado de los hombres de pueblo.
Quizá es Rafael Alberti quien define mejor ese conflicto interno de Baudelaire en su prólogo de los Diarios íntimos del poeta: “Baudelaire rabia, se encoleriza, se desespera hasta quedar extenuado, impotente para luchar contra lo mediocre que lo aplasta. En medio de una burguesía creciente e insensibilizada, él, Baudelaire, su gran poeta, no puede menos que reaccionar insultándola con ferocidad. Pero cuanta dulzura, cuanta grave melancolía e inefabilidad bajo ese caparazón defensivo”.

Parnaso idílico

A Baudelaire hay que considerarlo ante todo como un apasionado de las artes. Era un aficionado al teatro y la pintura. Fue también uno de los primeros franceses que se deleitó con la música de Wagner y que defendió la pintura de Declacoix. Incluso él mismo llegó a experimentar como dibujante.
Sus primeras publicaciones, los dos volúmenes de Salón en 1845 y 46, son críticas de arte y hasta el final de su vida, jamás abandonó su vocación de ensayista en la materia.
No son pocos quienes han señalado a Baudelaire como un padrino del simbolismo. Es imposible negarle su lugar como como precusor e influencia decisva en esa generación de poetas nacidos dos décadas después que alcanzaron la apotéosis con Stéphane Mallarmé, sin duda la expresión en superlativo de lo que buscaron los simbolistas, pero sería sin duda erróneo apellidar a Baudelaire con un ismo encadenante.
Baudelaire nace en 1821, año de la muerte de Napoleón, cuando el juramento de la Santa Alianza se aferraba en borrar de todos los rincones europeos cualquier vestigio que oliera a revolución. Entonces, el romanticismo parece ser el único abrevadero de tinta para las plumas de Francia y Alemania.
Pero es precisamente en la tercera o cuarta década del siglo antepasado, cuando la idílica muerte romántica empieza adquirir tonos sombríos.
De la muerte del joven Werther que orilló hasta el suicidio a jóvenes románticos (a esos que Goethe tanto ridiculizó al final de su vida) se llega a las vampirescas imágenes de Poe en Ligeia y Berenice o a las Muertas enamoradas de Théophile Gautier.
Baudelaire es entonces un adolescente internado en el Liceo Louis Le Grand, que odia a su viejo padrastro Jacques Aupick, a quien considera el ladrón del amor de su madre Caroline.
Es un enamorado del arte y la vida bohemia en la noche parisina. Solo una vez abandona Europa, cuando su padrastro lo embarca a la fuerza rumbo a Calcuta, pero una tormenta marina lo arroja de regreso a Francia, de la que ya no saldría hasta el ocaso de su vida, cuando probó fortuna en Bélgica.
Las calles de Montparnasse se convierten en su hogar. Frecuenta salones, teatros y burdeles. Se dice que es en ese entonces cuando contrae la sífilis, herencia de sus amoríos con Sarah, una prostituta de orígen hebreo. Conoce a Jean Duval, que sería musa y delirio por el resto de su vida y tiene una breve experiencia revolucioinaria en las jornadas de 1848, en las que ambiciona ver fusilado a su padrastro.
Gautier y Poe son sus guías espirituales. Al primero lo define como “el mago perfecto de las letras francesas” al dedicarle sus “flores enfermizas”. Al segundo lo llama su alma gemela y se da a la tarea de traducir toda su obra, aunque jamás pudo conocerlo personalmente.
El erudito británico Thomas de Quincey es también influencia decisiva y a la crítica de su obra Confesiones de un opiomano inglés, dedica prácticamente toda la tercera parte de Los paraísos artificiales.

Cumbre y decadencia

En 1857 ve la luz Las flores del mal, pero a causa de la censura conservadora del régimen de Napoleón III, la edición completa no se publicará hasta 1911. Como sucede con muchos creadores, la obra de la que se enamora Baudelaire no es la que los críticos consideran cumbre. Si bien Las Flores del mal es el título que lo inmortaliza, la obra él poeta más quiere, Los paraísos artificiales, se completará tres años después. La única de la que no tiene nada que rectificar ni añadir, diría él mismo
A partir de entonces Baudelaire se convierte en punto de referencia e influencia de nuevas generaciones. El simbolismo ya está sentado en el trono.
En su ensayo titulado El siglo XIX y la experiencia de la muerte, Raúl García define al simbolismo como una reacción ante la filosofía positivista y su consecuencia literaria, el naturalismo, tan en voga a mediados del siglo antepasado. Es por ello que los simbolistas aborrecen de entrada toda idea cientificista y buscan refugio lo mismo en la metafísica que en los cultos esotéricos.
“Para ellos, el universo se encontraba plagado de símbolos, de mensajes, de enigmas que creyeron necesario sacar a la luz”, dice textualmente García.
Ni Mallarme, ni Verlaine ni el mismo Rimbaud pudieron permanecer indiferentes después de leer Las flores del mal.
Pese a la efímera celebridad lograda con estos dos libros, la llegada de la década de los sesenta marca la entrada a un sendero de decadencia física, económica y espiritual.
El poeta está arruinado y los estrágos de la sífilis empiezan a ganarle la batalla.
Solo el opio logra curar sus dolencias. Finalmente el 31 de agosto de 1867, Baudelaire muere en el mismo lugar donde perecieron Tolouse Lautrec y Arthur Rimbaud: en los brazos de la madre.
Desde entonces descansa o deambula en su amado Montparnasse y acaso se de algún tiempo para platicar con sus vecinos o compartir la virtudes de un buen Burdeos con algún hipócrita lector.


(La velada en el cemeneterio se supone, es la introducción).

Ya había escrito esto?

Velada nocturna en Montparnasse

No importa cuantas dósis de nihilismo traiga uno en la cabeza. Tampoco el estar aferrado a la convicción de que el único futuro posible después de la muerte es un fiel cortejo de gusanos o un caja de cenizas condenada a arrumabse en el closet más viejo.
Cuando se camina por un cementerio como el Montparnasse en una oscura mañana de lluvia, es imposible resistir la tentación de imaginar improbables diálogos entre los huespedes de las tumbas.
¿Con que pretexto iría el solitario Eugene Ionesco a saludar a sus alegres vecinos Carol Dunlop y Julio Cortazar? Con un poco de inspiración, la conversación se convertiría en cuestión de segundos en un interminable juego de palabras. Ya animados, tal vez se les ocurra caminar hasta el muro del cementerio y pasar a visitar a Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, que acostumbrados como están a las visitas inoportunas, tendrán ya el vino sobre la mesa. Si la velada va tomando calor, no es descartable hasta al mismísimo Porfirio Díaz le de por salirse un rato de su mausoleo, aunque sea para ir a gritarles que lo dejen dormir o que si no están dispuestos a callarse, por lo menos le platiquen algo de Oaxaca.
Ya entrada la noche, los alegres comensales verán entre las sombras una figura encorbada, vestida de negro, con mirada triste y meditabunda, que acaso llegue a preguntarles si por casualidad no han visto por ahí a su amada Jean Duval o si entre esas lápidas no está oculto algún lector de Poe.
El visitante les confiesa que está harto de vivir en una vieja tumba donde cual si fuera una burla del destino, su nombre está escrito enmedio del de su aborrecido padrastro y su amada madre, en la que no hay un solo monumento alusivo ni un solo verso escrito en la lápida.
Solo hasta que bebe la copa de vino que le ofrece Jean Paul y Julio rompe el hielo con algún aforismo, el extraño se presenta como Charles Baudelaire y afirma que ha sido incomprendido. Vuelve a guardar silencio. Cuando empieza sentirse el frío del amanecer y los invitados, ya algo ebrios, emprenden el retorno a sus tumbas, Charles acaso se dirija a los filósofos, al dramaturgo y al narrador y en un murmullo les diga: “Sé siempre poeta, incluso en prosa”.

Un poco de reportaje narrativo

Desde hace algún tiempo, todos los amaneceres presagian días húmedos y atiborrados de nubes, aunque las más de las veces, el Sol se acuerda del litoral tijuanense cuando ya pasa de las nueve. Esta mañana no es la excepción. Atilio Ramírez pierde la mirada en la inmensidad del Pacífico. Esos ojos, que tuvieron que esperar 37 años para contemplar el mar por vez primera, han aprendido a leer las calves del horizonte: “pura nube, nada de agua”, pronuncia mientras masca la colilla de su cigarro sin filtro que desliza en los contornos de su lengua cual si se tratara de un chicle. A su lado, un par de perros se disputan un pedazo de dura tortilla. Atilio carraspea.
Son las 7:30 de la mañana. La helada brisa choca en su rostro, cuya piel, curtida por costras y arrugas, parece inmune a cualquier inclemencia del tiempo. El retumbar de las olas contra la pared del acantilado parece tener obsesiva puntualidad con su frecuencia. No así el zumbar de los motores de los automóviles que pasan a más de 80 millas por la Carretera Escénica, a unos metros de la vivienda de Atilio. El viento en cambio rara vez suena por las mañanas, aunque nunca o casi nunca, deja de soplar.
El tabaco parece haberse diluido en su saliva y Atilio escupe un par de veces antes de respirar profundo y volver a mirar por unos instantes hacia el horizonte. Es hora de prender el primer el cigarro del día. Se desliza al interior de ese montón troncos, cobijas, plásticos y lonas que desde hace casi medio año le sirve como hogar y sale cargando una vieja chamarra cuyo color fue verde, hace ya mucho tiempo. Con cierta impaciencia hurga en sus bolsas interiores hasta extraer una aplastada cajetilla de Faros. Los cigarros están húmedos, casi deshechos. Atilio sabe que en su nuevo hogar con vista al mar, es imposible mantener los objetos lejos del alcance de esa helada humedad que todo lo carcome. Encender el cigarro es una hazaña. En otra cajita, también humedecida, apenas quedan unos cuantos cerillos. Atilio se pone en cuclillas, de espaldas al mar y de cara a su choza intentando hacer con sus manos una cuevita que permita vivir al fuego hasta encender el tabaco. Finalmente, con un crujir de huesos se incorpora y vuelve a dar la cara al mar. El cigarro está encendido y en el gris de la mañana se diluye la primera bocanada que emerge de su boca. ..


Tuca le dice adiós a Tigres. No estoy de acuerdo con la decisión de los jerarcas de Cemex. Ferreti merecía continuidad. Ya con un poco de frialdad puedo afirmar que dimos el peor segundo tiempo de nuestra historia en el momento menos adecuado, pero eso no es causa para correr a un técnico que había logrado resultados como consecuencia de un trabajo. Pero nuestro futbol se rige en base a casualidades circunstanciales y no a consecuencias lógicas. Habrá que ver a quien traen ahora. No quiero al Jefe Boy, no quiero a Lapuente. Que ganas de reestructurar lo que apenas comenzaba a estructurarse. Pese a todo, gracias Tuca.

Libros y más libros

En la entrada de la Biblioteca Municipal Benito Juárez hay unas mesas atiborradas de libros que se regalan a aquel valiente que desee llevarlos consigo.
Para un adicto bibliófilo como yo, la idea de obtener libros gratis puede resultar seductora. Pero una vez que escarbas entre los ejemplares de regalo te das cuenta que no hay nada medianamente digno de ser llevado a casa. La enorme mayoría son gordísimos volúmenes Las Razones y las Obras, una enorme colección muy bien editada por el Fondo de Cultura Económica sobre el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado. Discursos oficiales, informes de gobierno, inauguración de obras, fotogra-fías de actos públicos. Libros gordos, de buen papel y buena pasta. Ediciones que supongo fueron caras. Portada gris, color que queda a la perfección para una colección que reseña uno de los periodos más aburridos y soporíferos de la historia mexi-cana. También hay colecciones de discursos de Carlos Salinas de Gortari y anuarios del programa Solidaridad, estos en edi-ciones un poco más chafitas. Nuestros políticos se preocuparon demasiado por dejar testimonio escrito de sus actos. Me ima-gino que estos ejemplares se regalaron por miles en las oficinas burocráticas de todo el país y nadie, absolutamente nadie, los leyó. Buenos ejemplares para un museo del dinosaurismo o para un estudioso del priismo.
Por lo demás, logre hacerme de un libro denominado El mercado común del Alfons Ribera, ensayo sobre el origen de la Co-munidad Económica Europea. También agarré un libro de texto de secundaria llamado Palabras sin frontera y la crónica de la campaña electoral de Miguel de la Madrid destinados a hacer bulto en mi escritorio.

En Sanborns no regalan los libros, pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, traen buenos ejemplares que no se ven ni en El Día ni en la Feria del Libro. Husmeando entre la chatarra editorial uno puede dar con auténticas suculencias. Hoy pude hacerme de La ciudad ausente de Ricardo Piglia en Editorial Anagrama.
Piglia es garantía así que si me encuentro un libro de él y no lo tengo, lo adquiero de inmediato. Lo mismo me pasa última-mente con César Aira, con Mario Bellatin y con Fernando Vallejo. Nunca o casi nunca me defraudan .
Ya me anda por empezar a leer a Piglia. El problema esa que tengo muchas hojas para meterles diente, un cambio de casa en puerta y una cantidad no precisada de reportajes que se niegan a nacer.
“Ricardo Piglia retrata un Buenos Aires trágicamente transformado y desfigurado, haciéndose eco de las obras de sus prede-cesores que incluyen a Borges, Roberto Artl y el olvidado Macedonio Fernández y con referencias reveladoras a la brillante obra de su antecedente más directo: Ulises de James Joyce”-- Kirkus Revierw.

Encontré en 32 pesos una edición de Filosofía del Tocador de Marqués de Sade en Grupo Editorial Tomo.

Libros en sala de espera aguardando el momento de ser leídos como reses en la fila del matadero:

Diablo guardián de Xavier Velazco-
El vendedor de viajes de Jaime Moreno
La ciudad ausente de Ricardo Piglia
Molloy de Samuel Beckett
El sótano de Thomas Bernhard
La guerra eterna de Miguel Ángel Bastenier

Libros que están siendo leídos en estos días

Ambulantes (es decir que los llevo conmigo a todas partes)

Con el Diablo en el cuerpo de Esther Cohen-
Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas.-

Sedentarios (aguardan en mi buró y son leídos por las noches o en fines de semana generalmente acompañados por un buen vino)

Lejos del noise de Rafa Saavedra
Vivir para contarla de Gabriel García Márquez
Luces artificiales de Daniel Sada

Libros que deseo comprar próximamente

Un maestro de Alemania- Martin Heiddeger y su tiempo de Rüdiger Safransky
Respiración artificial de Ricardo Piglia
El paraíso en la otra esquina- Mario Vargas Llosa (aún no estoy muy seguro de pagar 169 pesos por este adorador del merca-do libre)

Hay alguien que ya me está reventando la paciencia y eso es peligroso. Es tijuanense pero habla como chilango. Presume ser corresponsal de un diario capitalino. Me llama al celular unas cuatro o cinco veces al día. El pobre no se ha dado por entera-do que cada que su número aparece en la pantallita el teléfono sonará y sonará sin que lo conteste. La única forma en que lo-gra hablar conmigo es cuando me llama a la redacción (aquí el teléfono no tiene identificador de llamada por desgracia) En esos casos contesto con inocultable tedio y sigo tecleando la computadora sin escucharlo. Es una de las personas más pedan-tes e hipócritas que he conocido en mi vida, pero él no se ha dado por enterado. Cada que me llama tiene a bien pedirle a su achichincle que lo comunique conmigo, aunque él esté ahí a lado (piensa que la existencia de un achichincle que le haga sus llamadas es sinónimo de importancia) Siempre llama para grillar rivales políticos o enaltecer a los que le pagan. Le trabaja la comunicación oficial a un gordo repugnante, prófugo de un seminario, cuya horrenda fotografía infesta Playas de Tijuana. También le trabaja los boletines al junior de un viejo ladrón de la política y la educación mercenaria. Presume de tener recur-sos, pero se asusta cuando sabe el precio de mi casa (que cualquier pareja sin hijos y con recursos estables puede pagar por cierto) y con su voz de cizaña se permite decirme: “se ve que te va muy bien con tu columna”. El individuo en cuestión dice considerarme su amigo y suele invitarme a comer. Siempre digo no, “estoy ocupado, ya será otro día”. Él sabe que debe cul-tivar las relaciones públicas, aunque si es un poquito inteligente debe haberse dado cuenta que no me interesa en lo absoluto nada de lo que puede decirme.
Lo más desagradable de mi profesión, o lo más desagradable de la vida adulta, es no tener la libertad de decirle chinga a tu madre a muchos individuos. No tener la plena libertad de escupirles en la jeta o patearles el culo con la punta de unas Doctor Martínez. Debo contentarme con guardar un hostil silencio y no seguirles el rollo.
Aunque mi sistema de relaciones públicas está tan deteriorado (soy naturalmente hostil y pedante dentro del medio donde me muevo, debo confesarlo), me gusta tener la libertad de no invertir mis tiempos libres en reunirme con abortos del periodismo. Ya bastante trabajo me cuesta no reventarles una patada en sus culos como para encima tener que soportarlos.



Los trabajadores que laboran en la obra (casi concluida por cierto) de la que será nuestra casa, han encontrado una serpiente enroscada en uno de los rincones.
Una culebra ratonera de más de un metro de largo y más gorda de lo habitual. Tierna y dócil estaba la víbora en las manos del trabajador que le acariciaba la cabeza.
Interpreto su presencia como una buena señal. Me gustan las serpientes. Incluso pensé pedirle al trabajador que me la regalara para adoptarla como mascota, pero parecía tan emocionado con su hallazgo que preferí dejarla descansar en sus manos.


Me aproximo a una nueva mudanza en mi vida. Las aborrezco, pero al cabo de cierto tiempo acabé por asimilarlas como una fatalidad propia de un hombre sedentario, atiborrado de pertenencias, que de un día para otro tiene que volverse nómada y trasladar la materia hacia otro sitio. Lo más pesado han sido siempre las cajas de libros. Alguna vez escribí en este espacio sobre la historia de las casas donde he vivido. De 1982 a 1992 habité en 8 casas distintas. Nunca más de 3 años en un mismo domicilio. Si los trabajadores se dan prisa y el arquitecto cumple su palabra, al final de esta semana podremos estar habitando nuestro nuevo hogar.

Para ir calentando motores, dedicamos el día de ayer a ayudar a mis suegros en su mudanza (la mal comprendida aleatoriedad hace que nos mudemos de casa en la misma semana) Nosotros nos vamos de Playas de Tijuana a Hacienda del Mar. Ellos del centro de Rosarito a Mar de Calafia, allá en Popotla, en plena carretera a Ensenada. Mal que bien, habitaremos el mismo litoral. Su casa es enorme y se encuentra en una colina donde los grillos y pájaros rompen el silencio con su sinfonía. La construcción es vigilada por un viejo gringo (que nada tiene que ver con el de Carlos Fuentes) y sus animales. El hombre habita dentro de un camper y jamás se separa de una loba de aspecto temible y un par de perros. Es un buen hombre. Rosarito está atiborrado de errantes almas anglosajonas que pasean su locura entre puestos de tacos de pescado. Si tuviese un poco más de tiempo me pondría a elaborar un bestiario de gringos locos que hemos conocido en el quinto municipio. El vigilante de la loba es todo un personaje de Castellanos Moya.

Leo el blog del tijuano exiliado en Suecia y sus meditaciones sobre la mexicanidad. Palabras más, palabras menos, es el viejo dilema del estado- nación que tanta sangre nos ha costado. La nación como amalgama de individuos unidos por idioma, credo, raza y el estado como la fortaleza jurídicamente soberana que los integra. El Estado como lo conocemos hoy es un producto decimonónico y está amenazado de muerte por el mercado libre. En el futuro no seremos estados o países, sino economías. Largas horas de disertación me han provocado los dilemas de la mexicanidad. ¿Tijuana es México? ¿O somos una versión posmoderna o protofuturisa de lo que será el mexicano dentro de 100 años? Intelectuales, os convoco a escribir el Laberinto de la soledad del tijuanense.

Por lo demás confieso que envidio al tijuano exiliado. Escandinavia es una de las regiones del mundo que más me gustaría para vivir. En noviembre de 1996, la aleatoriedad me llevó a conocer Islandia y siete años después sigo afirmando que es uno de los lugares del Mundo en donde más me gustaría establecerme de por vida. Reykjavik me enamoró. Todavía no he ido a Suecia, pero me identifico plenamente con su cultura, su mitología, su vibra. (Si hiciera un censo de mi archivo discográfico sin duda arrojaría que la mayoría de mis discos son de bandas que provienen de ese país)


Lo que nunca entenderé es la manía de este tijuano exiliado de evocar Aztlán. Si hay un grupo social al que no comprendo, por más que intente poner sobredosis de empatía en mi persona, es al chicano. Me refiero con ello a la parafernalia de la cultura chicana o a su pandemonio de símbolos, no a los mexico-americanos como personas. Conozco demasiados mexicanos que viven en los Estados Unidos y nada tienen que ver con lo chicano. Yo mismo he pasado dos periodos de mi vida viviendo en ese país y jamás he buscado integrarme a alguna comunidad chicana ni la nostalgia ha logrado que me identifique con su forma de sentir o mirar al país que han dejado.
La razón de mi incomprensión es la siguiente: No puedo identificarme con esa ensalada de símbolos de supuesta mexicanidad que el chicano exalta hasta la estridencia. De entrada, nada aborrezco más que la visión romanticoide e idealista del México Prehispánico. De todas las interpretaciones de la Historia de México, sin duda la más ilusa y a la vez pretenciosa es la de los indigenistas a ultranza que añoran la grandeza de los pueblos prehispánicos como si se tratara de algo recuperable. El mito de Aztlán es un absurdo. Pero no conformes con ello, los chicanos agregan a esa absurda interpretación melosa el mito guadalu-pano. No sé que aborrezco más, si el indigenismo a ultranza o el guadalupanismo, pero lo que resulta peor es la combinación de ambos factores en una misma ensalada. Cuauhtémoc, la Guadalupana y como telón de fondo una jaina morenota recostada en un bombacho de los años cincuenta. A ello podemos agregar un Jorge Campos y un Julio César Chávez vestidos como guerreros aztecas y un tatuaje exaltando el complejo edípico: "Perdóname madre por mi vida loca". He ahí la receta chicana. El altar del mal gusto. A dicho platillo se le adereza con los peores condimentos de la cultura estadounidense como el hip hop. No comprendo el ideal de los pochos. No puedo sentir solidaridad ni empatía hacia él. El chicano absorbe lo peor de las dos culturas que cree representar.
En fin si a mitos vamos me identifico más con Asgard que con Aztlán.
Sobre la mexicanidad

Dos familiares míos han disertado profundamente sobre el tema de la mexicanidad. Mi abuelo Agustín Basave Fernández del Valle, en su Vocación y estilo de México y mi tío Agustín Basave Benítez en su México mestizo, tesis que le valió el doctorado en Oxford, en la que diserta sobre la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez. Ambos libros, ampliamente recomendables.